Palaos: tras experimentar la guerra, el paraíso del Pacífico Sur se compromete con la paz
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Un pasado violento para unas islas pacíficas
Como escenario de una de las batallas más feroces y destructivas de la Segunda Guerra Mundial, sería justo suponer que los habitantes de Palaos pudieran albergar cierto resentimiento hacia Japón y los japoneses. Los isleños fueron testigos de ataques aéreos y navales en 1944 que destruyeron infraestructuras, hundieron barcos y, en ocasiones, mataron a civiles. Toda la isla de Peleliu, en el extremo sur del archipiélago, quedó devastada mientras las tropas japonesas luchaban contra las fuerzas de invasión estadounidenses.
Pero mientras que los líderes de otras naciones de Asia-Pacífico rara vez pasan por alto la oportunidad de recordar las indignidades que tuvieron lugar durante los años de dominio colonial japonés hace un siglo o más, el presidente Surangel S. Whipps Jr. niega enérgicamente con la cabeza durante la entrevista. A pesar de la destrucción de la guerra, afirma, la relación actual entre Japón y Palaos no se ve afectada por las cicatrices del pasado.
“Hay que recordar que no fuimos invadidos por Japón, sino que éramos un territorio japonés”, dice Whipps a nippon.com. “Koror solía llamarse el ‘pequeño Tokio’, y aquí vivían 30.000 japoneses, incluidos 17.000 okinawenses”.
“Alrededor del 20 % de nuestra ascendencia es japonesa y tenemos muchas cosas en común. Hay más de mil palabras en nuestro diccionario que proceden del japonés”.
Cuando se le pregunta por su palabra favorita, Whipps no duda en sugerir tokubetsu: “especial”.
Originalmente asentadas por viajeros procedentes de Filipinas o Indonesia hace entre 4.000 y 5.000 años, las islas fueron registradas por primera vez por exploradores españoles en 1522, aunque no fue hasta noviembre de 1710 cuando una expedición española puso pie en el territorio, unos 900 kilómetros al este de la isla filipina de Mindanao.
El archipiélago permaneció bajo control español hasta que fue vendido a Alemania en 1885 y después, como consecuencia de la derrota de Berlín en la Primera Guerra Mundial, Palaos y otras posesiones alemanas en el Pacífico fueron asignadas por la Sociedad de Naciones a Japón.
Aromas de Japón en el Pacífico Occidental
Las imágenes en tonos sepia del Museo Nacional de Palaos muestran la vida en la ciudad más importante del Mandato de los Mares del Sur de Japón. La calle principal era ancha y estaba bordeada de árboles para dar sombra. Edificios de madera de diseño inconfundiblemente japonés se alineaban a ambos lados, con tiendas de bicicletas junto a restaurantes, tiendas de ropa e impresionantes grandes almacenes.
En el extremo sur de la carretera principal se alzaba la sede de la administración japonesa. A día de hoy sigue allí, aunque ahora está siendo reparado, y sirve como tribunal de la nación.
Los negocios japoneses prosperaron: exportaban coco seco, fosfato de las minas y pescado.
Inevitablemente florecieron las relaciones interculturales; Haruo Remeliik, el primer presidente del recién independizado Palaos en 1981, era japonés-paluano. Del mismo modo, Kuniwo Nakamura fue presidente durante ocho años a partir de 1992, y los apellidos japoneses siguen estando muy presentes en las tiendas y negocios de todas las islas.
Los abuelos de Chloe Yano por ambos lados eran japoneses, y aunque ella dice que se relaciona más estrechamente con su lado paluano, afirma que existen numerosos paralelismos entre las gentes de ambas culturas.
“Por lo que vi al crecer, Japón ha tenido una gran influencia en la sociedad palauana”, dice Yano, de 28 años, que trabaja para la Autoridad de Visitantes de Palaos en Koror. “Hay muchas actitudes y valores compartidos, como el respeto a los demás, sin importar su raza o etnia, ser hospitalario con ellos y respetar el medioambiente”.
“Los palauanos también somos humildes y trabajadores, y creamos estrechos lazos familiares, actitudes que compartimos con los japoneses. Y todos los días oímos palabras prestadas del japonés. Todavía decimos bīru para referirnos a la cerveza”.
Palaos se convirtió en uno de los destinos favoritos de los viajeros japoneses, según Yano; muchos de ellos acudían fascinados por las conexiones entre ambos países, y otros querían explorar algunos de los mejores lugares de buceo del mundo.
“Antes de la pandemia los japoneses se hallaban siempre en los tres primeros puestos, en cuanto a número de visitantes extranjeros, aunque esas cifras no se han recuperado como esperábamos”, dice, sugiriendo que la debilidad del yen frente al dólar y la falta de vuelos directos son obstáculos importantes que hay que superar.
Antes de la pandemia, según calcula la empresa turística Swing Aguon, el 60 % de sus clientes eran visitantes japoneses, pero esa cifra ha disminuido en los últimos años. Sin embargo mantiene esperanzas de que vuelvan a su negocio de alquiler de barcos en Koror, donde realiza excursiones diarias de buceo, expediciones de pesca de altura y visitas a las Islas Rocosas, incluidas en las listas de la UNESCO, y tan al sur como la isla Peleliu.
“Hay algunos palauanos que quizá pasaran momentos difíciles cuando los japoneses tenían el control, pero son pocos, si es que aún queda alguno, los que siguen vivos de esa generación, hoy día. La actitud entre la gente ahora es que todo eso ocurrió en el pasado y debe ser recordado, pero que no podemos vivir anclados en ese pasado. Tenemos que seguir adelante”.
“Los japoneses que vienen ahora son turistas y gastan un dinero que ayuda mucho a la economía, así que les damos la bienvenida”.
Lazos que permanecen fuertes
También es evidente que Japón ha realizado grandes esfuerzos para ayudar en el desarrollo de Palaos durante las décadas transcurridas desde el fin de la guerra. Un monumento de piedra junto a la calle principal de Koror conmemora la finalización de un nuevo sistema de abastecimiento de agua para la capital, construido con ayuda financiera japonesa. El nuevo muelle de la mundialmente famosa atracción del lago de las medusas tiene una pancarta que proclama que fue financiado con ayuda japonesa. Los autobuses amarillos brillantes de la escuela secundaria de Nissan tienen una imagen de un apretón de manos y las banderas de las dos naciones. Una elegante patrullera costera amarrada en el puerto de Koror lleva en el costado el mensaje de que fue regalada a Palaos por la Fundación Nippon.
Timothy Rull, un guardabosques estatal jubilado de 68 años que ha pasado toda su vida en la isla meridional de Peleliu, dice que su padre recordaba con cariño a los japoneses para los que trabajó.
“Me dijo que todos los japoneses que había conocido eran amables y no hacían daño a la población local”, recuerda. “Lo único que querían era montar negocios y ganarse la vida”.
El relajado estilo de vida de la isla quedó destruido cuando la guerra llegó a Peleliu en septiembre de 1944, hace 80 años, señala, aunque los japoneses habían tomado la precaución de enviar a todos los residentes civiles en barco al norte, fuera de peligro.
“Si no hubiera estallado la guerra esta isla quizá formaría parte aún de Japón”, dice Rull. “Pero con los combates se produjo una gran devastación. Cuando los isleños regresaron en 1946 tuvieron que empezar de cero; dondequiera que excavaban, encontraban una capa de ceniza negra a unos 60 centímetros bajo la superficie. Esto dificultó el cultivo de las cosechas tradicionales de la zona, ya que todas tenían un sabor amargo”.
“Pero la guerra ha terminado, el Gobierno japonés ha sido muy generoso con subvenciones y ayudas para ayudarnos a reconstruir, y los turistas japoneses aportan dinero a nuestros negocios”, añade. “Eso es lo que necesitamos, mirar al futuro”.
Ayudar en la búsqueda del cierre
En abril de 2015, el entonces emperador Akihito y la emperatriz Michiko conmemoraron el septuagésimo aniversario del fin de la guerra ofreciendo flores y oraciones en un monumento conmemorativo en Peleliu. Más de 12.000 soldados japoneses murieron al intentar resistir la invasión estadounidense. Un puñado fue capturado, mientras que 34 hombres se escondieron en la densa jungla hasta abril de 1947, sin saber que Japón se había rendido 20 meses antes.
Pocos días después del 15 de septiembre, aniversario del inicio de la Operación Stalemate II (el nombre en clave de la invasión de Peleliu en septiembre de 1944), Ichihara Sunao vuelve como voluntario para rastrear las selvas y los manglares en busca de los restos de los militares japoneses muertos en los combates.
Coronel retirado que sirvió durante 38 años en la Fuerza Aérea de Autodefensa, Ichihara, de 76 años, dijo que se había sentido inspirado para ayudar a localizar y repatriar los restos de los caídos tras leer un libro escrito por un soldado japonés que había resultado gravemente herido luchando en la cercana isla de Angaur, pero que fue rescatado por un soldado estadounidense.
“Unos 10.000 soldados japoneses murieron en Peleliu, y cada uno de ellos tenía familias que desde entonces se han preguntado qué fue de su hijo, de su hermano, de su marido”, dice. “Quiero ayudarlos a traer a sus seres queridos a casa”.
Ichihara trabajaba como voluntario con un equipo de la Asociación Japonesa para la Recuperación y Repatriación de Víctimas de Guerra (JARRWC, por sus siglas en inglés), afiliada al Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar y encargada de localizar al mayor número posible de los 1,12 millones de soldados, marinos y aviadores que aún figuran como desaparecidos en la II Guerra Mundial. Cientos de ellos se encuentran aquí, en Peleliu.
En un claro al este del rasgo conocido como Bloody Nose Ridge (“cresta de la nariz ensangrentada”), el equipo del JARRWC ha excavado una serie de zanjas. A menos de un metro por debajo de la superficie se hallaron los primeros restos: un cráneo, una columna vertebral y una pelvis; poco después encuentran unos brazos y unas piernas.
Se registra con cuidado la posición de cada hueso, y se fotografía antes de que pueda comenzar el trabajo de recoger cada uno de ellos del suelo arenoso. Los restos serán devueltos a Japón y, con suerte, identificados mediante técnicas avanzadas de análisis de ADN, el cual podrá compararse con las muestras proporcionadas por los familiares supervivientes.
Los registros estadounidenses muestran que 1.086 cadáveres fueron depositados en una fosa común en la isla por los estadounidenses, incluso mientras continuaban los combates en Peleliu. A pesar de los muchos años de búsqueda transcurridos, su probable ubicación no se identificó hasta 2023, y este es el primer cuerpo que se encuentra. Al poco tiempo, sin embargo, otros dos cuerpos emergen de la tierra. Se cree que docenas más yacen justo bajo los pies del equipo.
“El hermano de mi madre fue asesinado en Filipinas y sus restos nunca fueron traídos a casa”, dice Ichihara. “Antes de morir, mi madre siempre decía que quería ir a Filipinas para ver el lugar donde murió, pero nunca lo hizo”.
“Reconozco que si hubiera nacido unos años antes, casi con toda seguridad habría sido piloto luchando en esa guerra”.
(Traducido al español del original en inglés. Imagen del encabezado: restos de un tanque anfibio japonés de la Segunda Guerra Mundial que se oxida en la isla principal de Palaos - © Julian Ryall.)