Un viaje a los orígenes de los ‘yūrei’ y ‘mononoke’
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¿Cuándo aparece por primera vez la palabra yūrei en un documento histórico? La teoría más ampliamente aceptada es que fue Zeami (1363-1443), actor y dramaturgo del teatro nō, el que introdujo el neologismo en su obra. Pero Koyama disiente. “El yūrei como ser visible es una creación de Zeami. Pero la palabra yūrei en sí misma aparece por primera vez el año 747 (periodo Nara), en un ruego por el alma del monje budista Genbō dirigido por uno de sus discípulos a los dioses y budas”.
Genbō, que contaba con la experiencia de haber viajado a la China Tang para completar su formación religiosa, gozó de la confianza y el favor del emperador Shōmu, pero perdió su privilegiada posición con motivo del ascenso del noble Fujiwara-no-Nakamaro y en 745 fue apartado de la Corte y relegado a un cargo de importancia menor en la antigua provincia de Chikuzen (actual prefectura de Fukuoka), donde murió un año después. Zen’i, un monje chino que aprendió de Genbō durante la estancia de este en aquel país y que lo acompañó en su regreso a Japón, al cumplirse el primer aniversario de la muerte de su maestro copió las 600 secciones de que consta el sutra Mahāprajñāpāramitā (“Gran Sutra de la Perfección de la Sabiduría”, en japonés: Daihannyakyō). Al referirse, en su ruego, al alma de Genbō, Zen’i utiliza la palabra yūrei.
Durante la Antigüedad y Edad Media japonesas, con la palabra yūrei se designaba a las almas de los muertos y, algunas veces, a los propios muertos. Los yūrei no eran de naturaleza dañina para los vivos y por lo general la palabra aparece en contextos en que se está rezando por el reposo del alma de un fallecido. Los espíritus maléficos, llamados en general mononoke, suelen designarse con las palabras onryō (espíritu vengativo, el de un fallecido o de un vivo que pretende vengar la afrenta recibida) o akuryō (espíritu maléfico).
Almas en pena y espíritus vengativos
Koyama sostiene que en el antiguo Japón, igual que en China, se creía que el ser humano estaba formado por dos partes: cuerpo y alma. Esta podía abandonar durante algún tiempo el cuerpo y regresar a él. Si, por alguna razón, no podía completar su regreso, sobrevenía la muerte.
“En los fuegos fatuos (japonés: hitodama, literalmente alma de persona) se veían almas flotantes, que adoptaban formas redondeadas y con cola, como los renacuajos. Para guiar a las almas de vuelta a su cuerpo y, de esta forma, evitar la muerte, los onmyōji (on´yōji) o maestros del yin y el yang celebraban la ceremonia denominada shōkonsai. A las almas se les atribuía poderes de los que los humanos vivos carecían y en ese sentido eran entendidas como seres próximos a los dioses. Así, las almas de los antepasados protegían a sus descendientes vivos”.
El cuerpo abandonado por el alma o su esqueleto no eran más que “cortezas” vacías y no se les daba particular importancia.
“En general, los cadáveres del pueblo llano se exponían a los vientos y los de la nobleza y el clero budista se quemaban. Los nobles tenían sus tumbas o panteones familiares, pero no se hacían visitas ritualizadas. Por ejemplo, el nombre de Fujiwara no Michinaga (966-1027), que fue el hombre más poderoso de su tiempo, no lo encontramos en ninguna tumba. El poder alcanzado por los Fujiwara no era razón, al parecer, para que su panteón fuera especialmente cuidado o mantenido. A los antepasados se los tenía en mucha estima, pero el interés por los huesos en sí mismos era menor que el que tenemos ahora”.
“Las almas que no regresaban a su cuerpo podían arreglárselas para encontrar el camino hacia el paraíso celestial o jōdo (literalmente, ‘tierra pura’), pero quienes morían sin haberse liberado previamente de sus bajas pasiones, odios o rencores, vagaban en pena por el mundo y cometían maldades. Algunas, las vengativas onryō, provocaban epidemias, desastres naturales y otras situaciones catastróficas para la sociedad, siendo muy temidas por ello y objeto de diversos ritos de aplacamiento o desagravio. Entre los espíritus vengativos que fueron más temidos en su tiempo estuvieron los de los nobles Sugawara no Michizane y Taira no Masakado, que murieron en trágicas circunstancias”.
Conjuros contra los mononoke dañinos
“A partir de la segunda mitad del siglo X comenzamos a ver la palabra mononoke. Al principio se escribía utilizando los ideogramas etimológicos de mono (物 cosa, algo) y ke (気 espíritu, hálito vital), que venía a ser un vago indicio de la presencia del alma de una persona muerta, o esa propia alma”, explica Koyama.
No pudiendo dar el paso definitivo hacia el otro mundo, estos mononoke se acercaban a las personas hacia quienes habían guardado resentimiento en vida, las enfermaban y las conducían a veces a la muerte. Frente a los onryō, cuyas maldades tenían repercusiones más amplias, de carácter social, los mononoke tendían a actuar a un nivel más individual o familiar.
En los ambientes de la nobleza del siglo X, maestros del yin y el yang, médicos y monjes budistas colaboraban en la cura de enfermos. El tratamiento se fijaba una vez que los maestros del yin y el yang habían adivinado la causa del mal.
“Si la causa resultaba ser un mononoke, en primer lugar había que traspasarlo de la persona poseída a un yorimashi (equivalente aproximadamente a un médium), lo cual se hacía mediante un kaji (conjuro budista basado en mantras y gesticulaciones con efectos sobrenaturales). El alma imploraba entonces, a través del yorimashi, que se le permitiera completar su viaje al otro mundo. En muchos casos la intención del alma era bien recibida y en ese caso se realizaban ceremonias para garantizar su descanso. Pero también podía ocurrir que los sanadores fueran engañados por el mononoke y este matase finalmente al enfermo. Todas las maniobras se hacían con la intermediación del yorimashi. En muchos casos, era posible hacer que el mononoke confesase su identidad y someterlo, con lo que se abrían las puertas a la curación”.
La obra literaria de la época que más detalladamente nos describe una de estas escenas de “exorcismo”, en las que el mononoke es finalmente sometido y forzado a confesar su identidad es el Genji monogatari (Historia de Genji). El mononoke que atormentaba a Murasaki no Ue, esposa de Hikaru Genji, resultó ser Rokujō no Miyasundokoro, la princesa que en sus años jóvenes había sido novia de Genji. Tras confesar que el despecho por haber perdido a su amor le había impedido pasar al otro mundo, el espíritu se queja de la fuerza que se hace contra él con los conjuros e implora que se haga la ceremonia preceptiva para que pueda completar su viaje. Pero, lejos de apiadarse de este espíritu, Genji redobla los conjuros para causarle el mayor daño y obligarlo a retirarse.
“Cuando, al revelarse la identidad del mononoke, resulta ser un espíritu o dios digno de veneración se accede a sus deseos celebrándose las ceremonias pertinentes. Pero cuando no es así, se sigue adelante con los conjuros”.
Juegos de tablero para sanar a los enfermos
Koyama explica que en las sanaciones mediante el exorcismo del mononoke se aprecia una diversidad muy japonesa.
“Mientras que en China se recurre principalmente a técnicas taoístas, en Japón se usan las budistas. El budismo se transmitió a Japón a través de China y, lógicamente, estaba influido por el pensamiento chino. Pero es curioso que, a partir del siglo XII, comienzan a utilizarse en los exorcismos juegos como el go, el sugoroku (similar al de la oca) y el shōgi (también llamado ajedrez japonés). Todos son juegos de origen chino, pero, que yo sepa, no hay constancia de que se hallan utilizado nunca en China para estos exorcismos”.
“Tal vez fuera el sonido que producen fichas y dados al pegar contra el tablero lo que les hiciera pensar que estos juegos podían tener algún efecto de ese tipo”.
En su origen, tanto el go como el sugoroku se usaron en adivinaciones y rituales, pero hay diversos documentos históricos que indican que también lo fueron en curaciones y exorcismos.
Por ejemplo, se documenta que el emperador retirado (emérito) Goshirakawa (1127-1192), cuya enfermedad se creía causada por un mononoke, se pasó toda una noche jugando al sugoroku como tratamiento. Más tarde, en el siglo XIII, en un libro sobre usos, rituales y ceremonial de la Corte y la nobleza, encontramos que las personas utilizadas como monotsuki (equivalente a yorimashi), muchas de las cuales eran las miko (sacerdotisas sintoístas) se servían del tablero del go para esos usos.
Los yūrei penetran en las historias de entretenimiento
Desde las postrimerías de la Edad Antigua japonesa (siglo XII) se van estableciendo vínculos cada vez más estrechos entre los restos óseos de los muertos y sus almas o espíritus, y comienza a entenderse que los cementerios son los lugares de las almas. Las visitas a las tumbas de los antepasados datan también de la primera mitad del siglo XII. A partir del siglo XVII comienza a extenderse entre la población la idea de que los muertos “se quedan” en los cementerios.
A finales del siglo XII se advierte también un cambio en la utilización de la palabra mononoke, que pasa a designar a los espíritus ya identificados de personas concretas, adoptándose en algunos casos una nueva grafía en la que el ideograma hasta entonces utilizado de “espíritu” o “hálito vital”, que da una idea difusa de incorporeidad, es sustituido por el correspondiente a “convertirse” o “transformarse”, confiriéndosele así al término un fuerte matiz de incertidumbre o sospecha.
Frente al yūrei de la Antigüedad y Edad Media, que era ante todo el alma de un muerto y podía ser, como tal, objeto de ceremonias religiosas por su descanso, a partir del siglo XV empiezan a aparecer casos en los que esta palabra se usa para designar espíritus vengativos. “En la obra de teatro nō titulada Funa Benkei, de aquella época, aparece uno de estos espíritus, el del guerrero Taira no Tomomori, muerto en la batalla naval de Dannoura, que entra en escena presentándose como el yūrei de Tomomori y agita su espada amenazando a su rival Yoshitsune con hacer que lo acompañe al fondo del mar”.
El yūrei en su acepción original y en la más reciente, los mononoke, onryō y akuryō van yuxtaponiéndose y poco a poco las diferencias entre ellos van haciéndose más difusas.
En el periodo Edo (1603-1868) se creía que quienes habían sido enemigos en vida buscarían la venganza después de la muerte. Se multiplican las menciones a espíritus vengativos, a los que se les llama ya indistintamente mononoke. Y esta palabra, que ya había experimentado un cambio en su grafía, es modificada una vez más, siendo sustituido el ideograma de “convertirse” o “transformarse” por el de “espectro” o “ser monstruoso”.
Aunque la idea de yūrei despertaba miedo, al mismo tiempo puede decirse que los japoneses del periodo Edo eran bastante escépticos sobre la existencia de estos seres. Tratándose de una época relativamente pacífica, las masas necesitaban un estímulo y proliferaron las kaidan o historias de fantasmas, tomadas ya como una forma de ocio o evasión. También encontramos muchas representaciones gráficas de los yūrei. En esta época es ya difícil distinguir las ideas que se esconden tras palabras como yūrei, yōkai (ser monstruoso), o-bake (fantasma) o mononoke.
Las formas de enfrentarse a estos seres son muchas y variadas. Del gran poeta Matsuo Bashō se decía que con sus haiku era capaz de mandar definitivamente al otro mundo a las almas en pena, una idea contenida en el libro Bashō-ō angya kaidanbukuro (“Colección de extrañas historias sobre las andanzas del viejo Bashō”).
Era de transición en la espiritualidad
Hace algunos años, en la Universidad Nishō Gakusha se realizó un estudio conjunto sobre las almas, en el que participaron investigadores de la historia, los medios, la literatura, las religiones y otros campos. El grupo se formó en torno a la profesora Koyama.
“El de las almas es un tema muy importante a la hora de entender la historia espiritual de los japoneses. Hasta ahora, en la investigación de la historia japonesa la atención se ha centrado en la historia económica y política. Y cuando se investigaba los yūrei, el análisis solía centrarse en las obras literarias del periodo Edo. Comprobar de qué forma quedaban registrados estos seres en los documentos históricos, en el contexto de la historia de las religiones, es un enfoque nuevo”.
La tendencia surgida en el periodo Edo a entretenerse disfrutando del “horror” continúa viva en nuestros días.
“Aunque ya no creamos, seguimos rezando por las almas de los muertos y cuando visitamos sus tumbas les pedimos que nos guíen o protejan desde el otro mundo, o que nos ayuden. En alguna parte de su cerebro, los japoneses siguen pensando que las almas tienen algún poder especial. En ese sentido, se podría decir que los intercambios entre vivos y muertos continúan”.
“De todos modos, cada vez es más fuerte la tendencia a pensar que no es necesario visitar las tumbas y que en esos lugares no están las almas. Ya no hay tanta resistencia a pensar que los restos mortales puedan ser enterrados bajo un árbol o dispersados, y la idea de que, una vez muertos, nuestros huesos vuelven a la naturaleza tiene cada vez mayor aceptación. Ahora se cree que las almas no están en las tumbas, sino en algún otro lugar, y el nexo entre alma y huesos se está dejando de sentir. Tal vez estemos volviendo a aquella mentalidad primitiva en la que no se les daba demasiada importancia a los restos mortales. Creo que, en nuestra espiritualidad, estamos en una época de transición y con la pandemia esa tendencia se ha agudizado”.
El estudio conjunto ha abierto perspectivas a las que era difícil acceder desde quienes abordaban estos asuntos desde un punto de vista puramente histórico.
“Por ejemplo, ahora están cambiando mucho los lugares donde aparecen yūrei. Si en la película Ring el rencor de Sadako se manifestaba en una cinta de vídeo, ahora estamos ya en la era digital. En las películas de terror, los yūrei han pasado ya a las redes sociales. Aparecen en Zoom, en Line tenemos a los zashikiwarashi (duendes protectores de las casas en la región norteña de Tōhoku) y en Facebook o Twitter podríamos encontrarnos con mensajes emitidos por muertos”.
Fotografía del encabezado: KIMASA/PIXTA.
(Traducido al español del original en japonés.)