Un historiador japonés honra el recuerdo de los estadounidenses muertos en Hiroshima
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Pasión por desentrañar un misterio
Durante más de cuatro décadas, Mori Shigeaki se ha dedicado a rastrear las historias de una docena de aviadores de las fuerzas aéreas estadounidenses que perecieron junto a decenas de miles de japoneses cuando la bomba atómica detonó sobre Hiroshima, en 1945; Mori luchó contra la inercia oficial y las críticas silenciosas hacia sus motivaciones.
El propio Mori, de 79 años, es un superviviente de esa primera arma nuclear utilizada en una guerra; durante mucho tiempo vio cómo su ardua labor pasaba desapercibida, hasta que por casualidad un director de cine estadounidense que vive en las afueras de Boston, cuyo tío abuelo era amigo de la infancia de uno de los pilotos, descubrió su historia.
Barry Frechette dice que sabía que la historia de la búsqueda de Mori por averiguar la verdad se convertiría en un documental conmovedor, pero no tenía idea de cuánto iba a cambiar ese proyecto las vidas de todos aquellos involucrados en él.
“El señor Mori se ha dedicado con pasión a desentrañar este misterio durante cuarenta años, y para él todo está en los detalles”, dice Frechette. “Quería ofrecer sus respetos a esos doce aviadores, para que los recordaran y sus familias supieran lo que les había pasado. Y eso es lo que ha logrado.”
Derribados al final de la guerra
Las circunstancias que reunieron a ambos hombres comenzaron mucho antes de que Frechette naciera, cuando dos bombarderos B-24 Liberator del ejército de los Estados Unidos -llamados Lonesome Lady (“dama solitaria”) y Taloa- y dos bombarderos en picado de la armada estadounidense fueron derribados mientras realizaban ataques sobre objetivos en Japón a finales de julio, en 1945.
No todos los hombres sobrevivieron la caída. La mayoría de los que lo hicieron fueron transportados a Hiroshima, la ciudad más grande de la zona, y confinados en el Cuartel General de la Policía Militar de Chūgoku. El primer teniente Thomas Cartwright, piloto del Lonesome Lady, quedó separado de sus compañeros y lo enviaron a Tokio para ser interrogado.
Ese golpe de suerte salvaría la vida de Cartwright, ya que el cuartel de policía estaba a menos de 400 metros del epicentro de la explosión del Little Boy (“niñito”, el apodo que recibió la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima) poco después de las 8:15 am, el 6 de agosto de 1945.
Se cree que nueve de aquellos hombres murieron en el acto. El sargento Hugh Atkinson, de Seattle, sobrevivió milagrosamente la explosión inicial, pero murió poco después, debido a los efectos de la radiación. Otros dos prisioneros, el sargento primero del ejército Ralph Neal y el aviador de tercera clase Normand Brisette, de la armada, habían sido trasladados con anterioridad a otro lugar de la ciudad para ser interrogados, y se encontraban más lejos cuando la bomba detonó a unos 600 metros sobre la ciudad.
De todos modos, ambos soldados estaban demasiado cerca de la explosión. A pesar de que un médico japonés los atendió, murieron un par de días después por su exposición a la radiación.
Tres días después, el 9 de agosto, se lanzó una segunda bomba atómica sobre Nagasaki; el 15 de agosto Japón se rindió.
El caos del primer ataque atómico del mundo
En los caóticos días que precedieron y siguieron a la rendición, los militares estadounidenses no sabían qué había sido de sus compañeros presos en Hiroshima. Las autoridades solo pudieron avisar a sus familias de su desaparición. Esa fue la respuesta oficial hasta mucho después de que los parientes hubieran perdido toda esperanza de ver el regreso de los soldados desaparecidos. No fue hasta 1983 que Washington confirmó a regañadientes que aquellos prisioneros estadounidenses habían muerto en la explosión atómica.
Mori, que tenía 8 años en el momento del ataque, también estuvo a punto de morir en el infierno que se tragó a su ciudad natal.
“Estaba a cerca de dos kilómetros y medio del centro de la explosión, en una colina al noroeste de mi escuela”, recuerda. “La onda expansiva me lanzó a un arroyo y de pronto me encontré dentro del hongo atómico. Estaba tan oscuro que al alzar mis manos ante mi cara, a unos diez centímetros, no podía verlas.”
“La explosión fue increíble; se llevaba todo tipo de cosas por el aire, a mi alrededor,” dice. “Pensé que la Tierra misma había explotado.”
“Fue un milagro que no resultara herido.”
Como el resto de los supervivientes, Mori comenzó a reconstruir su vida, tras la guerra; en la escuela tuvo excelentes notas en Historia. Pero su deseo de convertirse en profesor de Historia se vio frustrado, y tras graduarse en la universidad trabajó en una empresa puntera de valores, y después en Yamaha Corp., fabricante de instrumentos musicales.
El historiador aficionado que encontró su misión en la vida
Pero nunca perdió su pasión por la investigación y el pasado. En los setenta se encontró con la historia de un bombardero estadounidense que se había estrellado al final del conflicto cerca del pueblo de Ikachi, en las montañas (en lo que hoy es parte de la ciudad de Yanai, en la prefectura de Yamaguchi).
“Fui al lugar del accidente y hablé con los granjeros que trabajaban en esas montañas, para preguntarles si sabían algo,” dice. “Todos los habitantes de la zona conocían la historia, y pudieron llevarme al lugar exacto del accidente.”
Mori descubrió que el avión era el Lonesome Lady. Tras investigar más durante unos años fue capaz de identificar a su tripulación y confirmar que la policía se los había llevado a Hiroshima. Descubrió que allí se habían reunido con las tripulaciones de otras tres aeronaves derribadas.
Pero averiguar los nombres de los soldados no era suficiente para Mori; quería comunicarse con sus parientes vivos para compartir esta información. Con muy poca ayuda oficial -el Gobierno japonés deseaba cerrar el telón sobre la guerra, mientras que las autoridades estadounidenses deseaban presentar un antiguo enemigo como aliado firme- Mori comenzó a buscar apellidos que coincideran con los de los miembros fallecidos de la tripulación. Empezó con el estado de Washington, llamando a los operadores locales y pidiendo que lo conectaran con gente que tuviera los nombres de la lista.
“Hay muchos monumentos en Hiroshima en recuerdo de quienes murieron en el bombardeo, pero ni uno solo dedicado a los prisioneros de guerra estadounidenses que fallecieron en él,” dice. “Yo sobreviví, y ese hecho me hizo dedicarme con más ahínco a buscar a los familiares de los fallecidos para contarles lo que había pasado con sus seres queridos.”
“Decidí que seguiría buscando a esas familias hasta que los encontrara, antes de morir, y que lograría que pusieran los nombres de los aviadores estadounidenses en el registro oficial de víctimas de la bomba (en la Sala Memorial de la Paz),” dice Mori. “Pero no fue fácil; hay cincuenta estados en Estados Unidos, y cientos de millones de personas.”
Contactos con las familias de los muertos
La cuenta de teléfono de Mori ascendió hasta los 70.000 yenes al mes por las llamadas internacionales, mientras continuaba su búsqueda, pero por fin encontró a Francis Ryan, el hermano de James Ryan, en Atlanta.
“La primera vez que logré registrar uno de sus nombres, lloré muchísimo,” recuerda Mori. “Nadie me había pedido que lo hiciera. Nadie me ayudó, ni creían que pudiera conseguirlo, pero yo estaba comprometido a hacer todo lo que fuera necesario.”
Gracias a nueva información que Francis Ryan le había proporcionado -incluyendo nuevas fotos de la tripulación antes de una misión- Mori fue capaz de localizar rápidamente a Cartwright, un hecho que propició una amistad de 20 años entre ellos, durante la cual intercambiaron más de 100 cartas y postales, hasta que el antiguo piloto murió, el año pasado.
En 1999 Mori logró por fin su deseo de establecer un monumento en recuerdo de los aviadores estadounidenses, con una placa de bronce en el cuartel de la policía. En el aniversario del bombardeo, en agosto de 2012, Clifton Truman Daniel, el nieto del expresidente Harry Truman (que ordenó el ataque), se reunió con Mori y visitó la placa para colocar flores y presentar sus respetos.
Con el tiempo la perseverancia de Mori dio sus frutos, a medida que navegaba a través de una montaña de papeleo -incluídas unas 10.000 cajas de pruebas, en la Biblioteca del Congreso de EE. UU.- que le permitió rastrear a los familiares de todos los 12 aviadores.
Aunque ha resuelto el misterio, Mori no tiene ganas de abandonar su investigación. Ahora se dedica a descubrir qué ocurrió con los prisioneros de guerra británicos y holandeses que estaban en Nagasaki cuando explotó la segunda bomba atómica.
La dedicación de Mori fascina a un director
Los miembros de una de las familias, la de Normand Brissette, expresaron su gratitud a Mori por proporcionarles información sobre él. También la compartieron con Eddie Chandonnet, su mejor amigo de la escuela. Chandonnet, a su vez, le dijo a su sobrino nieto, Barry Frechette, que la familia por fin tenía información sobre lo que había sucedido más de sesenta años antes.
Frechette admite que quedó “enganchado a la historia de inmediato.”
“Era la historia de doce estadounidenses que habían muerto en HIroshima, pero había muy poca información sobre ellos… y eso me parecía muy raro,” dice. “Era una historia que no podía dejar pasar.”
Frechette empezó a comunicarse con Mori en la primavera de 2013 y viajó a Japón por primera vez en febrero de 2014 para “ver si la historia era real.”
“Fui a casa del señor Mori, y cuando entré en su sala de estar vi pilas de documentos sobre cada uno de los aviadores, colocadas sobre el piano y la mesita de café,” dijo. “Sabía tanto sobre cada uno de ellos… si habían estado casados y tenido hijos, de dónde eran, los aviones en los que habían estado… Y enseguida supe que alguien tenía que contar esa historia.”
“No esperaba conocer en Japón a un hombre que supiera más sobre Normand Brissette que las personas que pasan junto a su monumento en Lowell (Massachusetts) y ni siquiera piensan en él,” dice. “Pero eso es precisamente lo que me encontré allí.”
Frechette trabajó en el documental durante los dos años siguientes, viniendo a Japón con Susan Brissette Archinski, la sobrina de Normand Brissette, y con Ralph Neal, el sobrino del aviador, a quien pusieron el mismo nombre.
Esos encuentros fueron, por supuesto, emocionantes, y se convirtieron en un elemento clave de Paper Lanterns (linternas de papel), el documental de 60 minutos de Frechette que hila las historias de los aviadores, sus familiares vivos y el historiador japonés que los unió a todos.
“Han sido tres años muy difíciles hasta poder ver el proyecto terminado, pero ha merecido la pena,” dice Frechette. “Hemos construido una familia increíble, y el mundo parece un lugar mucho más pequeño tras hacer la película. Para mí, es muy importante que se reconozca al señor Mori por todo el duro trabajo que ha realizado.”
“Es un hombre realmente bueno.”
Tráiler de Paper Lanterns
Prisioneros de guerra de EE.UU. muertos en el bombardeo de Hiroshima
Nombre | Ciudad natal | Avión |
---|---|---|
Hugh H. Atkinson | Seattle, WA | Lonesome Lady |
Charles O. Baumgartner | Sebring, OH | Taloa |
Normand R. Brissette | Lowell, MA | Curtiss SB2C Helldiver |
Joseph E. Dubinsky | Washington, PA | Taloa |
Buford J. Ellison | Abilene, TX | Lonesome Lady |
John J. Hantschel | Appleton, WI | Grumman F6F Hellcat |
John A. Long Jr. | New Castle, PA | Lonesome Lady |
Durden W. Looper | Huntington, AR | Lonesome Lady |
Julius Molnar | Kalamazoo, MI | Taloa |
Ralph J. Neal | Corbin, KY | Lonesome Lady |
Raymond L. Porter | Butler, PA | Curtiss SB2C Helldiver |
James M. Ryan | Binghamton, NY | Lonesome Lady |