Sado, una isla inolvidable

Conociendo Sado, la isla del oro

Cultura Historia

Situada a cuatro hora de Tokio, Sado es considerada la mayor de las islas que rodean las cuatro principales del archipiélago. Si desvelamos primero la rica historia que rodea sus minas de oro, estaremos en mejores condiciones para disfrutar de otros muchos aspectos de nuestra estancia. Presentamos a continuación la relación que la actividad minera ha tenido con la particular cultura de Sado a la vez que hacemos un recorrido por sus bellos paisajes y principales puntos turísticos, sin olvidar su cocina ni sus artes tradicionales.

Japón con toda su cultura, condensado en una pequeña isla

Si observamos el mapa de Japón veremos, en el mar homónimo, una isla cuya forma recuerda vagamente a la de una S o Z. Es la isla de Sado, Sadogashima, la más extensa entre las islas menores que rodean Hokkaidō, Honshū, Shikoku y Kyūshū. Con un área de 855 kilómetros cuadrados, es 1,5 veces mayor que los 23 ku (municipios) que forman el centro de Tokio. Su población es de 57.000 habitantes.

Sado está próxima a la costa de Honshū. Si tomamos el hidroala de la compañía Sado Kisen en el puerto de Niigata, arribaremos al de Ryōtsu en cosa de una hora. Si nuestro viaje comienza en Tokio, serán dos horas en el shinkansen (tren bala) hasta la ciudad de Niigata y después nos costará unos 10 minutos más ir en taxi de la estación de ferrocarril al muelle del que parten los ferris, así que el trayecto Tokio-Sado puede cubrirse en menos de cuatro horas.

El ferry para pasajeros y vehículos de la compañía Sado Kisen, atracado en el puerto de Ryōtsu (isla de Sado). Le cuesta dos horas y media llegar a la isla, pero resulta más barato que el hidroala.

En las aguas próximas a Sado convergen dos corrientes marítimas: la de Tsushima, cálida, y la de Liman, fría. Esto hace que los veranos sean menos calurosos, y los inviernos menos fríos y nevosos que en el resto de la prefectura de Niigata. Gracias a este microclima encontramos en Sado una nutrida representación de la flora japonesa, desde nísperos y mandarinas, frutales que se dan en climas templados, hasta el akamatsu (pino rojo japonés, Pinus densiflora) y robles, especies más propias de regiones frías.

Entrado el mes de junio, los tobishimakanzō (lirios de día de la especie Hemerocallis middendorffii var.exaltata) cubren amplias extensiones en la zona de Ōnokame. (Fotografía: Sado Kankō Photo, Sado Kankō Nabi.)

Además de hacer el clima de la isla más benigno, las corrientes marinas llevan una gran variedad de peces que enriquecen la gastronomía local. En primavera y verano la corriente cálida acerca a Sado el madai (dorada o pargo, Pagrus major), el surumeika (calamar volador, Todarodes pacificus) y el atún. En otoño e invierno, la corriente fría se encarga de traer el bacalao. Durante esta última estación, llega procedente del Norte el buri de invierno o kanburi (Seriola quinqueradiata, especie cercana al pez limón). En las cercanías de Sado se obtienen a lo largo de todo el año diversos crustáceos y gastrópodos como las orejas de mar o el sazae (Turbo sazae). En la bahía de Mano y en el lago Kamo alcanza gran importancia el cultivo de la ostra.

El Sado tennenburi katsudon, un bol de arroz muy bien acompañado, es la nueva estrella de la gastronomía local. El rico contenido en grasa del buri (Seriola quinqueradiata) le da un gran sabor, que combina perfectamente con el rebozado hecho a base de harina de arroz.

Además de su gastronomía, Sado ha sabido conservar una rica vida cultural y artística, algunas de cuyas manifestaciones, como el teatro nō (Noh), son representantes de la cultura aristocrática, mientras que otras, como el tōtō o el yabusame, proceden de la cultura guerrera. A ellas que hay que sumar otras manifestaciones más populares, como las danzas hanagasa o el espectáculo ondeko (literalmente, “tambores de los ogros o demonios”). Toda esta gama se da cita en las fiestas que se celebran en los pueblos de la isla. Sado es, pues, un crisol natural, gastronómico y cultural en que se funden armoniosamente elementos llegados de todo el país. Con razón se dice de ella que es un Japón en miniatura.

El ondeko (“tambores de los ogros”) es un espectáculo que puede contemplarse durante las festividades mayores del santuario sintoísta de Kuji Hachimangū. Sado es uno de los más importantes centros de difusión del tambor japonés. Fue aquí donde nació el internacionalmente famoso grupo de tambores Kodō.

Los tres tesoros que dan personalidad a la isla

Para conocer los secretos de la isla, hablamos con Nakagawa Yūji, investigador del Departamento de Industria y Turismo del ayuntamiento de Sado. Según Nagakawa, Sado oculta tres grandes tesoros.

El primero, que para la mayoría de los japoneses viene asociado al propio nombre de la isla, son las minas de oro.

En 1601 se descubrieron las minas de oro y plata de Aikawa. Dos años después, el shōgun Tokugawa Ieyasu incluyó la isla entre los dominios directos de su bakufu (gobierno militar). Las minas de oro se constituyeron en una de las principales fuentes de financiación del bakufu y en su época de mayor esplendor la ciudad minera de Aikawa llegó a tener una población de 50.000 habitantes. Con la era Meiji (1868-1912), se introdujeron las tecnologías de extracción más avanzadas, lo que hizo de Sado una zona minera puntera en el contexto asiático y uno de los pilares de la modernización de Japón.

Estas minas, que fueron explotadas durante cerca de cuatro siglos hasta su cierre definitivo en 1989, son un gran tesoro tanto para Sado como para Japón. 

La hendidura de Dōyu-no-wareto, que fue profundizándose a lo largo de siglos de explotación, forma la estampa más conocida de las minas de oro y plata de Sado.

El segundo tesoro ha sido catalogado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) entre los Sistemas de Herencia Agrícola de Importancia Global (GIAHS, ídem). Se trata de la simbiosis obtenida por los agricultores de la isla entre sus actividades y la presencia del ibis crestado japonés (nombre oficial en inglés: Sado’s satoyama in harmony with Japanese crested ibis).

El toki o ibis crestado japonés (Nipponia nippon) entró en peligro de extinción a consecuencia de los graves efectos producidos en su alimentación por el uso de fitosanitarios. A partir 1970 la isla de Sado ha sido su único hábitat natural en Japón. En 2003 murieron los últimos ejemplares silvestres, pero su reproducción y cría en cautividad fue exitosa. Para reducir el uso de pesticidas y abonos químicos, el ayuntamiento de Sado lanzó el sistema de certificación de convivencia (coexistencia) con el ibis, que ha hecho posible una conservación medioambiental sostenible. Hoy en día, cerca de 300 ejemplares de ibis sobrevuelan los campos donde se cultiva un arroz sabroso y sano.

El Parque de los Ibis (Toki no mori kōen) es uno de los lugares turísticos donde podemos contemplar estas raras aves. (Fotografía: Sado Kankō Photo, Sado Kankō Nabi.)

Y el tercero de los tesoros que alberga la isla es su propia geografía o relieve, que ha llevado a su inclusión en la Red de Geoparques Japoneses (Japanese Geoparks Network). La isla de Sado emergió del mar debido a un diastrofismo (alteración de la corteza terrestre) que se inició hace unos 30 millones de años, y que ocasionó la emergencia de los fondos marinos. En toda la isla pueden encontrarse estratos geológicos y formaciones costeras que dan testimonio de su proceso de formación. Hallamos también rocas que contienen fósiles marinos que datan de hace 200 o 300 millones de años. Las minas de oro y plata son otra herencia de la actividad volcánica que existió antiguamente en la isla. Hoy en día, la mayor parte de Sado está ocupada por parques quasinacionales o prefecturales. Podríamos decir que en sí misma, esta isla es un gran parque temático.

Rocas de formas impensadas y otras raras formaciones jalonan la costa de Senkakuwan, uno de los muchos puntos de atracción turística de Sado.

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