La tradición de las fuentes termales en Japón

La cultura de las aguas termales en Japón

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El pueblo japonés adora las aguas termales (onsen) desde tiempos remotos por sus propiedades curativas, que se aplican tanto al cuerpo como al espíritu. A continuación, presentamos los beneficios de las aguas termales en lo relativo a la belleza y el antienvejecimiento, al tiempo que abordamos la relación de los japoneses con las termas.

Japón destaca entre el resto de países del mundo por sus aguas termales. En el archipiélago nipón hay más de 27.000 de estas fuentes, y la cantidad de agua que sale de ellas por minuto asciende a unos 2.600.000 litros; un 47 % de las aguas tiene una temperatura superior a los 42º. Aunque en el país existen 3.085 lugares de aguas termales que albergan establecimientos hoteleros, en muchos casos se distribuyen a lo largo de zonas volcánicas, de ahí que nunca falten fuentes de calor para las aguas. Además, Japón cuenta con una gran cantidad de recursos hídricos procedentes de las precipitaciones que caen durante la temporada de lluvias y el paso de tifones, así como de las nevadas, lo que garantiza la abundancia de agua para las termas. Esto explica que desde tiempos antiguos, el pueblo japonés haya desarrollado una cultura particular de tratamientos termales, baños y caldas.

¿Por qué se bañan en aguas termales los japoneses?

En las crónicas Izumo no kuni fudoki (Topografía de la provincia de Izumo), cuyo origen se remontaría al año 733, se menciona Tamatsukuri Onsen, una zona de aguas termales situada en la actual prefectura de Shimane:

"En esta aldea, manan aguas termales a la orilla del río. En el lugar donde brotan, coinciden hermosos paisajes del mar y la tierra. Hombres y mujeres, y ancianos y jóvenes van y vienen por la calle o caminan por la playa; se produce el mismo alboroto que en un mercado donde la gente se reúne a diario, y todos disfrutan bañándose juntos y comiendo y bebiendo. Además, en estas aguas, si uno se baña una vez, su aspecto embellece; si se lava varias veces, sanará todo tipo de enfermedades. Desde tiempos antiguos, estos efectos se producen sin excepción alguna. Los hombres dicen que estas son aguas de los dioses."

Textos como este nos permiten aprender sobre el concepto de las aguas termales que tenían los japoneses en la antigüedad y responder a la pregunta de por qué el pueblo nipón adora este tipo de fuentes. Si uno se baña una vez, embellece su aspecto; si lo hace dos, curará sus enfermedades. Estas palabras de hace casi 1.300 años expresan la esencia de las caldas. Provienen de una época en la que no existían ni los cosméticos ni los medicamentos, así que quien las escribió no podía estar exagerando.

Esta piscina de aguas termales, llamada Ryūgū no yu (Termas del palacio del dios del mar), se encuentra en el hotel Chōrakuen, uno de los alojamientos con caldas que representan el Tamatsukuri Onsen de la actualidad (imagen cortesía del hotel Chōrakuen).

En Japón, se considera desde tiempos antiguos que bañarse es una forma de limpiar tanto el cuerpo como el espíritu. En la religión autóctona, el sintoísmo, se realizan abluciones (misogi en japonés). En la Corte Imperial, cuando se celebraban ceremonias importantes, era costumbre que los nobles se levantaran temprano y purificaran el físico y la mente antes de salir; en las clases populares, esa práctica se extendió en forma de baños. Los japoneses consideran que cuando uno se asea quitándose el sudor con el agua de una tina, consigue, al mismo tiempo, que la pulcritud llegue al alma.  

A mediados del siglo VIII, llegaron desde el continente asiático numerosas escrituras sagradas budistas, entre las que se incluía el sutra Unjitsugyō, según el cual se podía alcanzar la virtud al bañarse. Originalmente, las abluciones propias del sintoísmo se realizaban en aguas frías como las del mar, el río o una cascada. Sin embargo, en comparación con esto, el agua hervida o las termas producían una sensación mucho mejor también en términos físicos. Resulta fácil imaginar que este sutra fuera acogido sin condiciones: predicaba que uno alcanzaba la virtud si se bañaba, y que si se eliminaban 7 enfermedades, se conseguía el mismo número de buenas fortunas.

Podría decirse que de la fusión de las abluciones sintoístas y las enseñanzas budistas del sutra Unjitsugyō surgió un pueblo amante de los baños, las aguas termales y la limpieza. Personalmente, considero que así fue como nació la cultura japonesa de las aguas termales, esto es, una cultura basada en la acción de sumergirse en el agua para limpiar hasta las impurezas del alma, en contraposición a la cultura occidental de eliminar con agua a chorros solamente la suciedad corporal al ducharse.   

El origen de los tratamientos termales

La expresión "Isshūkan hitomeguri", que en español podría traducirse como "Una semana, un circuito", se emplea al hablar de los tratamientos termales, cuyo objetivo es curar enfermedades o mejorar la salud bañándose en este tipo de aguas. El período de tiempo básico de estas terapias se estableció hace unos 400 o 500 años, antes del período Edo (1603-1868).

Las aguas termales tienen un efecto fundamentalmente estimulante. Sus múltiples componentes penetran en el cuerpo y activan la secreción hormonal. Al comenzar un tratamiento termal, primero predomina el sistema nervioso simpático y sube la presión sanguínea; también las pulsaciones y la cantidad de azúcar en sangre. Posteriormente, para corregir este estado, predomina el sistema nervioso parasimpático y baja la presión sanguínea; lo mismo ocurre con las pulsaciones y la cantidad de azúcar en sangre. De este modo, la prevalencia de ambos sistemas se va manifestando alternativamente y, poco después, el cuerpo llega a un estado equilibrado de relajación y se recupera.

Si uno pasa una semana en un balneario, este será más o menos el resultado que consiga. En la antigüedad, esto no se sabía gracias a la ciencia, sino a la experiencia personal y la tradición oral. En 1604 (año 9 del período Keichō), justo después de que comenzara el shogunato de Tokugawa, el sogún Tokugawa Ieyasu se sometió a un tratamiento termal de una semana de duración en unas caldas de Atami, en la prefectura de Shizuoka. Esto, por supuesto, se hizo en consonancia con las costumbres de la época.

El doctor Gotō Konzan, pionero de la medicina con aguas termales

Los médicos comenzaron a emplear seriamente las aguas termales en sus tratamientos en el período Edo. El artífice de ello fue el doctor Gotō Konzan (1659-1733), toda una autoridad en medicina tradicional que llegó a tener 200 discípulos. En aquella época, Gotō sentía que la medicina china, carente de validez, atravesaba una crisis, y exigía que se realizaran pruebas para comprobar si los medicamentos eran realmente eficaces; fue un pionero de la medicina empírica y un abanderado de reformar la ciencia médica en Japón.

Este doctor presentó la teoría ikkiryūtairon, según la cual el ser humano enferma porque su espíritu, el sistema nervioso autónomo en la medicina moderna, se congestiona. Gotō consideraba que las enfermedades podían curarse si se descongestionaba el espíritu; por ello, recomendaba mejorarlo bañándose en aguas termales de una temperatura relativamente alta. Se trata, pues, de una forma de estimular el sistema nervioso simpático. Para animarse y aumentar el entusiasmo es aconsejable ir a unas caldas de alta temperatura.

Además, calificó las aguas termales de Kinosaki Onsen, un remoto enclave en la prefectura de Hyōgo, como las mejores de todo el país, en lugar de las de Arima (también en Hyōgo), que por aquel entonces gozaban de fama; el motivo de su elección fue la alta temperatura de las primeras. Incluso a día de hoy, no resulta precisamente fácil llegar a Kinosaki, que se encuentra en la región de San'in, pero la popularidad de este lugar aumentó desde que el afamado doctor lo elogió, y sigue siendo uno de los lugares que albergan termas más representativos de Japón.

Esta piscina de aguas termales, llamada Kichi no yu (Aguas de la buena suerte), se encuentra en el hotel Nishimuraya Honkan, uno de los alojamientos con caldas que representan el Kinosaki Onsen de la actualidad (imagen cortesía del hotel Nishimuraya Honkan).

Las aguas termales previenen el envejecimiento y las enfermedades

En los últimos años, el público general se interesa por los alimentos con capacidad antioxidante como las frutas, las verduras y las setas, que eliminan las especies reactivas del oxígeno (radicales libres). Estos componentes son responsables del envejecimiento y del cáncer, y causantes de enfermedades derivadas del estilo de vida: la hipertensión, la arteriosclerosis, los infartos de miocardio, los infartos cerebrales, la diabetes y la obesidad, entre otras. Se estima que en el 90 % de los casos la causa del envejecimiento y las enfermedades son las especies reactivas del oxígeno, cuyo origen se encuentra en los rayos ultravioleta potentes, la radiación, los pesticidas, los gases de escape, los aditivos en los alimentos, el tabaco, los medicamentos, los altos niveles de estrés, etc. Las especies reactivas del oxígeno oxidan las sustancias.
 
La oxidación explica por qué aparece herrumbre en los metales y por qué el pescado se pudre. El cuerpo humano está compuesto de 60 billones de células; si las membranas celulares se oxidan, las células se descomponen pronto y el ADN que contienen sufre daños, lo que resulta en un estado canceroso.

Por otra parte, el proceso contrario, la desoxidación, previene no solo el envejecimiento, la oxidación y la descomposición, sino que también elimina el óxido de las células de nuestro organismo y las activa, por lo que tiene, por ejemplo, un efecto rejuvenecedor en la piel. Tanto en Europa como en Japón, se dice desde tiempos antiguos que las termas son una fuente de la juventud; el motivo de esto no es otro que la capacidad desoxidante de sus aguas. Tal y como se decía en las crónicas Izumo no kuni fudoki, si uno se baña en unas caldas, la piel oxidada recupera el brillo y rejuvenece; el aspecto de la persona embellece.

Las aguas termales con capacidad desoxidante tienen también efectos estéticos, de ahí su gran popularidad entre las mujeres jóvenes (imagen cortesía del hotel Shimofujiya).

Las aguas termales, antes de salir a la superficie de la tierra, tienen propiedades reductoras, y puede decirse que sus sustancias químicas y valores están presentes en el proceso de desoxidación. El proceso de reducción consiste en reducir y reactivar las células del cuerpo humano susceptibles de sufrir graves enfermedades si se permite que la oxidación generada por las especies reactivas del oxígeno siga su curso. Prevenir la oxidación tiene también efectos antioxidantes.  

Después de que las aguas termales hayan salido a la superficie de la tierra, si pasa el tiempo o se vierten en ellas sustancias clóricas, se producen inmediatamente transformaciones químicas que resultan en una oxidación. En ese caso, ni ocurre el proceso de reducción ni existen efectos antioxidantes.

Propiedades reductoras de las aguas que proceden directamente de una fuente termal

La longitud total de los vasos sanguíneos del cuerpo humano supera los 90.000 kilómetros, el equivalente a dos vueltas y media a la Tierra. Siempre y cuando se trate de una persona sana, la sangre que corre por estos vasos contiene álcali débil, al igual que la orina que expulsamos fuera del organismo. Aunque las frutas y las verduras contienen antioxidantes, la ingesta de estas sustancias en la sociedad actual disminuye cada año. Por el contrario, se sigue consumiendo en grandes cantidades carne y productos lácteos, que contienen proteínas de origen animal, y alimentos procesados; la mayoría de ellos son oxidantes.

Que las aguas termales sanen el cuerpo y el espíritu de los japoneses y reduzcan las células oxidadas del cuerpo humano se debe a su capacidad reductora. En el futuro, si se pretende que estas aguas desempeñen un papel imposible para la medicina moderna basada exclusivamente en los medicamentos sintomáticos, especialmente como método de la medicina preventiva, la respuesta reside en las caldas que manan en la superficie de la tierra, eliminan las especies reactivas del oxígeno y tienen propiedades reductoras.

Puede decirse que las caldas cuya agua procede directamente de una fuente termal son las que tienen más propiedades reductoras. Cuando hablamos de fuente termal, nos referimos a las aguas que manan directamente del interior de la tierra, sin añadir otras aguas ni modificar la temperatura. Este tipo de aguas termales son precisamente las que yo recomiendo; rebasan la bañera o piscina y son las auténticas aguas termales con propiedades reductoras. (Ver Los 12 mejores ‘onsen’ de Japón

Piscina de aguas termales que manan directamente de la fuente termal, cuya boca se encuentra bajo tierra (imagen cortesía del hotel Shimofujiya).

Las propiedades reductoras son la esencia secreta de las aguas termales, un atractivo que permanecerá inalterable mientras la Tierra exista. Esto era así hace 1.300 años, en el período Nara, cuando se escribieron las crónicas Izumo no kuni fudoki; hace 4 siglos, en el período Edo, época en la que vivieron el shogun Tokugawa Iyeasu y el doctor Gotō Konzan, y en el siglo XXI. Emociona pensar que las aguas termales que nosotros empleamos en la actualidad son las mismas que se utilizaban en tiempos antiguos, algo que supera la barrera del tiempo.

Tsurunoyu Onsen es uno de los alojamientos con termas más representativos de Nyūtō Onsenkyō, en la prefectura de Akita. La atmósfera de este lugar casi secreto permite disfrutar de unas caldas que evocan otros tiempos (imagen cortesía de Tsurunoyu Onsen).

Fotografía de la cabecera: Caldas cuyas aguas proceden directamente de una fuente termal (imagen cortesía del hotel Shimofujiya)

(Traducción al español del original en japonés)

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