Tradiciones “cool”, modernidad y belleza tradicional
Shunga: nada de pornografía
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El ukiyoe shunga, un género rebosante de belleza y humor
Preso su pico
Entre las valvas de la almeja
No levanta vuelo la agachadiza
Esta tarde de otoño
Yadoya-no-Meshimori
Contemplando la exposición extraordinaria inaugurada en el Museo Británico bajo el título de Shunga – Sex and pleasure in Japanese art, uno se da cuenta de lo incorrecto que resulta adjetivar de “pornográfico” el género pictórico japonés shunga. “Creo que a la gente le sorprende esa combinación de obras sexualmente explícitas con esa belleza y con ese humor, y, en última instancia, la humanidad que se transmite”, comenta Tim Clark, responsable de la sección japonesa del museo, que actúa como comisario en esta exposición.
Entre las 165 obras expuestas, Clark se quedaría con el juego de 12 grabados en madera de Torii Kiyonaga (1752-1815). Las figuras, fundidas en un abrazo, están exquisitamente trazadas, y la composición de las obras, de gran economía expresiva, logra meter al espectador en las escenas. Clark dice que admira especialmente “la sensibilidad y sofisticación de los tallistas e impresores” que produjeron los grabados a partir de los dibujos de Kiyonaga.
Esta exposición es fruto de un proyecto que echó a andar en 2009 y que ha contado con la colaboración de 30 personas. El objetivo era “reconstituir el corpus y someterlo a un estudio crítico”. Algo más de un tercio de las obras expuestas son propiedad del museo, que comenzó a coleccionar grabados de este género en 1865. La mayoría de las otras obras han sido prestadas por el International Research Center for Japaneses Studies de Kioto.
Para Clark, la definición perfecta de shunga es “arte sexualmente explícito”, poniendo el acento en la palabra “arte”. “La combinación de lo sexualmente explícito con lo artísticamente bello es algo que no hemos tenido en Occidente hasta tiempos muy recientes”, argumenta el experto. El hecho es que, en aquella época, la mayor parte de los famosos autores de ukiyoe se implicaron de alguna forma en la factura de estas “imágenes primaverales”.
Como se explica en la exposición, al principio se utilizaban materiales de alta calidad, por lo que era posible transmitir las obras de generación en generación. Hay documentos que revelan que por una pintura original, en rollo, se llegaban a pagar 50 momme, equivalente a 300 litros de soja.
Entre las impensadas funciones que se atribuía a los shunga en aquella época estaban la de elevar la moral del guerrero que entraba en batalla y la de proteger la casa de los incendios. Se usaban también para aleccionar a los jóvenes matrimonios en su vida marital. Así pues, si bien sus autores eran exclusivamente hombres, puede decirse que ambos sexos disfrutaban de ellos por igual.
Muchos shunga reproducen escenas de placer sexual que respiran ternura y reciprocidad. “Están conectados muy directamente con el mundo de lo diario. A veces representan escenas sexuales que ocurren en entornos perfectamente cotidianos y entre cónyuges”, añade Clark.
Un buen ejemplo es la obra que puede contemplarse a la entrada de la sala que alberga la exposición, la titulada Utamakura (Poema de la almohada), de Kitagawa Utamaro (1753-1806), que recoge los amores de una pareja en lo que parece un reservado, en el primer piso de una casa de té. El hombre mira apasionadamente a la mujer mientras sus cuerpos se entrelazan bajo los kimonos superpuestos. Las nalgas de la mujer asoman entre los ropajes.
Sátira social y riqueza imaginativa
En el extremo opuesto, tenemos también obras que difícilmente podrían calificarse de reflejo realista de la sexualidad, que representan órganos de tamaño descomunal y situaciones descabelladas o humorísticas. Por algo el género del shunga fue denominado también waraie (pintura cómica). La obra tardía de Kawanabe Kyōsai (1831-1889), un pintor de ukiyoe que desarrolló su actividad artística a caballo entre el periodo Edo (1603-1867) y la era Meiji (1868-1912), ejemplifica esta tendencia. Una de sus obras representa un desenfrenado abrazo de una pareja prácticamente desnuda, que queda además expuesta en un ángulo muy indiscreto. Pero el más interesado en la escena parece un gato que acerca una de sus patitas al sexo del hombre. Cuál pueda ser el desenlace de la escena queda a criterio del espectador o de su imaginación. Jess Auboiroux, un visitante de la exposición, comentó que ante algunas de las imágenes no había podido contener la risa, pero que el resto de los visitantes contemplaban las obras en perfecto silencio, lo cual en su opinión no encajaba demasiado bien con la intencionalidad original de las obras.
El humor del shunga puede llegar a ser tan incisivo como subido de tono. Como se aprecia en gran parte de la cultura popular del periodo Edo, y lógicamente también en el arte sexualmente explícito de épocas posteriores, hay siempre un elemento de rebeldía.
“Muchos shunga”, explica Clark, “retoman y parodian temas que están presentes en otros géneros pictóricos y literarios más serios, a menudo con espíritu juguetón, pero a veces también con agudeza e intencionalidad política”. Pueden ponerse como ejemplo los libros de shunga que parodian los libros de formación moral para mujeres. Llamados shunpon, muchos de ellos muestran un parecido tan grande con los originales que parecen hechos por los mismos artistas y editoriales, lo cual tampoco es de extrañar, ya que unos y otros se gestaron en un mismo medio editorial.
Fue este creciente carácter satírico del shunga lo que atrajo la atención de las autoridades, que comenzaron a censurarlo. En 1722 se decretó una prohibición de publicar shunga, medida que supuso un gran descenso en su producción durante cerca de 20 años. Luego se sucedieron medidas represivas de menor alcance. Aun así, lejos de decaer, el shunga continuó evolucionando, sobreponiéndose hábilmente a estos controles.
La riqueza imaginativa y la osadía del shunga continúan sorprendiendo al espectador de cualquier época. Uno de los juegos de láminas expuestos muestra retratos de actores de kabuki y primeros planos de su miembros viriles en erección. El pelo pubiano presenta el mismo aspecto que las pelucas de los actores, y las hinchadas venas siguen el mismo trazado que sus maquillajes.
La “gran exposición del shunga”, un evento todavía imposible en Japón
Resulta irónico que poco después de que el shunga comenzase a ser conocido en Occidente (fue ya enviado como regalo al comodoro norteamericano Perry, que con sus “barcos negros” forzó la apertura de Japón, y sedujo a artistas como Picaso, Rodin o Toulousse-Lautrec), Japón optase por echar un tupido velo sobre sus atrevimientos gráficos. Puesto a custodia durante un largo periodo, no fue sino en los años setenta del siglo pasado cuando fue posible organizar una primera exposición.
Incluso hoy en día resultaría muy problemático abrir en Japón una exposición de la envergadura de la que acoge el Museo Británico. En cualquier caso, esta exposición no hace sino confirmar la importancia que tiene el shunga en el arte japonés.
Andre Gerstle, experto en temas japoneses que enseña en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Londres, afirma que, al menos hasta el siglo XX, el shunga ha sido sin lugar a dudas una parte integral de la cultura japonesa. “A la gente le sorprende oír decir que en Japón esta exposición no hubiera sido posible”, observa.
Según Clark, la respuesta a la presente exposición ha superado todas las expectativas, tanto en Reino Unido como en Japón. Apenas alcanzado el ecuador de la misma, el volumen de visitantes sobrepasa ya ampliamente las previsiones totales.
“La casquivana”, uno de los Diez estudios de la fisiognomía femenina, obra de Kitagawa Utamaro fechada entre 1792 y 1793. En el gesto de volverse hacia atrás mientras se seca las manos, una mujer deja al descubierto su pecho. Fondo pigmentado con polvo de mica. Yano Akiko, investigadora asociada del Centro de Estudios Japoneses de la SOAS, quien ha colaborado activamente en el proyecto, reconoce que el equipo tuvo que trabajar muy duro para explicar al público correctamente “la complejidad” de este fenómeno artístico premoderno. “Nos preocupaba haber puesto una excesiva carga informativa”, comenta, “pero, en su mayor parte, los visitantes han sintonizado perfectamente con las obras y han disfrutado de la exposición comprendiendo perfectamente lo que pretendíamos transmitir”. Reportaje y texto (inglés) de Tony McNicol, con la colaboración del Museo Británico.