Intrigas en Tokio: el legendario espía soviético Richard Sorge
Cultura Historia- English
- 日本語
- 简体字
- 繁體字
- Français
- Español
- العربية
- Русский
Pocos espías han sido tan exitosos como Richard Sorge. Activo en Tokio desde 1933 hasta su captura final por las autoridades japonesas en 1941, este formidable agente soviético se infiltró en la embajada alemana y en las más altas esferas del Gobierno de Japón, suministrando al régimen de Stalin información crítica que alteró el curso de la Segunda Guerra Mundial.
La madre Rusia
Sorge llegó a Tokio en septiembre de 1933 haciéndose pasar por un periodista alemán después de estar varios años en Shanghái trabajando para el GRU, el servicio de inteligencia militar extranjero de la Unión Soviética. Su misión era mantener a Moscú al tanto de potenciales amenazas por parte de Japón—el creciente militarismo animó al Ejército de Kwantung a invadir Manchuria en 1931, lo que convenció a Stalin para mantener una estricta vigilancia sobre las ambiciones de su vecino oriental.
Sorge, un ciudadano alemán, llegó al espionaje a través de sus raíces rusas. Nacido en Rusia en 1895 de padre alemán y madre rusa, creció en Alemania después de que su familia se trasladara a este país cuando tenía tres años. En su juventud luchó para Alemania en la Primera Guerra Mundial—la experiencia le dejó con una cojera permanente y un imborrable desprecio por la guerra. Desencantado con la situación de posguerra, en 1919 se une al Partido Comunista de Alemania. Tras atraer la atención de la policía, huye a Moscú en 1924, donde trabaja para el Comintern de Vladimir Lenin antes de unirse finalmente al GRU.
Forjando un círculo
En Tokio, Sorge construyó su tapadera uniéndose al Partido Nazi y utilizando sus reportajes en la prensa para crearse una reputación de experto en cuestiones japonesas. Era un espía intrépido de un agudo ingenio, buen aspecto, y un encanto casi irresistible que pronto se ganó la confianza de los diplomáticos de más alto rango en la embajada alemana. Entre ellos se incluía el coronel Eugen Ott, el adjunto militar de la embajada, que se convirtió involuntariamente en el informante más importante de Sorge.
Ott valoraba el conocimiento de Sorge sobre las cuestiones japonesas y le convirtió en un consejero de confianza. En este papel, Sorge tuvo acceso a información clasificada e incluso escribió los informes que Ott envió al alto mando en Berlín. Su proximidad a este adjunto también le otorgó una importante influencia con otros diplomáticos en la embajada, una situación que mejoró aún más cuando el propio Ott se convirtió en embajador en 1938.
La fuente de información de Sorge sobre Japón era Ozaki Hotsumi, un respetado corresponsal del Asahi Shimbun y un simpatizante del comunismo. Ozaki trabajó durante un tiempo como consejero del Gabinete del primer ministro Konoe Fumimaro y mantuvo un contacto estrecho con los miembros del círculo del líder nipón, lo que le facilitó el acceso a información clasificada que posteriormente pasaría a Sorge.
La información que Sorge, Ozaki y otros en este círculo de espionaje reunieron era transmitida al Kremlin por el alemán Max Clausen a través de la radio.
Para ser un espía, Sorge llevaba un estilo de vida extravagante. Era un gran bebedor y un mujeriego sin remedio al que a menudo se le podía ver deambulando por Tokio en su motocicleta, yendo de bar en bar con otros periodistas, y retozando con un interminable desfile de amantes. Increíblemente, su actitud desvió de forma ostensible las sospechas sobre su trabajo como agente secreto, permitiéndole trabajar sin molestias durante siete años—a pesar de que vivió a solo unas pocas calles de las oficinas de la Tokubetsu Kōtō Keisatsu, el famoso cuerpo de policía japonés encargado de controlar los grupos políticos y sofocar la proliferación de ideologías extranjeras peligrosas.
Cambiando la corriente
En la primavera de 1936 Sorge envió noticias a Moscú, oídas de Ott, sobre las negociaciones secretas de Alemania con Japón en torno a un acuerdo anticomunista—el Pacto Anti-Comintern, que se firmaría en noviembre de ese año. Habiendo reconocido las implicaciones militares de este acuerdo, Stalin temía que el tratado le llevaría a un frente múltiple de guerra contra la alianza nipo-germana, un conflicto al que la Unión Soviética no podría sobrevivir. Se cree que el informe de Sorge contribuyó a la firma de Pacto de no agresión germano-soviético de 1939, una forma de reducir la posibilidad de que aquello pudiese ocurrir.
A pesar de todo, Stalin no evitaría la guerra con Alemania durante mucho tiempo. A finales de 1940, Sorge comenzó a informar sobre la concentración de fuerzas alemanas cerca de la frontera rusa. El Kremlin, posiblemente suspicaz ante el alcoholismo y los líos de faldas de Sorge, dudó de la veracidad de estos despachos y no tomó precauciones. Sorge continuó advirtiendo a Moscú en vano para evitar la invasión, enviando un último informe el día antes de que el 22 de junio de 1941, Hitler desatara la Operación Barbarossa sobre las incautas fuerzas soviéticas.
Este ataque fue un golpe devastador. Desconcertado, Stalin comenzó a mostrarse desesperado por conocer si Japón tenía la intención de descartar su pacto de no agresión con la Unión Soviética, firmado en mayo de dicho año, y atacar desde el este, algo sobre lo que Alemania estaba insistiendo activamente a su aliado.
Ozaki mantuvo a Sorge al tanto de las novedades durante meses a medida que el ejército de Japón y los líderes políticos discutían una estrategia. Al final el Gobierno desechó el asalto a los Soviets como una posibilidad, y para comienzos del otoño otros acontecimientos geopolíticos centraron el consenso en una invasión de las colonias del Reino Unido, los Países Bajos y Francia en el sur, ricas en recursos.
Al oír esto de Ozaki, Sorge envió el despacho más importante de su carrera en septiembre de 1941, informando a Moscú de la decisión del Gobierno de Japón. Ahora que la amenaza de un ataque se había disipado en el frente oriental soviético, Stalin trasladó sus fuerzas a occidente, un movimiento que frenó el avance alemán en Moscú y cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial.
Abandonado a su suerte
Sorge cumplió su misión, pero no logró escapar. La policía había empezado a sospechar de personas como Ozaki y había estado estrechando su cerco sobre la fuente de un número de transmisiones de radio ilícitas. Después de que el agente japonés Miyagi Yotoku diera los nombres de sus colegas en un interrogatorio, la policía echó sus redes sobre este círculo de espías, arrestando a Sorge en su casa el 18 de octubre.
Sorge ofreció a las autoridades un informe detallado de sus actividades como espía, por el que fue juzgado y condenado a muerte. Sin embargo, el Gobierno de Japón no tenía claro qué debía hacer con el espía e intentó en varias ocasiones intercambiarlo por prisioneros japoneses custodiados por los Soviets. Como era práctica habitual, no obstante, Moscú se negó categóricamente a admitir cualquier conocimiento sobre este agente. Olvidado, Sorge pasó por el patíbulo el 7 de noviembre de 1944, y fue enterrado en una fosa común en el cementerio de la prisión de Sugamo en Tokio.
Tras la guerra, Ishii Hanako, amante de Sorge durante cerca de seis años, supo de su destino y en 1950 pidió que sus restos fueran trasladados a un espacio en el cementerio de Tama en el oeste de Tokio. Ishii cuidó de su tumba hasta su muerte en el año 2000, a los 89 años, y fue enterrada junto a su amado Sorge.
La Unión Soviética tardaría dos décadas en sacar a la luz finalmente a Sorge. En la década de 1960, bajo el Gobierno de Nikita Khrushchev, el Kremlin redescubrió la historia del espía, le reconoció como héroe, y le conmemoró con estatuas y otros honores.
No parece que a Sorge le entusiasmara su vida de intrigas. En una ocasión se lamentó de que si hubiera vivido en tiempos de paz habría sido profesor, aunque su trabajo clandestino ayudó a cambiar el resultado de la Segunda Guerra Mundial y la trayectoria de la historia moderna.
(Fotogafía del encabezado: la lápida de Richard Sorge en el cementerio de Tama.)