Estrategias energéticas tras Fukushima
Japón debería mantener su opción nuclear
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La catástrofe de la central nuclear de Fukushima Daiichi ha elevado de golpe el nivel de desconfianza en la energía nuclear entre la sociedad japonesa. Durante el tiempo que ha sido necesario para controlar la situación, han sido muchas las voces que se han alzado para que el país descarte la energía nuclear. No es de extrañar que la gravedad del accidente haya hecho a la gente reconsiderar la seguridad de este tipo de energía. Y la situación ha hecho necesario alterar la dirección de la política energética de Japón, que hasta ahora iba encaminada hacia una mayor dependencia de la energía nuclear.
Sin embargo, las autoridades no pueden modelar la política energética del futuro del país basándose solamente en la postura adoptada respecto a la energía nuclear, sino que deben preguntarse qué objetivos quiere conseguir Japón a través de su política energética y qué condiciones son necesarias para conseguir esos objetivos, sopesando cuidadosamente todos los riesgos que todo ello implique.
Para un país con pocos recursos naturales como Japón, la garantía del suministro energético es crucial para su futura viabilidad nacional. El reconocimiento de esta premisa debe siempre valorarse a la hora de determinar las políticas gubernamentales. Teniendo en cuenta esto, quisiera comenzar con un breve repaso de las políticas energéticas que Japón ha aplicado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
El suministro estable de energía es crucial para el futuro de Japón
Después de la contienda, el primer paso que implementó Japón en el camino hacia la reconstrucción fue intensificar la producción de recursos energéticos domésticos para ayudar a reparar la devastación de la economía y el deterioro del nivel de vida de su población. Para este fin, utilizando un sistema denominado Sistema de Producción Prioritaria que había adoptado, el gobierno concentró los recursos económicos del país en el desarrollo de producción de carbón y canalizó gran parte del carbón extraído hacia la producción de acero, que a su vez fue canalizado de nuevo hacia las acciones de expansión de la nueva explotación del carbón. De este modo, las industrias del carbón y el acero se convirtieron en la base para la reconstrucción de Japón. Al mismo tiempo se construyeron centrales hidroeléctricas a gran escala para mejorar el suministro de electricidad.
La situación energética cambió drásticamente con el descubrimiento de enormes reservas petrolíferas en Oriente Medio a partir de mediados de la década de los cincuenta hasta los sesenta. En aquella época, EE.UU., con el objetivo de garantizar la estabilidad de Japón dentro del orden de la Guerra Fría, adoptó la política de permitir a Japón el acceso al crudo de Oriente Medio a buen precio.
El cambio de una estructura de suministro energético centrada en el carbón producido domésticamente a otra que dependía enormemente del petróleo importado se produjo a una velocidad pasmosa. En poco más de una década, Japón pasó a depender casi un 80% del petróleo para su suministro energético. Toda la economía quedó prácticamente empapada en crudo, que se convirtió a la postre en la fuerza motriz del periodo de alto crecimiento económico del país.
Sin embargo, la situación alcanzó otro punto de inflexión cuando la primera crisis petrolífera, producida por el embargo de crudo decretado por los miembros de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OPAEP), sacudió al mundo en 1973. Esta crisis del petróleo hizo que para Japón fuese urgente garantizar de algún modo un suministro estable de petróleo y buscar alternativas para no depender tanto de él. Sin embargo, con una dependencia de cerca del 80% de este tipo de energía, el país se vio incapaz de cambiar de paradigma en un corto periodo de tiempo. Por ello, el gobierno adoptó medidas provisionales como el aumento de las reservas de barriles de crudo en el país por si se produjese cualquier interrupción del suministro, apoyó la exploración y el desarrollo petrolíferos en el extranjero llevados a cabo por corporaciones japonesas y promocionó políticas para diversificar a sus proveedores de crudo para buscarlos en zonas distintas a Oriente Medio. Además, como parte de las acciones para alejarse del crudo, el gobierno dio su apoyo a acciones y tecnologías de ahorro energético y fomentó el desarrollo y la introducción de alternativas al petróleo, como la energía nuclear, el gas natural licuado (GNL), el carbón y las nuevas fuentes de energía.
La segunda crisis del petróleo se produjo a finales de los años setenta, lo que subrayó la necesidad de buscar suministros estables de energía.
La situación energética de Japón experimentó otro importante cambio tras el Acuerdo de Plaza de 1985 sobre reajuste monetario, que provocó la rápida apreciación del yen y expuso a los exportadores a una competición global más dura. En ese momento, el gobierno adoptó el nuevo objetivo político de reducir los costes relacionados con el suministro de energía en el país.
Y más tarde, en la segunda mitad de los noventa, el panorama energético volvió a cambiar, esta vez por la necesidad de abordar el calentamiento global. En Japón, al igual que en el resto de mundo, la cuestión de cómo reducir las emisiones de CO2 (dióxido de carbono) se convirtió en un factor importante a la hora de configurar las políticas energéticas. El cambio de la comunidad internacional en esta dirección se hizo oficial con la adopción en 1997 del Protocolo de Kioto para la reducción de las emisiones de CO2, uno de los posibles motivos del calentamiento global.
Fue durante esta serie de modificaciones de la política energética, cada una reflejo de los tiempos cambiantes, cuando el inaudito terremoto y tsunami golpearon Japón el 11 de marzo de 2011, causando la catástrofe de la central nuclear de Fukushima. A raíz de ello, la política energética de Japón debe apuntar ahora no sólo a la obtención de suministros estables, a la reducción de los costes de suministros y a conseguir rebajar las emisiones de CO2, sino también a asegurar la seguridad, que se ha convertido en un tema crucial. Especialmente, ahora todo el mundo está de acuerdo en la necesidad de que el sistema de suministro energético sea capaz de soportar catástrofes naturales.
Esos cuatro elementos clave se han convertido en las condiciones previas esenciales para la continuación de la viabilidad de Japón como país dentro de la comunidad internacional. Pero el dilema de la política energética es que no existen fuentes de energía que cumplan adecuadamente estos cuatro requisitos.
La renuncia a la energía nuclear es poco práctica
Tras la catástrofe nuclear de Fukushima, Alemania e Italia decidieron dar un giro a sus políticas energéticas para alejarse de la energía nuclear; y en Japón el debate sobre la necesidad de realizar un paso similar también se ha intensificado. Pero Japón no puede debatir la cuestión nuclear de la misma manera que esos dos países. En Eurasia y América, los países están conectados a través de líneas eléctricas y gasoductos. Por ello, en la Unión Europea y América del Norte, la cuestión que deben plantearse los políticos es la posibilidad de suministrar energía de forma estable desde dentro de una región más amplia, en lugar de cada país por su cuenta.
Obviamente, Japón es un país archipiélago y no está conectado a las redes de energía de otros países. Además, su nivel de autosuficiencia energética, a partir de fuentes de energía geotérmica, hidroeléctrica, solar, eólica y otro tipo de fuentes domésticas, es un exiguo 4%. Y el 100% del uranio que utilizan las centrales nucleares japonesas es importado. Si la reutilización del combustible de plutonio en los reactores reproductores se clasifica como fuente energética “semidoméstica”, la autosuficiencia del país aumentaría hasta el 18%. No obstante, esto lo continuaría colocando en el nivel más bajo de los países desarrollados.
El aumento del nivel de autosuficiencia energética de Japón a largo plazo exigirá tanto la conservación de energía como iniciativas inequívocas para introducir y generalizar fuentes de energía renovable al máximo.
Pero eso no significa que la energía nuclear sea una opción innecesaria. Resultaría bastante difícil sustituir toda la electricidad generada por la energía nuclear, que ahora representa alrededor de un 30% del total del suministro energético de Japón, con fuentes de energía renovable, dada la inestabilidad de suministro que las caracteriza. La energía nuclear ofrece una fiabilidad extraordinaria de suministro por varios motivos como, por ejemplo, que una vez conseguido el combustible del reactor, puede utilizarse para generar electricidad durante varios años. Por ello, no se puede eliminar la opción nuclear.
Las actuales regulaciones japonesas obligan a cerrar las centrales nucleares temporalmente cada trece meses para realizar una inspección periódica. En la actualidad, los gobiernos locales están negándose a permitir la reanudación de las operaciones tras las inspecciones a causa de la desconfianza de la opinión pública hacia la energía nuclear. Si esta situación continúa, las centrales nucleares inspeccionadas quedarán inactivas indefinidamente y todas las centrales nucleares de Japón quedarán fuera de servicio en mayo de 2012.
El Instituto de Economía Energética de Japón (IEEJ) ha calculado las consecuencias potenciales que podrían ocurrir si esa situación acabase produciéndose.
Una consecuencia muy clara es que habría una gran escasez de electricidad. A corto plazo la escasez se produciría no sólo en el este de Japón, sino en todo el país. Otra cuestión es el impacto económico. Si todos los reactores se parasen, las opciones sustitutivas más inmediatas serían compensar la escasez de electricidad aumentando la generación de las centrales térmicas existentes, quemando petróleo, GNL y carbón y/o construyendo nuevas turbinas de GNL. Ante tal situación, los costes del combustible para el año fiscal 2012 (de abril de 2012 a marzo de 2013) superarían a los del año fiscal 2010 en aproximadamente 3,5 billones de yenes. Si este aumento de los costes se trasladase a los consumidores, la factura eléctrica aumentaría alrededor de 3,7 yenes por kilovatio-hora. El sector industrial sería el más afectado, ya que el IEEJ calcula que las tarifas eléctricas para fines industriales aumentarían cerca de un 36%.
La deslocalización industrial podría acelerarse
A causa de la incertidumbre sobre el suministro de electricidad, la tendencia hacia la deslocalización industrial en Japón ha aumentado. Si se imponen unos costes más altos sobre los usuarios del sevicio eléctrico, será lógico que los fabricantes se vean más presionados a trasladar sus operaciones fuera de nuestras fronteras.
Casi todos los combustibles fósiles que necesitan las centrales térmicas de Japón tendrán que proceder de la importación. Las importaciones de GNL serán las que más tendrán que aumentar. En un momento en que países en vías de desarrollo como China e India están peleando también para obtener recursos energéticos en todo el mundo, Japón deberá enfrentarse a una mayor competencia para garantizarse sus propios recursos. Y por si esto no fuera poco, debe considerarse también el impacto de los movimientos democráticos que han proliferado por todo el Norte de África y Oriente Medio, zonas productoras de grandes cantidades de petróleo y GNL. Las causas estructurales de la inestabilidad política de estas regiones seguirán activos durante mucho tiempo y resulta imposible predecir cuándo puede surgir una crisis o de qué tipo.
De momento, Arabia Saudí ha podido escapar de esta ola de cambio político gracias a sus abundantes ingresos por el petróleo, que por ahora se sitúa a un alto nivel de 100 dólares por barril. El país está canalizando los excedentes de la venta de crudo para diluir las frustraciones de su ciudadanía, proporcionando vivienda a buen precio, generando oportunidades de empleo entre los jóvenes, etc. Pero si el precio del petróleo cayese, haciendo imposible evitar la aparición de disturbios sociales, incluso Arabia Saudí podría entrar en la espiral de una conmoción revolucionaria.
La estabilización de la situación política en los países productores de petróleo de Oriente Medio resultará costosa y es muy probable que los precios del crudo continuen siendo altos. En este contexto, si el movimiento global de abandono de la energía nuclear iniciado por la catástrofe nuclear de Fukushima se extiende por todas partes, se acelerará el cambio hacia el uso del GNL. Hasta el momento del terremoto del 11 de marzo, la oferta global del mercado de GNL era excedentaria. Pero este mercado de compradores quedó transformado al instante en un mercado de vendedores tras el impacto de la catástrofe natural y el accidente nuclear en Japón, lo que ha obligado al país a consumir grandes cantidades de GNL para generar electricidad para sus necesidades más inmediatas.
Uno de los mayores proveedores de GNL es Rusia, país que después del 11 de marzo se apresuró a anunciar que estaba preparado para ayudar a Japón a garantizar sus necesidades de GNL. Todos los países proveedores de GNL obtuvieron una posición política ventajosa a raíz de la catástrofe, ya que vieron reforzada su postura global; la sólica posición de Rusia podría salir beneficiada, teniendo un efecto similar en otros temas, como se observa en la disputa territorial con Japón sobre los Territorios del Norte, el pequeño grupo de las Islas Kuriles en la costa de Hokkaido.
Por su parte, China ha ido aprovechando sus abundante capital para realizar acciones concertadas que le garanticen la obtención de recursos naturales en países de todo el mundo. Esto plantea a Japón la nueva tarea de imaginar cómo asegurarse de forma fiable, en este tendencia mundial, y a un precio razonable, el GNL que prácticamente sólo puede conseguir a través de la importación.
Las energías renovables no salvarán a Japón
Las energías renovables han estado en el centro de la atención pública desde el accidente nuclear de Fukushima, pero no son un “salvador” que pueda sustituir inmediatamente a la energía nuclear. Japón dispone de considerables recursos latentes en energía solar, eólica, geotérmica, de biomasa y otros tipos de energías naturales. No obstante, la utilización de estos recursos de una forma comercialmente viable plantea unos retos muy importantes que necesitan tiempo para resolverse: la ampliación de las operaciones para producir economía de escala y reducción de costes y la difusión de estas tecnologías.
Los recursos de energía fósil como el petróleo, el GNL y el carbón son, en cierto sentido, las existencias de la energía solar acumulada durante siglos. Por su parte, las energías renovables, con la excepción de la energía geotérmica, son el “flujo” de la energía solar. Como tal, su densidad energética es baja. Esto significa que las energías renovables son inferiores en términos económicos, lo que lleva a la pregunta técnica de cómo superar esta desventaja.
Otro inconveniente con que se enfrentan las energías renovables es que su oferta es inestable debido a la dependencia de las condiciones naturales. Además, al tratarse de energías de baja densidad, requieren una extensión más amplia de espacio para sus instalaciones.
Analicemos lo que significa esta necesidad de espacio. Por citar un ejemplo bastante conocido, en el caso de la energía solar, para crear la misma cantidad de electricidad que genera un reactor nuclear de mil megavatios en un año se requeriría un espacio equivalente al terreno que rodea a los aproximadamente 63 kilómetros cuadroados de la línea ferroviaria de Yamanote que circunda el centro de Tokio. Y varias veces más ese espacio en el caso de la energía eólica. Dicho de otro modo, para convertir recursos en potencia de energías naturales de baja intensidad en suministro eléctrico, lo cual es una forma altamente refinada de energía, sería necesario contar con una enorme distancia, grandes extensiones de terreno y una gran innovación técnica para conseguirlo.
La energía eólica también tiene sus propios problemas, como la contaminación acústica de baja frecuencia y el impacto visual sobre el paisaje, además del daño que puede causar cuando manadas de pájaros chocan contra sus turbinas. A pequeña escala, estos problemas no son tan visibles, pero si instalásemos centrales eólicas a gran escala con miles de turbinas, serían problemas imposibles de ignorar.
Por su parte, la energía geotérmica es un tema en el cual Japón goza de un potencial considerable. Como es lógico, muchos recursos geotérmicos están ubicados cerca de zonas termales. Existe una considerable oposición al desarrollo a gran escala de este tipo de recursos entre quienes dependen de las actividades económicas relacionadas con las aguas termales, porque ello puede amenazar a su subsistencia si acaban agotando el flujo de agua caliente. Pero puede ser posible superar esta resistencia local haciendo que esas personas se involucren en los proyectos energéticos de alguna manera, permitiéndoles recibir beneficios de las operaciones resultantes. Si no se encuentran métodos para obtener un medio de coexistencia con los habitantes de las zonas locales, el uso de la energía geotérmica no podrá generalizarse fácilmente.
La cuestión de la contaminación acústica de baja frecuencia provocada por la generación de la energía eólica sobre el terreno ha obligado a Japón a centrar su desarrollo tecnológico en la energía eólica a cierta distancia de la costa. En Europa, donde Dinamarca, Alemania y otros países ya han instalado turbinas en gran parte de su territorio más apto para la energía eólica, la falta de ubicaciones adicionales y la inquietud acerca del daño paisajístico han motivado un cambio a instalaciones eólicas a cierta distancia de la costa. La zona costera del Mar del Norte, en donde están ubicadas la mayoría de estas instalaciones, es relativamente poco profunda, unos cincuenta metros o tal vez menos. Esto permite instalar turbinas fijadas sobre el fondo marino. Aunque parece ser que este tipo de turbinas son un 30% más caras que las instaladas en tierra firme. En el caso de Japón tendría que depender principalmente de turbinas eólicas flotantes porque sus aguas son más profundas. También existe el problema de ofrecer compensaciones a los propietarios de los derechos de pesca costera de esas zonas.
Así pues, la generación de electricidad mediante energías renovables no es tan sencilla como disponer de los recursos necesarios y desarrollarla sin más.
Además, existe el problema del encarecimiento de los costes. Como he explicado anteriormente, la densidad de este tipo de energía es baja, lo que la hace menos viable económicamente que las fuentes de energía fósil. De un modo u otro, las subvenciones estatales se convierten en un elemento inevitable. La forma más eficaz de fomentar la inversión en energías renovables es utilizar un sistema tarifario por incentivos mediante el cual se obliga a las empresas eléctricas, durante un plazo fijo, a comprar la electricidad generada mediante energías renovables a un precio prederminado por el gobierno. En el caso de Europa, la introducción de sistemas similares a este ha dado un fuerte impulso al desarrollo a gran escala de las energías renovables.
En el caso de Japón, primero se introdujo en 2009 un sistema de recompra de los excedentes de electricidad generados por los paneles solares de los hogares y, más tarde, en agosto de 2011, fue aprobada una ley que garantiza la compra de toda electricidad generada mediante energías renovables por parte del gobierno, y estipula su pago aumentando la tarifa. Aunque puede esperarse que el nuevo sistema acelere la introducción y expansión de este tipo de energías, será necesario obtener el consenso de la opinión pública respecto a los costes que ello implica. La falta de estabilidad de la oferta es el principal problema con que se enfrentan las energías renovables. Para superar este inconveniente deben desarrollarse tecnologías de aprovechamiento de electricidad. Si no se cuenta con capacidad de almacenamiento de la energía sobrante, las energías renovables no progresarán para llegar a convertise en una forma de energía de alta calidad. En la actualidad existe una intensa competencia para el desarrollo de tecnologías de almacenamiento, pero hoy por hoy no está claro cuándo estarán disponibles o cuánto costarán.
Por lo tanto, es necesario comprender que antes de que la energía renovable pueda convertirse en una alternativa viable a las energías térmica y nuclear, deben aplicarse acciones para la resolución de problemas y generar resultados en una amplia gama de áreas.
El uso de la energía nuclear y la seguridad
Es evidente que la catástrofe nuclear de Fukushima ha tenido consecuencias no solo en Japón sino también en todo el mundo. Desde ese día es probable que se rebaje considerablemente el auge de estos últimos años por la energía nuclear, el denominado “renacimiento nuclear”.
Se trata de una tendencia desarrollada especialmente en Europa y en América del Norte que ha hecho que en estos últimos años se haya adoptado una renovada visión sobre la energía nuclear como energía importante en la batalla contra el calentamiento global. En octubre de 2010 Alemania decidió ampliar la vida operativa de sus centrales nucleares, e Italia daba pasos hacia la construcción de nuevas centrales nucleares. Pero el accidente de Fukushima lo cambió todo y puso freno a esas iniciativas. Ahora Alemania, Italia y Suiza se plantean abandonar la energía nuclear.
Por el contrario, Reino Unido, Francia, Rusia, EE.UU. y algunos otros países se han mantenido firmes en su fomento de la energía nuclear, aunque han aumentado las medidas de seguridad.
En los países en vías de desarrollo, que necesitan más electricidad para potenciar su crecimiento económico, la tendencia hacia el desarrollo de la energía nuclear tampoco ha variado prácticamente. Las economías emergentes que fomentan el desarrollo de la energía nuclear no solo son China e India, sino que, más recientemente, también han elegido esta vía los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, la República Checa, Polonia y otros países de Europa oriental. Ahora existe una mayor concienciación entre estos países sobre la necesidad de reforzar las medidas de seguridad, pero sus políticas de fomento de la energía nuclear no han sido modificadas.
El país que ha experimentado un mayor grado de desorientación con respecto a la energía nuclear ha sido evidentemente Japón, donde el “mito de la seguridad” que rodeaba a las centrales nucleares ha quedado hecho añicos. Y este es un problema real que debemos reconocer.
Si repasamos la historia de EE.UU. y Europa veremos que tras los accidentes de Three Mile Island y Chernóbil tuvieron que pasar de veinte a veinticinco años para que la opinión pública volviese a tener una visión favorable de la energía nuclear. Así pues, parece razonable suponer que Japón necesitará un periodo de tiempo similar para que las decisiones sobre la energía nuclear puedan tomarse en un ambiente desapasionado.
Las consecuencias de la reciente catástrofe nuclear se han notado a lo largo y ancho de Japón. Ahora existe una mayor preocupación por la seguridad de la tecnología nuclear y se ha perdido la confianza en en el sistema estatal de control, la seguridad nuclear y en las decraraciones de las empresas de energía nuclear de Japón, y hay quejas sobre la deficiente información proporcionada. Los fallos en el diseño del esquema administrativo han erosionado todavía más la confianza de la opinión pública. La Agencia para la Seguridad Nuclear e Industrial (o NISA, por sus siglas en inglés), que era la encargada de regular la seguridad nuclear, estaba bajo el mando del Ministerio de Economía, Comercio e Industria, que también supervisaba a la Agencia de Recursos Naturales y Energía, un órgano que promocionaba la energía nuclear. Tras el accidente, se tomó la decisión de fusionar la NISA con la Comisión de Seguridad Nuclear de la Oficina del Gabinete y situar a la organización fusionada bajo el mando del Ministerio del Medio Ambiente. No obstante, la pérdida de la confianza de la opinión pública ha sido tan grande que probablemente deberá pasar bastante tiempo y deberán llevarse a cabo bastantes acciones para recuperarla.
Si analizamos la situación actual, debemos observar la convergencia que se ha iniciado entre la oposición al armamento nuclear, que proviene de la experiencia de Hiroshima y Nagasaki, y el movimiento que aboga por el abandono de la energía nuclear para fines pacíficos. Aunque la utilización de la energía nuclear para generar electricidad no tiene nada que ver con su utilización para fabricar armamento, ambos temas han empezado a asociarse, sobre todo por que ambos despiertan suspicacias sobre la radiación. Dicho de otro modo, debemos ser conscientes de que son cada vez más las voces que reclaman la completa eliminación de la energía nuclear incluso para fines pacíficos.
La creación de un consenso nacional es crucial
Por último, quisiera volver al tema de cómo prevemos el futuro de la energía nuclear en Japón. Mi conclusión fundamental es que la renuncia a la opción de la energía nuclear desestabilizaría el suministro eléctrico, haría aumentar la factura eléctrica y perjudicaría gravemente los esfuerzos por reducir las emisiones de CO2. Por estas razones, a corto y medio plazo el gobierno no debería renunciar a la energía nuclear.
Los factores que actúan en la política energética de Japón son extremadamente diversos y multidimensionales, y eso hace imposible centrarse exclusivamente en un solo aspecto. La política energética debe garantizar por encima de todo un suministro estable, pero también debe ser económicamente viable, con bajas emisiones de CO2 y demostrar solidez en cuanto a seguridad y capacidad de resistencia ante catástrofes naturales.
Sin embargo, desde una perspectiva a largo plazo, el objetivo de suministrar energía de forma estable debe ser siempre la principal prioridad. Y ahora que la electricidad se ha convertido en una energía todavía más vital de lo que fue en el siglo XX, es muy importante pensar en la garantía de un suministro estable.
Seguramente surgirán todo tipo de argumentos sobre qué postura debe adoptarse frente a la energía nuclear, pero lo primero es dilucidar en profundidad todas las causas del accidente del Fukushima y diseñar políticas de seguridad a corto, medio y largo plazo basándose en hechos científicos. Estas políticas tendrán que convencer a la opinión pública tanto mundial como nacional, especialmente en las zonas de Japón en que existan centrales nucleares.
Debe encontrarse algo más que soluciones científicamente satisfactorias: también es necesario resolver cuestiones psicológicas relacionadas con la sensación de seguridad en la población.
El Plan Básico Energético aprobado en reunión del gabinete en junio de 2010 tenía previsto construir catorce nuevos reactores (nueve para 2020 y otros cinco para 2030) y elevar el porcentaje de operación de los reactores a nivel internacional.
Este plan se situaba en el eje central de las acciones emprendidas por Japón para abordar la cuestión del cambio climático. Concretamente, el plan preveía una reducción del 30% en las emisiones de CO2 para 2030, en comparación con los niveles de 1990, mediante el aumento de la generación de energía nuclear al 53% del total de energía generada, dando un gran impulso a las energías renovables como la hidroeléctrica a gran escala, que pasaría del 9% actual al 21%. El objetivo principal del plan era combinar un suministro estable de electricidad con una importante reducción de las emisiones de CO2. Pero la catástrofe nuclear de Fukushima ha puesto a ese plan en grave peligro.
Dentro de una década o dos es bastante improbable que Japón aumente su nivel de dependencia en la energía nuclear. No obstante, un objetivo podría ser mantener el nivel hasta una dependencia de aproximadamente el 20% en 2030, en comparación con el cerca del 30% de hoy. Creo que sería necesario llegar a un consenso entre la opinión pública para que apoyase esta proporción.
El hecho de que Japón sea un país con pocos recursos naturales ha sido un factor subyacente en su enorme crecimiento en el pasado. Es decir, para compensar esta situación fue necesario desarrollar tecnologías de conservación de la energía que permitiesen un uso más eficiente de los recursos disponibles. Tras las crisis petrolíferas de la década de los setenta, la estructura industrial del país cambió muy rápidamente. Es indudable que la eficiencia energética será un importante pilar de las acciones emprendidas para resolver los problemas relacionados con la seguridad energética y el cambio climático también en el futuro.
Pero al mismo tiempo, Japón se enfrenta a una situación en donde las barreras mundiales para garantizarse recursos son cada vez más altas. China y otros países emergentes están peleando para garantizarse recursos y ahora todo el mundo es mucho más consciente de que los recursos no son ilimitados. Y las opciones se restringen cada vez más a causa de problemas medioambientales. Todo esto significa que Japón está sujeto a un ambiente mucho más duro que antes.
El terremoto y el tsunami afectaron al país en esta comprometida coyuntura y eso complicó los problemas de la economía la cual se encuentra en un prolongado periodo de estancamiento con una reducción de la competitividad empresarial, en el ámbito global, de las bases de producción doméstica. Desde este punto de vista, la tarea de conseguir una política energética correcta es una cuestión claramente crucial para Japón. Nuestro país necesita idear una política que tenga en consideración las circunstancias actuales y no acelere el declive económico.
El debate de estos temas no será fácil todavía, después del revuelo de ansiedad y enfado provocado por la catástrofe nuclear de Fukushima. Sin embargo, por el bien del futuro del estado y de sus ciudadanos, debemos reflexionar obstinadamente sobre los pasos que dar. Ahora es el momento justo de reflexionar sobre los factores relacionados con la energía que han asegurado el desarrollo que Japón ha conseguido en la era moderna.
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