Sano Tōemon, el paisajista que protege los cerezos
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Protector de los jardines de Kioto
Se dice que la mejor arquitectura antigua de Japón se halla en Nara y los mejores jardines, en Kioto. Mientras que en Nara se conservan casi intactos edificios sagrados de estilo chino, Kioto no puede competir en patrimonio arquitectónico a causa de la destrucción provocada por la sucesión de guerras a lo largo de la historia. Sin embargo, muchos jardines de Kioto se salvaron de quemarse en los conflictos, y por eso se conservan ejemplares de varias épocas, como los de algunos templos y mansiones reconstruidas, o parques de residencias vacacionales de la era Meiji (1868-1912). Sano Tōemon, procedente de un largo linaje de paisajistas, se dedica a cuidar de los numerosos jardines de la antigua capital. A sus 90 años, es conocido como “el Protector de los Cerezos”. ¿Cómo empezó su historia con esos árboles?
SANO TŌEMON Empezamos a coleccionar cerezos —esos árboles amados por todos los japoneses— en tiempos del decimocuarto gerente de la empresa (dos gerentes antes que yo). Era la era Taishō (1912-1926) y la red de transporte no se había desarrollado todavía. Aun así, el gerente de entonces se desplazaba a cualquier parte del país donde supiera que había algún cerezo famoso para estudiarlo; su entusiasmo era tal que lo apodaron “el Loco de los Cerezos”. ¿Por qué tenía ese fervor? Según he oído, porque temía por la destrucción de la naturaleza de Japón.
El decimoquinto gerente clasificó en atlas los cerezos reunidos por el decimocuarto, y yo he publicado varios libros a partir de su documentación. Aún seguimos con el estudio de los cerezos. El personal lo documenta todo con dibujos a manos a todo detalle, desde los pétalos hasta los estambres.
Las flores del cerezo cambian hasta de color según el año; no son simplemente algo bello que admirar. La floración es el fruto de todo un año de trabajo para el cerezo. Por eso cada vez que veo un cerezo en flor me detengo a apreciar ese esfuerzo de un año entero.
La variedad Somei Yoshino es muy admirada en todo el país, pero se planta en exceso. Como se plantan con injertos, estos árboles no requieren de insectos para reproducirse. No obstante, al colocarlos en grupos de cien o doscientos ejemplares, se destruye la armonía natural y, cuando llega un parásito o una enfermedad, el contagio se extiende rápidamente. Eso es lo que sucede cuando se priorizan las preferencias humanas y se ignora el curso de la naturaleza.
El paisajismo, una carrera ineludible
Sano lleva más de setenta años dedicándose al paisajismo. Al parecer, sus antepasados eran agricultores que vivían en los dominios del templo Ninna-ji y se dedicaron al cuidado de los árboles y los jardines desde finales del periodo Edo. Como hijo mayor de una familia con tal tradición, estaba destinado a heredar el oficio.
SANO Cuando yo era niño, era normal que tres generaciones de una familia vivieran en la misma casa. Las conversaciones abarcaban un periodo de doscientos años. Cuando hablábamos mi abuelo, mi padre y yo, y mi abuelo a su vez hablaba de su abuelo, sumábamos dos siglos de historia. Luego se unirían mis hijos y mis nietos, y así iríamos conectando generaciones. Eso era lo común en Japón hasta hace poco.
En todas las casas, los abuelos cuidaban de los niños mientras el padre y la madre trabajaban. Mi abuelo me quería mucho y yo fui aprendiendo el oficio sin darme cuenta, solo de observarlo trabajar. Luego, cuando alcancé cierta edad, me inicié en el oficio recordando cómo lo hacía mi abuelo. No es que me propusiera aprender el oficio; es que vivía con el trabajo (paisajismo) día tras día. Así de simple. Me “enganché” al trabajo de forma natural. Tal vez fue porque mis abuelos supieron criarme para ello (risas). Así que jamás he tenido ninguna duda sobre el hecho de dedicarme al paisajismo.
Sano no solo cuida la vegetación y las piedras en sus jardines, sino también la forma de relacionarse con las personas. Ese es uno de sus encantos como persona, y seguramente sea el motivo por el que los jóvenes lo admiran como figura inspiradora.
SANO Cuando, años atrás, colaboramos con una empresa de Hiroshima en el desarrollo de un gran terreno edificable de la zona, al principio nos pidieron que plantásemos cuatro cerezos y punto. Sin embargo, Hiroshima había gozado de una gran riqueza cultural en el pasado, albergando artes como el teatro iwami kagura, que desaparecieron en un instante el 6 de agosto de 1945. Las cicatrices de la bomba atómica siguen ahí, aunque hoy en día no se observen a simple vista. El presidente de la empresa me contó que, aparte de obtener beneficios, que por supuesto son importantes, quería restaurar elementos culturales del lugar, como la práctica del teatro kagura o la ceremonia del té al aire libre nodate. Eso me motivó.
De buen principio avisé a nuestros colaboradores de que en Hiroshima cuesta plantar cerezos y les dije que había que sustituir la tierra, porque en el suelo de granito descompuesto de allí no crecen bien. Aceptaron todas las condiciones que les puse, como hacer el rellenado de terreno a la antigua usanza —excavando un agujero y llenándolo con piedras, ramas de árbol y carbones vegetales— o plantar los cerezos y el bambú en la mejor temporada. Tardamos tres años en terminar, pero nos mantuvimos juntos, trabajando codo con codo, todo el tiempo. A la hora de trabajar, lo primero es establecer una buena relación con los demás. Ya se lo digo a los jóvenes: “Para trabajar bien no basta con adquirir habilidad profesional, sino que también hay que crear relaciones personales de confianza”.
El proyecto del jardín de la oficina central de la Unesco, en colaboración con Isamu Noguchi, salió adelante porque construimos una relación de confianza a base de convivir. Eso sí, la nuestra fue una relación estrictamente profesional; no nos presentamos amigos ni nada. Mantener separados el plano personal y el profesional es la clave para una relación profesional duradera.
La desaparición de la esencia de la cultura japonesa
Las palabras de Sano versan a menudo sobre la profundidad de la cultura japonesa y reflejan su tristeza por la paulatina desaparición de la esencia de dicha cultura.
SANO La cultura de un país depende de cuál es su alimento base. Japón pertenece a la cultura del arroz pero, en los setenta años que han pasado desde la Segunda Guerra Mundial, los japoneses han olvidado cuál es su cultura original. Las comidas basadas en el arroz se acompañan de muchos platos distintos que, al mezclarse con el arroz dentro de la boca, transforman su sabor. ¿Esa forma de comer existe en otros países? A diferencia de antes, cada vez más gente come pan, por lo que el arroz se está olvidando. Se deja de producir arroz, lo que tiene una relación fundamental con la cultura japonesa. La cultura es el pilar espiritual de las personas, y en Japón ese pilar se tambalea.
La cultura japonesa es algo misterioso y profundo. Está el idioma, por ejemplo, con tres sistemas de escritura: kanji, hiragana y katakana. Tenemos varias formas de expresar una misma cosa, como sucede con el arroz, al que llamamos diferente según su estado: ine (cuando está en la planta), kome (una vez cosechado y separado el grano) o meshi (cuando se prepara para comer). Para los colores también disponemos de un vocabulario muy amplio. Al tener cuatro estaciones, los japoneses sentimos la complejidad de la naturaleza y desarrollamos una refinada capacidad de percepción. Nuestra cultura debe su profundidad al hecho de que no es exclusiva de las clases privilegiadas, sino que incluye todos los estratos sociales. No obstante, últimamente esa cultura compleja y refinada tiende a unificarse; se ha contaminado por la cultura del trigo, la cultura occidental.
Sano se muestra crítico con la occidentalización. Afirma que su postura se ve influenciada por el hecho de pertenecer a la generación que vivió la guerra —fue reclutado y entrenado como soldado de las fuerzas terrestres— y de haber trabajado en el templo Ninnai-ji, que guarda relación con la Casa Imperial. Puede que derive también del sentimiento de indignación y pena ante el radical cambio que experimentó el país tras la derrota.
SANO Para empezar, las viviendas han cambiado mucho. Ha desaparecido el engawa (corredor que da al exterior), el washitsu (habitación con suelo de tatami) y hasta las puertas correderas de papel fusuma y shōji. Los artesanos que trabajaban en los sectores relacionados también han ido desapareciendo rápidamente. Como todo el mundo vive en edificios de apartamentos, también ha menguado el número de paisajistas. Por eso ya no se pueden hacer jardines como los de épocas pasadas. La forma de construir un jardín varía en función de si la casa es de una sola planta o de dos. Solo teniendo bien presente la distribución de la casa se puede crear un jardín como es debido. Creo que Japón es el único lugar del mundo donde los jardines se conciben de este modo.
El paisajismo actual, reducido a un negocio de plantar árboles
Según Sano, la época dorada del jardín japonés, entre la era moderna y la contemporánea, fue desde el periodo Taishō (1912-1926) hasta 1940.
SANO En la era contemporánea, la jardinería ha pasado a consistir simplemente en llenar espacios de verde. Antes el espacio funcional que es la casa y el espacio paisajístico que es el jardín debían estar conectados, pero ahora están separados. Mientras que en las casas antiguas las zonas de aguas estaban en el exterior, ahora están todas en el interior. Al prescindir del doma (espacio interior con suelo de tierra batida), las dos partes de la vivienda han perdido la conexión.
Ahora los suikinkutsu(*1) vuelven a estar un poco en boga. ¿Sabe cómo se inventaron? En las viviendas de antes el baño estaba lejos de la casa. A unos ricos se les ocurrió que sería agradable que, al salir del baño, pudieran lavarse las manos mientras escuchaban un tintineo relajante. Fue así como se crearon. Actualmente hay tanto ruido en el entorno cotidiano que el sonido de los suikinkutsu no se oye bien, así que les ponen micrófonos o cosas por el estilo, pero eso resulta un poco raro si nos paramos a pensar en para qué se crearon.
Además, antes solían plantarse ciruelos alrededor del baño. Al salir del baño en pleno invierno, cuando arrecia el frío, uno se veía envuelto por el agradable aroma del ciruelo. Por eso se plantaba ese árbol tan aromático fuera del baño. Hoy en día se han perdido esas costumbres y, como nadie se plantea por qué las cosas son como son, tampoco se proponen mejorarlas.
La supervivencia necesaria de la cultura paisajística
Parece que, para la gente de ahora, los jardines se están convirtiendo en algo innecesario. ¿Qué futuro aguarda a los paisajistas?
SANO Los jardines deben adaptarse al estilo de vida actual. Las casas unifamiliares lo tienen todo en el interior y no están conectadas con el exterior; los edificios de apartamentos no tienen jardines sino patios. Con todo, en cualquier época es necesario contar con espacios para relajarse. Por eso la cultura del paisajismo no se extinguirá. Esa cultura se ha conservado en Japón porque es necesaria. El problema es que, con la simplificación del oficio, se reducen las oportunidades para desarrollar las habilidades del paisajismo y también el número de profesionales que lo practican. Eso es lo que me da más miedo.
Entrevista: Sawada Shinobu
Fotografías: Ōshima Takuya
(*1) ^ Cavidad que se forma enterrando un cántaro o similar en que se precipita agua y crea un sonido que recuerda al de unas campanillas.