Estrategias energéticas tras Fukushima

Japón debería mantener su opción nuclear

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La garantía de un suministro estable de energía es vital para un país con pocos recursos naturales como Japón y puede acabar determinando su viabilidad como nación. En este artículo, Toichi Tsutomu argumenta que a pesar de la ansiedad y el enfado por la catástrofe nuclear de Fukushima, el gobierno debe trabajar con calma para diseñar su política energética para el futuro.

La catástrofe de la central nuclear de Fukushima Daiichi ha elevado de golpe el nivel de desconfianza en la energía nuclear entre la sociedad japonesa. Durante el tiempo que ha sido necesario para controlar la situación, han sido muchas las voces que se han alzado para que el país descarte la energía nuclear. No es de extrañar que la gravedad del accidente haya hecho a la gente reconsiderar la seguridad de este tipo de energía. Y la situación ha hecho necesario alterar la dirección de la política energética de Japón, que hasta ahora iba encaminada hacia una mayor dependencia de la energía nuclear.

Sin embargo, las autoridades no pueden modelar la política energética del futuro del país basándose solamente en la postura adoptada respecto a la energía nuclear, sino que deben preguntarse qué objetivos quiere conseguir Japón a través de su política energética y qué condiciones son necesarias para conseguir esos objetivos, sopesando cuidadosamente todos los riesgos que todo ello implique.

Para un país con pocos recursos naturales como Japón, la garantía del suministro energético es crucial para su futura viabilidad nacional. El reconocimiento de esta premisa debe siempre valorarse a la hora de determinar las políticas gubernamentales. Teniendo en cuenta esto, quisiera comenzar con un breve repaso de las políticas energéticas que Japón ha aplicado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

El suministro estable de energía es crucial para el futuro de Japón

Después de la contienda, el primer paso que implementó Japón en el camino hacia la reconstrucción fue intensificar la producción de recursos energéticos domésticos para ayudar a reparar la devastación de la economía y el deterioro del nivel de vida de su población. Para este fin, utilizando un sistema denominado Sistema de Producción Prioritaria que había adoptado, el gobierno concentró los recursos económicos del país en el desarrollo de producción de carbón y canalizó gran parte del carbón extraído hacia la producción de acero, que a su vez fue canalizado de nuevo hacia las acciones de expansión de la nueva explotación del carbón. De este modo, las industrias del carbón y el acero se convirtieron en la base para la reconstrucción de Japón. Al mismo tiempo se construyeron centrales hidroeléctricas a gran escala para mejorar el suministro de electricidad.

La situación energética cambió drásticamente con el descubrimiento de enormes reservas petrolíferas en Oriente Medio a partir de mediados de la década de los cincuenta hasta los sesenta. En aquella época, EE.UU., con el objetivo de garantizar la estabilidad de Japón dentro del orden de la Guerra Fría, adoptó la política de permitir a Japón el acceso al crudo de Oriente Medio a buen precio.

El cambio de una estructura de suministro energético centrada en el carbón producido domésticamente a otra que dependía enormemente del petróleo importado se produjo a una velocidad pasmosa. En poco más de una década, Japón pasó a depender casi un 80% del petróleo para su suministro energético. Toda la economía quedó prácticamente empapada en crudo, que se convirtió a la postre en la fuerza motriz del periodo de alto crecimiento económico del país.

Sin embargo, la situación alcanzó otro punto de inflexión cuando la primera crisis petrolífera, producida por el embargo de crudo decretado por los miembros de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OPAEP), sacudió al mundo en 1973. Esta crisis del petróleo hizo que para Japón fuese urgente garantizar de algún modo un suministro estable de petróleo y buscar alternativas para no depender tanto de él. Sin embargo, con una dependencia de cerca del 80% de este tipo de energía, el país se vio incapaz de cambiar de paradigma en un corto periodo de tiempo. Por ello, el gobierno adoptó medidas provisionales como el aumento de las reservas de barriles de crudo en el país por si se produjese cualquier interrupción del suministro, apoyó la exploración y el desarrollo petrolíferos en el extranjero llevados a cabo por corporaciones japonesas y promocionó políticas para diversificar a sus proveedores de crudo para buscarlos en zonas distintas a Oriente Medio. Además, como parte de las acciones para alejarse del crudo, el gobierno dio su apoyo a acciones y tecnologías de ahorro energético y fomentó el desarrollo y la introducción de alternativas al petróleo, como la energía nuclear, el gas natural licuado (GNL), el carbón y las nuevas fuentes de energía.

La segunda crisis del petróleo se produjo a finales de los años setenta, lo que subrayó la necesidad de buscar suministros estables de energía.

La situación energética de Japón experimentó otro importante cambio tras el Acuerdo de Plaza de 1985 sobre reajuste monetario, que provocó la rápida apreciación del yen y expuso a los exportadores a una competición global más dura. En ese momento, el gobierno adoptó el nuevo objetivo político de reducir los costes relacionados con el suministro de energía en el país.

Y más tarde, en la segunda mitad de los noventa, el panorama energético volvió a cambiar, esta vez por la necesidad de abordar el calentamiento global. En Japón, al igual que en el resto de mundo, la cuestión de cómo reducir las emisiones de CO2 (dióxido de carbono) se convirtió en un factor importante a la hora de configurar las políticas energéticas. El cambio de la comunidad internacional en esta dirección se hizo oficial con la adopción en 1997 del Protocolo de Kioto para la reducción de las emisiones de CO2, uno de los posibles motivos del calentamiento global.

Fue durante esta serie de modificaciones de la política energética, cada una reflejo de los tiempos cambiantes, cuando el inaudito terremoto y tsunami golpearon Japón el 11 de marzo de 2011, causando la catástrofe de la central nuclear de Fukushima. A raíz de ello, la política energética de Japón debe apuntar ahora no sólo a la obtención de suministros estables, a la reducción de los costes de suministros y a conseguir rebajar las emisiones de CO2, sino también a asegurar la seguridad, que se ha convertido en un tema crucial. Especialmente, ahora todo el mundo está de acuerdo en la necesidad de que el sistema de suministro energético sea capaz de soportar catástrofes naturales.

Esos cuatro elementos clave se han convertido en las condiciones previas esenciales para la continuación de la viabilidad de Japón como país dentro de la comunidad internacional. Pero el dilema de la política energética es que no existen fuentes de energía que cumplan adecuadamente estos cuatro requisitos.

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