Los Juegos Olímpicos de 1964 a través de las revistas gráficas
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Todos los cielos azules del mundo, en Tokio
Gurafu zasshi (revista gráfica) es un término que se utiliza en Japón para ciertas revistas de gran formato en las que las fotografías son el centro de interés. Desde sus páginas se aboga por el periodismo gráfico, que trata de mostrar los movimientos políticos, económicos y sociales de forma visual, más que escrita.
El ejemplo más representativo de este tipo de periodismo es la revista LIFE, de Estados Unidos, mientras que las pioneras de Japón fueron Asahi Graph y Mainichi Graph, publicadas por empresas de periódicos; ambas lideraron la cultura de las revistas desde la preguerra hasta el período de rápido crecimiento económico. Era un formato indispensable en las salas de espera de bancos y hospitales.
Lo primero que me llamó la atención al pasar la primera página fue el cielo despejado que cubría el escenario de la inauguración de los Juegos Olímpicos y el antiguo Estadio Nacional. Era un típico día soleado de Japón, sin una sola nube.
“Es un maravilloso día de otoño que parece habernos traído a Tokio todos los cielos azules del mundo”. La famosa frase era de Kitade Seigorō, locutor de NHK que actuaba como comentarista en directo. No había expresión más acertada que esa.
La ceremonia de apertura se llevó a cabo el 10 de octubre. ¿Por qué se decidió ese día? Creo recordar que, cuando era niño, un profesor de ciencias sociales nos enseñó que “eligieron ese día tras estudiar las estadísticas de Japón para hallar el día con mayor probabilidad de sol (un día especialmente despejado)”. Hace poco supe, sin embargo, que eso no era más que una leyenda urbana.
En principio, las probabilidades más altas de tiempo soleado en Japón se dan a principios de noviembre. Sin embargo, en esa época hace demasiado frío para realizar competiciones al aire libre. Pese a que existía la posibilidad de que persistieran las lluvias otoñales, al parecer se eligió el segundo sábado de octubre tomando en consideración las temperaturas. Y de hecho los dos días anteriores a la ceremonia de apertura llovió mucho en Tokio. Es decir: hubo mucha suerte.
Čáslavská, la “novia de Tokio” y Hayes, la “bala”
A diferencia de hoy día, cuando cualquier información del mundo entero está disponible de inmediato en Internet, en esa época los japoneses solo tenían la oportunidad de entrar en contacto con estrellas extranjeras del deporte a través de los Juegos Olímpicos. Ambas revistas presentan en sus páginas tanto a esas superestrellas extranjeras como a los atletas japoneses.
Entre todos ellos Věra Čáslavská, promocionada como “la novia de Tokio” y “la afamada flor de los Juegos Olímpicos”, cautivó a muchos japoneses. En gimnasia femenina ganó medallas de oro en la barra de equilibrio y en salto del potro, además de llevarse el título en la competición individual general.
Nacida en la antigua Checoslovaquia, creció desde muy niña con el ballet y el patinaje artístico, y cultivó un gran sentido del ritmo. Además de su hermosa figura y las espléndidas dotes de actuación con las que nació, el hecho de que fuera una gran amante de Japón también le otorgó una cierta sensación de familiaridad con el país.
Věra aprendió la técnica de los atletas masculinos japoneses, poseedores en esa época del nivel más alto del mundo, y llegó a dominar grandes técnicas que hasta entonces solo los hombres habían podido hacer. Se dice que mantuvo una estrecha amistad con Endō Yukio.
El estadounidense Bob Hayes, ganador de la medalla de oro en los 100 metros lisos y los relevos masculinos de 4x100 metros (atletismo), llenó también de asombro a la multitud. Con sus 1’83 m de altura y sus 85 kg, su forma dinámica le valió el apodo de Bullet Bob (“la bala Bob”). Su tiempo al lograr la victoria fue de 10,0 segundos, pero en las semifinales alcanzó los 9,9 segundos, la primera vez en la historia de la humanidad que un corredor hacía los cien metros en menos de diez segundos, aunque por desgracia fue un tiempo realizado con asistencia del viento, y quedó registrado como récord referencial.
Hayes se unió al equipo de fútbol americano Dallas Cowboys tras retirarse del atletismo. Es hasta ahora el único jugador que ha logrado tanto una medalla de oro olímpica como un anillo de la Super Bowl.
La filosofía del corredor de Abebe y la internacionalización del judo de Geesink
Si los cien metros son la “flor del atletismo”, el maratón es la “flor olímpica”. El etíope Abebe Bikila mostró una abrumadora fortaleza ante los 70.000 espectadores que llenaban las gradas del Estadio Nacional. Aún se habla del día en que batió el récord mundial (2 horas, 15 minutos, 16 segundos) descalzo sobre los adoquines de los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960. Incluso en Tokio, a pesar de haberse sometido a una operación de apendicitis cerca de un mes antes de la competición, batió su propio récord de cuatro años antes por más de tres minutos. Fue el primer atleta en ganar el oro de forma consecutiva en la historia de los Juegos Olímpicos, con la enorme diferencia de 4 minutos hasta el segundo corredor. Abebe, con expresión impertérrita, comentó: “El verdadero rival es uno mismo”; era un verdadero filósofo corredor.
Por otro lado, fue el yudoca holandés Anton Geesink quien hizo rechinar los dientes a la multitud que llenaba el Nippon Budokan. Con 1’98 de altura y 85 kg, aprovechaba la longitud de sus extremidades y daba una gran impresión de velocidad. Mientras que Japón dominaba en las divisiones de peso ligero, mediano y pesado, ganando constantemente medallas de oro, Geesink derrotó a Kaminaga Akio en la final de la categoría abierta, evitando así que Japón monopolizara por completo el oro. La victoria de Geesink fue pionera en la internacionalización del judo.
Las revistas también hablaban de las victorias japonesas: la primera victoria masculina que llegó de la mano de Endō Yukio, ganador dos veces consecutivas de la competición de gimnasia masculina en grupo y una vez de forma individual, la victoria del equipo japonés de vóleibol femenino al derrotar a su némesis de la Unión Soviética y ganar así la ansiada medalla de oro, la primera medalla de oro japonesa de los Juegos Olímpicos de Tokio, y la lucha de Miyake Yoshinobu en levantamiento de pesas.
Las revistas muestran además algunos detalles para condimentar los reportajes, como la rutina de Yoda Ikuko, antes de salir a la carrera de obstáculos de 80 metros: se aplicaba un ungüento (Salomethyl) en las sienes, se ajustaba la diadema y hacía el pino.
“¿Qué es? Es el amor”, y la “inteligencia artificial”
Las revistas gráficas son un espejo que refleja las condiciones y costumbres sociales de cada época. Las páginas publicitarias de los especiales de los Juegos Olímpicos transmiten también el ímpetu de las empresas japonesas durante el período de rápido crecimiento económico, así como el respiro que podía tomarse la sociedad.
En primer lugar podemos ver el paraguas plegable de Marusada Shōten (posteriormente rebautizado como Ideal), que el joven cómico Ueki Hitoshi anuncia con la frase “¿Qué es? Es el amor”. Se trata de un paraguas plegable con resortes unidos a sus nervaduras, para hacerlo más fácil de doblar.
En los anuncios de televisión Ueki abre un paraguas y lo coloca sobre su cabeza, diciendo simplemente: “¿Qué es? Es el amor” Ese anuncio único, de apenas cinco segundos, ha sido descrito como una de las primeras obras maestras del mundo de la publicidad televisiva.
En los anuncios se destaca con fuerza el televisor mismo. Los Juegos Olímpicos siguen siendo el lugar perfecto para promocionar las últimas tecnologías, como la televisión en alta definición o la televisión 4K; en el caso de los Juegos Olímpicos de Tokio, fue una gran oportunidad para popularizar la televisión en color en las salas de estar todo el país.
National, General, Hitachi... Cada empresa trataba de apelar a las características únicas de su tecnología avanzada. Una vez tras otra podían verse las palabras “inteligencia artificial”. Hoy en día la IA tiene un significado muy concreto, pero en esa época, por supuesto, se trataba tan solo de “captar las ondas de radio de la emisora con el tono correcto de color”...
Mamiya, Minolta y Konica competían con sus cámaras más compactas de 35 mm. Cada empresa luchaba por ofrecer el mejor brillo (valor F) de las lentes de sus objetivos.
Los principales productos de cada empresa eran televisores en color en el rango de los 60.000 yenes, y cámaras de 35 mm de entre 20.000 y 40.000 yenes. Resulta interesante que el precio neto en efectivo y la cuota mensual (en doce plazos) equivalente aparecen juntos. ¿Cuánto costarían, con el valor monetario actual?
Si investigamos los precios de 1964 utilizando datos estadísticos nacionales, veremos que una taza de chūka soba, o fideos chinos, costaba en un restaurante unos 59 yenes. Por comparación, un televisor en color costaría, con el dinero de hoy día, entre 600.000 y 700.000 yenes, y una cámara de 35 mm entre 200.000 y 400.000 yenes. El especial de la revista gráfica de Asahi, por cierto, costaba 280 yenes, y el de Mainichi 250 yenes. El salario medio anual de los trabajadores de oficina era de unos 410.400 yenes, la proporción de habitantes de 65 años o más era del 6,2 %, y la esperanza de vida media era de 62,67 años en el caso de los hombres, y de 72,87 para las mujeres.
Tras todos esos desvíos en el camino... me di cuenta de que había terminado de leer un total de 400 páginas de golpe.
Por desgracia, ni Asahi Graph ni Mainichi Graph existen ya. El LIFE original también dejó de publicarse en 2007. La era de las revistas gráficas parece haber terminado.
Y sin embargo estoy seguro de que habrá algún camarógrafo que intente retratar los Juegos Olímpicos en la época del coronavirus desde un punto de vista y una perspectiva únicos. Con esa creencia esperé el día de la ceremonia de apertura.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: “Especial de los Juegos Olímpicos de Tokio”, ediciones especiales de Asahi Graph y Mainichi Graph - Todas las fotografías son obra de Amano Hisaki)