La accidentada historia del kabuki y sus teatros
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La historia de más de 400 años del kabuki, del que se cuenta que fue iniciado por una mujer, Izumo no Okuni, con su espectáculo kabukiodori (1603), ha sido también una accidentada travesía para los edificios en que se han representado las obras. Este enfoque, el del kabuki como espacio escénico, es el que adoptó en 2013 la exposición Kabukiza: “Edo no Shibaigoya – Kabuki: Theaters during Edo Period” que acogió el Museo de Arte de Suntory, en Roppongi (Tokio) con motivo de la última renovación de Kabukiza de Ginza, y que, a través de los salones de té anexos a los edificios, las pinturas ukiyo-e que retrataban a los actores, similares a los carteles de promoción de las estrellas del cine, los planos de los teatros y otros aspectos, nos dio a conocer la trayectoria histórica de un género dramático que siempre ha contado con el apoyo popular.
El Saruwakaza, cuna del kabuki de Edo
La historia de los teatros de Edo comienza con el Saruwakaza, inaugurado en 1624 por el actor Saruwaka Kanzaburō, fundador de la dinastía de actores Nakamura, cuyos vástagos heredan su nombre generación tras generación. El decimoctavo Nakamura Kanzaburō falleció prematuramente en diciembre de 2012. Aquel primer Kanzaburō, que llegó a Edo procedente de Kioto, tuvo que obtener el permiso del machibugyō –policía de la época– para establecer su local, que abrió sus puertas en el barrio de Nakahashi, entre los actuales Nihonbashi y Kyōbashi. Sin embargo, el espectáculo tuvo que trasladarse al barrio de Sakai-chō (actual Ningyō-chō), ya que el eco de los tambores que sonaban en lo alto de la atalaya de la que se servía la compañía de teatro para anunciar las obras se confundía con el de otros tambores, los que convocaban a los samuráis al castillo de Edo.
Los espectadores de la época en nada se parecían al público actual, que asiste en silencio a las representaciones. Como nos muestran los entonces populares uki-e (pinturas que introducen las técnicas de perspectiva occidentales), comían, bebían y charlaban a sus anchas. Por lo visto, más que ver la obra, la cosa era ir al lugar y disfrutarlo como un turista. En muchos casos, el programa ocupaba todo un día, pues lo números comenzaban por la mañana y seguían hasta el anochecer.
Era un programa exigente también para el público. Entre los muchos productos que se vendían en el local, uno de los más famosos era el bentō (comida preparada para llevar) que se servía al mediodía. Lo llamaban makunouchi (entre actos) porque se consumía en los descansos entre las representaciones. El nombre del sukerokuzushi, una presentación del sushi todavía muy popular hoy en día, procede de Sukeroku, una de las 18 grandes obras que componen el repertorio de oro del kabuki. Pero no solo es el sukerokuzushi: el propio bentō hunde sus raíces en este espectáculo.
Ichikawa Danjūrō, salvador del kabuki de la era Genroku
En la era Genroku (1688-1704), que marca el apogeo del kabuki, existían cuatro teatros, pues además del referido Saruwakaza (Sakai-chō), se habían creado el Ichimuraza (Fukiya-chō), el Moritaza (Kobiki-chō) y el Yamamuraza (Kobiki-chō). El Moritaza prosperó hasta convertirse en el mayor teatro de Edo hasta la construcción, ya en el periodo Meiji, del actual teatro de Kabukiza.
Un hecho ocurrido poco después, que ha pasado a la historia como Incidente de Ejima-Ikushima (1714), puso en peligro la continuidad del kabuki, además de sacudir también el hermético mundo del Ōoku, el harén del shōgun en el castillo de Edo. Un día, Ejima, una de las principales del harén, asistió a una representación en el Yamamuraza después de haber visitado los templos de Kan’ei-ji y de Zōjō-ji. Concluida la obra, Ejima agasajó al actor Ikushima Shingorō en un salón de té junto con el amo de una sastrería de la que era cliente habitual. Pero la velada se prolongó más de la cuenta y las implacables puertas del castillo de Edo se cerraron dejando fuera a Ejima. El hecho alcanzó proporciones de conmoción política que hizo temblar al propio shogunato. Ejima fue enviada al país de Shinano (actual Nagano), el actor Ikushima condenado al exilio, y el teatro de Yamamuraza, demolido. Las represalias se hicieron sentir más allá del mundo del kabuki, pues se cuenta que más de 1.500 personas fueron castigadas.
La figura providencial en aquellos críticos momentos fue el actor Ichikawa Danjūrō II, que simplificó la estructura del teatro, suprimió las funciones vespertinas y luchó con ahínco por preservar los tres locales restantes. Dado que su predecesor, Danjūrō I, fue quien institutó el aragoto, un estilo interpretativo y un tipo de obra que en términos modernos podríamos calificar de “acción”, y él mismo, Danjūrō II, quien de aquella manera salvó el kabuki para la posteridad, en el mundo del kabuki los Ichikawa forman una verdadera sōke o estirpe troncal de grandes maestros.
El kabuki y su relación con el incendio de Oshichi
Estos teatros fueron más de una vez pasto de las llamas, no en vano se decía entonces que fuegos y trifulcas eran las flores de Edo. Los locales de Nakamura (antes, Saruwakaza) y de Ichimura padecieron grandes incendios en 1681 y 1684, y también resultaron afectados por el Gran Incendio de Tenna (1683), que dejó más de 3.500 muertos. Este último incendio fue inmortalizado por Ihara Saikaku en su obra Kōshoku gonin onna (Cinco amantes apasionadas), donde aparece bajo el nombre de Incendio de Oshichi, una de las protagonistas.
Oshichi, “la chica la verdulería”, es una muchacha de 16 años que ha perdido su casa en el Gran Incendio de Tenna. En el templo que les ha dado cobijo a ella y a su familia, Oshichi conoce a un monje con el que mantiene una relación amorosa. Poco después la familia deja el templo para instalarse en su nueva casa, pero el amor de Oshichi hacia el monje se acrecienta día a día. Convencida de que solo un nuevo incendio podrá unirla otra vez a su amado, prende fuego a su casa. Pronto consiguen sofocarlo y todo queda en un susto, pero Oshichi es condenada a morir en la hoguera en Suzugamori. De ahí que aquel Gran Incendio de Tenna sea llamado también de Oshichi. La historia fue llevada también al teatro kabuki.
Superando terremotos e incendios
También el edificio del Kabukiza, construido en 1889 para ser el “palacio” del kabuki en el barrio tokiota de Ginza Yonchōme, ha tenido que pasar grandes pruebas en sus 120 años de historia. En 1921 una fuga eléctrica fue la causa de un grave incendio, y dos años después, cuando todavía no se habían concluido las obras de reparación, sobrevino el Gran Terremoto de Kantō. El seísmo fue la causa de un nuevo incendio que acabó con todos los interiores de madera de hinoki (especie de ciprés japonés) y supuso la suspensión de las obras. Finalmente, en 1945, el edificio fue destruido de nuevo, con toda su techumbre, durante el Gran Bombardeo Aéreo de Tokio.
Kabukiza ha sido, sin lugar a dudas, escenario de hechos dramáticos, pero su historia es también una historia de sucesivos renacimientos.
Superando a los tres grandes teatros del mundo
En una rueda de prensa celebrada el 18 de marzo en el Japan National Press Club de Tokio, Sakomoto Jun´ichi, presidente de la productora de cine Shōchiku, manifestó con ocasión de la reapertura del Kabukiza que era “el momento de volver al origen del kabuki”, que ha sabido combinar lo excelso de su arte con lo popular. Sakomoto habló también de su otra ambición: contribuir a que la cultura japonesa sea mejor comprendida en el extranjero.
Si buscamos en el pasado conexiones internacionales, las encontramos en la visita de los miembros de la Familia Real británica en 1890, apenas un año después de su inauguración, y de la presencia, posteriormente, de figuras tan destacadas como el actor Charlie Chaplin o el escritor francés Jean Cocteau. Este último contempló en 1936 la obra Kagamijishi, protagonizada por Onoe Kikugorō VI, de la que se dice que ejerció una fuerte influencia sobre su película La bella y la bestia (1946). Entre los japoneses que han promocionado el kabuki en el extranjero, cabría citar al primer ministro Yoshida Shigeru, que en su época de embajador en Londres siempre lo tuvo en cuenta a la hora de presentar la cultura japonesa en el Reino Unido.
El Kabukiza empieza su nueva andadura con el objetivo fijado por Sakomoto de elevar su número de visitantes anuales de los 900.000 a 1,1 millones. Si pensamos que los tres grandes teatros del mundo (la Scala de Milán, la Ópera Estatal de Viena y la Metropolitan Opera House de Nueva York) reúnen cada uno anualmente a entre 500.000 y 900.000 espectadores, cumplir ese objetivo significaría situar el Kabukiza a la cabeza de los teatros del mundo.
Fotografía de fondo del título: Kabukizukan, fragmento del segundo rollo, periodo Edo, siglo XVII. Museo de Arte Tokugawa. ©Tokugawa Bijutsukan Image Archive. Prohibida su reproducción.
(Traducido al español del original japonés publicado el 26 de marzo de 2013)