‘Itako’, las chamanas de Aomori que median entre los vivos y los muertos
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La veneración de la naturaleza y el culto a los antepasados
Existe la idea, ampliamente extendida, de que los japoneses son irreligiosos. Sin embargo, si observamos sus costumbres cotidianas, podemos afirmar que son uno de los pueblos más profundamente religiosos del mundo.
La visita al lugar de origen durante el Obon es un buen ejemplo de ello. Ahora muchas personas han dejado de regresar a su localidad natal a causa de la pandemia, entre otros factores, pero antes todos iban cada año a visitar las tumbas de sus difuntos por esas fechas, aunque tuvieran que enfrentarse a atascos eternos en las autopistas. La costumbre de decir itadakimasu juntando las palmas de las manos representa un ritual de agradecimiento a los incontables dioses del panteón nipón y de contrición para con todas las criaturas vivientes.
Los fabricantes de insecticidas celebran todos los años una ceremonia conmemorativa para las cucarachas, moscas y otros bichos que se han exterminado con sus productos.
Si actuar motivado por ideas religiosas se considera fe, las costumbres japonesas que acabamos de explicar son una manifestación de fe innegable. Si bien es cierto que no son mayoría los que se identifican como creyentes de una religión creada por un fundador como el budismo, el cristianismo o el islam, la mayoría de los japoneses tienen una fe firme.
¿En qué tipo de religión se fundamenta la fe de los japoneses? Ukai Hidenori, sacerdote jefe del templo Shōkaku-ji de Kioto, de la secta del budismo Jōdo, y periodista especializado en budismo, apunta: “La fe de los japoneses cuesta de definir en pocas palabras porque, además de que es una amalgama de religiones y filosofías como el animismo, el budismo, el sintoísmo y el confucianismo, presenta diferencias regionales. Pero, simplificando mucho, podemos decir que su base es la veneración a la naturaleza y el culto a los antepasados”. Esa fe fue el terreno fértil en el que florecieron las itako, médiums que residen en la prefectura de Aomori.
La dualidad espíritu-cuerpo, base de la concepción de la vida y la muerte
El más conocido entre los múltiples roles de las itako es la práctica del kuchiyose, un ritual en el que invocan el espíritu de un difunto para que las posea y se comunique a través de ellas. La chamana pronuncia unas oraciones para invocar al espíritu desde el más allá. Este acto de invocar espíritus y “prestarles la boca” (sentido literal de kuchiyose) para que hablen se apoya en la creencia de la dualidad del ser, en que cuerpo y espíritu son dos realidades distintas, y el segundo permanece aunque el primero desaparezca. El teólogo Yamaori Tetsuo defiende que la teoría de la dualidad cuerpo-espíritu es el fundamento de la visión japonesa de la vida y la muerte.
Esa manera de concebir vida y muerte está profundamente arraigada en el día a día de los japoneses. En el Obon, se preparan los shōryōma, pepinos que representan caballos y berenjenas que representan vacas, para que los espíritus de los antepasados los usen para viajar entre el más allá y nuestro mundo. El Gozan no Okuribi, que se celebra en Kioto el 16 de agosto, es un ritual para devolver al monte los espíritus que habían regresado a sus casas.
En Japón tradicionalmente se cree que los espíritus de los antepasados, que han abandonado el cuerpo, se convierten en kami (deidades) en el 33.º y el 50.º aniversario de la muerte, después de que sus descendientes hayan llevado a cabo los ritos conmemorativos correspondientes (sanjūsankaiki y el gojukkaiki) para purificarlos. Antes de alcanzar la naturaleza divina, los espíritus están dentro de las montañas y regresan a casa por Año Nuevo, el Obon y los equinoccios. Esta creencia de que los espíritus se van al monte al fallecer se conoce como sanchū takaikan. En zonas cercanas a la costa, se cree que van al mar y se llama kaichū takaikan. El sanchū takaikan probablemente surgió porque antaño los japoneses temían las montañas y las consideraban objeto de veneración. El espiritismo de las itako es un ejemplo de la manifestación de la fe que subyace en la psicología profunda de los japoneses.
El dominio del kuchiyose mediante el aprendizaje
Pero ¿quiénes son las itako? Aunque actualmente el imaginario popular las relaciona sobre todo con el kuchiyose, en sus orígenes eran consejeras regionales basadas en seres espirituales como deidades y budas a las que las mujeres de la comunidad acudían para consultar sobre asuntos familiares como las relaciones entre suegra y nuera o entre cónyuges, o sobre problemas de salud.
Japón ha tenido sacerdotisas miko, que transmitían la palabra de deidades y budas, desde la antigüedad. Hoy en día hay sacerdotisas llamadas yuta en Okinawa y Amami, y tuskur en el idioma ainu. Además, en la región de Tsugaru (mitad occidental de la prefectura de Aomori), hay muchos lugares donde sigue habiendo sacerdotisas llamadas kamisama o gomiso que invocan a las divinidades y los budas.
La diferencia fundamental entre las miko y las itako es que las segundas entrenan sus técnicas mediante el aprendizaje. Las yuta y las kamisama suelen experimentar la posesión de una deidad de forma espontánea y su capacidad no se transmite ni se hereda. Las itako, en cambio, tardan años en asimilar sus capacidades, que adquieren mediante un sistema de maestra y aprendiza; es decir, que son técnicas formadas. Por eso las itako tradicionales cuentan con un símbolo (odaiji) que las certifica como maestras y unas cuentas de oración parecidas a un rosario (irataka) que les lega su mentora.
Un recurso local de ayuda a los menos favorecidos
El sistema de maestra y discípula de las itako se debe a que tradicionalmente su oficio se institucionalizó como una profesión para mujeres ciegas.
Esashika Hitoshi, historiador local de Hachinohe (prefectura de Aomori) y presidente de la Asociación para la Conservación de la Tradición de las Itako de Aomori, explica que hace entre 250 y 260 años, a mediados del periodo Edo, hubo una chamana ciega llamada Taiso-bā en la región de Nanbu (parte este de la prefectura de Aomori) que transmitió técnicas como el kuchiyose a un asceta de montaña llamado Chōrinbō y a su mujer ciega, Takadate-bā. Más tarde el matrimonio montó una organización de mujeres invidentes que fue el inicio de las itako.
Las discípulas de Chōrinbō y Takadate-bā tomaron bajo su tutela a otras discípulas y fueron difundiendo la cultura de las itako. Las palabras que se recitan durante el kuchiyose varían entre una y otra chamana, ya que se transmiten oralmente entre maestras y discípulas.
Si bien Chōrinbō y su esposa legaron sus técnicas a mujeres sin visión porque la propia Takadate-bā era ciega, se piensa que también lo hicieron con la intención de crear un recurso de ayuda a los miembros más vulnerables de la comunidad. Antiguamente en la región de Tōhoku, aquejada de malas condiciones alimentarias y sanitarias, siempre había niños que perdían la visión a causa del sarampión. Ayudar a esas criaturas a valerse por sí mismas en la comunidad suponía un problema importante. Los chicos solían acabar trabajando de expertos en acupuntura y moxibustión, masajistas o intérpretes de shamisen, mientras que las chicas se convertían en itako y efectuaban rituales religiosos.
Esashika opina que hubo dos factores que influyeron en el contexto de la aparición e institucionalización de las itako: la necesidad de la comunidad local de una presencia chamánica que mediara entre los vivos y los muertos, y la existencia de niñas ciegas. La presencia de las itako se generalizó en las regiones de Nanbu y Tsugaru. Se dice que en Nanbu, entre mediados de los años 50 y mediados de los 70, las había a docenas.
Aunque muchos asocian a las itako con el monte Osore, uno de los tres montes sagrados de Japón, no existe ninguna relación directa entre ellos. Las chamanas viven en su tierra natal y solo visitan el Osore durante los festivales de verano y otoño para captar clientes, es decir, con fines comerciales.
Los lugares donde se reúnen las itako para practicar el kuchiyose, como el monte Osore, se conocen como itakomachi. En la prefectura de Aomori había otros itakomachi famosos, como los Kawara-jizō de Kawakurasai en Kanagi (ciudad de Goshogawara), la Terashita Kannon de Hashikami o el templo Hōun-ji de Oirase. Las itako no eran las únicas que frecuentaban los itakomachi; también las kamisama y los kitōshi plantaban allí sus tiendas.
El envejecimiento de las itako y la desaparición del sistema de maestras y aprendizas
Hoy en día las itako están en peligro de extinción. La Asociación para la Conservación de la Tradición de las Itako de Aomori tan solo reconoce a unas cuantas que se hayan formado según la tradición y la historia propias de su cultura, y solo una de ellas es ciega: Nakamura Take, de 90 años. Matsuda Hiroko, a la que llaman “la última itako”, todavía está en la cincuentena, pero ha decidido no admitir a ninguna aprendiza. Las últimas itako que formaron a sus sucesoras fallecieron ya hace mucho y nadie quiere seguir sus pasos.
En las zonas rurales de Japón, especialmente las de montaña, la población envejece rápidamente. Eso afecta a las itako, muchas de las cuales se han jubilado o han fallecido en los últimos diez años.
La Asociación para la Conservación de la Tradición de las Itako de Aomori se esfuerza por dar continuidad a la cultura chamánica de la región. Con todo, los avances de la medicina han reducido el número de niñas que se quedan ciegas por culpa del sarampión y está por ver cuántas niñas aspirarían a convertirse en itako en estos tiempos en que sus salidas profesionales se han diversificado tanto. Aunque el número de médiums que se autodenominan itako podría aumentar en el futuro, las auténticas itako tradicionales, arraigadas en la comunidad local, están condenadas a desaparecer.
Compartir penas y temores
En agosto de 2022, la entidad Kawazu Project, a la que represento, publicó Talking to the dead (Hablar con los muertos), un libro de fotografías de las itako tomadas por Watada Aya, una fotógrafa que trabaja en Japón y otros países. Además del objetivo periodístico de documentar la desaparición de las itako y su cultura, también pretendía revisar nuestra comprensión del concepto del alma y la religión japoneses que dieron lugar a rituales como el kuchiyose y difundirla por nuestro país y el resto del mundo (el libro está en japonés e inglés).
Al participar en la elaboración del libro, sentí que la función esencial de las itako es compartir y aliviar el duelo, que son un recurso para acompañar en dicho proceso que crearon los japoneses de antaño.
El dolor de perder a un ser querido o cercano no se puede expresar con palabras. Cuanto más súbito es el fallecimiento, más grande es el vacío que deja. La mayoría de las personas tardan mucho tiempo en aceptar su pena y procesarla a su manera antes de retomar su vida con ese dolor grabado en el corazón. Creo que las itako brindan a esas personas la fuerza para dar ese primer paso.
El libro transcribe de forma íntegra las palabras que pronunció Nakamura Take durante un ritual. Se nota que lo que dice no son más que palabras de consuelo de parte de la persona fallecida para quien hace la consulta. Transmite mensajes como “Estoy bien en el otro mundo” o “Gracias por venir a llamarme”, que ayudan a afrontar el futuro a aquellos que atraviesan el duelo y acuden a la itako.
Aunque la ciencia y la tecnología han enriquecido muchísimo nuestras vidas, el número de personas que buscan la espiritualidad no hace más que aumentar. La abundancia material no es sinónimo de plenitud espiritual. Por eso las personas intentamos compartir nuestros miedos y penas con otros y superarlos albergando ciertas creencias.
Fotografía del encabezado: La itako Nakamura Take, de 90 años. Perdió la vista a los 3 años a causa del sarampión. ©Watada Aya. (La fotografía se ha recortado parcialmente).