Conociendo Sado, la isla del oro
Guíade Japón
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Japón con toda su cultura, condensado en una pequeña isla
Si observamos el mapa de Japón veremos, en el mar homónimo, una isla cuya forma recuerda vagamente a la de una S o Z. Es la isla de Sado, Sadogashima, la más extensa entre las islas menores que rodean Hokkaidō, Honshū, Shikoku y Kyūshū. Con un área de 855 kilómetros cuadrados, es 1,5 veces mayor que los 23 ku (municipios) que forman el centro de Tokio. Su población es de 57.000 habitantes.
Sado está próxima a la costa de Honshū. Si tomamos el hidroala de la compañía Sado Kisen en el puerto de Niigata, arribaremos al de Ryōtsu en cosa de una hora. Si nuestro viaje comienza en Tokio, serán dos horas en el shinkansen (tren bala) hasta la ciudad de Niigata y después nos costará unos 10 minutos más ir en taxi de la estación de ferrocarril al muelle del que parten los ferris, así que el trayecto Tokio-Sado puede cubrirse en menos de cuatro horas.
En las aguas próximas a Sado convergen dos corrientes marítimas: la de Tsushima, cálida, y la de Liman, fría. Esto hace que los veranos sean menos calurosos, y los inviernos menos fríos y nevosos que en el resto de la prefectura de Niigata. Gracias a este microclima encontramos en Sado una nutrida representación de la flora japonesa, desde nísperos y mandarinas, frutales que se dan en climas templados, hasta el akamatsu (pino rojo japonés, Pinus densiflora) y robles, especies más propias de regiones frías.
Además de hacer el clima de la isla más benigno, las corrientes marinas llevan una gran variedad de peces que enriquecen la gastronomía local. En primavera y verano la corriente cálida acerca a Sado el madai (dorada o pargo, Pagrus major), el surumeika (calamar volador, Todarodes pacificus) y el atún. En otoño e invierno, la corriente fría se encarga de traer el bacalao. Durante esta última estación, llega procedente del Norte el buri de invierno o kanburi (Seriola quinqueradiata, especie cercana al pez limón). En las cercanías de Sado se obtienen a lo largo de todo el año diversos crustáceos y gastrópodos como las orejas de mar o el sazae (Turbo sazae). En la bahía de Mano y en el lago Kamo alcanza gran importancia el cultivo de la ostra.
Además de su gastronomía, Sado ha sabido conservar una rica vida cultural y artística, algunas de cuyas manifestaciones, como el teatro nō (Noh), son representantes de la cultura aristocrática, mientras que otras, como el tōtō o el yabusame, proceden de la cultura guerrera. A ellas que hay que sumar otras manifestaciones más populares, como las danzas hanagasa o el espectáculo ondeko (literalmente, “tambores de los ogros o demonios”). Toda esta gama se da cita en las fiestas que se celebran en los pueblos de la isla. Sado es, pues, un crisol natural, gastronómico y cultural en que se funden armoniosamente elementos llegados de todo el país. Con razón se dice de ella que es un Japón en miniatura.
Los tres tesoros que dan personalidad a la isla
Para conocer los secretos de la isla, hablamos con Nakagawa Yūji, investigador del Departamento de Industria y Turismo del ayuntamiento de Sado. Según Nagakawa, Sado oculta tres grandes tesoros.
El primero, que para la mayoría de los japoneses viene asociado al propio nombre de la isla, son las minas de oro.
En 1601 se descubrieron las minas de oro y plata de Aikawa. Dos años después, el shōgun Tokugawa Ieyasu incluyó la isla entre los dominios directos de su bakufu (gobierno militar). Las minas de oro se constituyeron en una de las principales fuentes de financiación del bakufu y en su época de mayor esplendor la ciudad minera de Aikawa llegó a tener una población de 50.000 habitantes. Con la era Meiji (1868-1912), se introdujeron las tecnologías de extracción más avanzadas, lo que hizo de Sado una zona minera puntera en el contexto asiático y uno de los pilares de la modernización de Japón.
Estas minas, que fueron explotadas durante cerca de cuatro siglos hasta su cierre definitivo en 1989, son un gran tesoro tanto para Sado como para Japón. Actualmente, se está trabajando para solicitar la inclusión de estos sitios en la lista del patrimonio cultural de la humanidad de la UNESCO.
El segundo tesoro ha sido catalogado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) entre los Sistemas de Herencia Agrícola de Importancia Global (GIAHS, ídem). Se trata de la simbiosis obtenida por los agricultores de la isla entre sus actividades y la presencia del ibis crestado japonés (nombre oficial en inglés: Sado’s satoyama in harmony with Japanese crested ibis).
El toki o ibis crestado japonés (Nipponia nippon) entró en peligro de extinción a consecuencia de los graves efectos producidos en su alimentación por el uso de fitosanitarios. A partir 1970 la isla de Sado ha sido su único hábitat natural en Japón. En 2003 murieron los últimos ejemplares silvestres, pero su reproducción y cría en cautividad fue exitosa. Para reducir el uso de pesticidas y abonos químicos, el ayuntamiento de Sado lanzó el sistema de certificación de convivencia (coexistencia) con el ibis, que ha hecho posible una conservación medioambiental sostenible. Hoy en día, cerca de 300 ejemplares de ibis sobrevuelan los campos donde se cultiva un arroz sabroso y sano.
Y el tercero de los tesoros que alberga la isla es su propia geografía o relieve, que ha llevado a su inclusión en la Red de Geoparques Japoneses (Japanese Geoparks Network). La isla de Sado emergió del mar debido a un diastrofismo (alteración de la corteza terrestre) que se inició hace unos 30 millones de años, y que ocasionó la emergencia de los fondos marinos. En toda la isla pueden encontrarse estratos geológicos y formaciones costeras que dan testimonio de su proceso de formación. Hallamos también rocas que contienen fósiles marinos que datan de hace 200 o 300 millones de años. Las minas de oro y plata son otra herencia de la actividad volcánica que existió antiguamente en la isla. Hoy en día, la mayor parte de Sado está ocupada por parques quasinacionales o prefecturales. Podríamos decir que en sí misma, esta isla es un gran parque temático.
Conocer la minería de Sado es conocer Sado
Al hacer un recorrido turístico por Sado, es recomendable empezarlo acercándose al primero de estos tres tesoros: su minería de la plata y el oro. Lo que se conoce en Japón como minas de oro de Sado son las minas de Aikawa, donde se extraía además plata. Todavía se conservan las galerías y pozos, así como herramientas y documentos antiguos, que han sido reunidos en la exposición permanente llamada “Shiseki Sado Kinzan” (“Sitio histórico de las minas de oro de Sado”). Conocer la historia de esta actividad industrial nos permitirá apreciar mucho mejor los otros puntos turísticos de la isla.
Al descubrirse las reservas de oro y pasar Sado a ser administrada directamente desde Edo, las más variadas muestras de cultura de la capital fluyeron hacia la isla. Nabata Shō, encargado de relaciones públicas de la empresa Golden Sado, que gestiona “Shiseki Sado Kinzan”, pone como ejemplo el peinado de los artesanos que trataban el metal extraído de las minas, que seguía los dictados de la moda de la metrópoli. También los pobladores de la ciudad debían de tener un temperamento muy especial, pues eran conscientes de la importancia que tenía su tierra como sostén económico del bakufu.
Existen en la isla más de 30 escenarios donde se representan obras del teatro nō. Esto significa que un tercio de todos los escenarios de nō de Japón se encuentran aquí. Es un patrimonio vivo, como puede apreciarse en el hecho de que todavía muchos de sus habitantes sepan ejecutar sus danzas y tocar el tsuzumi (pequeño tambor en forma de diábolo). Se cree que esto se debe a que Zeami (1363-1443), considerado padre del nō, fue obligado por el bakufu a exiliarse en esta isla. Pero la difusión más importante del teatro nō por la isla de Sado fue obra de Ōkubo Nagayasu (también conocido como Ōkubo Chōan, 1545-1613), que fue enviado a la isla por Ieyasu como magistrado representante del gobierno y responsable de gestionar las minas. Ōkubo, nacido en una familia vinculada al mundo del espectáculo y gran aficionado él mismo al nō, llegó a Sado en 1603 acompañado de actores especializados en diversos papeles tradicionales (shitekata, hayashikata y kyōgenkata).
A principios del periodo Edo (1603-1868), cuando las minas de oro y plata estaban en su momento de mayor esplendor, la población experimentó un fuerte aumento. La representación del bakufu en Sado promovió la roturación de nuevos campos como medida para paliar la escasez de alimentos. El bello fruto de este esfuerzo puede contemplarse todavía en las colinas próximas al mar, cuyas laderas están ocupadas por pequeños pero bien trabajadas arrozales en terraza. Es uno de los paisajes más emblemáticos de la simbiosis agricultura-ibis reconocida como patrimonio agrícola mundial por la FAO.
Un influjo que llegó también a la pesca y a la artesanía
En 1614, el bakufu construyó el puerto de Ogi para dar salida a la producción de metales preciosos de la isla. Gracias a la colaboración de la población del vecino pueblo de Shukunegi, que se dedicaba al negocio del cabotaje, Ogi prosperó como una de las escalas en la ruta de comercio marítimo del mar del Japón. Muchos carpinteros de barco se mudaron a los alrededores, facilitando el desarrollo de nuevas empresas de cabotaje propietarias de sus propios sengokubune (cargueros de gran desplazamiento), con lo que pueblo de Shukunegi alcanzó una notable prosperidad.
La ruta marítima del mar del Japón se llamó también Ronda del Oeste, ya que se iniciaba en Sakata (prefectura de Yamagata), zona arrocera por excelencia, y continuaba hacia el Oeste, con paradas en varios puertos de dicha costa hasta llegar a Shimonoseki, donde tomaba dirección Este bordeando las costas del mar Interior de Seto en dirección a Osaka, final del trayecto. Posteriormente esta ruta se extendió hasta Hokkaidō. Al convertirse Sado en una de las escalas de la ruta, las costumbres de la isla se vieron influidas por la cultura de Kansai, con centro en Osaka, así como por la de otras muchas regiones del país, como Tōhoku (Nordeste) o Hokkaidō.
Los taraibune (pequeñas barcas cilíndricas, en forma de barreño), que son una de las atracciones turísticas de Ogi, también guardan relación con las minas de metales preciosos. Originalmente, estas embarcaciones fueron ideadas para extraer algas y moluscos en las aguas de Ogi, cuya costa es muy recortada y llena de escollos. En las minas de la isla se utilizaban muchos barriles de madera y los artesanos que los fabricaban pudieron aprovechar su pericia en este otro sector.
Entre los objetos de artesanía, cabría destacar la cerámica de Mumyōi. Mumyōi es el nombre japonés de una arcilla con alto contenido de hierro que se utilizó en la medicina china. En Japón, esta tierra puede encontrarse junto a las vetas de oro de las minas de Sado. En la fabricación de vasijas, aporta un bello tono rojizo. El ceramista Itō Sekisui, cuya familia se ha dedicado a este arte a lo largo de cinco generaciones, fue el primero en ser nombrado ningen kokuhō (“tesoro nacional viviente”) entre los que se dedican a esta variedad de cerámica (2003).
Hay también templos que alcanzaron gran esplendor gracias a las generosas donaciones que recibían de los mineros, así como cimentaciones y escaleras de piedra en las que se aplicaron las mismas técnicas de construcción que se utilizaban en las minas. Las minas no solo tuvieron grandes efectos económicos: atrajeron a la isla de Sado a muchas personas y dieron ocasión a la introducción de nuevas técnicas y elementos culturales, haciendo de esta pequeña isla un compendio de la cultura japonesa.
Coches y bicicletas de alquiler para disfrutar de la isla
Los aficionados a la historia disfrutarán también recorriendo otros muchos lugares que dan testimonio de etapas previas a la explotación de las minas de oro y plata. Sado sirvió, desde el periodo Nara (710-794) hasta el fin de la Edad Media en el siglo XVI, como lugar de exilio para nobles e intelectuales derrotados en las lides políticas. Entre los exiliados más célebres están el emperador Juntoku, que poco después de abdicar fracasó en su intento de derrotar al bakufu de Kamakura (Revuelta de Jōkyū, 1221); el monje budista Nichiren (1222-1282), fundador de la secta que lleva su nombre, quien criticó duramente al bakufu y a otras sectas budistas, y el citado Zeami, que cayó en desgracia ante Yoshinori, shōgun del periodo Ashikaga. Es posible seguir el rastro de estos personajes a través de las ruinas de la residencia del que fuera emperador, de templos y de otros edificios.
Aunque en Sado los desplazamientos se hacen normalmente en autobús, lo cierto es que hay pocos servicios a lo largo del día. Para quien desee conocer a fondo la isla pero solo disponga de un tiempo limitado, lo más recomendable es alquilar un vehículo. Por la carretera que bordea la costa podemos circunvalar la isla, una entretenida experiencia que nos permitirá contemplar desde las fantasmagóricas rocas de la costa hasta las aldeas perdidas entre los montes. La carretera que une Aikawa y Kanai, una ruta escénica de 30 kilómetros llamada Ōsado Skyline, es también muy popular. Su punto más alto se sitúa por encima de los 900 metros, altitud desde la cual puede otearse toda la isla. Dos momentos del año especialmente bellos son el inicio del verano, cuando el verde es más intenso, y el otoño, cuando los bosques se tiñen de tonos ocres y rojizos. Pero Sado tiene su encanto en todas las estaciones.
Para quien tenga tiempo y buenas piernas, otra opción es alquilar una bicicleta. Sado es un verdadero santuario de la bicicleta que organiza grandes eventos ciclistas y un triatlón. Aquí, uno puede pedalear a su ritmo contemplando los paisajes costeros, disfrutando en cada pueblo de su gastronomía y reservando las noches para probar los licores locales y darse un baño en unas fuentes termales. Esta forma relajada de viajar encontrará un buen aliado en el clima templado de la isla.
Reportaje y texto: Aoki Yasuhiro.
Fotografías: Miwa Noriaki.