Setouchi Jakuchō: mujer, escritora y religiosa
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Una longevidad excepcional como escritora
Nacida en 1922, Jakuchō fue contemporánea de la llamada Tercera Generación de escritores japoneses de posguerra. Con uno de ellos, Endō Shūsaku, trabó una profunda amistad. En su postura como escritores había mucho en común, pues ambos afrontaban novelas largas con temas de peso literario, utilizaban el ensayo como método para tener un acceso más inmediato al lector y, al mismo tiempo, aceptaban aparecer en la televisión.
Se dio a conocer en los años sesenta con el nombre de Setouchi Harumi, que utilizó hasta el momento de su tonsura. Era la época en que comenzaban a sonar también los nombres del referido Endō, Kita Morio, Yoshiyuki Junnosuke, Agawa Hiroyuki y el resto de los miembros de la Tercera Generación, pero también los de otras prominentes figuras, como Shiba Ryōtarō, Itsuki Hiroyuki, Tanabe Seiko o Yamasaki Toyoko.
Estos y otros prolíficos escritores publicaban primero sus obras por entregas en periódicos y revistas, y las veían después convertidas en libros que llegaban a ser best sellers. Esta cultura editorial, identificada ahora con la era Shōwa (1926-1989), permitía al autor de éxito obtener lectores dentro de un amplio espectro social. Las novelas y ensayos aportaban ese necesario relax al ajetreado día a día, lubricándolo, y actuaban así a modo de tranquilizante social.
La llegada de la burbuja económica, a partir de mediados de los ochenta, dio paso a una nueva hornada de autores de muy diverso signo. Con Murakami Haruki y Yoshimoto Banana la literatura japonesa comenzó a hacerse un hueco en el mundo y en 1994 Ōe Kenzaburō se hizo acreedor al Premio Nobel de Literatura. En el mundo editorial la burbuja continuó hasta 1996 o 1997 pero, como es sabido, la penetración de Internet supuso un duro golpe, especialmente para las revistas. Las grandes editoriales han pasado un largo túnel hasta que, hace bien poco, sus proyectos de digitalización de manga y otros contenidos populares han comenzado a dar sus frutos. Y si en estas difíciles circunstancias ha habido una pluma que ha seguido activa, manteniendo siempre su vigencia cuando el resto la perdía, esa ha sido la de Setouchi Jakuchō.
Su serie de artículos “Kien mandara” (Mandala de caprichos del destino), que apareció en el Nihon Keizai Shimbun entre 2007 y 2011, nos permite indagar en el secreto de su prolongado éxito.
A partir de las descripciones que hace de 135 famosos, comenzando por Shimazaki Tōson, a quien llegó a ver siendo todavía una estudiante en la Universidad Femenina de Tokio, hasta Tanaka Kakuei, pasando por Tanizaki Jun’ichirō o Kobayashi Hideo, con quienes dialogó, obtenemos una imagen muy elocuente de la gran curiosidad intelectual y capacidad de acción que la impulsaron desde la época de posguerra, y de lo generosa que fue con ella la fortuna.
Escritoras que la influenciaron
Entre todos estos personajes, fue con las mujeres escritoras de mayor entidad (Enchi Fumiko y Uno Chiyo, entre las de la generación precedente; Kōno Taeko y Ōba Minako entre sus coetáneas) con quienes estableció una mayor camaradería, y a quienes tomó por modelo. Ariyoshi Sawako y Sono Ayako comenzaron a publicar ya en la década de 1950 y en la de 1970 entregaban a los periódicos novelas en las que, dando respuesta a las exigencias de la época, profundizaban en los problemas medioambientales y de salud pública.
Por alguna razón, durante mucho tiempo el trabajo de estas escritoras fue ignorado en círculos literarios y nunca recibió reconocimiento. Por el contrario, el de Enchi, firmemente enraizado en los clásicos, y el de Uno, que pronto llamó la atención por el grado de perfección de sus novelas, fue muy apreciado por el establishment literario. En muchas ocasiones, Setouchi recordó su admiración por ellas y lo mucho que la animaron a seguir adelante.
En 1987, cuando la era Shōwa se acercaba a su fin, Ōba y Kōno pasaron a formar parte del comité de selección para el Premio Akutagawa. Puede decirse que fue a partir de aquella época cuando, por fin, las mujeres comenzaron a acceder en pie de igualdad al centro neurálgico de la literatura japonesa. Setouchi, que durante años había pasado por ser una “escritora de moda”, en realidad se había curtido trabajando codo a codo con Kōno en dōjinshi (revistas cooperativas, de tirada limitada, para la autopublicación) y había ido basculando poco a poco hacia las revistas literarias de las grandes editoriales, que publicaban junbungaku (literalmente, “literatura pura”, en oposición a la popular o de género). Paralelamente Setouchi trabajó también junto a Ōba acercando a la modernidad los clásicos. Como muchas personas nacidas en la era Taishō (1912-1926), Setouchi leía con fluidez textos antiguos y esto le facilitó la labor de documentarse para escribir biografías de personajes de la era Meiji (1868-1912) como la novelista y poeta Higuchi Ichiyō, o la activista Kanno Sugako, que fue acusada de alta traición y ejecutada, entre otros muchos.
En los años ochenta, Setouchi publicó biografías de grandes monjes poetas medievales como Saigyō, Ryōkan o Ippen, en las que hizo gala de una visión de la historia y de la religión muy personal, ganándose también el favor del público masculino.
Con todos estos logros en su haber, Setouchi acometió un trabajo largamente meditado: la traducción al japonés moderno del gran clásico Genji monogatari (Historia de Genji), que quedó completada en 1998 y fue publicada en 10 tomos. Las ventas pronto superaron los dos millones de ejemplares. Por su fidelidad al original y por la forma en que supo reflejar los avances conseguidos en el campo de la investigación, su traducción supera incluso a las que hicieron Yosano Akiko y Tanizaki, y cabe pensar que continúe vigente muchos años como “traducción definitiva”.
Más activa que nunca después de tomar los hábitos
En 1973, a los 51 años, Setouchi decidió ingresar como monja en la secta budista Tendai, adoptando el nombre de tonsura de Jakuchō. Dedicó mucho tiempo a sus labores de asistencia como religiosa, esforzándose por atender de la mejor manera las numerosas consultas que recibía de sus lectores sobre temas como el amor, el matrimonio y el divorcio, o la muerte de familiares. Escribió también muchos ensayos que solían estar dirigidos a las mujeres y a los jóvenes, en quienes trataba siempre de promover la independencia, una labor en la que tuvo mucho que decir y con la que, a buen seguro, contribuyó también a luchar contra convenciones sociales anticuadas. Bajo su dedicación a sus lectores subyacían los remordimientos de conciencia que tuvo después de haber abandonado su hogar familiar poco después de la guerra, dejando atrás a una hija de cuatro años.
En 1987 fue nombrada superiora del templo Tendaiji, en el municipio de Jōbōji (prefectura de Iwate). Su popularidad era tal que los días que ofrecía sus lecciones llegaban al municipio autocares procedentes de todo el país, según yo misma pude comprobar durante mis reportajes. Su residencia habitual era la casa llamada Jakuan, en el barrio de Sagano (ciudad de Kioto), lo cual exigían largos desplazamientos hasta Iwate. Pronunciaba conferencias, al mismo tiempo, en todas las regiones del país. Hasta cerca de los 85 años, la acompañó siempre una fuerza física envidiable. Sin dejar de atender a sus parroquianos en los asuntos vitales más delicados, solía sacar a colación en sus lecciones temas políticos o relaciones con la situación internacional, por lo que sus lecciones resultaban muy instructivas. Con aquella voz tensionada al máximo y aquella posición baja que adoptaba en señal de cercanía, Jakuchō fue una persona realmente inolvidable, que como budista colocó siempre el kokoro (vida anímica y emocional) y la vida humana por encima de cualquier otra consideración. Quienes se reunían para escucharla eran también grandes seguidores de sus libros. Si al referido Endō podemos considerarlo representante de los escritores católicos, de las novelas de Jakuchō puede decirse que son manifestaciones modernas de una literatura penetrada por la espiritualidad budista.
La huelga de hambre que protagonizó para protestar por la Guerra del Golfo de 1991 puede encuadrarse también dentro de esa religiosidad. Con sus propios fondos y con donaciones que recolectó compró medicamentos por valor de algo más de 13 millones de yenes. Ella misma se ocupó de que el cargamento llegase debidamente a Bagdad, lo que ocurrió en el mes de abril de ese mismo año. La acompañó el representante de la editorial Kōdansha que se encargaba de sus publicaciones. En aquella época, el personal de redacción de las publicaciones literarias tenía un sentido de misión que los llevaba a compenetrarse con sus autores hasta las últimas consecuencias. Jakuchō volvió a hacer una huelga de hambre para pedir el cese inmediato de las hostilidades con ocasión de la ofensiva desatada por Estados Unidos en Afganistán como respuesta al atentado contra las Torres Gemelas de septiembre de 2001. Con el médico Nakamura Tetsu, que murió asesinado en Afganistán, país en el que realizaba una gran labor humanitaria, mantuvo también una relación de amistad.
Diez años después, en 2011, cuando soportaba ya grandes padecimientos físicos, recorrió las regiones afectadas por el gran terremoto del Este de Japón, ocurrido en marzo de ese año, para honrar la memoria de los fallecidos. En el templo Chūsonji de Hiraizumi, que acababa de ser declarado por la UNESCO patrimonio de Humanidad, protagonizó un encuentro con el ya fallecido Donald Keene, gran entendido y divulgador de la literatura japonesa, que era de su misma edad. Preparé aquel encuentro para publicar la charla en el periódico Yomiuri Shimbun y recuerdo que ambos, condecorados con la Orden de la Cultura y a punto de cumplir los 90, tuvieron que acudir en silla de ruedas. Fue muy emocionante ver cómo ante las cámaras se presentaban los dos muy erguidos, sonrientes y dispuestos a alentar con su charla a las extenuadas víctimas del desastre.
Una actividad que no cesó hasta el momento de su muerte
En sus últimos años, Jakuchō demostró que no daba la espalda a las nuevas tecnologías, pues llegó a publicar una novela keitai (para ser leída en el teléfono móvil) bajo el pseudónimo de Purple y se adelantó a muchos otros escritores abriendo una cuenta en Instagram. Y siguió dando a la imprenta nuevos títulos hasta el año de su muerte. En un folleto en el que anunciaba los cinco nuevos tomos que complementaban la colección de sus Obras Completas, dice: “Para mí, vivir no es más que escribir y seguir escribiendo. Ahora, cuando he cumplido ya la centena según el viejo sistema de recuento japonés [que atribuye un año al recién nacido], acabo de preparar estos nuevos tomos para mi colección. Y viendo cómo la colección va a quedar enseguida completa, me parece ya que me puedo morir tranquila”.
Llegó a su final, efectivamente, poco después de haber escrito aquello, en noviembre de 2021. Se encargaron de comentar las obras escritas a partir de 2000 y recogidas en estos cinco últimos tomos firmas tan acreditadas como las de Kawakami Hiromi, Hirano Keiichirō, Tanaka Shin’ya, Itō Hiromi o Takahashi Gen’ichirō. Todos ellos fueron amigos de Jakuchō y heredan de alguna forma su espíritu.
Setouchi Jakuchō, que continuó escribiendo a lo largo de 70 años, eligió la vida religiosa, renunciando así al sexo, y vivió además un importante cambio de época en lo referente a la visión que la sociedad japonesa tiene del papel de la mujer en la literatura, en la que la idea de una “literatura femenina” ha pasado a la historia y se ha iniciado una época en la que ser hombre o mujer no significa demasiado. Que Jakuchō vivió lo suficiente para percibirlo queda reflejado en el elenco de sus comentaristas.
Jakuchō heredó una tradición literaria de más de 1.000 años, pues se remonta al periodo Heian, y la hizo revivir en la modernidad. En ese proceso, debió de haber conflictos entre la Jakuchō escritora y la religiosa, pero esas contradicciones la fortalecieron y dieron hondura e interés a sus obras, enseñándonos a todos con su propio ejemplo lo que significa vivir un siglo.
Para finalizar, entre las más de 400 obras que escribió, me permitiré aquí recomendar tres, para quienes todavía no conozcan a esta escritora. La primer sería la novela Basho (Lugares, Premio Noma 2001, Shinchō Bunko), que escribió cuando iba a cumplir 80 años y en la que hace una mirada retrospectiva sobre su vida. La segunda, Kanoko ryōran (Kanoko, pletórica floración, 1965, Kōdansha Bunko), en la que se acerca atrevidamente a la figura de Okamoto Kanoko, genial escritora y poetisa del periodo Taishō, conocida también por ser la madre del famoso artista plástico Okamoto Tarō. La tercera es Bi wa ranchō ni ari – Itō Noe to Ōsugi Sakae (La belleza está en el desorden: Itō Noe y Ōsugi Sakae, 1966, Iwanami Gendai Bunko), en la que nos presenta al matrimonio formado por la última redactora de la revista para la liberación de la mujer Seitō y un destacado anarquista del periodo Taishō. Aunque los valores relacionados con el amor o con la ética fluctúen de una época a otra, estas obras que muestran a personas que consumieron sus vidas hasta el último ápice continuarán estando vigentes durante mucho tiempo.
Fotografía del encabezado: Setouchi Jakuchō se dirige a su audiencia en una de las lecciones que ofrecía en el templo Tendaiji de Ninohe (prefectura de Iwate) en octubre de 2015. (Kyōdō News)