Restaurando el Gran Buda de Kamakura
Guíade Japón
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“No teníamos ni idea de con qué nos encontraríamos”, explica Morii Masayuki (39 años), un investigador veterano del Instituto Nacional de Investigación del Patrimonio Cultural de Tokio, que ha liderado el proyecto de diagnóstico, reparación y limpieza. “El Buda tiene unos 760 años de antigüedad y ha estado sentado a la intemperie por más de 500 años, expuesto a la brisa salada del mar, a los continuos movimientos sísmicos, excrementos de los pájaros y, en décadas recientes, a la lluvia ácida y a la vibración del tráfico cercano.”
“Sabíamos quiénes eran los principales malos aquí. Pero no sabíamos cuánto mal habían causado. Nos alegramos por tanto de descubrir que la estructura del Buda estaba perfecta y que la corrosión había sido en gran suma benigna”.
El Gran Buda de Kamakura evoca, para ser más precisos, el Buda Amitābha (Amida Butsu), especialmente reverenciado por los seguidores de las sectas budistas de la Tierra Pura. Según esta creencia el renacimiento en el paraíso (la Tierra Pura) es para los creyentes que se refugien bajo Amitābha. Se advierte a los creyentes que solo asegurarán su salvación si recitan el nombre de Buda repetidamente. En japonés este canto dice “Namu Amida Butsu, Namu Amida Butsu...” (Oh, Buda Amitābha…).
Debemos entender el famoso rostro beatífico del Daibutsu de Kamakura en el contexto del acogimiento que Amitābha hace de los creyentes. La reaparición de su figura el 11 de marzo de 2016 fue una conmemoración emotiva de las más de 16.000 vidas que se perdieron en el terremoto y tsunami de 2011. Esta oportuna fecha, no obstante, fue aparentemente una casualidad. El Daibutsu se erige—o más bien se sienta—en los terrenos del templo Kōtoku-in. Y el monje superior del Kōtoku-in, Satō Takao (52 años), insiste en que la fecha fue “simplemente el resultado de cómo se desarrolló la agenda de trabajo”.
Escasez de evidencias históricas
Nuestro conocimiento sobre la historia del Daibutsu de Kamakura se basa en una documentación histórica cuya escasez es patente. El Azuma Kagami (Espejo del Este), una descripción del período Kamakura (1185-1333) del siglo XIII, recoge que los trabajos en el Daibutsu comenzaron en 1252. Pero carecemos de documentos históricos que confirmen la fecha en la que se completó la estatua, o en lo que respecta a esto, la identidad del escultor.
Cuando Morii afirma que el Daibutsu ha estado al aire libre por “más de 500 años” coincide con los registros históricos al tiempo que acepta indirectamente la escasez de los mismos. Sabemos que el Daibutsu de Kamakura estaba originalmente cubierto, como el Gran Buda del templo Tōdaiji en Nara actualmente, una estatua mucho mayor. Pero carecemos de documentación histórica fiable para cerciorarnos de cuándo perdió su protección.
La epopeya histórica de finales del siglo XIV Taiheiki afirma que el edificio que cubría el Daibutsu de Kamakura fue derribado por un tifón en 1334. La crónica del siglo XVI Kamakura dainikki menciona la destrucción de ese edificio por un tifón en 1369 y por un terremoto y tsunami en la segunda mitad de la década de 1490. Este último documento, no obstante, es cuestionable. Un texto de Baika mujinzō, una colección poética de 1486 elaborada por el monje Zen Banri Shūkyū, describe al Daibutsu sentado al aire libre y sin cubierta.
Un icono querido
“Este proyecto (de diagnóstico, reparación y limpieza) fue un gran recordatorio”, explica Morii entusiasmado, “de cuánto significa el Daibutsu para los japoneses. Los medios de comuniación dedicaron mucho espacio a este proyecto. Y los visitantes siguieron acudiendo al Kōtoku-in para echar un vistazo, incluso sabiendo que el Daibutsu estaba oculto tras unas telas.”
El hecho de que la mayoría de los visitantes supieran que el Daibutsu se encontraba cubierto es un tributo a los concienzudos esfuerzos del Kōtoku-in y la comunidad. La web del templo, que es actualizada con frecuencia, puso un anuncio destacado sobre el proyecto, y el Kōtoku-in retiró temporalmente la entrada de 200 yenes mientras el Daibutsu estuvo oculto. Si un visitante preguntaba por la dirección en cualquier tienda del camino era invariablemente advertido de que “no podría ver el Daibutsu”. Y aun así, la gente fue.
“Parece que la gente siente la presencia del Daibutsu”, apunta Satō, “incluso cuando no pueden verlo con sus propios ojos”. Morii coincide. “Solo quieren acercarse”, explica. “Es algo que está más allá de la vista”. Satō añade que la sensación de tacto es también importante cuando se experimenta la presencia del Daibutsu.
“Nuestra política de puertas abiertas por la que permitimos que los visitantes pasen dentro del Daibutsu está conectada con nuestra designación como tesoro nacional”, explica Satō. “Los administradores del Gobierno para el programa de los tesoros nacionales no ven con buenos ojos esto. Ponen como ejemplo los grafitis y los chicles dejados en las paredes por algunos visitantes maleducados. Y apuntan que deberíamos dejar de permitir que la gente pase adentro”. “Yo insisto, por el contrario, en dejar la puerta abierta. El acceso al interior es especialmente importante para los visitantes con problemas de visión. Poner las manos sobre el bronce y sentir el frío del invierno o el calor del verano es una experiencia profundamente íntima con el Daibutsu. Nunca sacrificaría esto solo para librarnos del fastidio de limpiar los chicles y grafitis”.
Una historia de los grafitis
Los chicles pegados y los grafitis son sin duda un vergonzoso ejemplo de comportamiento deleznable, si bien es cierto que esto lo hace una minúscula minoría de los visitantes. “Encontramos y retiramos muchísimos chicles”, lamenta Morii. “También hemos eliminado parte del grafiti. Lo escrito con rotuladores es fácil de eliminar con alcohol. Curiosamente, lo escrito con tiza o con tinta sumi es imposible de limpiar. Por supuesto, podríamos limpiarlo con un chorro de arena, pero eso dañaría el bronce, y contravendría nuestra política de preservar el Daibutsu tal como es.”
Tristemente los grafitis tienen una larga historia en el Kōtoku-in. Un ejemplo es el siguiente testimonio del capitán John Saris, un marinero inglés que comandó la primera nave inglesa que llegó a Japón. La nave de Saris, llamada Clove, atracó en Hirado en junio de 1613, y Saris viajó poco después a Edo donde se reunió con el shōgun retirado, Tokugawa Ieyasu, y el shōgun en el poder, Tokugawa Hidetada. Acompañando a Saris estaba el inglés William Adams, retratado en el libro y la serie de televisión Shogún. Adams había llegado a Japón 13 años antes, pero viajando como marinero en un barco holandés.
Mucha gente vive en la region entre Suruga y Edo. Vimos muchos Fotoquise (hotokes, Budas) y templos en nuestro camino, y entre otros una imagen especialmente destacada, llamada Dabis (Daibutsu), hecha de cobre, hueca por dentro, pero con un grosor considerable. Su tamaño, según pudimos estimar, era desde el suelo de entre 6 y 7 metros, en la postura de un hombre arrodillado en el suelo, con sus nalgas apoyadas sobre sus talones, sus brazos de una extraordinaria longitud, y todo su cuerpo en proporción. Está representado llevando un vestido. Esta imagen es muy reverenciada por los viajeros cuando pasan por allí. Algunos de nuestros hombres entraron dentro del cuerpo, donde gritaron y alborotaron, haciendo un ruido extraordinario. Encontramos muchos caracteres y signos hechos por los peregrinos, los cuales fueron imitados por algunos de los miembros de mi grupo, que hicieron los suyos de igual forma.El viaje del capitán John Saris a Japón, 1613
Editado por Sir Ernest M. Satow
Los grafitis con tinta sumi, escritos con pinceles, son una suerte de misterio. Suena extraño que los visitantes de cualquier otra época llevasen tinta y pinceles consigo. Morii sospecha que el Kōtoku-in ofreció estos materiales a los visitantes en la segunda mitad del siglo XIX o en la primera mitad del XX y les animó a dejar sus nombres escritos dentro del Buda a cambio de una donación.
Satō niega que alguien en el templo pudiera haber animado a realizar esos grafitis bajo ninguna circunstancia. Pero reconoce que sus predecesores pasaron tiempos difíciles y que dependían demasiado de los ingresos que dejaban los visitantes. “Kamakura era un destino popular para viajar por el día para los residentes en el enclave extranjero de Yokohama”, explica Satō. Los extranjeros no podían viajar a Tokio sin permiso, pero tenían libertad para moverse entre Yokohama y Kamakura. Y el Daibutsu era, por supuesto, una de las paradas favoritas”.
Hoy el Kōtoku-in y el Daibutsu atraen a cerca de dos millones de visitantes al año, 200.000 de los cuales son extranjeros. “El Daibutsu es especialmente popular entre los visitantes de naciones donde prevalece el budismo Theravada como Tailandia y Myanmar”, señala Satō.
Joseph Rudyard Kipling también conectó Myanmar y el Daibutsu de Kamakura en su poema “El Buda en Kamakura”. Un verso de esta obra que Kipling incluyó en su colección Las Cinco Naciones se refiere a la gloriosa pagoda Shwedagon de Yangon (“Shwe-Dangon”) y al Buda dorado de Kamakura.
Tras sus párpados caídos parece que vislumbre
Una flor sobre su dorada cumbre
La pagoda Shwedagon brilla hacia el este
Desde Birmania hasta Kamakura
La estatua como un ser vivo
La increíble durabilidad del Daibutsu de Kamakura hace que nos encontremos ante la misma figura imponente que se erguía ante Kipling. La estatua de bronce se alza más de 11 metros de altura sobre su plataforma de piedra de 2 metros. Cada uno de sus ojos tiene un metro de ancho, y su pelo tiene 656 espirales. El bronce pesa unas 121 toneladas. Esta página en el sitio web del Kōtoku-in incluye una descripción animada del proceso de vaciado utilizado para crear el Daibutsu de Kamakura.
El Daibutsu de Nara, que representa el Buda Virocana (en japonés: Birushana Butsu o Dainichi Nyorai), es, como se ha dicho anteriormente, mayor que el de Kamakura. Este Buda ha sido reconstruido en repetidas ocasiones con el paso de los siglos, al contrario que el Daibutsu de Kamakura cuya estructura no ha cambiado desde el día en que fue construido.
El cambio más significativo en el Daibutsu de Kamakura ha sido la pérdida de su cobertura dorada. Restos de oro encontrados en la mejilla derecha del Daibutsu sugieren que así era su apariencia original. Pero hay otros misterios.
Morii señala que “los expertos en metalurgia han sugerido que el alto contenido de plomo en el bronce hacía el enchapado imposible y obligó a los constructores a utilizar láminas de oro. Pero yo he observado de cerca los restos de oro y no estoy tan seguro”.
La restauración de este recubrimiento nunca se tomó en serio. “Nos preocupamos del Daibutsu como si fuese un ser vivo”, insiste Morii. “Este Buda, tal como lo ves hoy en día, ha sido parte de la sociedad japonesa durante siglos. No tenemos por qué hacer ningún tipo de arreglo en pos de la recuperación de su supuesto aspecto original”.
En cualquier caso, la cuestión de volver a cubrir de dorado el Daibutsu es discutible, según Satō. “Hacer cambios fundamentales en algo que ha sido designado como tesoro nacional es completamente imposible”.
“Otro de los misterios”, se pregunta Morii, “es cómo se hicieron con tanto bronce. La cantidad de cobre en Japón en el momento habría sido del todo insuficiente, por lo que miramos a China. Algunos expertos en metalurgia han apuntado una similaridad entre el contenido de la aleación del Daibutsu y el bronce que se conoce fue importado de la dinastía Song en China. Pero nuevamente los registros históricos están incompletos, lo que deja lugar a la especulación”.
Anteriores reparaciones realizadas en el Daibutsu incluyen la reconstrucción de la plataforma de piedra en 1925 después de la destrucción de la misma en el Gran Terremoto de Kantō de 1923, cuando la estatua se balanceó y deslizó unos 35 centímetros adelante. Otras reparaciones incluyen el reforzamiento del cuello desde dentro con plástico reforzado con fibras a comienzos de la década de 1960. Los trabajos realizados en la década de 1960 incluían también la inserción de una placa de acero inoxidable entre el bronce de la estatua y la plataforma de piedra. Esto se hizo para proteger al Daibutsu de terremotos, permitiendo que se deslice en lugar de inclinarse.
“Echamos un vistazo al acero inoxidable”, explica Morii, “y parece que sigue en buen estado. La fuerza sísmica en Kamakura durante el Gran Terremoto del Este de Japón en 2011 fue insuficiente para hacer que se deslizase. No sabemos si la protección antisísmica funcionará realmente tal como se ha diseñado. Es algo que tendremos que investigar en los años venideros”. Mientras Satō y Morii continúan cuidando este Buda de 760 años, recuerdan con admiración los versos de Kipling.Un turístico show, una leyenda contada,(Fotografía del encabezado: el Daibutsu de Kamakura muestra su nueva cara al mundo a comienzos de marzo de 2016 a medida que se elimina el envoltorio después de dos meses de análisis, reparación y limpieza.)
una mole de bronce y oro oxidada,
tan grande y vacía, y quién duda
que guarda la idea de Kamakura.Pero cuando al amanecer reces tus oraciones,
piensa, antes de atender tus obligaciones,
¿está Dios hecho a imagen del hombre
en este lugar de Kamakura?
Gran Terremoto del Este de Japón Kamakura Daibutsu Gran Buda de Kamaruka