Los ‘terakoya’, una institución educativa muy potente del periodo Edo
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La educación, en el sentido amplio del largo proceso de convertir a los bebés en adultos competentes, es una tarea compleja de interés público con la que hemos tenido que lidiar desde tiempos inmemoriales y de la que tendremos que encargarnos eternamente para preservar la humanidad. A pesar de la ilustración y el progreso científico alcanzados en la era moderna y contemporánea, esa ardua tarea es algo que no se ha simplificado mediante la racionalización. El sistema de educación universal, cristalización de la educación moderna, se ve conmocionado por problemas como el absentismo y el acoso escolares, mientras que las comunidades que lo sostienen llevan mucho tiempo desmoronándose internamente con la nuclearización de la familia, el fenómeno de los hikikomori o la pobreza y el maltrato infantiles. Ante el desconcierto que reina en el sector, creo que ha llegado el momento de revisar el sistema que formaba a las personas en el periodo Edo y que la educación moderna descartó y utilizó como trampolín.
La unificación de la escritura a nivel nacional
En el periodo Edo hubo una era de paz sin precedentes conocida como la Pax Tokugawana. La calma se extendió durante dos siglos y medio, desde que Tokugawa Ieyasu se impuso al clan Toyotomi con el sitio de Osaka en 1615 y empezó la paz posterior a la era Genna, hasta que se restauró el poder imperial en 1867. El periodo Sengoku, o de los Estados Guerreros (1467-1568), se ha puesto de moda con el reciente auge de la historia japonesa, pero para el pueblo llano, que llevaba tanto tiempo a merced del terror de masacres, saqueos y tráfico de personas de la guerra, la paz de la era Tokugawa fue como un regalo caído del cielo.
Albergamos una imagen sombría del periodo Edo porque los samuráis coartaron la libertad de los agricultores, artesanos y comerciantes con un sistema social jerárquico que encabezaban ellos mismos, pero ¿hasta qué punto se ajusta esa visión a la realidad? Si los Tokugawa lograron mantener la paz durante dos siglos y medio, fue porque se separaron del gobierno basado en la fuerza militar para adoptar el llamado gobierno bunchi, benevolente y basado en la ley. Con el frecuente desarrollo de nuevas tierras, el terreno cultivable se duplicó, los grandes latifundios se desmembraron, los pequeños agricultores y las ramas familiares escindidas se establecieron por su cuenta y se hizo posible poseer campos y residencias propios. Se prohibió la explotación arbitraria mediante, por ejemplo, la colecta de un tributo anual, que pasó a distribuirse mejor, toda la gestión de los campesinos empezó a tramitarse por escrito y se creó un catálogo de recaudación de los impuestos sobre el terreno. Si la documentación posibilitó ese cambio, fue gracias a la escritura unificada oieryū que el Gobierno del Bakufu implantó en todo el territorio de su jurisdicción, desde Ezochi en el extremo norte hasta las islas Ryūkyū en el sur.
Un sistema educativo sustentado por el ferviente interés de las clases populares
Al dinamizarse la actividad económica y cotidiana durante la época de paz, los contratos escritos se volvieron imprescindibles para evitar conflictos en transacciones comerciales, compraventa de terrenos, préstamos monetarios y herencias, no solo para los comerciantes sino también para los agricultores. Esto hizo que el dominio de la escritura oieryū y del cálculo con ábaco devinieran competencias básicas para desenvolverse en la sociedad del periodo Edo. Si uno no era capaz de leer los boletines oficiales y anuncios del sogunato al pueblo, así como descifrar las obligaciones de pago al hacer tratos, podía ser engañado y sufrir pérdidas.
Por otro lado, el Bakufu impulsó políticas para permitir a agricultores, artesanos y comerciantes vivir en ciudades o pueblos con una casa propia donde tener a sus familias y establecerse por su cuenta. Para conservar la casa y legarla de generación en generación, era necesario educar bien a los hijos a fin de que se convirtieran en adultos de bien y herederos capaces. Por eso entre las clases populares surgió un súbito interés en que sus descendientes aprendieran a leer, escribir y calcular que hizo que proliferaran los terakoya. Puesto que el Bakufu no solía intervenir en asuntos civiles, los terakoya no requerían de ningún permiso o autorización y cualquiera podía fundarlos.
Un currículo educativo que cubría todos los niveles
Como para establecer un terakoya bastaba con un profesor y un lugar donde impartir las clases, se dice que los llegó a haber en más de 60.000 localidades de todo el archipiélago nipón. Aquel sistema, que no era ni obligatorio para todos, se ha venido menospreciando cualitativa y cuantitativamente al compararlo con el sistema escolar moderno, en que el Gobierno tiene jurisdicción sobre todos los aspectos de la educación, desde las instalaciones escolares y la certificación del profesorado hasta la aprobación de los libros de texto y la elaboración del currículo. Pero esa comparación no hace justicia a la realidad. Los terakoya, a los que se podía acceder opcionalmente y donde los profesores tenían vía libre para enseñar como quisieran, partiendo de una formación práctica de lectura, escritura y cálculo, se mantenían gracias al ferviente interés de los padres del alumnado, dispuestos a pagar para que sus hijos obtuvieran una educación escrita. La iniciativa de aquellos padres era lo que sustentaba estos organismos, que funcionaban muy bien como sistema educativo para formar a los menores hasta convertirlos en adultos preparados.
Los terakoya no separaban a los alumnos por sexos y no impartían lecciones conjuntas; el profesor facilitaba a cada estudiante un cuaderno elaborado a mano y adaptado a su nivel académico para ofrecerle formación personalizada. Predomina la impresión de que los 7.000 tipos de libros de texto de la época (mil de los cuales eran para niñas) que se conservan en la actualidad son heterogéneos y no ofrecen una enseñanza unificada de la cultura escrita, pero eso es una idea distorsionada, ya que lo que sucede es que los terakoya de todo el país adaptaban hábilmente los contenidos a los alumnos.
Para tener un ejemplo claro de la realidad de los terakoya en la segunda mitad del siglo XIX, veamos qué se enseñaba en Tsukumoan, un terakoya situado en el pueblo de Haranogō (actual ciudad de Maebashi), en el distrito de Seta del estado de Kōzuke. Se empezaba por aprender una serie de 115 antropónimos conocida como Genpeitōkitsu (acrónimo del nombre de los cuatro clanes Minamoto, Taira, Fujiwara y Tachibana). Lo siguiente a estudiar eran los topónimos municipales, con una lista de los nombres de pueblos del distrito de Seta, donde residían los alumnos. En tercer lugar, se estudiaban los 66 estados de Japón y los distritos del estado de Kōzuke. Los estudiantes aprendían todos esos nombres propios con libros de texto elaborados a mano por los profesores. Primero asimilaban la lectura y escritura de los nombres de persona y luego los topónimos de su contexto vital, de más cercanos (municipios) a más lejanos (estados), un aprendizaje básico e indispensable para integrarse en la sociedad. Ese era el contenido de los libros de texto de nivel introductorio.
Después del curso básico, se preparaba una serie de cursos teniendo en cuenta las capacidades y la situación familiar de cada alumno. Nenjūgyōji (Acontecimientos del año), un libro que detallaba el calendario de todo un año, y Gonin Gumi Jōmoku (Artículos de la comunidad de 5 casas), que resumía las leyes y ordenanzas dictados por las autoridades, eran los contenidos que correspondían al nivel medio. Los libros de texto de nivel avanzado eran Shōbai ōrai (Tráfico comercial) y Sewa senjimon (Mil caracteres comunes), que concentraban el saber necesario para sobrevivir en la sociedad. Los estudios se completaban una vez se habían adquirido los conocimientos básicos con documentos reales relacionados con la vida cotidiana como los títulos de deuda, los títulos de compra de terrenos y los pases para los puntos de control fronterizo.
La importancia otorgada a la disciplina
Existe la idea de que los terakoya se limitaban a enseñar lectura, escritura y cálculo, sin preocuparse de la disciplina de los estudiantes, pero no es así. Los profesores luchaban para inculcar buenos modales y rectitud a alumnos consentidos por sus padres. Yuyama Bun’emon, de Yoshikubo (distrito de Suntō, estado de Suruga), eligió como objetivo de su terakoya una expresión de las Analectas de Confucio que puede traducirse como “Si te sobran fuerzas cuando hayas practicado la moral, dedícate al estudio” y que implica que la moral está por encima del conocimiento académico. Este precepto significa que solo merecen consagrarse al aprendizaje intelectual aquellos que primero hayan cultivado el respeto hacia sus padres, la buena relación con sus hermanos y un comportamiento honrado y benevolente fuera de casa.
En 1844 Yuyama estableció un código de buena conducta para la escuela que presentó a sus alumnos y a los padres. A continuación ofrecemos una versión resumida de los 18 preceptos que lo componían originalmente.
— Sentaos en seiza (sobre los talones), haced una reverencia en silencio y ocupad el asiento que os toque según el orden de llegada.
— Cuando venga alguien de visita, ofrecedle la bandeja del tabaco y el té, y saludadlo todos a la vez con una reverencia.
— No leáis en voz alta mientras haya alguien de visita.
— No vayáis al aseo todos juntos; id de uno en uno.
— Los amigos son como hermanos; llevaos bien con ellos y trataos siempre con educación y amabilidad.
— Las disputas entre alumnos son culpa de quienes participan en ellas y los padres no deben inmiscuirse.
— Cuando os vayáis a casa sin despediros del profesor, decid adiós a los compañeros. En casa, haced una reverencia a vuestros padres antes de todas las comidas.
— No durmáis hasta tarde. Al despertar, lavaos la cara con agua y reverenciad al sol y a los antepasados.
— Los preceptos de la derecha deben leerse todos los días en voz alta para asimilar todas sus normas de conducta sin falta.
Todo, desde la etiqueta que rige dentro de la escuela hasta la atención a los visitantes, empieza y acaba con una reverencia. Se prohíbe la intervención de los padres en disputas de alumnos y se promueve el compañerismo, poniendo en el centro la relación entre maestro y estudiantes. El código entra hasta en el terreno moral doméstico, dictando la rutina a seguir todas las mañanas (lavarse la cara, venerar al sol y los ancestros) o la obligación de hacer reverencias a los padres antes de cada comida. La educación académica era solo algo a perseguir “si sobraban fuerzas”. Ante el temor de que los jóvenes ensuciaran el buen nombre familiar arruinándose con sofisticados pasatiempos alejados de la vida práctica, la disciplina se integró en la formación intelectual.
La educación de los wakamonogumi para convertir a los jóvenes en personas de pro
Una institución que daba continuidad a la disciplina de los terakoya y que curtía a los jóvenes con severidad eran los wakamonogumi (‘grupos de jóvenes’). Al parecer, también existían los musumegumi (‘grupos de chicas’), pero no se sabe mucho de ellos porque no se conservan suficientes testimonios documentales.
Los wakamonogumi eran un sistema educativo local que inculcaba, a través de la instrucción oral y las acciones, las costumbres tradicionales no escritas a los chicos jóvenes para convertirlos en adultos de bien. Formaban parte de ellos las personas del municipio de una determinada franja de edad. Todos los ciudadanos, independientemente de su estatus económico o familiar, dejaban de considerarse niños para convertirse en jóvenes a los 15 años, cuando se separaban del seno familiar para instalarse en alojamientos especiales donde vivían en comunidad, sometidos a reglas y criterios muy estrictos, obedeciendo obligatoriamente un orden jerárquico de veteranía. Allí se les impartía una educación no basada en la escritura y se les transmitía el conocimiento cultural oralmente y mediante la conducta. No se permitía a los padres ni a las autoridades interferir en ese proceso, en que los jóvenes pasaban a convertirse en miembros maduros de su comunidad. De aquel tipo de educación, ahora desacreditada por su contexto feudal, solo quedan vestigios en los ritos y las festividades de Japón, pero desapareció totalmente de la educación moderna y contemporánea, que busca el desarrollo de las capacidades y las características individuales.
La educación en el periodo Edo era muy sólida gracias a la combinación de dos tipos de formación opuestos: el aprendizaje de la escritura, la lectura y el cálculo, y el aprendizaje tradicional no escrito de los wakamonogumi y musumegumi. La educación actual tiene mucho que aprender de aquel sistema que transpira una voluntad firme de educar a ciudadanos competentes.
Fotografía del encabezado: Ilustración anónima de un terakoya. (Aflo)