Vidas y estrategias de los ambulantes de Edo en el ‘Morisada Mankō’
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Una política de concesión de permisos muy “social”
Los botefuri eran vendedores ambulantes que llevaban una vara al hombro y colocaban su mercancía en cajas, cestas o bandejas colgadas de sus extremos. Se los veía especialmente por las grandes urbes, como Edo u Osaka, donde solían vender pescados, verduras y otros alimentos, así como escobas y otros objetos de uso diario.
Los botefuri proliferaron rápidamente, pues el sistema de acarreo que utilizaban era sencillo, ágil y asequible. Cuando, en 1659, el bakufu o gobierno del shōgun comenzó a dar permisos escritos, solo en Edo se registraron 5.900.
La cifra no es concluyente, pues el bakufu había sometido a tributación las actividades comerciales y obtener el permiso significa tener que pagar impuestos, por lo que cabe pensar que existía un importante “sector informal”. Debía de haber muchos más.
Los botefuri vendían literalmente cualquier cosa: desde alimentos y objetos de uso diario, hasta papel de desecho, ceniza para braseros, luciérnagas, o insectos cantarines. De todo.
En la adjudicación de permisos, el bakufu daba preferencia a los mayores de 50 años, menores de 16 y personas con alguna discapacidad física. Edo sufría a menudo voraces incendios que dejaban huérfanos a muchos niños y sin parentela a muchas personas mayores. Los permisos podían entenderse, pues, como parte de una política de protección de los desamparados.
Una forma sencilla de obtener ingresos
La letra de la ley no se cumplió y de hecho muchas personas bien llegadas a la edad adulta competían por hacerse un hueco en este apetitoso sector comercial. A diferencia de las actividades profesionales propiamente dichas, como la carpintería, en este campo no eran necesarios conocimientos ni técnicas. Tampoco hacía falta adquirir terrenos o derechos de uso, como en el caso de los establecimientos comerciales. Poner en marcha el negocio era sencillo y esto hizo que muchas personas sin trabajo conocido comenzaran a ganarse la vida como botefuri.
Los novatos se presentaban, para empezar, al oyakata (jefe, maestro). Este les prestaba un pequeño capital para adquirir la mercancía del día (unos 600 o 700 mon, es decir, entre 7.200 y 8.400 yenes actuales) y les conseguía la pértiga y un juego de cestas. Además, los ponía al corriente de los aspectos básicos del negocio, explicándoles dónde abastecerse, cuáles eran los precios del mercado, etcétera. Podían comenzar a operar ese mismo día.
Terminada la jornada, los botefuri debían devolver el dinero prestado, sumándole unos intereses de 2 o 3 mon a cada 100 mon recibidos, es decir, entre 144 y 252 yenes diarios. Lo que les quedase era su ganancia. Se calcula que un botefuri podía vender en un día mercancía por valor de entre 1.200 y 1.300 mon (14.400-15.600 yenes). Sus ganancias diarias serían, pues, de unos 580 mon (cerca de 7.000 yenes). Estos cálculos los hacemos a partir de los datos sobre vendedores de verduras que nos ofrece la publicación Bunsei Nenkan Manroku, de la primera mitad del siglo XIX.
Muchos vendedores acababan independizándose de los oyakata, pero antes tenían que ahorrar para disponer del capital de compra necesario y eso exigía grandes sacrificios en su vida diaria. Aprender los secretos del negocio tampoco era algo que pudiera hacerse de la noche a la mañana.
Otros, quizás menos empeñosos, se conformaban con la situación de partida y continuaban bajo en amparo de los oyakata. Entre estos, algunos encontraban en la lluvia motivo suficiente para tomarse un descanso; otros faltaban a su cita diaria por pura desgana. Quienes tenían una familia que mantener no podían permitirse demasiadas libertades, pero dado que entre los habitantes de Edo había muchos hombres solteros, los botefuri “relajados” que vivían despreocupadamente al día eran legión.
Un estilo transmitido hasta el siglo XX
El Morisada Mankō muestra en sus páginas unos 90 diferentes botefuri. Presentamos aquí algunos de los más emblemáticos. Los lectores japoneses de cierta edad quizás recuerden haber visto figuras parecidas en su niñez.
La fotografía del encabezado muestra a un sengyo-uri o vendedor de pescado fresco. Isshin Tasuke, famoso personaje que aparece a menudo en telenovelas de época, era uno de ellos. El saiso-uri vendía verduras. Según el Morisada Mankō, entre las más requeridas estaban el uri (especie de melón) y la berenjena. Entre los que seguían el método de los botefuri estaban también los mukimi-uri, vendedores de almejas y otros mariscos. El Museo de Fukagawa-Edo, en Kōtō-ku (Tokio) ha hecho una reproducción de los nagaya (viviendas populares) donde vivían los mukimi-uri y de sus pértigas y otros instrumentos.
Pescados y verduras eran las dos principales mercancías de los botefuri, pero estos vendías otras muchas cosas, como tōfu (cuajada de soja) o el tokoroten (pasta gelatinosa hecha con agar-agar, sustancia que se obtiene cociendo ciertas algas). Ya en el siglo XX, muchos de estos ambulantes siguieron con sus actividades valiéndose de bicicletas o vehículos de motor.
Muchas de las cosas que hoy en día vemos en los puestos de feria en ciertas festividades, como los amezaiku (figuras hechas de mizuame, almíbar de fécula sacarificada) o los pececillos de colores, en el antiguo Tokio eran vendidas por los botefuri.
Una idea estrafalaria pero muy efectiva
Había también botefuri muy aplicados que, no queriendo encasillarse en un sector concreto, manejaban diferentes mercancías para asegurarse trabajo a lo largo de las cuatro estaciones del año. Estos entusiastas tal vez fuesen una pequeña minoría, pero desplegaban una gran actividad y supieron aprovechar muy bien las posibilidades del negocio ambulante, que les permitía aumentar sus ingresos supliendo la falta de capital con ingenio y simpatía.
La tabla que aparece a continuación reúne algunas de las actividades más comunes entre los botefuri. En el apartado del verano aparece el dulce llamado hiyamizu, que eran bolitas de harina de arroz en agua fría y azucarada. También vemos el biwayōtō, que era una infusión de hojas de níspero con propiedades medicinales. Ambos eran muy populares.
Artículos estacionales manejados por los ambulantes botefuri
Primavera | Warabi (helecho comestible), shiitake (tipo de hongo), brotes de bambú, ayu (especie de trucha), hatsugatsuo (bonito temprano, de primavera), truchas. |
Verano | Peces de colores, dondiegos de día, mosquiteras, tokoroten (gelatina de algas), hiyamizu (tipo de dulce), biwayōtō (hojas de níspero para infusión). |
Otoño | Salmones, uvas, peras, patos, faisanes, matsutake (tipo de hongo muy apreciado). |
Invierno | Boniatos asados, mandarinas, bacalao. |
Tabla elaborada a partir de datos de diverso origen.
Entre los ambulantes, algunos se servían de estrategias de venta muy modernas. El libro ilustrado Kinsei ryūkō akindo kyōka ezu muestra a un ambulante cargando a sus espaldas con un enorme pimiento (chile) de papel de 1,8 metros de longitud.
En los años de la era Kan´ei (1624-1644) una tienda próxima al templo budista de Yagenbori Fudōin (en el actual Nihonbashi, Chūō-ku, Tokio) comenzó a vender una combinación de pimientos picantes (chiles) y seis especias. La fórmula tuvo gran éxito y dio origen al actual nanairo-tōgarashi o shichimi-tōgarashi.
Los ambulantes tenían sus cancioncillas, en las que hablaban de los sabores que aportaba cada componente de la mezcla. Gracias a ellas y la vistosa presentación del vendedor, pronto se hicieron famosos. Su estrategia para congregar a la gente era comparable a la actual que utiliza a los populares yuru kyara o mascotas promocionales. Por cierto, el Morisada Mankō no incluye dibujos de los vendedores que llevaban grandes pimientos de papel, aunque habla de los vendedores ambulantes de pimientos.
En lo que sí se fija Morisada es en los vendedores sin escrúpulos que daban gato por liebre. En concreto, habla de los yōbai (“vendedores fantasmas”) que hacían pasar por carne de ave (pollo, ganso, etc.) el orujo (los restos) de la soja molida y exprimida para hacer tōfu. No parece que un negocio así tuviera vida demasiado larga, pero en todo caso vemos que, junto a quienes se ganaban la vida honradamente, había también verdaderos estafadores.
Fotografía del encabezado: Ambulante vendiendo el primer bonito de la temporada (hatsugatsuo), uno de los manjares más esperados por la gente de Edo (actual Tokio), que llegaba a los mercados durante el cuarto mes del calendario antiguo. (Morisada Mankō, colección de la Biblioteca Nacional de la Dieta)