Edogawa Rampo, padre de la ficción de misterio japonesa
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Honkaku, un subgénero reconocido
Durante estos últimos años el interés por la literatura japonesa honkaku (policiaca o detectivesca “propia” u “ortodoxa”) ha cobrado un nuevo impulso en los países occidentales con traducciones de Honjin satsujin jiken, publicada en 1947 (traducida al español como Asesinato en el Honjin y otros relatos) de Yokomizo Seishi, y de otras obras de este y otros autores. El periódico británico The Guardian presentó la novela corta Nisen dōka (“La moneda de cobre de dos sen”, 1924), con la que debutó Edogawa Rampo, como la pionera en este género de resolución de misterios por razonamiento puro.
“Las novelas honkaku”, explica el profesor de la Universidad Rikkyō Ishikawa Takumi, “están estructuradas de modo que entre el lector y el narrador se entabla un juego limpio, pues este expone el caso con lógica y comparte con aquel todas sus bazas hasta que el culpable queda desenmascarado. La intención de Edogawa era precisamente escribir misterio honkaku, pero en realidad, las únicas novelas que encajan en esta definición son el referido Nisen dōka, Shinri shiken (El test psicológico) y algunas otras de su primera etapa. Trató de seguir produciendo honkaku, pero no le fue bien”.
Yokomizo, ocho años más joven que Rampo, fue durante los años anteriores a la guerra miembro de un equipo editorial y como tal se implicó en la publicación de las novelas de aquel, pero poco después de la guerra descolló él mismo como autor con la citada Honjin satsujin jiken, en la que el insigne detective Kindaichi Kōsuke se enfrenta a un misterioso caso de asesinato en habitación cerrada. Posteriormente Yokomizo se entregó a la escritura de novelas largas, muchas de ellas sobre asesinatos en serie sobre un fondo de viejas leyendas, maldiciones y atavismos.
A Rampo, en cambio, la larga distancia no se le daba bien. “Cuando se enfrascaba en una novela larga, pronto llegaba a un punto muerto y a menudo desechaba finalmente el proyecto”, dice Ishikawa. ¿En qué destacaba, entonces?
Explorando las profundidades del alma humana
Nacido en octubre de 1894 en la prefectura de Mie y criado en la ciudad de Nagoya, Hirai Tarō, el autor que se escondió bajo el pseudónimo de Edogawa Rampo, se familiarizó desde joven con la ficción detectivesca anglosajona a través de extractos traducidos y adaptaciones hechas por Kuroiwa Ruikō y otros. En 1912 se mudó a Tokio e ingresó en la Facultad de Ciencias Políticas y Economía de la Universidad de Waseda. Durante sus años de universidad, leyó en inglés a Edgar Alan Poe (en cuyo nombre se inspiró para su pseudónimo) y a Conan Doyle, y con ellos se dejó subyugar por la ficción de misterio.
“La literatura moderna japonesa tiene su punto de partida en la introducción en el país de las obras de los países anglosajones a través de la traducción. La ficción de misterio fue uno de los géneros que se introdujeron. Y no solo fueron extractos o adaptaciones. Autores como Okamoto Kidō o Nomura Kodō escribieron también obras de misterio siguiendo en muchos casos la línea marcada por las tradicionales torimono-chō (novelas de casos criminales similares a las policiacas). Autores de primera línea como Izumi Kyōka, Ozaki Kōyō, Akutagawa Ryūnosuke o Tanizaki Jun’ichirō publicaron también obras con aires de misterio y esta literatura fue un gran estímulo para Rampo en la fase previa a su debut literario. Sin embargo, el misterio fue visto siempre con recelo por el establishment literario. Desacomplejadamente, Rampo calificó sus obras de “novelas vulgares”, pero yo creo que estaba seguro de que sus obras no desmerecían de las de la llamada jun-bungaku (“literatura pura”, en oposición a la popular o de género).
Cuando pensamos en sus mejores obras, vienen a nuestra mente las narraciones cortas de su periodo creativo inicial: Ningen isu (La silla humana), Yaneura no sanposha (“El paseante del desván”), Injū (“La bestia de las sombras”), etc.
Se ha formado una imagen quizás erótico-grotesca o de anormalidad, pero es en la originalidad de ángulo y en la destreza con la que escrudiña las profundidades del alma humana donde encontramos su esencia como escritor.
“Lo mejor del talento literario de Rampo se plasma en las vigorosas obras que escribió durante los 10 años previos a la guerra. La época en la que Rampo se hizo escritor es precisamente la de la penetración en Japón del freudismo y otras formas de la escuela psicoanalítica. Bajo el influjo de las ciencias de análisis de la psique humana, parece que Rampo fue sirviéndose como material literario de lo más oscuro del alma, de los deseos y de las fobias”.
“En especial, describe de forma muy eficaz en qué momentos y cómo siente el ser humano inseguridad y miedo. Los temores que atiza Rampo se originan todos en el ser humano. Ni los seres monstruosos al estilo de Frankenstein, ni los fenómenos no humanos, como los fantasmas, los ve con temor. En su mundo literario, lo más terrible es siempre el hombre de carne y hueso”.
En 1930, Rampo publicó la novela Kotō no oni (“El ogro de la isla desierta”), sobre el motivo de un homosexual. Otra de sus novelas, Kurotokage (“El Lagarto Negro”), en la que el genial detective privado Akechi Kogorō mide fuerzas con la ladrona profesional cuyo alias da título a la obra por la herencia de un millonario, fue llevada al teatro por Mishima Yukio y sigue representándose en nuestros días.
“La obra original está escrita de tal forma que nos deja con la duda de si el Lagarto Negro es mujer o no. Hoy en día podríamos interpretarlo con alguien con un trastorno en su identidad de género. En las obras de Rampo aparece lo deforme, pero no desde los prejuicios o la discriminación, sino, creo yo, desde un interés por describir a personas en las que el físico y su vida interior no van a la par”.
Los chicos detectives y el malvado de las 20 caras
Hacia 1935, a Rampo se le agotaron las ideas y apenas fue capaz de escribir algo. Eran tiempos de guerra y en Japón se había establecido un férreo control ideológico sobre las publicaciones, a consecuencia del cual se prohibió, en 1939, su relato corto Imomushi (La oruga), cuyo protagonista pierde sus cuatro extremidades precisamente en la guerra. Con ello, a Rampo se le cerraron las puertas del mundo editorial. Se sabe que probó también a escribir ensayos en un boletín relacionado con la Marina, que no pasaba censura. En uno de ellos describe una emocionante escena de la que fue testigo durante su visita a la academia naval de Edajima (1942), en la que los cadetes que se graduaban abrazaban a sus colegas más jóvenes (“de mejillas sonrosadas e inocente belleza”).
“A Rampo le interesaban los vaporosos sentimientos amorosos que pueden surgir entre los muchachos, y aquellas escenas de compañerismo entre jóvenes conscientes de que su muerte podía estar próxima le causaron una fuerte conmoción. Y creo que esto le dio ocasión para expresar libremente sus gustos o preferencias al respecto”, comenta Ishikawa.
El genero detectivesco, que durante la guerra había sido reprimido, pues se lo veía como una amenaza a la moral pública, recobró el aliento tras la contienda. Fue la serie Shōnen tanteidan (“El club de los chicos detectives”) la que permitió a Rampo en los años de posguerra llegar a todos los públicos y extender su fama por todo el país.
Ya antes de la guerra había conseguido un gran éxito con Kaijin ni-jū mensō (“El malvado de las 20 caras”), una serie que comenzó a ser publicada por entregas en una revista juvenil en 1936, con el detective Akechi Kogorō y su discípulo Kobayashi al frente de un grupo de detectives. En su primera novela larga de la posguerra, Seidō no majin (“El demonio de bronce”, publicada por entregas a partir de 1949), Rampo resucitó a su grupo de detectives, con el que muy pronto consiguió encandilar a los lectores infantiles y juveniles. La serie continuó hasta 1962, logrando montarse en las ondas de radio y saltar a la pantalla chica y a la grande.
El Akechi Kogorō que aparece en D-saka satsujin jiken (“Asesinato en la calle D”), en la citada Shinri Shiken y en otros relatos cortos de su primera etapa es retratado como un detective en ciernes, tosco y poco refinado, pero su imagen va evolucionando a lo largo de las sucesivas obras en las que aparece. En esta serie es ya un urbanita bastante sofisticado que protagoniza persecuciones en coche y otras vistosas escenas de acción, pero palidece en atractivo personal ante su archienemigo de las 20 caras.
“Se aprecia algo así como una filosofía del mal, que impide al villano matar y derramar sangre. En El Lagarto Negro vemos también que el autor muestra preferencia por la malvada, siendo Akechi, más que un verdadero protagonista, un instrumento para darle brillo al mal”, explica Ishikawa.
Volcado en las jóvenes promesas, supo valorar a Matsumoto Seichō
La gran aportación de Rampo al mundo de la ficción de misterio en el Japón posterior a la guerra fue, según Ishikawa, las actividades que desarrolló después de haber dejado de escribir novelas para el público adulto.
“Lo más importante fue su actividad editorial en revistas literarias especializadas en el género detectivesco, como Hōseki, y su labor de descubrimiento y formación de nuevos talentos. Fue una gran suerte que su lujosa casa de Ikebukuro, en Tokio, sobreviviera a los bombardeos de la guerra. Los tomos de su biblioteca de misterio sirvieron como libros de texto para los autores de la posguerra, que se reunieron en torno a la casa, tomaron prestados sus libros y debatieron sobre ellos. Con el tiempo, ese grupo se convirtió en el Club de Autores de Novelas de Detectives (la actual Asociación de Escritores de Misterio de Japón)”.
En su ensayo Hitori no Bashō no mondai (“El problema de un solo Bashō”), expuso su idea de que, al igual que Bashō, una sola persona, había sido capaz de renovar el haikai (haiku), el talento de una única persona bastaría para elevar la posición de la novela detectivesca ante el establishment literario de Japón. Años después, la novela Ten to Sen (“El punto y la línea”, 1958) de Matsumoto Seichō le mereció una alta valoración y no dudó en calificar a este autor del “Bashō” cuya llegada esperaba. Cuando la revista en la que Seichō había empezado a publicar su nueva novela Zero no shōten (“Enfoque cero”) dejó de salir al mercado, como jefe de redacción de Hōseki, Rampo le concedió espacio para que continuase publicándola.
“Seichō respetaba mucho a Rampo, pero fue claro al decir que al escribir sobre un crimen lo importante no era el ardid utilizado por el criminal para encubrir su acción, sino el móvil que había tenido, y remarcó también que, mientras que Rampo escribía novelas detectivescas, las suyas eran de suspense o misterio. Al mismo tiempo, aprovechando la gran influencia que tenía Rampo, consiguió ir elevando la posición del género ante el establishment literario”.
Obras con proyección en todos los medios
Hoy en día, la mansión de Rampo en Tokio aloja el Centro Conmemorativo de Edogawa Rampo para Estudios de la Cultura de Masas, gestionado por la Universidad de Rikkyō. En él se centralizan los estudios que se realizan sobre su figura y su obra.
“Rampo tenía una fuerte preferencia por el papel y por el material impreso y guardaba celosamente todos sus papeles, desde la correspondencia a los tickets de compra de las librerías de antiguo. En total, suman unos 40.000, apuntes aparte. Es un legado enorme. Si se continúa ordenando y analizado todo este material, es muy posible que se haga algún descubrimiento de interés. Tras la guerra, Rampo colaboró varias veces con la policía y participó, por ejemplo, en las investigaciones del caso del Banco Imperial (1948), en el que un hombre asesinó con veneno a 12 de sus empleados para llevare efectivo y cheques. Si encontramos los registros de la época, podría arrojarse más luz sobre el caso”.
Recientemente, Rampo está siendo revalorizado también en el extranjero.
“Hasta ahora, en el extranjero a Rampo se lo veía sobre todo como un imitador de Conan Doyle y otros autores de misterio anglosajones. Ahora hay más investigadores jóvenes y Rampo está empezando a ser contemplado desde otro ángulo. Muchos de esos investigadores ven con interés la subcultura japonesa y consideran que cosas como los juegos electrónicos, el anime o el manga son manifestaciones de una cultura original. Dentro del campo de la literatura, se entiende que la obra de Rampo también presenta algunos interesantes elementos subculturales y eso se valora. Después de la guerra, muchas obras de Rampo se han llevado a la televisión y al cine y, montándose en la ola del mediamix (estrategia de diversificación de soportes mediáticos), sus adaptaciones han pasado también al manga y al anime, entre otros medios. Esta faceta de Rampo como creador de contenidos y propuestas susceptibles de ser llevadas a diversos medios seguirá impulsando su fama”.
Fotografía del encabezado: Edogawa Rampo (1894-1965). La fotografía del encabezado y las que acompañan al texto son cortesía de del Centro Conmemorativo de Edogawa Rampo para Estudios de la Cultura de Masas, de la Universidad Rikkyō.