‘Cool’: la relación entre Murakami Haruki y el jazz
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Una estrecha relación con el jazz
Murakami Haruki ama la música e impregna cada rincón de su cuerpo con ella; el escritor exuda musicalidad en su estilo, de forma natural. No se puede hablar de la literatura de Murakami sin mencionar, sobre todo, el jazz. Su obra y el jazz están íntimamente vinculados. Se puede decir, en ese sentido, que los libros de Murakami no se leen: se “escuchan”.
Sus palabras siempre van hiladas a notas musicales y parecen reproducir una melodía. Hay una línea de bajo que mantiene con firmeza el ritmo, y otros instrumentos, como el piano y la trompeta, interpretan la melodía. Estas características estilísticas hacen que su obra sea muy legible, y llevan al lector hacia adelante en la trama, sin que apenas se dé cuenta. Todos los otros elementos que componen la música, como la armonía y el tono, influyen en el estilo de Murakami.
Sin embargo, la legibilidad no hace necesariamente que una historia sea comprensible. Los temas de Murakami, de hecho, suelen ser sombríos y pesados. No se limita a hacer siempre felices a sus lectores. Y esa es precisamente una de las características del jazz mismo. La historia del jazz lo refleja también: su trasfondo es un remolino de elementos duros y embarrados. Está por un lado la crueldad de quienes gobernaban y la realidad de los esclavos negros estadounidenses que luchaban por sobrevivir a ella. Su único deseo era llegar a ser libres. Lograr esa libertad era la primera propuesta; el jazz es la forma musical que adoptó ese largo viaje. A medida que fue naciendo el blues y se convirtió en jazz, los esclavos cantaron y tocaron para superar su cruel destino, y buscar un camino hacia esa libertad.
Resulta evidente que esos esclavos se vieron obligados a llevar una vida absurda e irrazonable, pero no han sido los únicos. En este mundo de hoy día, aparentemente tan liberado, son todavía muchas las personas que no son libres por completo. Muchos habitantes de todo el mundo continúan sufriendo una discriminación y opresión invisibles. El problema es que, por mucho que alguien sea consciente de ese hecho, debe guardárselo para sí y continuar viviendo. Nuestro mayor desafío consiste en encontrar avances significativos en esos espacios cerrados en que han caído muchas personas de esta época. El tema más importante de Murakami es cómo liberarse de esa esclavitud invisible. Es un camino hacia la libertad como individuo, y se superpone con el objetivo del jazz. La obra de Murakami es, dicho de otro modo, similar al jazz en términos de estilo y tema.
Una gravedad que se esconde en ligereza
Son muchos los músicos de jazz que han influido en Murakami, pero quizá el de mayor peso sea Stan Getz (1927-1991), el autor de una de las más conocidas versiones de “The Girl from Ipanema” (del disco Getz/Gilberto), aclamado como fundador y abanderado del cool jazz. Este cool hace referencia a un cierto distanciamiento con respecto al sonido negro original. ¿Cuál de los encantos de Getz fue el que cautivó a Murakami?
Por tratar de expresarlo en pocas palabras: la forma de interpretar de Getz no trata de imponerse como jazz. Crea un sonido lírico y ligero que desborda desde dentro. Pero hay, al mismo tiempo, algo muy emotivo. Murakami debió de sentir la primera vez algo que le hablaba a través de ese saxofón. Se suele decir que los músicos de jazz se comunican con el público por medio del lenguaje de la música, pero Murakami llegó a dialogar en cierto nivel con Getz, algo que tuvo una influencia inconmensurable en la posterior formación de un estilo propio.
El estilo de Murakami tiene un ligero toque mágico, como el de Getz. Es melódico y conmueve al lector. Cada una de las palabras que utiliza tiene su significado, no usa nada en vano. No hay nada que aburra al leer. Con su singular estilo, introduce al lector primero en el mundo de la historia y, poco a poco, lo lleva a temas sociales de calado histórico que se esconden en el subtexto. E incluso hace que el lector se comprometa con el inconsciente colectivo, más allá de su experiencia individual más profunda. Murakami logra todo esto como por arte de magia, utilizando las herramientas de la ficción.
Una tibia sensación de distancia
Hablar de jazz es hablar de improvisación; pero para que esta sea posible uno debe conocer el lenguaje musical. Getz poseía un firme conocimiento de las reglas de ese lenguaje. Por eso podía realizar improvisaciones geniales. Murakami está también familiarizado con el lenguaje de la novela y su gramática. Lo aprendió por medio de una cantidad ingente de lectura. Por eso es precisamente por lo que es capaz de escribir frases improvisadas. Además, la improvisación del jazz, como su propio nombre indica, no es algo que se pueda preparar de antemano. Nace de modo natural, según la situación de cada interpretación. De la misma manera, Murakami controla la pluma a su antojo, y completa después su trabajo revisando varias veces la composición. Esta forma de trabajar pudo haberla aprendido, tal vez, de las improvisaciones de músicos de jazz, sobre todo las de Getz.
Getz no creó nada realmente revolucionario en la historia del jazz, como lo hicieran en su día Miles Davis o John Coltrane, pero sí construyó su propio estilo. Por mucho que tuviera sus propias influencias, las superó sin quedarse en simple imitador. Odiaba, de hecho, la imitación. Quería establecer su propio “sonido Getz”. No tenía sentido realizar una simple imitación del sonido de los negros simplemente porque el jazz fuera música negra. Sin un estilo propio no sería más que una burda imitación. Como resultado, nació la exquisita “sensación de distancia” de Getz. Se podría definir como una sensación de la tibia distancia que existía entre el músico y los demás.
Esta actitud es consistente con Murakami. El escritor trató a su vez de crear un nuevo lenguaje que se adaptara a la época, en lugar de limitarse a imitar los métodos de sus predecesores. Al igual que Getz, Murakami fue más allá de los límites de la literatura japonesa existente, considerando que la prosa de alguien como Ōe Kenzaburō ya no podría describir la era actual, y se convirtió en el pionero de un mundo único. De igual modo que Getz tocaba el saxo como quería, Murakami fue deletreando también su propio mundo. Así, el lector siente que tiene la posibilidad de vivir libremente, gracias a las capas de esa tibia sensación de distancia que surgen de la obra de Murakami. ¿No es ese precisamente su mayor atractivo?
Un mensaje para los habitantes de esta opresiva sociedad
Esa sensación de distancia de la música de Getz puede tener algo que ver con sus orígenes. Getz odiaba el racismo. No era negro, pero tampoco era parte de ese grupo social que se suele denominar W.A.S.P. (protestantes anglosajones blancos, siglas en inglés), sino un judío de abuelos ucranianos. Probablemente se hallaba en una posición bastante delicada en la sociedad estadounidense, especialmente en el mundo del jazz: se trataba de una posición intermedia, en la que no podía llegar a sentirse miembro de ningún grupo. Por eso podía observar las otras posiciones con cierta frialdad. Como resultado, esa posición intermedia creó una sutil sensación de distancia que desembocó en el nacimiento de su sonido único. Seguramente, ser judío en Estados Unidos, donde un racismo feroz subyace aún a todas las corrientes sociales, nunca fue fácil para él. Fuera consciente o no, esa represión social tuvo sin duda una fuerte influencia en su musicalidad.
Lo mismo sucedió con Murakami: su forma de vida creó inevitablemente una sensación de distanciamiento hacia la sociedad. A diferencia de los estudiantes normales, el joven Murakami no siguió el camino fácil de graduarse en la universidad y conseguir un trabajo. Y tampoco se limitó a disfrutar del jazz como cualquier aficionado: desde su época de estudiante comenzó a dirigir un bar de jazz. Se trataba de un espacio en el que los clientes podían escuchar jazz tranquilamente, e interactuar con las interpretaciones de sus músicos.
Los bares de jazz denominados jazu kissa (“cafeterías de jazz”) se hicieron muy populares en el Japón de la posguerra, pero a diferencia de esta época, en la que podemos disfrutar de la música de forma casi gratuita, los vinilos de jazz de importación, en aquel momento, eran muy caros. Los aficionados que no se podían permitir esos discos se reunían en lugares donde podían disfrutar del jazz por el precio de una taza de café. El local de Murakami representaba también una extensión de esa tendencia. Murakami, un joven que escuchaba esos discos sin apenas conversar con los clientes, continuó escuchando discos de jazz en su trabajo como novelista mucho tiempo después de cerrar su jazu kissa.
¿No se podrá leer algo de la obra de Murakami como propuesta para todas las personas que viven en esta opresiva sociedad actual? Murakami, de igual modo que sucede con el jazz, donde se valora la actitud de colocar al individuo al frente mientras los demás cooperan con él, apela a un cambio: del grupo al individuo. Murakami clama por una verdadera libertad del individuo, por una verdadera apreciación de la vida propia, en lugar de dejarnos enterrar por convenciones y tradiciones, y grita: “Vivamos más como el jazz, desde este mismo momento”. Ese grito silencioso es algo que siempre se puede escuchar, en su obra.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Imagen del encabezado: Murakami Haruki (tercero por la izquierda), en la grabación pública del programa de radio “Murakami RADIO”, en el que actúa como disc-jockey, comparte escenario con leyendas del jazz (desde la izquierda: Watanabe Sadao, Ōnishi Junko, Kitamura Eiji) 26 de junio de 2019, TOKYO FM en Chiyoda-ku, Tokio – Jiji Press)