Tsukamoto Konami, la doctora de árboles, parques y almas
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Las delicadas cascadas violetas y blancas de las glicinas bailan con la brisa primaveral, impregnando el aire con su fragancia. Sentada en un banco bajo un emparrado hábilmente diseñado para permitir que las flores ostenten todo su esplendor, Tsukamoto Konami sonríe y comenta que ahora es la mejor época del año para visitar un jardín japonés.
“El período de la segunda quincena de abril a principios de mayo es mi época del año favorita: los nuevos brotes despuntan después del invierno y las glicinas están en plena floración”, afirma Tsukamoto. El resto del jardín se encuentra espolvoreado por los tonos rojos, amarillos y rosas de los tulipanes. Las hojas rojo óxido de los arces japoneses y el verde oscuro de los pinos forman el telón para los blancos, violetas y azules de las incontables flores de la temporada: un paisaje que atestigua el duro trabajo que Tsukamoto ha dedicado al Parque Floral de Hamamatsu, situado cerca de los pies del monte Fuji, en pleno centro de Japón.
Para Tsukamoto, de 66 años, su profesión está enraizada en su infancia: “De pequeña era una saltimbanqui; me pasaba el día haciendo gimnasia y subiendo a los árboles en mi pueblo de Shizuoka, cerca de Hamamatsu. Era buenísima trepando a los árboles. A mi padre le encantaban los árboles y mi marido, con quien me casé a los 22 años, es especialista en jardines japoneses, así que en muchos sentidos era prácticamente lógico que yo acabara dedicándome a este campo”.
La primera doctora de árboles de Japón
La Agencia Forestal de Japón introdujo un sistema de acreditación para doctores de árboles en 1991, y al año siguiente Tsukamoto se convirtió en la primera mujer en obtener el título tras superar el dificilísimo examen oficial.
Para presentarse al examen de acreditación se requiere un mínimo de siete años de experiencia en diagnóstico, tratamiento, conservación y gestión de árboles. Para la primera prueba hay que entregar un artículo académico, en la segunda superar un cursillo teórico-práctico de 14 días, y en la tercera aprobar un examen escrito y oral. Tras hacerse con el título, Tsukamoto se ha seguido dedicando al cuidado de los árboles por todo Japón.
“Mi tarea empieza cuando recibo un SOS sobre un árbol debilitado o moribundo y me desplazo hasta el lugar donde se encuentra para identificar el motivo de su estado y ponerle solución”, explica. “Puede que el árbol haya sido alcanzado por un rayo o por un tifón, o que esté afectado por alguna plaga o enfermedad. Primero realizo un examen para diagnosticar el problema y decidir el tratamiento”.
Tsukamoto está especialmente interesada en los árboles clasificados como “gigantes”, es decir aquellos cuyo tronco mide al menos tres metros de circunferencia, que suelen tener entre quinientos y mil años. El árbol más grande que ha tratado hasta la fecha pesaba 35 toneladas. ”Antes de conseguir la certificación de doctora de árboles ya había trasplantado con éxito más de cien árboles gigantes. La experiencia me ayudó a aprobar el examen”.
Atajar el problema de raíz
Tsukamoto rechaza el uso de productos químicos en los árboles porque cree firmemente en el poder autocurativo de la naturaleza, ayudado por la discreta intervención de la mano humana.
“Los médicos de árboles decimos que los síntomas de las hojas y las ramas proceden de las raíces. Así que un árbol crecerá sano mientras sus raíces estén sanas”, explica Tsukamoto.
“Por desgracia, como las raíces están escondidas bajo tierra, no siempre resulta sencillo encontrar el problema. Cada especie tiene sus propias características; los cerezos, los pinos y las glicinas, por ejemplo, son muy distintos entre sí. No es fácil comprender la idiosincrasia de cada árbol y facilitarles el entorno idóneo para sus raíces. Es importante ponerse en el lugar del árbol y captar qué es lo que el árbol desea que se le haga”.
A veces Tsukamoto recibe encargos para trasplantar árboles viejos. El trabajo puede suponer un montaje titánico, con años de preparación para lograr extraer el árbol del suelo y trasladarlo a su destino. El más exigente entre este tipo de proyectos fue el trasplante de cuatro glicinas de 130 años cuyas raíces y ramas se habían extendido en un área de 600 metros cuadrados. En 1994 las glicinas, con su tronco de un metro de diámetro y 3,6 de circunferencia, se encontraban en una granja cercana de la ciudad de Ashikaga, de la prefectura de Tochigi, al norte de Tokio, y había que trasladarlas unos 20 kilómetros hasta el Parque Floral de Ashikaga.
Tsukamoto relata cómo llegó a ser la responsable del trasplante: “Consultaron a expertos universitarios de todo Japón, pero todos lo rechazaron por ser un proyecto de una envergadura sin precedentes que consideraban imposible. Al final acudieron a mí e insistieron mucho para que aceptara. Así que me planté delante de uno de los árboles un buen rato, cerré los ojos y sentí que iba a poder trasplantarlos”.
Un trasplante histórico
“Lo más importante para las glicinas es proteger el tronco. Es su punto más débil, y si la corteza se daña puede darse paso a la invasión de infecciones y enfermedades”.
Se tardaron dos años en completar todo el proyecto, ya que hubo que empezar por desenterrar las raíces, cortarlas, introducirlas de nuevo en el suelo y esperar a que crecieran. Tsukamoto reconoce que el proceso le provocó pesadillas.
Para evitar dañar la delicada corteza de las glicinas, a Tsukamoto se le ocurrió aplicarles vendajes de yeso —como los que inmovilizan los miembros fracturados de las personas— en puntos clave donde se anudarían las cuerdas para elevar los árboles.
Afortunadamente el trasplante se ejecutó sin percances, y las glicinas se adaptaron bien al nuevo entorno, donde ahora crecen sanas y han ocupado ya un área de mil metros cuadrados cada una.
El poder curativo de la naturaleza
Después de casi veinte años dirigiendo el lejano Parque Floral de Ashikaga, en abril de 2013 Tsukamoto pasó a dirigir el Parque Floral de Hamamatsu, situado en su ciudad. En aquel tiempo el parque experimentaba dificultades financieras y corría el riesgo de acabar cerrando, pero desde entonces el número de visitantes anuales ha pasado de 250.000 a 500.000 gracias a iniciativas como la diversificación de las especies de árboles y flores y la modificación del diseño del parque añadiendo ascensores.
”Desde que llegué quise dejar bien claro el tema del parque”, apunta Tsukamoto. “Nos centramos en las flores de cerezo y los tulipanes, y tenemos el objetivo de convertirnos en el mejor jardín del mundo de estas dos flores”. Y sus glicinas tampoco desmerecen, por supuesto.
Tsukamoto tiene la profunda convicción de que los árboles, las flores y los entornos naturales son importantes para la salud y el bienestar de las personas. Teme que las generaciones jóvenes estén perdiendo el contacto con el mundo natural por pasar cada vez más tiempo viviendo en el mundo virtual de los ordenadores y los teléfonos móviles.
Tsukamoto aconseja a todo el mundo lo siguiente: “Aunque no tengas ningún gran parque cerca, busca un riachuelo, un bosquecillo o lo que sea —no hace falta que sea extenso— y encuentra un árbol especial. Luego háblale —del tiempo, de cómo te fue el día, de lo que quieras— y el árbol te escuchará”.
Tsukamoto ha puesto en práctica su creencia en el valor terapéutico de árboles y plantas mediante un programa para jóvenes socialmente aislados, como los traumatizados por el acoso escolar o los que sufren depresión. La iniciativa de formación y contratación laboral que introdujo en Ashikaga se ha instituido ahora también en Hamamatsu.
“Un buen día un chico en la veintena me dijo que creía que no tenía futuro a menos que pudiera trabajar en el Parque Floral de Ashikaga”, cuenta Tsukamoto. “Me confesó que no sabía tratar con las personas pero que era feliz trabajando con las flores”. La presidenta le tomó la palabra y meses después lo invitó a participar en el proyecto del cuidado de las glicinas gigantes. Contemplar los árboles floreciendo en su nuevo hábitat por primera vez y oír a los visitantes expresar su admiración le fortaleció la autoestima.
El chico trabajó en el parque ocho años, pasados los cuales nadie hubiera imaginado que un día estuvo tan deprimido. Hoy en día gestiona su propio negocio de jardinería. Tsukamoto considera su historia un testimonio innegable del inigualable poder curativo de la naturaleza.
(Fotografía del titular: Tsukamoto Konami entre sus adoradas glicinas en el Parque Floral de Hamamatsu. © Kodera Kei.)Tsukamoto Konami Parque Floral de Hamamatsu glicina Parque Floral de Ashikaga