Cobrarse vidas para salvar vidas: Nozomi, la cazadora
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Casi todos los japoneses han oído alguna vez decir que la palabra itadakimasu, utilizada antes de empezar a comer, es un término que expresa gratitud al “cobrarse una vida”. Para quienes viven en ciudades, sin embargo, alejados de las zonas de producción, y están acostumbrados a ver la carne y las verduras cuidadosamente empaquetadas y alineadas en el supermercado, no existe una fuerte sensación de estar “cobrándose una vida”.
Nozomi abandonó su vida de oficinista en la capital y se mudó hace tres años a un lugar cercano al monte Tsukuba, en la prefectura de Ibaraki, donde se enfrenta cada día a esas vidas que debemos cobrarnos.
Proteger el huerto del abuelo
Fue el día del funeral de su abuelo cuando decidió mudarse a la prefectura de Ibaraki.
Después de graduarse de la universidad, Nozomi comenzó a trabajar en Tokio. Como representante de ventas, caminaba constantemente por las calles de la ciudad con sus tacones de aguja. No le disgustaba su trabajo: establecer metas, formular estrategias y romper barreras, una tras otra era algo tan divertido para ella como pasar a una nueva fase en un videojuego. Salía de casa temprano por la mañana y trabajaba horas extra hasta casi la hora del último tren, y si se lo pedían no se negaba a trabajar en días festivos. Ponía toda su energía en las ventas. Se sentía bien porque, cuanto más trabajaba, más alto era su salario. Pero en retrospectiva se da cuenta de que quizá estaba sufriendo un caso típico de adicción al trabajo.
Las comidas irregulares de las tiendas de veinticuatro horas y los fideos instantáneos le hicieron ganar casi diez kilos más que cuando era estudiante, y a veces sentía una cierta inestabilidad mental. Preocupados, sus abuelos le enviaban verduras que cultivaban en Ibaraki, y cuando Nozomi las comía se daba cuenta de qué significaba realmente estar viva. Las verduras del abuelo volcaban de forma natural su energía en el cuerpo. Qué felicidad poder comer verduras tan deliciosas todos los días, pensaba ella.
Es por eso que, después del funeral del abuelo, cuando Nozomi oyó a su abuela decir que no podía mantener el campo y el puesto de venta directa ella sola, no pudo evitar reaccionar. Habló con los otros nietos y todos prometieron prepararse bien y, tras unos años, encargarse del campo del abuelo y empezar a cultivarlo entre todos.
Interesada en el yoga, que había comenzado en una ocasión en que se puso enferma, Nozomi se esforzó con energía por obtener un título como instructora. Se encargó de una serie de lecciones en un estudio de yoga en Tokio, a modo de entrenamiento, y cuando decidió que ya podía vivir con sus clases de yoga y el trabajo agrícola, dejó Tokio, donde había vivido durante unos diez años desde que era estudiante, y se mudó a Ibaraki.
No estaba, por supuesto, libre de ansiedad. ¿Aceptaría la pequeña comunidad local a una forastera llegada de pronto desde Tokio? ¿Podría llevarse bien con las personas mayores en aquella zona de población tan envejecida?
Sin embargo, sus temores se demostraron infundados.
“Un día que estaba trabajando en el campo, uno de mis vecinos me preguntó casualmente qué estaba plantando. Cuando supo que yo no cultivaba mostaza de hoja, como él había cosechado mucha en su campo me trajo para mí también. Es algo bastante natural, ¿no?”
Cuando vivía en su apartamento de Tokio, al cruzarse con un vecino simplemente le hacía una ligera reverencia y pasaba de largo; no tenía nada que se pudiera llamar “relaciones de vecindario”. Más bien, en esa situación se consideraban buenas la indiferencia y la no injerencia en los asuntos de los demás. La vida en el campo representó para Nozomi un cambio de 180 grados. Pero lejos de sentir las acciones de los demás como interferencias, resultaba un consuelo que alguien estuviera vigilando y preocupándose por ella.
Poco a poco Nozomi fue involucrándose en la agricultura de la zona, sintiendo cada vez más agradecimiento hacia los productores y sintiendo deseos de mejorar la seguridad y la sanidad de sus cultivos.
“Cuando veía las verduras pulcramente alineadas en los supermercados de Tokio nunca me paraba a pensar en pesticidas, pero al vivir en un área agrícola no es raro ver a alguien fumigando con pesticidas. Me empecé a sentir muy motivada para convertirme en productora y ofrecer el mejor producto posible a los consumidores”.
La última solución: la caza
“Había oído que a veces los animales de la zona causaban daños, pero como eso no había pasado nunca en nuestro campo pensé que estaríamos bien. Sin embargo, cuando se acercaba el momento de mi primera cosecha, unos cacahuetes que había cultivado a partir de plántulas, un jabalí me los arrancó de raíz. Cuando vi el campo devastado me quedé muy sorprendida y durante un rato no pude siquiera pronunciar palabra”.
De inmediato Nozomi comenzó a buscar información en Internet, y pensó en levantar una valla eléctrica de protección. Ese plan, sin embargo, implicaba mucho trabajo físico y un costo elevado. Además, si colocaba una valla alrededor de su campo, los jabalíes atacarían los campos desprotegidos circundantes, y resultaba obvio que para los ancianos de la zona tampoco era factible poner una valla protectora, por el esfuerzo y la carga financiera correspondientes.
Al darse cuenta de que esa valla no sería una solución definitiva al problema, Nozomi optó por convertirse en cazadora.
Ya que había decidido vivir en ese lugar, deseaba hacer frente al problema de cara, y contribuir a la comunidad tanto como le fuera posible.
El terreno de caza estaba a poco más de diez minutos de su casa. Cerca de un 70 % de la superficie terrestre de Japón son bosques, y la mayor parte de los casi 130 millones de personas que componen su población se concentra en las llanuras a lo largo del mar y en cuencas rodeadas de montañas. Quizá no se trata de que los animales estén invadiendo el territorio de los humanos, sino de que los humanos invaden el territorio de los animales; Nozomi ni siquiera se lo había planteado así, hasta que comenzó a cazar.
En 2018 Nozomi obtuvo una licencia para cazar con trampas. Como estaba bastante ocupada todos los días impartiendo clases de yoga y trabajando en el campo, pensó que la caza con trampas, asunto de “instalar y esperar”, era más adecuada para su estilo de vida que salir a disparar. El costo inicial era muchísimo más bajo, e incluso una principiante como ella podía comenzar con todas las herramientas necesarias, sin complicaciones. (Posteriormente también obtuvo una licencia de tiro de primera clase, en 2019)
“Cuando cazas jabalíes, si cortas la cola del animal y la envías a una oficina concreta del Gobierno local te dan una recompensa en calidad de contramedidas a los daños causados por animales. La mayoría de las personas que conoces en esa oficina son cazadores de más de setenta años. En Internet he conocido a varias personas de mi generación, pero no he conocido en persona a ningún cazador de mi edad. La caza requiere fuerza física, por lo que no estoy segura de que las personas de que ahora rondan los setenta sigan cazando dentro de diez años. Si los veteranos, gente de gran habilidad, se jubilan, se irá haciendo más difícil lidiar con los daños causados por los animales”.
Dado el envejecimiento de los agricultores, los daños causados por los animales pueden llegar a provocar el abandono de los cultivos y la agricultura misma. Si las tierras de cultivo quedan sin labrar, toda la zona quedará devastada y no podrá atraer a nuevos agricultores. Las tierras de cultivo abandonadas aumentarán a medida que disminuya el número de productores y, a menos que se detenga ese ciclo destructivo de aumento de daños causados por animales, la agricultura japonesa terminará por declinar, eventualmente. Nozomi, alarmada por esa sensación de crisis, comenzó su canal de YouTube Nozomi’s kari channeru, con la esperanza de que la generación más joven fuera familiarizando con el problema.
En él ofrece una amplia gama de contenido, desde imágenes casuales como la presentación de herramientas y técnicas utilizadas para la caza, hasta la preparación y el consumo reales de carne de jabalíes capturados, así como escenas reales de caza. Debido a lo poco frecuente que resulta encontrar una cazadora joven el número de suscriptores a su canal aumenta sin cesar, y un número de cazadores de todo el país, más veteranos que ella, le ofrecen consejos en la sección de comentarios. Resulta alentador poder conectarse con personas de todo Japón, sin importar dónde vivan, gracias a Internet.
Por otro lado, Nozomi es consciente de lo terrible que puede llegar a ser Internet. Las escenas de un jabalí atrapado, o del descuartizamiento de una pieza cobrada, son temas delicados. “En lo que respecta a la vida animal cada uno tiene su propia forma diferente de pensar: es muy fácil que se calienten los ánimos”. La cazadora nunca había experimentado hasta ahora el “fuego” de la controversia en Internet, pero ahora siempre tiene presente cómo se puede sentir el espectador cuando edita sus vídeos.
El primer golpe de gracia: solo pudo decir “lo siento”
Las trampas utilizadas para la caza de jabalíes en la prefectura de Ibaraki miden 12 centímetros o más de diámetro. Nozomi compra los materiales en una megatienda, y las fabrica a mano, para reducir los costes. La normativa establece que se puede usar hasta un máximo de treinta trampas por persona en una cacería, pero lo normal es que el número de trampas dependa de la situación de cada lugar y de lo que la persona puede manejar. Tratándose de una vigilancia diaria, cuanta mayor es la preparación más pesada es la carga. Nozomi mantiene un promedio de cinco o seis trampas en el bosque que está cerca de su casa.
Poco después de su debut como cazadora, se sintió abrumada por la presencia misma de las presas a las que debía enfrentarse.
“Fue cuando entré a la montaña, mirando las zonas de las trampas que había instalado. Escuché un traqueteo, así que primero llamé para ver si se trataba de una persona, pero al darme la vuelta descubrí un gran jabalí con su cría, que me miraban. En un instante ambos desaparecieron trotando hacia la cima del monte, pero si me hubieran atacado, yo no habría podido hacer nada”.
Nozomi recibe orientación por parte de un cazador nativo local, un maestro veterano con más de treinta años de experiencia. Aunque es un hombre de pocas palabras, Nozomi asegura que es capaz de transmitir poco a poco el amor por la naturaleza y sus criaturas que siente en el fondo de su corazón.
En su primer año como cazadora, su mentor no le hizo que matara a ninguna presa con un golpe de gracia; simplemente le mostró los pasos que debía dar para cobrarse la pieza.
“Yo nunca había visto o experimentado el momento en que una vida termina a manos de un ser humano. Creo que en realidad se trata de algo muy egoísta: me saqué mi licencia de caza y al mismo tiempo no podía decir más que ‘lo siento’, al mirarlo matar a un animal. Ellos no han nacido para que los matemos, y mis disculpas al jabalí no le sirven de nada. Quizá en parte yo estuviera tratando de quitarle gravedad al asunto, pero ese ‘lo siento’ era todo lo que podía decir”.
El maestro de Nozomi le enseñó que la caza se realiza solo para el bienestar de los humanos, y que por lo tanto se debe tratar de minimizar el tiempo de sufrimiento del animal. No está bien que caiga en una trampa y se vaya debilitando hasta morir, sin que nadie se dé cuenta. Cuando lo atrapes, termina cuanto antes su sufrimiento. Nozomi continúa cazando hoy día de acuerdo con estas enseñanzas.
El momento en el que dejar de cazar
Al principio de su segundo año como cazadora Nozomi comenzó a dar el golpe de gracia a sus presas. El objetivo era alcanzar la arteria carótida, que va desde el cuello hasta el lomo del jabalí. Ese primer día fue algo inolvidable para ella.
“Mi maestro lleva décadas cazando, y por eso tiene un estupendo conocimiento de la estructura del cuerpo del animal; su trabajo es rápido y el lapso desde que clava el cuchillo hasta que el jabalí muere es muy corto. Cuando lo hice yo el animal sufrió y chilló hasta el final, pese a que traté de hacerlo igual que mi maestro. Entré en pánico y empecé a llorar, al ver el sufrimiento del jabalí. Me sentí fatal por haberle causado aquel tiempo innecesario de sufrimiento”.
Incluso cuando está atrapado, no es fácil clavarle un cuchillo a un jabalí, un animal más pesado que la cazadora y desesperado por sobrevivir. Ese día Nozomi estaba con su maestro y algunos amigos de su canal, los cuales no tuvieron más remedio que seguir observando al jabalí y a Nozomi, muy asustada, hasta que este murió.
Tras haber experimentado la dificultad de aliviar el sufrimiento del jabalí con la mayor rapidez posible, Nozomi comenzó a visitar instalaciones de despiece de carne para estudiar la estructura del cuerpo de los animales.
Al matar aquel jabalí Nozomi se dio cuenta de que la vida de un ser se basa en realidad en la muerte de otros animales y plantas. Todas las criaturas están conectadas por cadenas invisibles. No se trataba de información leída en libros o estudiada en clases, sino de algo que la cazadora aprendió al vivir en el campo.
Después de bajar de la montaña con la presa muerta a cuestas, Nozomi la carga en una camioneta, la lleva a su casa y la cuelga de un poste para sangrarla. Hecho eso la despedaza y almacena, congelándola por partes.
La prefectura de Ibaraki se vio gravemente afectada por el accidente en la central nuclear de Fukushima Daiichi, causado por el Gran Terremoto del Este de Japón. La cantidad de material radiactivo presente en los productos agrícolas está ahora muy por debajo del valor permitido para alimentos, pero para poder vender carne de caza, esta debe despedazarse en presencia de funcionarios municipales y enviarse a un comerciante de carne autorizado.
Sin embargo, en una zona con escasez de mano de obra como Ibaraki no se puede conseguir con facilidad esa presencia de funcionarios para testificar, y muchas veces los cazadores no tienen más remedio que consumir la carne ellos mismos. Nozomi mide el nivel de radiactividad de la carne de forma independiente, y suele ser de aproximadamente 6 becquerels/kg, que está muy por debajo del estándar nacional de 100 becquerels/kg; pero las reglas son reglas, y no se pueden cambiar.
“Comencé a cazar porque quería proteger el campo de mis abuelos. No cazo por afición, así que si llega el momento en que quedan claramente separados los espacios de los humanos y los animales, no seguiré cazando”, asegura Nozomi.
Sin embargo, Nozomi siente que merece la pena poder conectar con amigos de todo el país a través de su canal de YouTube, y hacer que la gente que vive en la ciudad se interese por la agricultura y la vida rural.
“Se trata de una pequeña contribución social que puedo hacer”. Lo que Nozomi quiere transmitir en realidad no es simplemente el mundo de la caza, sino las maravillas de la naturaleza y su vitalidad, así como la alegría de residir en el campo, donde las personas viven conectadas entre sí.
Imágenes: Hanai Tomoko.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: Nozomi)