Islas remotas que merece la pena visitar

Islas remotas: 2. Teshima, pequeña pero rebosante de historia

Cultura

Teshima es una de las islas que tachonan la zona Este del mar interior de Seto. Su población es de apenas una treintena de habitantes, pero los misterios que encierra son muchos e insondables. Aunque aparece muy rara vez en el mapa turístico japonés, quien la visite encontrará estatuas budistas de la era Heian, torres, sarcófagos de la Edad Antigua, minas abandonadas de tungsteno, oro, plata y cobre, grandes campos de girasoles y muchas otras cosas dignas de verse.

Cuando se habla de Teshima, en Japón muchos piensan en una isla de la prefectura de Kagawa que se hizo tristemente famosa por los vertidos ilegales de residuos industriales. Pero en esa misma prefectura hay una segunda isla de Teshima (su nombre se escribe con otros caracteres) que forma parte del archipiélago de Shiwaku y, administrativamente, de la ciudad de Marugame.

En el periodo Edo (1603-1867), el pueblo japonés vivía bajo el dominio de un señor feudal o sometido directamente al poder del bakufu (gobierno militar de los shogunes). En este esquema social, los ninmyō (socios, personas con participación en un negocio) de las islas Shiwaku constituían una rara excepción, pues a cambio de construir los barcos que el gobierno utilizaba para comerciar, y de aportar también las tripulaciones para esos barcos, consiguieron una suerte de autogobierno. Y Teshima fue, en tiempos, isla de ninmyō.

Un poblado formado por magníficas casas

Al desembarcar en Teshima, los vecinos de la isla que llegaban conmigo en el barco desaparecieron en un instante. El cementerio que se ve al fondo, a mano izquierda, aloja las llamadas umebaka (literalmente, “tumbas de enterrar”), que en el peculiar sistema de doble tumba o ryōbosei, forman pareja con las mairibaka (“tumbas de visitar”). Estas últimas se encuentran en el templo budista situado en lo alto del poblado. Caminando dos o tres minutos desde el puerto en dirección Oeste, puede verse un grupo de magníficas casas. Son impresionantes edificios con muros piedra, o de tierra amasada, paredes enlucidas, bellos tejados y todo tipo de elementos arquitectónicos. Hay de ellos 130, que parecen capaces de alojar a algunos cientos de personas, pero en sus alrededores no es fácil cruzarse con alguien. La población de esta isla, que en 1955 ascendía a 685 habitantes, ahora apenas llega a la treintena.

El poblado de Teshima está lleno de soberbias casas.

De este pueblo salieron muchos de los célebres Shiwaku daiku (carpinteros de las islas Shiwaku), con cuyas remesas de dinero se construyeron estos grandes edificios. Pero no solo dio artesanos esta tierra: fue también fértil en hombres de mar, pertenecientes a la saga de los legendarios Shiwaku suigun. La gente que se quedaba en la isla se dedicaba a los trabajos del campo o del bosque.

Hubo una época en que el cultivo del tabaco experimentó un gran auge y trajo buenos ingresos a los isleños. Asimismo, hasta 1965-74, se exportaba a Europa un tipo de chile utilizado en encurtidos. Se trata del Kagawa hontaka, una especie local que, según se dice, recibieron de Toyotomi Hideyoshi aquellos famosos Shiwaku suigun que lo acompañaron en su expedición militar a la península coreana. Hace unos 10 años, un puñado de isleños se propuso recuperar el cultivo de esta especie, pero hoy en día solo uno de ellos persevera.

Estatuas que harían las delicias de cualquier aficionado a la historia

En esta isla que, según se ha trasmitido, sirvió de refugio a algunos de los samuráis que se dispersaron por el país tras la derrota del clan de Taira frente al de Minamoto, la historia está a flor de piel. En el templo de Kinrinji, desde el que se domina toda la aldea, quien curse previamente una solicitud podrá contemplar tres estatuas budistas de la era Heian (794-1185): la que representa al Buda de la medicina (japonés: Yakushi nyorai; sánscrito: Bhaisajyaguru) sedente, y la pareja formada por los guardianes budistas Tamonten y Jikokuten. Especialmente este último, con su dos shigami (rostros estilizados de shishi o “leones” mitológicos), se considera una rareza. Las representaciones del Jikokuten muestran en general expresiones iracundas, pero el del templo Kinrinji de la isla de Teshima tiene un gesto más apacible. Las otras dos figuras de este templo exhalan también paz y tranquilidad.

Figuras conservadas en el templo de Kinrinji. De izquierda a derecha, Tamonten, Yakushi nyorai y Jikokuten.

En otro templo cercano al primero, el de An´yōji, se veneran una figura del buda Amida (sánscrito: Amitabha), del periodo Heian, y una pintura sobre seda del bodhisattva de la misericordia Kannon representado con “mil manos”, del periodo Muromachi (1336-1573). Además, en el exterior hay una torre budista del periodo Kamakura (1185-1333) que puede ser observada muy de cerca.

Pasando del budismo al sintoísmo, el santuario que aloja la deidad tutelar (ujigami) del poblado es el Hachiman Jinja, que, según una inscripción del propio templo, fue reconstruido en 1609. Del techo de este santuario cuelga una reproducción en madera de la hélice de un avión, donada por una persona que se dedicó a la fabricación de aeronaves antes de la guerra.

La hélice que cuelga del techo del santuario sintoísta de Hachiman Jinja.

Otro lugar de interés histórico es el seisatsuba, nombre que recibían los lugares donde se colocaban tablones o letreros que transmitían prohibiciones, a menudo protegidos por una caseta o tejadillo. De los 24 seisatsuba que se contabilizaron en las islas Shiwaku, ya solo quedan tres, uno de ellos en Teshima. Este lleva una pequeña cubierta de tejas, de 1,80 x 0,90 metros. A más de un paseante le habrá pasado desapercibido.

Curiosos topónimos y antiguos restos de todo tipo

Otro aspecto muy interesante de esta isla es la gran cantidad de topónimos extraños, que excitan nuestra imaginación. Pensemos, por ejemplo, en Maiso-no-hama (“playa del enterramiento”), Shijōmonbana (“cabo del portal del castillo de la muerte), Oni-no-usuiwa (“roca-mortero del ogro o demonio”), Chinchinyama (“montaña del pito”), Yareyarematsu (“pino del ¡válgame Dios!”), Jōbutsu (“alcanzar el nirvana” o, por extensión, “morir”), Tenjikuten (“cielo de la India”), Orabiya (“valle de los chillidos”), Mujin´ido (“pozo infinito”), Mayoiiwa (“roca de la vacilación”), Kappa-no-koshikake-ishi (“piedra-asiento del Kappa”, siendo el Kappa un ser mitológico relacionado con los ríos)…, topónimos que parecen extraídos de antiguos cuentos populares, escritos con signos que en muchos casos tienen resonancias un tanto terroríficas o misteriosas.

Son también muy abundantes los restos de actividades mineras (extracción de tungsteno, plata, oro, cobre) y la isla ofrece además otras interesantes ruinas, como las del noroshidai (plataforma desde la que se hacían las señales de humo), los enterramientos de la Era Antigua, o las antiguas canteras de piedra. Es asombroso que una isla tan minúscula contenga tan impresionante repertorio de lugares de interés.

Estas cuevas son en realidad túneles de extracción de tungsteno.

Recorriendo en compañía de algunos isleños la línea costera del norte de la isla, avanzamos hacia el norte por la bella playa de Nishiura. Tras echar un vistazo a las antiguas minas de tungsteno, rodeamos el cabo de Shijōmonbana (“cabo del portal del castillo de la muerte) hasta contemplar la suave extensión de la playa de Maisō-no-hama. Subiendo el promontorio que se alza al otro lado de la playa, se llega a un enterramiento de la Edad Antigua, con sus sarcófagos de piedra a la vista. Y aclarada ya la razón de que la playa colindante se llamase Maisō-ho-hama (“playa del enterramiento”), sentí cómo se me desbocaba la fantasía, tan bien provista de imágenes por la toponimia.

Sarcófago de la Era Antigua.

Maisō-no-hama (“playa del enterramiento”).

Un encuentro fortuito que termina en festín

El verano pasado fui a ver los campos de girasoles de Teshima. Algunos ocupan ambos costados del camino que va del puerto al poblado. Hace ya más de 20 años, un grupo de voluntarios de la isla se propuso dar un toque de color al paisaje, para alegrar el regreso a la isla, al comenzar las vacaciones de verano, de los niños que estudiaban fuera. Para ello, acondicionaron los viejos campos de tabaco, que ya no se cultivaban, y plantaron girasoles.

Campos de girasoles en el poblado.

Después de almorzar, visité otra zona de campos de girasoles situada en la costa Oeste de la isla. Un grupo de turistas con el que compartía alojamiento estaba allí, bañándose. Cuando regresaba de la playa, después de haber dormitado un rato a la sombra, me crucé con dos hombres con traje de neopreno. Me dijeron que iban al mar, a recoger kamenote (Capitulum mitella, especie de percebe japonés). Tras una breve charla y viendo que yo estaba solo, amablemente me invitaron a echar un trago con ellos por la noche.

Acudí pasadas las 6.30 de la tarde. Encontré a seis personas en pleno banquete, alrededor de la barbacoa. En torno a ellos, todo eran humo y apetitosos olores. Entre los asistentes descubrí a los isleños con los que había charlado antes y pude integrarme en el grupo enseguida. Sobre la parrilla se asaban porciones del afamado pollo de Marugame junto a una variedad de berenjena que alcanza el medio metro de longitud y unas hermosas ostras iwagaki, tan grandes como la palma de la mano de un adulto.

Las ostras procedían, según me dijeron, de aguas profundas próximas a la isla. Los pobladores de las costas del mar interior de Seto no suelen degustar este manjar, pero los aficionados saben muy bien que allá donde haya alguna roca, pueden encontrarse. Servidas muy calientes, con todo su jugo, traen intensos aromas marinos y una rica gama de sabores que van de lo salado a lo dulce, pasando por el umami: es difícil traducir en palabras un sabor así. Eran tan grandes que para comerlas tuve que partirlas en varios pedazos, que aún así resultaron del tamaño de una ostra corriente.

Al cabo del rato pusieron sobre la parrilla un gran bloque de grasa con alguna veta de magro. Era carne de jabalí que, según me enteré, había sido seccionada por un experto en desangrar la pieza. Parece ser que la grasa de este animal es en sí misma un manjar. Una vez en su punto, me sirvieron una fina loncha que no les dio mucho trabajo a mis dientes, pues se me disolvió entre la lengua y el paladar, dejando como único recuerdo de su paso un intenso umami. La carne asada, cuando es de primera categoría, tiene un dejo ligero aunque contenga mucha grasa. Este inesperado convite fue todo un ágape.

Datos

Accesos: Desde el puerto de Marugame se puede llegar en 55 minutos a bordo de un barco de pasajeros. Hay además dos ferrys que invierten en el trayecto una hora y 20 minutos, y una hora y 45 minutos. Tres servicios diarios.

Área de la isla: 3,41 km2.
Población: 27 habitantes.

 

Centro de Educación en la Naturaleza (Shizen Kyōiku Sentā)

Una de las aulas del Centro de Educación en la Naturaleza (Shizen Kyōiku Sentā) de Teshima.

En 1989, el edificio de la escuela de la isla, que había cerrado sus puertas, cobró nueva vida como dormitorio dotado de cocina para hacer cursillos. Es posible alojarse por una módica tarifa de 1.000 yenes por persona. Las habitaciones son aulas reformadas, con suelo de tatami. La presencia de la pizarra y otros detalles nos recuerdan dónde estamos. En principio, son 30 las plazas disponibles, pero cuando es uno solo el grupo ocupante, puede hacerse sitio a algunas personas más. Durante las vacaciones de verano, el lugar suele estar bastante concurrido los fines de semana. Si se solicita con antelación, los responsables dejan preparado todo lo necesario para hacer una barbacoa y una hoguera. Además de en este centro, es posible alojarse en las antiguas viviendas del personal docente, que también han sido reformadas. Resultan perfectas para grupos más pequeños. Acampar en el área es gratuito. Para más información, diríjanse a la organización sin ánimo de lucro Ishinosato (tel.: 0877292332), o al Hiroshima Shimin Sentā (tel.: 0877292030).

Fotografías y texto: Saitō Jun
Fotografía del encabezado: habitantes de la isla disfrutan de una barbacoa.

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