Alex Kerr: una experiencia superior de Japón
Cultura- English
- 日本語
- 简体字
- 繁體字
- Français
- Español
- العربية
- Русский
Iya, un valle perdido entre las escarpadas montañas del interior de la prefectura de Tokushima (isla de Shikoku), es famosa por ser una de las zonas más remotas e ignotas de Japón. En esta área, que sufre un largo proceso de despoblación, Alex Kerr ha rehabilitado las viejas casas rurales de cubierta de paja que habían quedado vacías para alquilarlas enteras como alojamientos turísticos, haciendo posible así una experiencia de viaje muy innovadora. Kerr se ha implicado en varios proyectos de revitalización local similares que aprovechan el atractivo de cada lugar, como el de Ojika, en el archipiélago de Gotō (prefectura de Nagasaki), el de Utazu, un municipio de la prefectura de Kagawa que cuenta con una antigua zona comercial, o el de Totsukawa, una de las zonas más escondidas de la prefectura de Nara, todos los cuales han conseguido fomentar la actividad económica local en torno al turismo. Actualmente, Kerr está comprometido en proyectos de este género en las prefecturas de Okayama y Shizuoka, además de en la ciudad de Kameoka (Kioto), donde reside.
ALEX KERR Mis proyectos se escenifican siempre en lugares que quedaron descolgados de aquel “milagro económico japonés” del siglo pasado y que vienen siendo identificados con la despoblación y con el atraso. La gente suele extrañarse de que elija precisamente ese tipo de lugar. Pero es que ahora, cuando todas las ciudades del país, en torno a las estaciones del ferrocarril, pregonan lo cómodas y lo eficientes que son, y todo se ha ido uniformando o estandarizando, se produce una inversión y empezamos a descubrir el gran valor de lo que no es cómodo ni eficiente. Son lugares a donde no ha llegado el desarrollo y que por eso conservan intactos esos paisajes y esos edificios que les son tan propios. Ahora bien, lo que yo estoy haciendo no es conservar bienes culturales. Lo que trato de hacer es recoger la cultura de la vida cotidiana que estos viejos edificios llevan en sí mismos, y hacer valer todo eso en nuestro mundo moderno, atendiendo también a la reactivación económica que puede conseguirse creando nuevos puestos de trabajo y aumentando los ingresos por turismo de estas zonas. Es importante fijarse también en la faceta económica, no solo en la cultural, sin dejar de mantener un alto nivel de calidad.
En Iya he rehabilitado ocho viejas casas rurales diseminadas por las laderas de las montañas. Los trabajos han corrido por cuenta de los municipios de la zona, que han dispuesto de subvenciones procedentes de fondos públicos estatales y regionales. En resumen, se trata de una obra pública, pero lo que yo me propuse fue hacerlo de una forma opuesta a lo que venían haciendo los poderes públicos, que se han ganado muy mala prensa construyendo por construir. Por poner un ejemplo, algo que he hecho en Iya es respetar ese estilo de casa tradicional que era mayoritaria antiguamente, con piso de tablas de madera negra y brillante, pero sin espacio para los tatami (esteras de junco), y aprovechando además las viejas vigas, los pilares… Al mismo tiempo, he introducido la tecnología moderna en las instalaciones de agua para cocina y baños y en la calefacción, así como en el aislamiento térmico. Heredando todo el estilo tradicional, pero contando al mismo tiempo con todas las comodidades de la modernidad, es posible entregar a las próximas generaciones paisajes que solo pueden encontrarse en Japón.
Un encuentro que cambió una vida
El proyecto de rehabilitación de casas rurales antiguas es un plan integral que incluye una parte financiera, a cargo de la sociedad limitada Chiiori, dirigida por Kerr, e implica también a una organización sin ánimo de lucro, llamada Chiiori Trust y presidida por el mismo Kerr, que es la que se encarga de la explotación del negocio una vez rehabilitados los edificios, un sistema al que solo se ha llegado después de medio siglo y que solo ha sido posible gracias a la experiencia ganada por Kerr durante sus largos años de residencia en Japón.
KERR Vine a Japón por primera vez en 1964, cuando tenía 12 años. Mi padre trabajaba como abogado para el ejército norteamericano y nos trajo a toda la familia a Yokohama, donde vivimos durante dos años. Entonces tuve una experiencia inolvidable. En una tienda de antigüedades del barrio de Motomachi a la que había ido con mi madre, vi cómo le retiraban a una vasija antigua de estilo Imari el envoltorio de cuerda. Sentí en ello algo muy misterioso, inefable. Después de aquello, Japón empezó a gustarme mucho e incluso después de volver a Estados Unidos seguía comiendo fideos rāmen instantáneos y esas cosas. O sea, que quería seguir sintiendo Japón por cualquier medio.
En aquel entonces, la única universidad norteamericana con una facultad de estudios japoneses era la de Yale. Estudié con todas mis fuerzas para ingresar en ella y así poder adquirir conocimientos sobre Japón. Antes de graduarme, tuve la oportunidad de aprender japonés durante una estancia en la Universidad de Keiō. Aunque la verdad es que mi estancia en Japón la dediqué casi por completo a recorrer las comarcas más remotas del país y apenas pisé las aulas (risas).
Descubrí Iya por aquella época. La economía japonesa estaba en plena etapa de crecimiento y aquella aldea perdida entre escarpadas montañas estaba sufriendo un agudo proceso de despoblación. Pero había una gran riqueza de percepciones y un gran sosiego en el lóbrego interior de aquellas casas que habían quedado deshabitadas. Tengo un vivo recuerdo del contraste que se sentía cuando, al salir de los edificios, la luz del exterior se metía en los ojos. Mirabas al otro lado del valle y veías una ladera envuelta en niebla. Este es un lugar para algún eremita, me dije. Me impresionó muchísimo.
En mis repetidas vistas a Iya, exploré más de 100 casas. Y al final di con mi casa ideal. Pude comprarla por 380.000 yenes gracias a un préstamo que obtuve de un amigo de mi padre. Luego, en Japón los precios de los inmuebles se pusieron por las nubes con la burbuja, yo creo que bajaron solo los de las casas de Iya (risas).
Esa casa, la casa Chiiori, sigue siendo mi centro de operaciones en Iya. Chi significa “flauta de bambú” y iori “choza de paja”. El chi es un antiguo instrumento musical japonés cuyos delicados sonidos me cautivaron, pero del que ya quizás nadie se acuerde en Japón.
A la búsqueda de la cultura tradicional desde Kioto
Después de graduarse por Yale, Kerr consiguió una beca Rhodes y se fue con ella a Inglaterra, donde siguió sus estudios en la Universidad de Oxford. Esta vez eligió la especialización en estudios chinos. Su vida ya enteramente japonesa comenzó después de graduarse, cuando, en 1977, fue contratado por la organización religiosa japonesa Ōmoto, con sede en Kameoka (Kioto), como parte de su staff cultural. En Kameoka, vivió en una casa de madera, de un solo piso y cuatro siglos de historia, situada en el recinto del santuario sintoísta de Tenmangū. Le dijeron que aquel edificio, antiguamente, había sido un templo budista regentado por una monja. Hoy Kerr sigue utilizándolo como vivienda en Kioto.
KERR Cuando lo encontré, era el típico edificio en ruinas en el que uno espera encontrarse con algún fantasma. Su dueño me lo enseñó y estaba lleno de telarañas, con las tablas del suelo sueltas e hinchadas. Cuando intenté abrir las contraventanas corredizas del lado del jardín, se cayeron hacia fuera hechas trizas, porque la madera estaba podrida. Y en ese preciso instante me decidí a alquilarla. Abiertas las contraventanas, se veía el jardín trasero cubierto de musgo y más allá del jardín un paisaje de bosques y arroyos. ¡Qué maravilla de casa!, pensé conmovido.
De ahí, mientras hacía el trabajo de Ōmoto, me fui sumergiendo en la cultura japonesa: shimai (danza del teatro tradicional noh que se baila sin máscaras), caligrafía, ceremonia del té… Me sentí fascinado por las obras de kabuki de Bandō Tamasaburō. Por esa época lo visité una vez en su camerino del teatro Minamiza y de entonces data nuestra amistad.
Era justo antes de la burbuja económica. Entonces, en Kioto, los libros del periodo Edo se vendían a precios de ganga. Conforme iba coleccionándolos, fui introduciéndome en el ambiente de los comerciantes de objetos de arte antiguos.
En Iya me dediqué a renovar la techumbre de paja de la casa, una tarea que lo deja a uno negro de hollín. Comencé a hacer este trabajo por gusto, pero, desde luego, es muy duro. Me enamoré de la casa y eso es lo que me dio aguante. Soy el primero en reconocer que tengo gustos bastante particulares.
Las obras de construcción han destrozado el paisaje japonés
En esa misma época consiguió, a través de un amigo, un trabajo en la representación en Japón de la promotora inmobiliaria norteamericana Trammel Crow Company. Amplió sus horizontes al pasar del intercambio cultural a la vanguardia de los negocios. Sin embargo, ya en los años 90, cuando reventó la burbuja inmobiliaria, una mirada a su alrededor le bastó para comprender que Japón había experimentado un cambio radical.
KERR Los 70, cuando yo decidí establecerme en Japón, fueron los años del boom de lo que se llamó “gran transformación estructural del archipiélago”, cuando la economía del país comenzaba a depender de las obras públicas. Con eslóganes como “revitalización regional” o “obtención de puestos de trabajo”, se construyeron grandes aparcamientos y carreteras que llegaron hasta comarcas hasta entonces remotas y apartadas, y se vertió generosamente cemento por montañas y ríos. En todo aquello no había ni rastro de la delicada estética que vemos en las caligrafías y pinturas japonesas, ni en sus otras antigüedades. Incluso en el casco antiguo de Kioto, donde todavía quedaban muchas machiya (casas-tienda de los antiguos comerciantes de la ciudad), se construyeron muchos edificios que desentonaban en el entorno y se fue rompiendo rápidamente toda la armonía arquitectónica que reinaba en las calles.
Japón es uno de los países mejor educados del mundo. Su territorio y su patrimonio cultural rebosa belleza. Yo me preguntaba por qué un país así se empeñaba en echar a perder todos esos activos tan preciosos. Y cuando me interesé por el asunto, descubrí cómo se había desvirtuado el carácter de las obras públicas.
Según datos de la época, en Japón las obras públicas representaban el 40 % del gasto público, frente al 4-6 % de Reino Unido y Francia, o al 8-10 % de Estados Unidos. La propia estructura del Estado giraba en torno a los intereses derivados de esta actividad y una vez creada esa estructura era muy difícil dar marcha atrás. Pero que las cosas fuesen así no significaba que yo tuviera que darme por vencido. Criticando el sistema del Estado no se solucionaba nada. Lo que tenemos que hacer quienes creemos que todavía hay un Japón magnífico y bello que salvar es reivindicarlo y transmitirlo a las generaciones venideras.
Japón: una relación de amor-odio
Durante el primer decenio del siglo, Kerr alquiló machiya de Kioto y probó a hacer de ella un alojamiento que permitiera a los visitantes experimentar un ambiente diferente. Ahora, con la perspectiva de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos Tokio 2020, el hospedaje en viviendas particulares es una tendencia en ascenso y en Kioto está muy en boga utilizar a ese fin las machiya, pero en aquel entonces Kerr tuvo que afrontar todas las dificultades de los pioneros.
KERR Ante una idea tan nueva como era aquella se alzaban, infranqueables, las más diversas leyes y reglamentaciones: de extinción de incendios, de estándares arquitectónicos, de patrimonio histórico, de hospedaje…, campos todos ellos bajo la jurisdicción de diferentes oficinas u órganos oficiales. Ante un muro así, cualquiera se desanima y acaba pensando que qué más da, al fin y al cabo, si las casas viejas son derribadas y sustituidas rápidamente por otras nuevas. Es comprensible. Pero yo no quise dar mi brazo a torcer e hice frente a todo eso.
Lo que me ha sostenido ha sido la indignación.
Me desesperaba comprobar cómo, cada vez que volvía a Japón del extranjero, esas calles tradicionales y esos paisajes que tanto me gustaban iban siendo destruidos. Mientras muchos japoneses se complacían en pensar que su país se había convertido en la mayor potencia económica de Asia, otros países asiáticos le tomaban la delantera a Japón con enfoques mucho más avanzados en conservación paisajística y promoción de la industria turística. Se me revolvían las tripas pensando por qué Japón tenía que ser así, por qué nadie se daba cuenta.
A esa gran experta en belleza japonesa que fue mi maestra, Shirasu Masako, la recuerdo como una profesora estricta y temible. Una vez me dijo lo siguiente: “Si realmente amas, tienes que enfadarte”. Yo creo que tenía toda la razón. Mi indignación tenía que transformarla en algo que pudiera comunicar y transmitir. Esa fue la fuerza motriz que me condujo hacia la rehabilitación de casas antiguas y que me ha llevado hasta donde estoy ahora.
Transmitir lo propio, más importante que nunca en la era de la globalización
El trabajo realizado por Kerr en el campo de la conservación paisajística y de la revitalización local en diferentes regiones, que partió de sus experiencias en rehabilitación de las machiya de Kioto y de su proyecto de Iya, ha recibido el apoyo de muchas personas que, a lo largo de estos ya más de diez años, han podido experimentar en estos lugares una forma de viajar más intensa y de más calidad. La maduración del mercado nacional y el aumento de los visitantes del extranjero han contribuido a diversificar las formas de viajar y a crear nuevos valores. Todo esto está impulsando una industria turística que aprovecha los aspectos más inimitables de Japón.
KERR Desde que, en 2005, abrí una oficina en Bangkok (Tailandia), cada vez tengo más trabajo de consultoría paisajística y más eventos culturales. Con Italia también tengo mucha relación, porque de pequeño viví en Nápoles y es un país que visito a menudo. Y no solo a Italia, viajo mucho a otros países europeos, a Estados Unidos, a China, al Oriente Medio… voy por todo el mundo, esa es mi vida. Se ve que tengo carácter de trotamundos. Pero, precisamente por eso, también tengo un deseo muy fuerte de echar raíces en Japón.
Últimamente, además de encargos de rehabilitación de viviendas tradicionales, me piden también que dicte conferencias, así que cada vez estoy más ocupado. En mi libro Nippon keikanron (“Estudio del paisaje japonés”; colección Shūeisha shinsho), describí y critiqué, con un toque de humor negro, todos esos paisajes de cables y postes eléctricos, grandes vallas publicitarias, hormigón y plástico que inundan Japón. Y el libro tuvo más repercusión de la que imaginaba.
Me atreví a publicar el libro a sabiendas de que, como extranjero, podría ganarme muchas antipatías diciendo todo aquello, pero ocurrió lo que menos imaginaba y fue mucha la gente que me hizo saber que simpatizaba con mis ideas. Después de una conferencia, una persona se acercó a mí para decirme que sentía que el paisaje japonés estaba sufriendo un gran cambio, pero que no había sido capaz de expresar en palabras dónde residía el problema.
Meterme a juzgar el paisaje, más aún cuando el blanco de los ataques es ese Japón que tanto quiero, es algo que preferiría no tener que hacer. Por eso, trato de transmitir mi mensaje con humor, para que la gente se sienta interesada por estos problemas.
El asunto de la rehabilitación de las viviendas tradicionales es algo parecido. Detrás del problema de estas casas se esconden cuestiones de gran calado, como la competencia entre países o la transformación de las estructuras industriales que acarrea la globalización. Pero, precisamente por eso, es fundamental que Japón siga transmitiendo sus magníficos paisajes, sus calles tradicionales, su arquitectura y su cultura en general. La sociedad globalizada del siglo XXI se mueve en torno a la sostenibilidad y es por ahí por donde podemos seguir hablando de crecimiento económico. Y un modelo podría ser lo que estoy haciendo yo. Podríamos tomarlo como una piedra de toque para adivinar cuál será el futuro de Japón.
Entrevista y texto: Kiyono Yumi
Fotografías: Kusumoto Ryō