Los ‘oni’: ogros japoneses, una historia de discriminación
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Existen muchos libros sobre los oni (ogros), escritos desde una perspectiva literaria y folclórica, basados en obras antiguas y medievales de esos géneros. La doctora Koyama arroja luz, por primera vez desde una perspectiva histórica, sobre los cambios en la imagen del oni desde la antigüedad hasta los tiempos modernos, así como sobre su trasfondo social, basándose en materiales históricos.
“El oni ha influido en los corazones y las mentes de los japoneses desde la antigüedad hasta el presente. ¿Cómo percibía y transmitía la gente su existencia? Estudiar la genealogía de los ogros implica asimismo asomarse a la psicología de los japoneses”.
Ogros en los libros de historia
Desde tiempos precristianos, en China, se creía que cuando una persona muere se convierte en un ki (espíritu difunto) y pasa a vivir en el inframundo. El confucianismo, el taoísmo y muchas creencias populares mencionaban los oni, y cuando apareció el budismo también influyó en ellos. Los límites entre los ogros y los dioses no quedaban muy claros: a veces se adoraba como dioses a ciertos ogros, y otras veces se invocaban por medio de magia. Se creía también que las plagas eran causadas por entidades llamadas ekiki (ogro de la enfermedad).
Se cree que el concepto de los oni llegó a Japón desde China, como muy tarde en el siglo VII, y fue adoptando una forma más fácil de aceptar para los japoneses.
“La imagen japonesa de los oni ha sido desde un principio multifacética. En el período Heian (794-1185), los mononoke (fantasmas de personas desconocidas) se representaban en ocasiones como oni, pero la idea china de que todos los espíritus se convierten en ogros solo se aceptó en parte. En China existían ogros tanto buenos como malos, pero en Japón llegó a asociarse el concepto del oni únicamente con los malvados. El budismo esotérico, además, que cuenta con el concepto de ogros divinos, ejerció una fuerte influencia sobre la imagen de los oni”.
Ciertos libros de historia, compilados en la antigüedad por decreto imperial, registran la aparición de oni. El Nihon shoki (Crónica de Japón), completado en el 720, cuenta que en el año 544 cierta tribu llamada mishihase (según algunos, los ainus y los tungus), que vivía en la parte norte del archipiélago japonés, llegó a la isla de Sado. Los lugareños temieron que fueran ogros y no se acercaron a ellos; poco después los forasteros secuestraron a algunos de ellos.
El Shoku nihongi (completado en el 797) contiene un rumor sobre un hechicero del monte Yamato Katsuragi que, en el 699, fue capaz de controlar un oni divino para que le llevara agua y cortara leña. Si se negaba a obedecer, el hechicero podía inmovilizarlo por medio de un conjuro. Por otra parte, el Nihon sandai jitsuroku (completado en el año 901) registra un incidente en el que un oni se comió a una mujer hermosa una noche del 887, en Heiankyō (actual Kioto), y se informaba también de que ese mismo mes de julio se habían dado otros 36 incidentes similares.
En el período Heian existía la creencia de que si una persona salía de viaje por la noche en determinados días basados en la cosmología del onmyōdō, se veía atacada por los llamados “cien oni”, y a muchos nobles les preocupaba por ello realizar viajes esos días. La compilación de historia cultural budista Fusō ryakuki, creada con referencias a la historia nacional al uso, relata que una noche de abril del 929 se encontraron huellas de un oni en el palacio. Eran huellas grandes, con dos o tres marcas de pezuña. En esa época se creía que los ogros tenían dos o tres dedos en los pies.
“Cabe destacar que, como se muestra en el Nihon shoki, las personas que desembarcaban desde el extranjero eran consideradas ogros”, señala Koyama. “Además, aunque solo se tratara de rumores, la aparición de un ogro era un incidente del que se informaba a la Corte Imperial, y causaban tanto pavor que los detalles debían registrarse en los libros oficiales de historia”.
Con cuernos y sin ellos
El Izumonokuni fudoki (733), una recopilación de historias regionales de Izumo (actual Shimane), cuenta que un ogro tuerto se comió a una persona que estaba arando su campo. En el libro de geografía chino Shan hai jing (completado entre los siglos IV y III a. C.), se describe el país de los ogros, y a sus habitantes como ogros tuertos de pelo largo y revuelto. Es posible que este libro llegara a Japón antes del período Heian, y haber influido en la historia del Izumonokuni fudoki.
Según Koyama, al menos a partir del siglo XII, cuando se terminó de escribir Konjaku monogatari (una colección de cuentos budistas), se imaginaba a los oni con cuernos. En el Jigoku zōshi (Rollo del infierno), escrito a finales del mismo siglo, se muestra en ilustraciones a oni rojos, azules, otros con cabeza de vaca, o de caballo… como habitantes del infierno. La piel roja o azul, la expresión iracunda y el famoso fundoshi (taparrabos) se remontan a los gaki (fantasmas hambrientos) y las imágenes de las deidades guardianas yasha (yaksa) del budismo esotérico y el hinduismo.
“Sin embargo, los oni representados en las ilustraciones no siempre tienen cuernos, e incluso hoy día se siguen representando algunos de ellos sin cuernos. También es probable que inicialmente se dibujaran con un martillo como arma, y que se comenzaran a representar con el típico garrote de hierro a partir del período Edo”.
Los ogros viven más allá del mar
Desde China llegó también a Japón un ritual para exorcizar a los ogros responsables de las plagas, y dio lugar a un evento en Heiankyō, llamado Tsuina, para expulsar a ese tipo de onis japoneses. Se trata del origen del actual festival de setsubun.
Un documento de la segunda mitad del siglo IX describe una invocación recitada por un onmyōji, un sacerdote del onmyōdō, en Tsuina, mediante la cual ordenaba a los oni abandonar el lugar y cruzar las fronteras del Japón de esa época, que eran la isla de Sado en el norte, Tosa en el sur, Michinoku en el este (en lo que hoy sería la costa del Pacífico de la región de Tōhoku) y Chikanoshima en el oeste (hoy día las islas de Gotō).
En julio de 1172 Fujiwara no Kanezane escribió en Gyokuyō, su diario, que ciertas “criaturas con forma de ogro” habían llegado en barco a la provincia de Izu. Según ese diario, el gobernador provincial presentó un informe a la Corte Imperial en el que afirmaba que no habían podido entender el idioma de los visitantes y terminaron peleando con ellos. Los supuestos ogros causaron muchos daños a los lugareños, antes de partir en su barco. Kanezane opinaba que en realidad no se trataba de oni, sino de extranjeros. El hecho de que los japoneses consideraran ogros a los extranjeros porque hablaban un idioma diferente y tenían un aspecto físico distinto da una idea del miedo que les tenían.
En los mapas de Japón, desde la Edad Media hasta principios de la era moderna, al sur de Japón se dibujaba una zona llamada Rasetsukoku. El nombre tiene su origen en la palabra sánscrita que significa “ogro”, y la isla se llama hoy día Onigashima (la isla de los ogros). Hogen Monogatari (completado alrededor de 1219-1222), uno de los supuestos prototipos de la legendaria matanza del oni de Momotarō, -leyenda a su vez formada entre finales del período medieval y principios del moderno-, cuenta cómo el comandante militar Minamoto no Tametomo dominó a los ogros. Tametomo desembarca en una isla desconocida y somete a los ōwarawa, descendientes de un oni de más de tres metros de altura, con una espada bajo el brazo derecho y el cabello suelto.
Desde la antigüedad hasta la Edad Media, los hombres que no usaban sombrero y se dejaban el pelo suelto y sin atar, incluso siendo ya adultos, eran denominados dōji (“niño”). Si bien se les discriminaba por su bajo estatus social, eran también temidos como seres con poderes mágicos. Buenos ejemplos son Ushiikaiwarawa, capaz de manejar vacas feroces, y Dōdōji, guardián de la llave para ingresar a un salón donde se hallaban consagradas importantes estatuas budistas. En Hogen monogatari y en Shuten dōji, mencionado más adelante, se asocia a los dōji con poderes sobrehumanos a los oni.
Una representación de la discriminación hacia personas con discapacidad y mujeres
A veces una humana daba a luz a un oni; cuando nacía un niño con alguna deformidad corporal era con frecuencia registrado en los libros de historia como onigo (niño-ogro). Se temía que fuera una señal ominosa sobre el porvenir, y que fuera necesaria una respuesta por parte del Gobierno. En muchas ocasiones era abandonado.
“Los padres, temerosos del aspecto del niño, encontraban de modo muy conveniente una justificación para excluirlo de la familia por miedo a las dificultades de su crianza”, dice Koyama. “Podían aducir que el niño representaba un peligro no solo para ellos, sino para el Estado mismo”.
Las mujeres también se veían cada vez más asociadas a los oni a medida que su estatus social decaía.
“El budismo fue originalmente una religión con una visión bastante misógina. Cuando llegó a Japón, no se aceptó esa visión discriminatoria tal como era, pero desde la segunda mitad del siglo IX el prejuicio contra las mujeres se fue asentando poco a poco junto con el sistema del patriarcado”.
Se enfatizó la inferioridad de las mujeres no solo por su falta de habilidad para la práctica del budismo, sino también por tratarse de seres humanos inferiores, lascivas y celosas.
“A medida que avanzaban los períodos Kamakura (1185-1333) y Muromachi (1333-1568), las mujeres comenzaron a verse asociadas con los ogros. Incluso en las obras de nō, perfeccionadas por Zeami, son muchos los ogros femeninos que se vuelven locos de celos”.
“Las mujeres eran marginadas en aquella sociedad, tan centrada en los hombres adultos. Por otro lado, en el sentido de que todos nacemos de una mujer, la suya era también una presencia que exigía gratitud, y precisamente por eso creían que debían controlarla. Las personas débiles, sin embargo, no eran vistas como ogros; los niños con discapacidades y los extranjeros sí, porque les causaban terror”.
De Shuten Dōji a kichiku beiei
En la antigüedad y principios de la Edad Media, los oni eran seres reales a los que temer, pero en el período Muromachi aumentó el escepticismo sobre su existencia, y se comenzó a hablar de ellos del mismo modo que se hablaba de los fantasmas y los yōkai. En esa época comenzaron a producirse numerosas copias del Hyakki yagyō emaki, representación de una procesión de oni y yōkai en tono chistoso. Una de las historias más populares sobre la lucha contra los ogros durante este período era la leyenda de Ōeyama, Tanbanokuni (aunque hay quien cree que la leyenda proviene del monte Ibuki, en la prefectura de Shiga), sobre Shuten Dōji, un rey oni que vivía en el monte. Durante el día adoptaba la forma de un dōji, y por la noche se transformaba en una aterradora figura con cuernos. Esta historia está recogida en rollos ilustrados y otros documentos, y las diversas apariciones de los sirvientes oni del rey crean una atmósfera muy humorística.
Esta forma de entretenimiento fue muy popular en el periodo Edo; un buen ejemplo era Oni Musume: una mujer con protuberancias en forma de cuernos, en la cabeza, que se vio utilizada como espectáculo.
Desde la era Meiji (1868-1912), los oni se fueron asociando con la guerra. En la Guerra Ruso-Japonesa se dibujaron libros ilustrados en los que Momotarō subyugaba a los “ogros rusos“, mientras que en la Guerra del Pacífico fueron los soldados estadounidenses y británicos (los llamados kichiku beiei, “demonios anglosajones”) , convertidos en oni, a quienes se debía derrotar. En el primer largometraje de animación de Japón, Momotarō: umi no shinpei (Momotarō: guerreros divinos del mar; estrenado en abril de 1945), los oni de Onigashima aparecen como humanos occidentales con un solo cuerno.
Fuku-chan, un personaje popular nacido de un manga serializado en un periódico, también apareció en un libro para colorear sobre el exterminio de ogros. “Si nadie se enfadaba con Fuku-chan, un chico popular pero muy travieso, cuando pateaba a los oni, eso quería decir que los ogros eran muy malos. Era una forma muy hábil de unir a la gente para que lucharan juntos contra el enemigo”.
No olvidar las historias de discriminación
Hoy en día, los oni son seres familiares y cercanos, como los yōkai, que aparecen en videojuegos y cuentos. Tenemos ogros rojos y azules, un tanto humorísticos, en Yōkai Watch, y los oni de Kimetsu no yaiba, ya un verdadero fenómeno social, tienen apariencias diversas y diferentes personalidades, y son muy diferentes de los ogros de las historias antiguas.
Es bueno poder disfrutar de este tipo moderno de oni, también. Sin embargo, no debemos olvidar las partes más negativas de la historia, dice Koyama.
“Desde la antigüedad, los japoneses han considerado a los oni como objetos de discriminación y exclusión. Cuando sucedía alguna crisis nacional, se les solía echar a ellos la culpa. Al usar la palabra oni estaban creando una imagen fija, y así dejaban de considerar la naturaleza polifacética de las otras personas y las situaciones. Hoy día, que el futuro del mundo es tan incierto, deberíamos aprender de la historia de los oni y pensar si nuestra visión está o no sesgada sobre la realidad”.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: exterminio de ogros de Ōeyama Ekotoba – cortesía del Museo de Arte Itsuo de la Fundación Cultural Hankyū.)