Grandes figuras de la historia de Japón
Saigō Takamori: el último samurái que luchó por la Restauración Meiji
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Se lo considera uno de los tres héroes nacionales que abrieron paso a la era Meiji (1868-1912) derrocando el bakufu (shogunato). Saigō Takamori (1828-1877) se suicidó después de la Restauración Meiji, tras haber protagonizado en su tierra natal de Kagoshima la Rebelión de Satsuma y ser por ello calificado de rebelde o traidor. Pero en 1889 consiguió que se le restituyera su buen nombre mediante un indulto a título póstumo. Este año la Restauración Meiji cumple 150 años.
Un suicidio frustrado en el mar de Kagoshima
La primera entrevista entre Saigō y Nariakira, el señor feudal de su tierra, de la undécima generación de la casa de Shimazu, tuvo lugar en 1854, cuando el primero tenía 26 años. Saigo era un funcionario de bajo rango que se encargaba de verificar el grado de avance de obras de construcción como caminos y puentes, o la marcha de la cosecha del arroz, y aquel año acompañó a Nariakira, entonces de 45 años, en uno de sus periódicos viajes a Edo (antiguo Tokio). En aquella ocasión, Saigō pasó a ocupar el puesto de niwakata (equivalente al oniwaban del bakufu), nominalmente un “maestro jardinero” pero de hecho un informante y agente en misiones secretas. Saigō había elaborado y enviado a la administración del feudo varios informes con sugerencias sobre política agraria y estos llamaron la atención de Nariakira. Mantuvo contactos con pensadores de primer orden, cuyas ideas supusieron para él un fuerte estímulo. Entre ellos estuvieron Fujita Tōko, hombre de confianza de Tokugawa Nariaki, señor de Mito, que propugnó la doctrina del sonnō-jōi (honrar al Emperador y expulsar a los extranjeros), o Hashimoto Sanai, mano derecha de Matsudaira Yoshinaga, señor de Fukui, que defendió la apertura del país.
En muy poco tiempo, mientras creaba en torno al feudo de Mito una red de samuráis que incluía a personas de otros señoríos, Saigō, una persona franca y muy emotiva, se ganó la confianza de Nariakira y logró colocarse en una posición privilegiada para hacerle llegar sus propuestas. Sin embargo, Nariakira murió repentinamente en 1858, un año después de que lo hiciera el que fuera uno de sus principales valedores al ser nombrado titular del feudo de Satsuma, el rōjū (consejero senior) del Gobierno de Edo Abe Masahiro, con quien mantenía una estrecha amistad. La muerte de Nariakira dejó el futuro del feudo de Satsuma en manos de su hermano menor, Hisamitsu. Esto dio ocasión a que Ii Naosuke, otro consejero senior líder del ala conservadora, que manejaba el Gobierno de Edo, ejerciera una dura represión sobre los reformistas.
Perdido todo respaldo, la situación de Saigō dio un giro de 180 grados. Estos sucesos lo afectaron de tal forma que incluso llegó a pensar en seguir a su señor a la tumba, pero fue disuadido de hacerlo por Gesshō, superior del monasterio de Jōjuin (templo de Kiyomizudera, en Kioto) y defensor del sonnō-joi, con quien huyó a Kagoshima. Allí la desesperación hizo presa en ellos y decidieron poner fin a sus vidas lanzándose a las aguas de la bahía de Kinkō. Solo Gesshō vio cumplido su propósito. A Saigō, la muerte se le resistió de forma milagrosa.
Keiten aijin, una máxima que condensa una filosofía de vida
Pero la vida depararía a Saigō nuevos reveses, comenzando por dos periodos de destierro en islas meridionales, Amami Ōshima y Okinoerabu, separados por un corto intervalo. Su exilio duró en total cerca de cinco años. En Amami Ōshima disfrutó de un cierto grado de libertad e incluso pudo casarse con una isleña, pero en Okinoerabu recibió el tratamiento de un criminal, pues encolerizó a Hisamitsu rompiendo una promesa y fue encerrado en una celda. Pero estos dos periodos de destierro ofrecieron a Saigō sobrado tiempo para reflexionar sobre lo que hasta entonces había sido su vida e hicieron de él un hombre más reflexivo e íntegro.
Para mucha gente morir es algo aterrador. “Para mí, Saigō fue una de esas personas que logran reducir al mínimo ese miedo que nos causa la muerte”, afirma el profesor visitante especial de la Universidad de Economía de Osaka Iechika Yoshiki, autor de la biografía Saigō Takamori: Hito wo aite ni sezu, ten wo aite ni seyo. “Durante su vida”, analiza Iechika, “Saigō vio morir a muchas de las personas que respetaba y amaba. Además de a sus padres, perdió a su maestro Akayama Yukie, a [Fujita] Tōko, a Torajumaru (quinto hijo de Nariakira), al propio Nariakira y a Gesshō. Para él, la muerte no era eso que tanto tememos nosotros, pues la enfocaba, en cierto sentido, como algo que le permitiría reunirse de nuevo con todas esas personas a las que respetaba y quería”.
“El cielo me ha dispensado de morir porque tengo una misión que todavía no he cumplido. Cuando cumpla mi misión, el cielo se llevará mi vida de la forma más natural. Mientras el cielo me mantenga vivo, todavía tendré una misión que cumplir”. Así interpreta Iechika el razonamiento de Saigō. Y este pensamiento derivaría más tarde en su “Keiten aijin” (“Respeto al cielo, amor al prójimo”), una sentencia que perfila con claridad toda la filosofía vital de Saigō: dejar de debatir los asuntos vitales a un nivel humano y confiar nuestra suerte a la voluntad celestial.
Consigue las llaves del castillo de Edo sin derramamiento de sangre
Reconciliado con Hisamitsu, en marzo de 1864 Saigō regresó a Kioto, a la sazón centro de la actividad política del país, como comandante de las tropas del señorío de Satsuma. Tenía 36 años. 1864 fue el año en que las tropas enviadas a la capital por el señorío de Chōshū fueron repelidas y expulsadas, lo que se llamó Incidente del Portal de Hamaguri. Apenas cuatro meses después, en octubre, Saigō ocupaba ya el cargo de sobayaku (consejero adjunto), segunda dignidad más alta entre los funcionarios de Satsuma después del karō (senescal), lo que da una idea de la rapidez de su ascenso. El referido incidente fue el primer hecho de armas en el que intervino Saigō, que estuvo al mando de un contingente. Durante la expedición militar organizada por el Gobierno contra el señorío de Chōshū, Saigō fungió como comandante en jefe de un ejército que derrocaría al bakufu de los Tokugawa, protagonizando así el episodio histórico conocido como Restauración Meiji.
Saigō trató de reforzar los vínculos con el represaliado señorío de Chōshū y fue quien comandó las tropas gubernamentales en la Guerra de Boshin (1868-1869), iniciada con la célebre batalla de Toba Fushimi.
En marzo de 1868 su ejército llegó al castillo de Edo, donde el acorralado bakufu concentraba sus tropas. Saigō dejó fuera al grueso de las suyas, entrando en el castillo acompañado por un puñado de hombres. Allí se presentó ante un gran número de oficiales y soldados leales al bakufu, en una situación que no ofrecía ninguna garantía para su vida. Con la previsión que le caracterizaba, Saigō lo tenía todo preparado para, si se daba el caso, emprender una acción militar a toda escala, y no hubiera dudado en prender fuego también a la ciudad de Edo. Finalmente, sin embargo, se las arregló para evitar el derramamiento de sangre, pues el bakufu se avino a entregar las llaves del castillo en un acuerdo en el que tuvo un importante papel su representante, Katsu Kaishū. Con la rendición de Edo, el ejército del nuevo Gobierno de Japón redondeó su victoria sobre las fuerzas del bakufu.
”Ninguno de los otros dos héroes nacionales de la Restauración Meiji”, señala Iechika, “Ōkubo Toshimichi y Kido Takayoshi, habría sabido resolver la situación de la forma en que lo hizo Saigō. Si no hubiera estado ahí, no habría sido posible coronar la Restauración Meiji. La presencia de una persona como Saigō es lo que nos hace ver con buenos ojos este episodio de la historia. La restauración fue una cruenta lucha por el poder. Sin Saigō, no se habría transmitido a la posteridad la imagen positiva que nos ha quedado. Como político, Saigō podrá desmerecer frente a Ōkubo, pero mirándolos desde una perspectiva más amplia, en Saigō sentimos más sentimiento, más corazón”, asegura el historiador.
El último samurái, una película que refleja la figura de Saigō
Cuando se estableció el nuevo Gobierno Meiji, Saigō ostentó el cargo de sangi (equivalente a un ministro del Gabinete) en 1871 y el de general del Ejército de Tierra en mayo de 1873. Sin embargo, al no prosperar su idea de dirigir una expedición militar contra Corea para forzar su apertura, en octubre presentó al Gobierno su renuncia y dejándolo todo se retiró a su terruño, donde se dedicó a la agricultura, amenizando con la caza sus ratos libres. Sin embargo, incitado y aupado por sus paisanos, terminó alzándose en líder de una insurrección militar y protagonizando la Rebelión de Satsuma en 1877. Los sublevados libraron batallas en diversos lugares de la isla de Kyūshū pero al final fueron derrotados y Saigō se suicidó en el monte Shiroyama de Kagoshima a la edad de 49 años.
En la película norteamericana El último samurái, dirigida por Edward Zwick y estrenada en 2003, Watanabe Ken da vida al líder de los samuráis descontentos Katsumoto Moritsugu, trasunto de Saigō. Nathan Algren (Tom Cruise), capitán del ejército y héroe de la Guerra de Secesión estadounidense que ha llegado a Japón para enseñar al recién formado ejército nacional las técnicas de guerra occidentales, se encuentra con Katsumoto. Este ha asistido, en su país, al desmoronamiento del bushidō o espíritu samurái. Algren, que ha vivido con dolor el desmoronamiento de otro código similar, el de la caballería, ve reflejados en el japonés sus mismos sentimientos. La pérdida de un mismo espíritu crea una doliente solidaridad entre ambos.
En 1876 el nuevo Gobierno Meiji decretó la prohibición de portar armas blancas, asestando así un duro golpe al “alma guerrera” de los samuráis, pero los rasgos espirituales como la lealtad al señor, el respeto al orden y la cortesía, así como el sentido de la justicia, permanecen vivos. El educador Nitobe Inazō, en su libro Bushidō, dice: “Aunque nunca bien definido, el bushidō fue y continúa siendo el espíritu que anima nuestro país y su fuerza motriz”, y todavía hoy en día calificamos de samurái a alguien con espíritu de superación y leal a sus principios.
Los samuráis liderados por Katsumoto, armados únicamente con katana (espada japonesa), arco y flechas, se inmolan arrojándose sobre el ejército gubernamental llegado para sofocar la rebelión y bien pertrechado de ametralladoras Gatling y otras armas modernas. El código del samurái o bushidō dicta que el guerrero debe matar mirando a su adversario a los ojos, pero el armamento moderno, que derriba al enemigo a distancia, acabó derribando también el propio bushidō. Este fue orgánicamente destruido, pero anímicamente sobrevivió. El último samurái se hace eco de esa espiritualidad del bushidō y todos los japoneses habrán visto en su protagonista un reflejo de aquel Saigō que murió como “el último samurái” en la Rebelión de Satsuma.
Reportaje y texto: Nagasawa Takaaki.
Fotografías: Kusano Seiichirō