La guerra ruso-japonesa, un conflicto total que conmocionó al mundo
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La rusofobia se apodera de los japoneses
Durante la era Meiji (1868-1912), la rusofobia era una enfermedad endémica en Japón. Existía un temor patológico a que el Imperio ruso invadiera el archipiélago japonés.
En su búsqueda de puertos de mar que no se congelasen durante el invierno, Rusia había dado inicio, entrado el siglo XVIII, a una política de expansión hacia el sur. Como parte de esa política, se acercó a Japón para tratar de forzar al bafuku (Gobierno militar) a que estableciera intercambios comerciales. En los últimos años del periodo Edo (1603-1868), buques de guerra rusos ocuparon durante algún tiempo ilegalmente las islas japonesas de Tsushima, en el estrecho homónimo que separa Japón de la península coreana. Pese a lo estipulado por el Tratado de Shimoda de 1855, que confería a la isla de Sajalín, conocida entonces en Japón como Karafuto, un estatus indeterminado permitiendo el poblamiento por ambas partes, desde el inicio de la era Meiji los rusos comenzaron a enviar prisioneros y militares al lugar, y a ejercer presión sobre los colonos japoneses.
En mayo de 1891, durante una visita a Japón, el zarévich Nicolás, futuro Nicolás II, resultó herido de arma blanca al ser atacado por un policía japonés que formaba parte de su guardia de seguridad. El ataque ocurrió en la ciudad de Ōtsu, por donde Nicolás y su séquito pasaban de regreso a Kioto después de visitar el lago Biwa. El primer ministro Matsukata Masayoshi y hasta el emperador Mutsuhito acudieron al hospital de Kioto donde Nicolás estaba siendo atendido. Muchos japoneses le enviaron telegramas y cartas de disculpa. Su habitación quedó sepultada en regalos de todo tipo.
Como disculpa ante el zarévich, pero también en solidaridad con la difícil tesitura en que el hecho había colocado al Emperador, una mujer se suicidó delante del edificio del Gobierno prefectural de Kioto cortándose la garganta con una hoja de afeitar. Fue sin duda una reacción desproporcionada e irrazonable, pero es que muchos japoneses temían que el suceso sirviera de pretexto a Rusia para declararle la guerra a Japón.
Se entendía que, si Japón era atacado, no podría defenderse y acabaría convirtiéndose en una colonia. Por suerte, tanto el Gobierno de Rusia como el zarévich Nicolas expresaron su satisfacción por la respuesta dada por Japón al atentado. De todos modos, el ministro japonés de Exteriores, Aoki Shūzō, dimitió de su cargo.
La alianza nipo-británica y su influencia en la guerra ruso-japonesa
Tres años después, en 1894, estalló la primera guerra sino-japonesa, un conflicto del que podemos decir que se originó en relación directa con la política japonesa frente a Rusia.
Desde inicios de la era Meiji, Japón trató de conseguir que Corea se abriera al mundo. La idea era modernizar Corea para que colaborase con Japón y entre ambos pudieran detener el avance ruso hacia el sur. Este movimiento encontró la oposición de China, entonces dominada por la dinastía Qing, que era el estado suzerano o protector de Corea. El antagonismo entre Japón y China fue enconándose y finalmente se produjo la guerra.
Gran vencedor de la guerra, Japón obligó a China a reconocer la independencia de Corea mediante el Tratado de Shimonoseki y le impuso el pago de una enorme indemnización de 200 millones de taeles (cerca de 310 millones de yenes de la época, equivalente a más de dos años de ingresos del Estado), así como concesiones territoriales (península de Liaodong, isla de Taiwán, etcétera).
La victoria trajo el frenesí, pero Rusia se encargó de enfriar los ánimos japoneses. Instigando a Francia y a Alemania para actuar conjuntamente, apremió al Gobierno de Japón a devolver la península de Liaodong a China argumentando que su posesión por Japón no favorecería la paz en el Extremo Oriente. Es la acción conocida en Occidente como Triple Intervención y como Injerencia de los Tres Países en Japón.
Japón comprendió que no obtendría nada resistiéndose y decidió devolver a China dicha península, que no tardó en caer bajo dominio de Rusia, país que había obtenido de China la cesión de Dalian y Lüshunkou (Port Arthur), y que seguía expandiendo su radio de influencia. La presencia militar rusa en toda Manchuria fue permanente a partir del levantamiento de los bóxers, que le dio una inmejorable oportunidad para enviar tropas.
El Gobierno coreano, que trataba de evitar caer bajo influencia japonesa, probó el acercamiento a Rusia. Pero la principal impulsora de este acercamiento, la emperatriz Myeongseong, esposa principal del emperador Gojong, fue asesinada en un complot orquestado por el embajador japonés, Miura Gorō. Gojong se refugió en la embajada de Rusia. Se formó entonces en Corea un gobierno prorruso, con asesores rusos en asuntos financieros y militares.
Japón movió ficha en 1902, consiguiendo una alianza con el Reino Unido. Este país, cuyos intereses en China e India estaban siendo amenazados por Rusia, entendió que apoyar a Japón podría ser un modo de frenar el avance ruso en Asia Oriental.
Con este respaldo, Japón se propuso conseguir de Rusia un reconocimiento de sus derechos para actuar como tutor de Corea, a cambio de reconocer, por su parte, el dominio ruso sobre Manchuria. En esta fase, Japón confiaban todavía en poder solucionar por métodos estrictamente diplomáticos este contencioso. Sin embargo, con la seguridad que ofrecía la alianza militar nipo-británica, el pueblo japonés fue cada vez más sumiso a las tendencias belicistas. Y cuando se supo que Rusia había comenzado a establecer bases en la región septentrional de Corea, la mayoría de la población se posicionó a favor de la guerra.
Esto puede entenderse como una consecuencia del secretismo con el que el Gobierno japonés manejaba los datos sobre los respectivos poderíos nacionales de Rusia y de Japón. Pero la prensa japonesa no fue menos responsable de ello. Con el fin de aumentar su tirada, la mayor parte de los periódicos y revistas abrazó el discurso belicista y apoyó la guerra contra Rusia sin informar de que en el resto del mundo se daba por seguro que en caso de conflicto Rusia vencería.
Hay que decir, no obstante, que pese a ser una ínfima minoría también hubo quien abogó por el antibelicismo o se posicionó al menos en contra de esa guerra. Así, se opusieron a entrar en guerra intelectuales como Uchimura Kanzō, desde un humanitarismo de cuño cristiano, o Kōtoku Shūsui y Sakai Toshihiko, desde planteamientos socialistas. Kōtoku, que trabajaba en el diario Yorozu Chōhō, presentó su dimisión cuando este medio pasó a posicionarse a favor de la guerra, fundó la sociedad Heiminsha y a través de su órgano continuó pregonando el antibelicismo incluso después de que Japón entrase en guerra con Rusia. Otra voz disonante fue la de la poeta Yosano Akiko, que durante la guerra publicó en la revista literaria Myōjō su famoso poema Kimi shinitamō koto nakare, en el que rechazaba la idea de morir por el país.
El sueño de la victoria rápida
Con la opinión pública a su favor, para el otoño de 1903 las autoridades militares japonesas habían decidido ya embarcarse en la guerra. Pronto se rompieron las negociaciones y en febrero de 1904 se produjo la declaración. Se dice que el Emperador, que hasta poco antes se había posicionado en contra, dejó en claro que la guerra no respondía a su voluntad y, derramando lágrimas, se mortificaba pensando cómo podría disculparse ante sus antepasados en caso de derrota, y cómo podría justificarse ante el pueblo. Pero no solo era el Emperador el que temía una derrota. Tanto el Gobierno como los militares sabían perfectamente que, si iban a un enfrentamiento frontal con Rusia, Japón no tendría ninguna probabilidad de ganar.
Por ello, los militares elaboraron la siguiente estrategia. La contienda duraría no mucho más de un año. La flota combinada japonesa aniquilaría la Flota del Pacífico de Rusia mediante un ataque sorpresa. Simultáneamente, el Ejército de Tierra de Japón concentraría todas sus fuerzas en la ciudad manchú de Liaoyang y aplastaría a los rusos antes de que estos pudieran enviar refuerzos. De esta forma, en un breve periodo de tiempo, conseguirían desmoralizar al Gobierno ruso y arrastrarlo rápidamente a la mesa de negociación. Esto es tanto como decir que Japón se lanzó sobre la gran potencia eurasiática sin una perspectiva clara de victoria y sin saber en qué costos incurriría.
La idea de que todo se resolvería rápidamente resultó ser una pura ensoñación. En la batalla de Liaoyang consiguieron vencer a los rusos, pero a un alto coste, pues perdieron más de 5.300 soldados y además no consiguieron cerrar la huida al enemigo. Tampoco consiguieron aniquilar a la Flota del Pacífico de un solo golpe, pues los barcos rusos encontraron refugio en Lüshunkou.
Este puerto estaba muy bien protegido por cañones y no era posible acercarse a él desde el mar, así que la Marina japonesa pidió al Ejército de Tierra que lo atacase. Pero el casco urbano estaba fortificado con hormigón y el ataque exigió grandes costos en vidas humanas y en tiempo. Además, el cerco de Lüshunkou fue una batalla de trincheras, obuses de asedio de 28 centímetros, ametralladoras, cañones rápidos, granadas de mano, cañones de campaña, etcétera. En este sentido, fue un adelanto de lo que luego se vería en el Primera Guerra Mundial.
Posteriormente, el Ejército de Tierra japonés fue obteniendo sucesivas victorias y avanzando hacia el norte hasta llegar a Mukden, donde esperaba librar la batalla definitiva contra los rusos. La batalla duró 10 días y participaron en ella 600.000 soldados. Vencieron los japoneses, pero volvieron a tener muchas víctimas (70.000 entre muertos y heridos) y una vez más no pudieron dar el golpe de gracia al enemigo porque la falta de municiones impidió una persecución efectiva.
Indignación al conocerse que no se recibirían indemnizaciones de guerra
La guerra ruso-japonesa supuso un coste para Japón de 1.700 millones de yenes, de los cuales 1.350 millones fueron por bonos públicos que se financiaron, en sus dos terceras partes, con empréstitos conseguidos en el Reino Unido por el vicegobernador del Banco de Japón Takahashi Korekiyo. Fue, pues, el capital británico y norteamericano el que permitió sostener la guerra contra Rusia. Si, de uno u otro modo, Japón consiguió concluir la guerra ventajosamente, fue en gran parte gracias al apoyo del aliado británico. Además del apoyo económico que supusieron las compras de deuda exterior, el Gobierno británico ofreció a Japón informaciones muy valiosas y dificultó la llegada de la Flota del Báltico, prohibiéndole pasar por el canal de Suez y aprovisionarse de carbón en sus colonias. Esa fue una de las causas de que Japón venciera en la batalla naval.
Por supuesto, el pueblo de Japón dio su total apoyo a la guerra. Se incorporaron a filas más de un millón de soldados, los contribuyentes tuvieron que soportar grandes subidas de impuestos, ofrecieron al Estado sus ahorros postales e hicieron donaciones.
Por el lado ruso, el zar Nicolás II no había perdido la moral de guerra ni siquiera tras la derrota de Mukden. Pero cuando, en mayo de 1905, la Flota del Báltico fue completamente destruida en aguas del mar del Japón, finalmente se mostró dispuesto a iniciar conversaciones de paz. En el interior, la situación era grave. En San Petersburgo, una manifestación de obreros había sido aplastada por la Guardia Imperial en el llamado Domingo Sangriento. En muchos lugares del país ocurrían grandes huelgas y disturbios (Revolución rusa de 1905). Esta inestabilidad fue uno de los factores que obligó a Rusia a buscar rápidamente la paz con Japón.
En septiembre de ese año, gracias a los buenos oficios del presidente norteamericano Theodore Roosevelt, se firmó la paz entre ambos países (Tratado de Portsmouth). Si bien Rusia se avino a reconocer los derechos japoneses de tutelaje sobre Corea y le cedió sus concesiones en Lüshun y Dalian, así como la mitad sur de la isla de Sajalín (Karafuto), no tuvo que pagar ni un solo yen de indemnización. Pero era explicable, ya que, mientras que la guerra había dejado a Japón exhausto, sin dinero, armas ni soldados, a Rusia le sobraban todavía fuerzas para seguir luchando.
Pero al pueblo japonés no le convenció esta solución. Durante 10 años, había hecho un alarde de aguante y perseverancia soportando pesados impuestos para ampliar y fortalecer el ejército, y en la guerra había sufrido grandes pérdidas humanas. El 5 de septiembre, día de la firma del tratado, grupos contrarios al proceso de paz tomaron el céntrico parque Hibiya, en Tokio, y expresaron su ira incendiando el Ministerio del Interior, puestos de policía y sedes de periódicos que apoyaban al Gobierno (Sucesos de Hibiya). Los disturbios se extendieron por todo el país y el gabinete de Katsura Tarō se vio obligado a dimitir en pleno.
Asia despierta a la modernización
La guerra ruso-japonesa fue la primera guerra total del siglo XX. Implicó a las diplomacias de las potencias imperialistas y por esta razón algunos estudiosos le asignan el número 0 entre las guerras mundiales. ¿Qué influencia tuvo este conflicto en Japón, en Rusia y en el resto del mundo?
Japón envió al continente un millón de soldados, de los que perdió en acción o a consecuencia de enfermedades unos 90.000. Además, más de 150.000 resultaron heridos. Pero los daños no solo fueron humanos. El Estado se endeudó pesadamente, el campo quedó abandonado para satisfacer las necesidades bélicas y el desánimo cundió en la población. El poeta Ishikawa Takuboku acuñó la famosa frase de que el país sufría un “impasse de época” (jidai heisoku). El descrédito que sufría el Estado y la destrucción de la integridad de la familia, la aldea y otras comunidades fueron causa de que un creciente número de personas adoptase alguna de las nuevas ideologías, desde el socialismo o el comunismo, hasta el individualismo o el liberalismo.
Las terribles experiencias vividas en el frente afectaron duramente a muchos soldados de origen campesino, que al ser desmovilizados y regresar a su aldea se dieron a una vida disoluta para escándalo de sus coterráneos. Para corregir estas tendencias el Gobierno publicó un edicto moralizante en el que reclamaba al pueblo laboriosidad y ahorro, mientras reprimía los movimientos obreros y el socialismo. La amenaza rusa había desaparecido, pero el precio pagado fue muy alto.
Rusia sufrió pérdidas humanas comparables a las japonesas. Se libró de pagar indemnizaciones, pero hubo de hacer concesiones territoriales. Perdió a manos de Japón el pretendido dominio sobre Corea y tuvo que poner fin a su política de avance hacia el sur. Su política exterior cambió. En 1907 firmó un acuerdo comercial con el Reino Unido y dirigió su avance hacia la península de los Balcanes, pregonando el paneslavismo. Ahí vino a chocar con el pangermanismo de Austria-Hungría, choque que desencadenó la Primera Guerra Mundial.
En cuanto a Estados Unidos, había mediado para obtener la paz entre Japón y Rusia y antes del conflicto había prometido a Japón colaboración en la gestión del ferrocarril de Manchuria. Sin embargo, el abandono unilateral de estos planes por parte de Japón produjo un rápido giro negativo en los sentimientos norteamericanos hacia Japón. En el interior del país surgió un movimiento para conseguir la expulsión de los inmigrantes japoneses y en política exterior Estados Unidos criticó a Japón cada vez que se revelaban nuevos planes para enviar colonos al continente asiático.
En Europa, la victoria japonesa atizó el temor al “peligro amarillo”, la amenaza de las razas asiáticas. Sin embargo, en los países y territorios no blancos dio origen a movimientos de oposición y resistencia frente al reparto del mundo y al dominio colonial que unilateralmente estaban llevando a cabo los blancos. La victoria japonesa dejó una honda huella en líderes asiáticos como Sun Yat-sen, Mao Zedong, Nehru y Ho Chi Minh y supuso una gran motivación en luchas revolucionarias que desarrollarían posteriormente.
En Irán se aceleró el movimiento revolucionario constitucionalista y en Egipto se avivó el movimiento de resistencia frente al Reino Unido. En otras zonas del mundo surgieron movimientos antirrusos, como en Finlandia, o antieuropeos, como en Turquía. Ocurrió un verdadero boom de lo japonés. Tōgō Heihachirō, almirante de la victoriosa flota japonesa, fue apodado en el Reino Unido el “Nelson del Oriente” y su imagen se proyectó por todo el mundo. En Turquía se le puso su nombre a una calle y en Finlandia se comercializó una cerveza que lo retrataba en la etiqueta.
Fotografía del encabezado: Estatua de Tōgō Heihachirō en el parque de Tagayama, desde el que se obtiene una panorámica vista de su ciudad natal, Kagoshima, y la bahía de Kinkō. Más de un siglo después de los hechos que le dieron fama, capitanes y marineros de barcos extranjeros anclados en el puerto de la ciudad suelen visitar el lugar para presentar sus respetos al gran almirante. (Jiji Press)