Fukushima Dai-ni: decisiones a contrarreloj que evitaron un segundo desastre nuclear
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Nadie se hacía una idea de cómo era un tsunami hasta aquel día
Cuando se produjo el terremoto, los cuatro reactores de agua ligera en ebullición de 1,1 millones de kilovatios de Fukushima Dai-ni estaban en funcionamiento. El director general de aquel momento, Masuda Naohiro, suspiró aliviado en la sala de medidas de emergencia cuando el director de control de operaciones Mishima Takaki le confirmó que todos los reactores se habían detenido automáticamente. El primer paso del protocolo básico de respuesta ante accidentes nucleares —detener, enfriar y aislar—se había completado sin problemas.
La noticia del aviso de tsunami había llegado a la sala de medidas de emergencia, pero allí aún no existía una sensación de alarma. “Había visto las imágenes del tsunami de Sumatra incontables veces, pero hasta aquel día no tenía una idea concreta de la fuerza con que el agua podía destruir un edificio”, reconoce Masuda.
Mishima también recuerda: “Pensé que, con seguir el protocolo habitual de echar agua y reducir la temperatura por debajo de los 100 grados, estaría todo solucionado. Lo único que me preocupaba era qué sucedería con el suministro eléctrico de la capital al detenerse una central de 4,4 millones de kilovatios”.
El tsunami arremetió contra la central superando holgadamente los diques de protección hacia las 3 y media de la tarde. Fukushima Dai-ni contaba con ocho intercambiadores térmicos (dos por reactor) para liberar el calor al mar si los reactores sufrían una parada de emergencia, pero el tsunami rompió las compuertas metálicas y se coló en los edificios equipados con dichos sistemas. Eso dificultó el segundo paso del protocolo de respuesta ante accidentes nucleares: enfriar.
La gigantesca ola subió por la carretera que pasa junto al reactor situado más al sur, el número 1, alcanzando una altura de entre 16 y 17 metros sobre el nivel del mar. El edificio de aislamiento sísmico, donde se encuentra la sala de medidas de emergencia, también quedó rodeado de agua. Como la sala carece de ventanas, no era posible ver qué sucedía fuera, pero Masuda y Mishima se hicieron cargo de que debía de estar pasando algo muy grave cuando la estancia se quedó a oscuras.
Restablecer la refrigeración
Fukushima Dai-ni obtiene la energía eléctrica mediante cuatro líneas externas. Una siempre está inactiva por las revisiones periódicas y en el terremoto se pararon dos más, por lo que solo quedó una operativa, que se convirtió en una cuerda salvavidas. La luz de la sala de emergencia se restableció tendiendo un cable desde un edificio contiguo que se había librado del parón. Fue así como lograron alimentar todos los dispositivos de medición para conocer el estado de los reactores con precisión.
Mishima, que era el responsable del control de operaciones de la central, lo explica así: “Tanto Masuda como yo somos diseñadores industriales y habíamos hecho incontables experimentos ‘maltratando’ las instalaciones, por lo que confiábamos en nuestra capacidad de evaluar la resistencia de los equipos y de saber cómo sustituir cualquier función si algo se estropeaba. Luego fue cuestión de aprovechar al máximo la experiencia y los conocimientos de los operadores y afanarnos para seguir enfriando los reactores”.
Mientras Mishima hacía lo posible por ganar tiempo, el director general Masuda pudo concentrarse en restaurar los sistemas de refrigeración maltrechos por el tsunami. Conocer bien la situación era imprescindible para recuperar dichos sistemas. Las réplicas del terremoto se sucedían intermitentemente y la alarma de la sala de medidas de emergencia saltaba con cada nuevo temblor. Temiendo que llegara un nuevo tsunami, Masuda dudaba en mandar personal a comprobar el estado de las instalaciones afectadas.
A Masuda se le ocurrió apuntar la hora de ocurrencia y la intensidad de las réplicas en la pizarra blanca que había en una esquina de la sala de medidas de emergencia. “¿Qué hace, jefe?”, preguntaban con sorpresa los empleados que pasaban por allí. Al llegar la noche fueron constatando que las réplicas se producían en intervalos cada vez más largos.
El aviso de tsunami no se había cancelado. Aun así, Masuda concluyó que no podían esperar hasta la mañana siguiente para emprender las tareas de reparación porque errar en el momento de actuar podía poner en peligro los reactores. A las 10 de la noche, cuatro equipos de 10 personas salieron a verificar el estado de los intercambiadores. Masuda tomó esa decisión bajo su propia responsabilidad.
Inoue Takashi, miembro de los equipos de recuperación, se encontró con un panorama que escapaba a la imaginación: “El tsunami había roto la puerta y el edificio estaba lleno de agua y peces. No parecía el lugar que tan bien conocía por las revisiones y el mantenimiento. Era innecesario hacer ninguna comprobación para concluir que aquello se había ido al garete”.
Expulsar vapor de los reactores como último recurso
Tras ser informado de la situación, Masuda ordenó el suministro inmediato de ciertos equipos. Trajeron motores de la fábrica de Toshiba en Mie y de la central de Kashiwazaki-Kariwa en Niigata, y consiguieron cables y vehículos móviles de suministro eléctrico de distintas procedencias. También pidieron a las sucursales de TEPCO y a las empresas colaboradoras que enviasen personal.
De los ocho intercambiadores térmicos, solo los del lado sur del tercer reactor se habían salvado milagrosamente del tsunami y conservaban la capacidad de enfriar. Pensaron que, distribuyendo esas fuentes de energía y tendiendo un cable a los reactores 1, 2 y 4, podrían recuperar la refrigeración de todos con relativa rapidez.
Sin embargo, Masuda rechazó la propuesta del personal alegando que debían mantener a toda costa la función de refrigeración del único reactor que la conservaba y no debían sobrecargarlo, y ordenó tender el cable desde el edificio de tratamiento de residuos, a 800 metros en línea recta de allí.
Los cables eléctricos de la central tienen 5 centímetros de diámetro y pesan cinco kilos por cada metro. Tuvieron que tirar nueve kilómetros de cable en total, sorteando obstáculos como los escombros y rodeando edificios, una tarea que normalmente costaría un mes a un equipo de veinte personas equipado con maquinaria pesada. Esta vez contaban con unos doscientos trabajadores, incluyendo el personal de TEPCO y las empresas colaboradoras, y lo lograron en 30 horas, trabajando sin interrupción hasta la madrugada del día 13 de marzo.
Las noticias del agravamiento de la situación en Fukushima Dai-ichi les llegaban a través de los medios de comunicación y las videoconferencias internas. “Más que el pánico a que nos ocurriera lo mismo, nos empujaba el pensamiento de que no podíamos permitir que sucediera”, recuerda Inoue.
Mientras el equipo se apresuraba con el cable, la temperatura de las piscinas de descompresión de los reactores 1, 2 y 4 superó los 100 grados y la presión de los contenedores fue acercándose al límite. Peligraba el tercer paso del protocolo: aislar. En definitiva, la central seguía los pasos de Fukushima Dai-ichi con medio día de retraso.
Mishima estaba preparado para soltar vapor de los contenedores de los reactores en caso necesario: “Como no habíamos parado de echar agua, estábamos seguros de que el combustible no estaba dañado. Si expulsábamos vapor para reducir la presión de los contenedores, era poco probable que se liberaran sustancias radiactivas. Íbamos a recurrir a ello como último recurso”. Con todo, liberar vapor después de que lo hiciera Fukushima Dai-ichi iba a sembrar el pánico ya no solo en la región, sino en todo el país: “La determinación de hacer todo lo posible para evitarlo nos sirvió de motivación”.
Problemas logísticos con los motores y la maquinaria pesada
Para restablecer el sistema de refrigeración lo antes posible, encargaron a las Fuerzas de Autodefensa el transporte aéreo de los motores desde la fábrica de Toshiba en Mie. Los motores llegaron sin problemas al aeropuerto de Fukushima y luego se trasladaron a la central en camiones. Sin embargo, nadie era capaz de descargarlos.
Normalmente el transporte y la instalación de equipos los llevaban a cargo empresas colaboradoras externas, por lo que los empleados de TEPCO no tenían experiencia en la manipulación de maquinaria pesada. Enfrentados a una situación extrema, no tuvieron más remedio que reírse ante su impotencia.
Al final lograron descargar los motores del camión e instalarlos gracias a los pocos empleados de empresas colaboradoras que quedaban. Enchufar los cables a los motores requiere pelar el revestimiento y conectar los terminales. Para eso también dependieron de la destreza de los curtidos técnicos externos.
El día 14 de marzo, pasada la una de la madrugada, lograron conectar el cable a los motores. Se restauró la refrigeración del reactor 1, el que se hallaba en una situación más comprometida. Si se hubieran retrasado un par de horas más, habría sido necesario liberar vapor. Les fue de un pelo.
Masuda no pegó ojo en las cien horas desde que ocurrió el terremoto hasta que se comprobó el restablecimiento de la refrigeración de los reactores: “Era consciente de que sucedía algo muy grave, pero no pensé ni una vez que estuviéramos entre la espada y la pared”. Su estrategia consistió en mantenerse al tanto de la situación, pensar en por dónde había que atacar y emitir las órdenes correspondientes.
Los imprevistos suceden
A diferencia de Fukushima Dai-ichi, que se quedó totalmente sin electricidad, Fukushima Dai-ni tuvo la suerte de conservar la alimentación externa. Pero eso no significa que superase la crisis sin dificultades. El accidente se evitó gracias a un líder que dirigió la operación tomando una serie de decisiones durísimas y a una plantilla que se entregó en cuerpo y alma para salvar la central.
Años después del accidente de Fukushima Dai-ichi, la orden de evacuación se retiró para toda la prefectura a excepción de los siete municipios con zonas de difícil regreso o el pueblo de Futaba, donde la orden de evacuación se mantiene en todo el término. La mayoría de los habitantes de la prefectura, no solo los del sector primario como agricultores o pescadores, siguen sufriendo daños en su reputación. TEPCO arrastrará para siempre aquel accidente del que jamás será absuelto. Esta entrevista no pretende presentar a nadie como un héroe, pero concluir unánimemente que la compañía eléctrica lo hizo todo mal nos privaría de la oportunidad de aprender lecciones muy valiosas.
Con el Gran Terremoto del Este de Japón, supimos que los imprevistos suceden. Reforzar las centrales nucleares construyendo diques más altos no garantiza que no vayan a ocurrir incidentes que superen los habidos hasta ahora.
“Pase lo que pase, el protocolo básico de detener, enfriar y aislar no cambia. No se trata de construir centrales protegidas ante lo que pueda llegar, sino de prepararnos bien siguiendo esos tres pasos para poder actuar acorde a las circunstancias”, afirma Masuda.
De aquella amarga experiencia en que “no tuvieron más remedio que reírse ante su impotencia”, los empleados de TEPCO que trabajan en Fukushima Dai-ni pasaron a obtener licencias para manipular maquinaria pesada como excavadoras y grúas. También siguen recibiendo periódicamente formación en tareas como la recogida de escombros.
・La entrevista de Masuda Naohiro, actual presidente de Japan Nuclear Fuel Limited, tuvo lugar el 5 de marzo de 2021, mientras que las del director general de la central Mishima Takaki y el responsable de seguridad Inoue Takashi se llevaron a cabo el 16 de septiembre de 2020.
・Las fotografías no cedidas por TEPCO son obra de Hashino Yukinori, miembro de la redacción de Nippon.com.
Fotografía del encabezado: Los trabajadores de Fukushima Dai-ni tienden cable en una operación en masa para restablecer los sistemas de refrigeración estropeados por el tsunami. (Imagen cedida por TEPCO y parcialmente procesada).
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