Los enigmas de ‘El viaje de Chihiro’ veinte años después de su estreno
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¿Por qué Chihiro se convierte en Sen?
¿A qué debe su título Sen to Chihiro no kamikakushi?
La protagonista, una niña de diez años, se llama Chihiro. Según el director, Miyazaki Hayao, las niñas de diez años de hoy día “son bastante difíciles de tratar”; por eso eligió una para protagonizar su historia.
Para ahondar algo más en la explicación: Chihiro es hija de una pareja acomodada de la clase media alta japonesa. El hecho de que la familia pertenezca a ese grupo social se ve claramente en detalles como el Audi de tracción a las cuatro ruedas que conduce el padre, el nombre de un supermercado de cierto renombre que aparece en las bolsas de plástico, o la idea misma de que una pareja relativamente tan joven como los padres de Chihiro pueda permitirse comprar en la actualidad una casa unifamiliar en los suburbios. Tanto Chihiro como sus padres son personas bastante egoístas y maleducadas, y atienden tan solo a sus propios deseos. No prestan ninguna atención a las creencias de la cultura y la religión tradicionales de Japón; son japoneses prototípicos, podría decirse, de una época en la que se elogia el éxito económico por encima de todo lo demás.
Chihiro se convierte en Sen porque Yubāba, la administradora de la casa de baños, le arrebata parte de su nombre. Al quitarle uno de los dos caracteres que lo conforman (“hiro”), la parte restante pasa a leerse “sen”, y Yubāba coloca de este modo a la chica bajo su control.
En este punto de la historia puede servirnos de referencia el primer libro de la serie de Harry Potter: Harry Potter y la piedra filosofal. Cuando Harry, que ha arrebatado al señor oscuro -cuyo nombre, Voldemort, significa “robo de la muerte”- la piedra filosofal, dice “Vol... quiero decir, ‘ya sabes quién’...”, Dumbledore lo amonesta: “Harry, llámalo Voldemort. Usa siempre el nombre correcto de las cosas. El miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra”.
Tanta importancia en un nombre... En la historia también podemos encontrar ejemplos que apoyan la noción de que dar o quitar un nombre está relacionado con el control y la sumisión.
En la tradición japonesa se considera que las palabras están dotadas de poder espiritual. Es un concepto denominado kotodama: se trata de la creencia de que ciertas palabras esconden una fuerza especial, y al pronunciarlas en voz alta se producen todo tipo de influencias sobre el mundo de la realidad. Podríamos decir también que esa consideración hacia el kotodama impregna la creación de ciertas formas de poesía, como el tanka y el haiku, incluso en la actualidad.
Kamikakushi y takai henreki
Kamikakushi es una antigua idea según la cual a veces una persona, sin ninguna razón, desaparecía de pronto sin dejar rastro. Como nadie sabía por qué había desaparecido, la gente transfería la responsabilidad del suceso a los dioses (kami): eran ellos quienes habían escondido (kakushi) a esa persona; quizá eso hiciera algo más llevadero el dolor: nadie podía hacer nada al respecto.
Los desaparecidos, en muchas ocasiones, eran niños; de ahí que los padres sintieran pavor ante la idea. En términos más realistas, Japón sufrió antiguamente una época de trata de personas, y es posible que muchos de esos niños fueran en realidad secuestrados. El recuerdo de tales sucesos reverberó hasta tiempos muy posteriores, y probablemente ese miedo dejara su huella en la sociedad.
Es fácil también comparar las aventuras de Chihiro con un concepto religioso denominado en japonés takai henreki (peregrinaje al otro mundo). Este término señala la experiencia de una persona que se ve transportada, desde el mundo real en el que vive, al otro mundo, donde debe realizar un peregrinaje antes de poder regresar a su propio mundo. Son muchos los relatos, en la historia de la humanidad, de personajes que han visitado el Cielo, o han regresado del Infierno: son ejemplos clásicos de este takai henreki.
En el caso de esta película, la entrada al “otro mundo” se produce cuando el padre de Chihiro se equivoca de carretera y se mete con el coche en un camino secundario. El hecho de confundirse de dirección y entrar en un mundo completamente diferente al propio recuerda también a la Divina Comedia de Dante.
Sin embargo las aventuras de Chihiro no alcanzan la gran extensión que posee la Divina Comedia: a cambio de su escala reducida ofrecen sin embargo una representación extraordinariamente vívida del mundo espiritual único de Japón.
El viejo árbol y el rayo
Nuestro primer encuentro con esa familia que va a equivocarse de camino es un puñado de imágenes religiosas japonesas: un viejo cedro bajo el cielo azul, sobre el que se apoya una puerta torī, y bajo ella un racimo de hokora, pequeños santuarios de piedra.
Si nos fijamos con atención, veremos que el viejo cedro está roto cerca de su copa. Este tipo de árboles son frecuentes en los santuarios de cada región: podemos verlos en el recinto del santuario Kamigamo, en Kioto, o en el centro de Kasuga Taisha, en Nara. El hecho de que existan en los santuarios nos da una idea de la importancia de estos viejos árboles.
¿Por qué son, pues, tan importantes? La razón es que se cree que sobre ellos descendió, hace mucho, un dios. ¿Y de qué tipo de dios se trataba? Era el dios del rayo. Es decir, que un rayo, al caer, partió el tronco del árbol. O dicho de otro modo: se trata de un árbol sagrado porque un dios descendió sobre él. Es por eso que se le muestra respeto.
En el Antiguo Testamento se dice también que, cuando Moisés recibió las Tablas de la Ley con los Diez Mandamientos y bajó del Monte Sinaí, se oyó retumbar el trueno. En India se cree que Indra, el dios principal de la mitología védica, era inicialmente el dios del rayo. Tanto en las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo, islam y otras) como en el hinduismo, no obstante, la idea de que el poder divino estaba vinculado al rayo se fue perdiendo. El motivo de este olvido es que la idea de Dios como entidad superior a los seres humanos, y desligada de los fenómenos naturales, iba ganando fuerza.
Los innumerables dioses de Japón
Sin embargo, en Japón desde un principio se preservó la idea de que los dioses tienen estrechos vínculos con la naturaleza, como los rayos del cielo. Una prueba al respecto es el hecho de que el sufijo para contar dioses significa “pilar”, o “columna”; los cinco dioses consagrados en Kasuga Taisha, por ejemplo, se suelen llamar Gochū: “los cinco pilares”. La razón por la que se usa este término es que se creía que los dioses aparecen en ciertos lugares como un pilar que se yergue desde la tierra hasta el cielo. El Festival Onbashira (“de la sagrada columna”), en el santuario Suwa Taisha de la prefectura de Nagano, considerado el santuario más antiguo de Japón, es un buen ejemplo de ello.
Esta idea también fundamenta el hecho de que los japoneses reconozcan la espiritualidad inherente a los árboles, y los respeten. Cuando el budismo llegó a Japón desde el continente se comenzó a utilizar madera de alcanforero para fabricar las imágenes budistas: las personas de esa época parecían reconocer cierta presencia divina en esos árboles, a los que denominaban kusunoki (kusu, “divino”, y ki, “árbol”). De ahí que en Tonari no Totoro (Mi vecino Totoro, otra de las obras de Miyazaki) el propio Totoro -¿el espíritu de un árbol sagrado?- viva en un alcanforero.
Una de las principales características del panteón japonés es que cuenta con “ocho millones” de dioses; es decir, que son innumerables. Es uno de los puntos de mayor divergencia con las religiones monoteístas. En Sen to Chihiro no kamikakushi se refleja hasta el extremo esa inmensa pluralidad de los dioses: la casa de baños está repleta de ellos.
Cabe señalar que dichos dioses no son presencias tan imponentes. Aunque en una de las escenas aparece en la casa de baños una divinidad de gran tamaño, cubierta de barro, que Chihiro se las ingenia para limpiar y purificar, y que resulta ser el dios de un cierto río, en general los demás dioses son bastante mundanos. Además, la mayoría van en grupitos.
Se puede decir que esta forma de reconocimiento hacia los dioses también es algo tradicional de Japón. Existen en el panteón, por supuesto, dioses de gran poder, como la gran diosa Amaterasu, que es la diosa de la familia imperial, pero la mayoría de los dioses a los que los japoneses se han ido acostumbrando son cercanos, y fáciles de tratar, como podría serlo el mismo Totoro. Es decir, que desde un principio la relación entre dioses y humanos siempre ha sido flexible.
Una aglutinación de animismo y conceptos avanzados
Esta forma de reconocimiento de lo divino se denomina, en estudios religiosos, “animismo”. La palabra “ánima” desvela su significado: alma, vida. También la palabra “animación” proviene de la misma raíz. Todas las cosas, en suma, poseen su vida, su propia alma. En el animismo se considera que todas las cosas que existen en la naturaleza contienen vida y espíritu, que podemos encontrarlos en cada piedra, montaña y río; es decir, incluso en las cosas que el sentido común consideraría inanimadas.
El animismo se suele considerar una forma primitiva de religión. No obstante, en Japón ciertas ideas budistas extremadamente avanzadas incorporan también el animismo.
Pongamos un ejemplo representativo. El famoso monje Kūkai (más conocido como Kōbō Daishi, 774-835) afirmaba que “Todas las cosas de la naturaleza, compuestas de las cinco sustancias fundamentales -tierra, agua, fuego, viento y cielo- poseen un eco de la verdad... El Buda supremo, Dainichi Nyorai, es la apariencia misma de este mundo, tal y como es”.
La cantante Matsutōya Yumi, más conocida como Yūmin, lo explica con palabras fáciles de comprender para la gente de esta época, en su canción Yasashisa ni tsutsumareta nara: “Si abres las cortinas y te ves envuelto por completo en la dulzura de la tranquila luz del sol, todo lo que llega a tus ojos es un mensaje”.
El maestro de zen Dōgen dijo: “Incluso un montón de escombros puede iluminarse y llegar a ser Buda”. Del mismo modo las grandes figuras espirituales de Japón han creado con el paso del tiempo una serie de conceptos avanzados, mezcla del animismo y del budismo, que no se pueden encontrar en otras partes del mundo.
Quizá esta parte que sigue sea algo difícil, de modo que me disculpo ante mis lectores. En el budismo original, nacido en India, se cree que solo los animales poseen la capacidad de evolucionar y reencarnarse en un Buda, debido a que tienen alma. El resto de la naturaleza, por carecer de espíritu, no puede por tanto alcanzar esa iluminación. Sin embargo en el budismo japonés se fue albergando el concepto de que esa naturaleza que en India se consideraba “sin espíritu” también podía convertirse en Buda. Esta idea nunca habría sido posible de no haber existido de antemano una visión animista de la naturaleza en la mentalidad japonesa.
El budismo tibetano, heredero fiel del budismo indio, también sostiene que solo los animales pueden convertirse en Buda. En los últimos años, sin embargo, el Dalai Lama, el líder supremo de dicho tipo de budismo, ha mostrado una gran comprensión hacia los conceptos del budismo japonés, y ahora tiende hacia la idea de que la naturaleza entera puede convertirse en Buda.
Considerando los problemas medioambientales del siglo XXI, es sin duda evidente para todo el mundo que la naturaleza entera posee esa divinidad, y que pensar en ella al mismo nivel que los seres humanos resultará extremadamente efectivo.
Significados especiales en Sen to Chihiro no kamikakushi
Señalemos también otros vehículos expresivos importantes de la película.
El “peregrinaje al otro mundo” de Chihiro
En la película, Chihiro realiza un peregrinaje de ida y vuelta: desde el mundo real a la casa de baños, de ahí al “otro mundo”, de vuelta a la casa de baños y por fin al mundo real. La entrada a ese “otro mundo” está representada por el tren que se mueve sobre la superficie del agua. En esa escena el agua refleja un mundo solitario, y los pasajeros que suben y bajan del tren llevan todos ropa anticuada, y se mueven apenas como sombras.
Considerando esos detalles, el “otro mundo” da una cierta idea del mundo del pasado, o quizá del más allá. Los peregrinajes vida-muerte-vida están estrechamente ligados a experiencias religiosas profundas. La razón por la que Chihiro es capaz de madurar como persona no es solo su experiencia trabajando en la casa de baños, sino ese viaje de ida y vuelta a la muerte.
Chihiro tarda dos noches y tres días en poder regresar al mundo real, desde el momento en que su familia se pierde en el camino. Sin embargo, para sus padres se trata de un lapso muy corto de tiempo. Ni siquiera recuerdan que se convirtieron en cerdos por haber comido sin permiso alimentos destinados a los dioses.
No obstante, al salir del túnel el grado de erosión en las paredes, la altura de la hierba y la hojarasca caída sobre el coche son tan diferentes de los que había cuando entraron que dan la impresión de que ha pasado mucho tiempo desde entonces. Resulta preocupante pensar que, de ser así, quizá Chihiro y sus padres no hayan regresado a su dimensión espacio-temporal.
El jardín de la casa de baños
En el jardín de la casa de baños florecen al mismo tiempo flores de las cuatro estaciones. Es decir, que las cuatro estaciones existen a la vez. Esta es una forma de expresar que la casa de baños no se encuentra en el mundo real. No es una idea original de Miyazaki, en realidad; se trata de una técnica que se ha venido utilizando desde el periodo Heian para representar la Tierra Pura (el paraíso eterno al que llegan al morir los creyentes que, en vida, demuestran fe en Amida Nyorai). Además de esta película son muchas las obras de animación de Miyazaki que reciben inspiración de la cultura tradicional japonesa y se sirven con habilidad de ella.
Kaonashi
Kaonashi es un personaje sin voz; en cambio, traga a otras personas y usa sus voces. La parte inferior de su cuerpo, además, es un tanto traslúcida. Ambos detalles parecen indicar la posibilidad de que Kaonashi no tenga un verdadero yo.
En la segunda mitad de la historia comienza a repartir dinero, creándolo con sus propias manos (aunque en realidad es dinero falso), y todos le dan de comer lo que quiere y satisfacen todos sus deseos. Poco a poco va adoptando un cuerpo gigantesco con una cabeza diminuta, como una especie de garrapata, y mostrando un desequilibrio desagradable en su figura.
Ese cuerpo enorme y su pequeña cabeza parecen simbolizar un deseo desmesurado y un corazón débil, incapaz de controlarlo. En la escena en la que Kaonashi vuelve a escupir las ranas a las que se había tragado, el hecho de que no se hayan visto alteradas puede simbolizar la idea de que el verdadero significado del conocimiento y la experiencia no son algo de lo que uno se pueda realmente apropiar. Kaonashi puede, en ese sentido, representarnos a todos nosotros.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: Sen to Chihiro no kamikakushi © 2001 Studio Ghibli • NDDTM)
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