Kioto, 1.200 años de historia de una ciudad que ha superado epidemias, guerras y desastres
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Las memorias de quienes lucharon contra las epidemias del pasado
En el año 2020, las actividades y el movimiento de las personas se vieron limitados como consecuencia de la propagación del nuevo coronavirus. Kioto, una ciudad histórica y culturalmente representativa de Japón, conocida internacionalmente por su gran atractivo turístico, no fue la excepción. De la primavera al verano, desaparecieron los visitantes nacionales y extranjeros, y los lugares turísticos quedaron desiertos. En el otoño se habían maximizado todas las precauciones para reducir los contagios y el turismo nacional volvió a Kioto. Sin embargo, incluso en 2021, el fin de la pandemia se vislumbra todavía lejano. Parece que queda un largo camino antes de volver a los niveles de turismo nacional e internacional a los que estábamos acostumbrados antes de esta crisis de salud.
No obstante, esta no es la primera vez que los habitantes de Kioto padecen los estragos de una epidemia. La más antigua de la que se tiene registro sucedió a mediados del siglo IX y se cobró la vida de muchas personas. En el año 863, la corte imperial llevó a cabo una ceremonia de purificación conocida como Goryōe en el templo Shinsen’en. En ese entonces, se creía que las epidemias eran provocadas por los espíritus vengativos de aquellos que habían muerto con algún rencor. Para pedir por el fin de la epidemia y los desastres, se consagró a Gozu-tennō, deidad protectora de las epidemias y manifestación del buda Bhaisajyaguru (de la medicina).
A pesar de esto, los infortunios no cesaron en Japón. En el año 864, el monte Fuji entró en erupción y en el 869 se registró el terremoto de Jōgan, frente a la costa de Sanriku, que se cree que tuvo una magnitud similar al del Gran Terremoto del Este de Japón en 2011 y, al igual que en este desastre, muchas personas murieron a consecuencia de un tsunami. Aunado a la epidemia en la capital, los desastres naturales en la parte este del país acrecentaron la zozobra entre la población. En un intento por apaciguar a los demonios, la corte imperial volvió a celebrar la ceremonia Goryōe para purificar 66 lanzas, una por cada territorio del país, en las que habían encerrado a los espíritus malignos de cada región. Posteriormente, este rito se convertiría en una ceremonia anual en verano y también en el origen del Festival de Gion, celebración del santuario Yasaka, en donde está consagrada la deidad Gozu-tennō.
Los actos tradicionales y creencias de los habitantes de Kioto conservan parte de las memorias de aquellos que, hace más de mil años, se enfrentaron a una epidemia. Conocer los orígenes de las festividades multitudinarias nos hace partícipes de las experiencias de nuestros antecesores, nos permite comprender las dificultades a las que se enfrentaron y ser empáticos, superando incluso los límites temporales.
Una capital que fue presa del fuego a causa de las guerras
Kioto, superando epidemias y desastres, también fue, por mucho tiempo, el corazón de la cultura japonesa. Hagamos un viaje al pasado para conocer los orígenes de esta ciudad.
En el año 794, el emperador Kanmu emitió en Nagaoka-kyō un decreto imperial para la construcción de una nueva capital. La nueva urbe tendría un diseño inspirado en ciudades amuralladas como Chang’an o Luoyang, ambas en China. La gran avenida Suzaku, con 84 metros de ancho, sería el eje principal de sur a norte y a ambos lados se extendería un trazado hipodámico. En el extremo norte se construyó el Daidairi, que incluía el palacio imperial y las oficinas gubernamentales. En el extremo sur se erigió el portal Rajōmon, y, en las cercanías, los templos Tōji y Saiji. La zona urbana está organizada en manzanas llamadas machi de unos 120 metros cada una. Además, con el fin de garantizar el suministro de víveres y otros artículos para la población, se instalaron sendos mercados al este y al oeste.
Esta nueva capital sería bautizada como Heian-kyō. Según una teoría, el diseño de la ciudad está basado en la filosofía del feng shui, proveniente de China. De acuerdo con esta, los cuatro puntos cardinales habrían sido protegidos con las bestias divinas de la mitología china. La capital estaba circunscrita de la siguiente manera: al norte, el monte Funaoka simbolizaba a la deidad mitológica Genbu. Se modificó el flujo del río Kamo para que corriera en el extremo este y simbolizara a la deidad Seiryū. La avenida San’indō, que se extiende hacia el oeste, representaba a Byakko. Por último, al sur, el lago rebosante Oguraike, representaba a Suzaku.
Los caracteres chinos que componen el nombre de la capital Heian-kyō significan “pacífico” y “seguro”. Es decir, que se la nombró con el deseo de que la paz reinara en el mundo. Sin embargo, esto no evitó que el fuego de las guerras consumiera la ciudad en varias ocasiones. Durante la guerra de Ōnin, de 1467 a 1477, la zona urbana se convirtió en el principal campo de batalla. A fines del siglo XVI, Toyotomi Hideyoshi, quien trabajaba en pos de la unificación del país, ordenó la reconstrucción de la ciudad amurallada, que tendría como núcleo el castillo Jurakudai, y de los templos budistas a su alrededor. Esa ciudad se convertiría en el origen del Kioto actual.
En la Edad Moderna también se tiene registro de algunos grandes incendios. En 1788, el gran incendio de Tenmei consumió la ciudad por dos días con sus noches. En 1864, durante el incidente de Kinmon, el fuego iniciado por los enfrentamientos entre los ejércitos de los dominios de Chōshū y Aizu se extendió por la ciudad y consumió 30.000 edificaciones.
La capital renació de las cenizas de guerras y desastres en múltiples ocasiones. La gran resiliencia de Kioto le permitió ser la capital de Japón por 1.100 años, hasta 1869, cuando el centro político del país se reubicó en Tokio. Incluso cuando el Gobierno de los shogunes se trasladó a partes lejanas en el este del país, como Kamakura o Edo, el palacio imperial continuaba en Kioto, por lo que esta ciudad pudo conservar su posición como centro político de Japón.
En algún momento de la historia, la población comenzó a referirse a la capital Heian-kyō simplemente como “la capital” (miyako). Esto refleja que, muy probablemente, nadie dudaba que esta ciudad era el único centro político y cultural de Japón.
Una ciudad repleta de propiedades culturales históricas
Kioto fue la cuna de diversas culturas. Por ejemplo, aquellas que surgieron de las ceremonias de la aristocracia o de los guerreros, además de la cultura de la vida cotidiana que floreció entre la gente de a pie. Su riqueza, diversidad y nivel de sofisticación son algo poco común incluso a nivel mundial.
A lo largo de la historia, los incendios se ensañaron particularmente con el centro de la ciudad. Por esta razón, si queremos acercarnos a la esencia de la cultura que surgió en Kioto debemos dirigirnos a sus afueras. En la periferia podremos disfrutar de construcciones, jardines, esculturas budistas y pinturas en las puertas corredizas de las villas y templos que mandaron a construir los gobernantes de cada época. Además, allí sobreviven otras joyas artísticas que florecieron en Kioto, como la ceremonia del té (chadō o sadō) o el arreglo de flores (kadō) y que hoy en día nos relatan la prosperidad de aquellos tiempos.
En Uzumasa, el centro principal de actividades que desarrollaban los llegados del continente chino en el pasado, se encuentra el templo Kōryūji, conocido por su estatua del buda Maitreya. En Sagano, podremos visitar el templo Daikakuji, que originalmente era una villa del emperador Saga. En la actualidad, la zona de Okazaki es conocida por sus numerosas instalaciones culturales, peculiaridad que proviene del grupo de templos, como el Hosshōji, que mandó a construir el emperador Shirakawa en su época.
En Uji se encuentra el pabellón Hō’ōdō, parte del templo Byōdōin, que es el epítome de la cultura kokufū, es decir la forma en la que Japón adaptó a su estilo la cultura china. El Hō’ōdō, con su estilo arquitectónico elegante y el pabellón de Amida del templo Hōkaiji, conocido también como Hino-yakushi, son muestra de lo mucho que los aristócratas de la época anhelaban la salvación que les ofrecería el buda Amida, influidos por el pensamiento mappō que reinaba a fines del periodo Heian y que aseguraba que se encontraban en una era decadente para el budismo.
En el periodo Muromachi, el tercer shogun Ashikaga Yoshimitsu se propuso fusionar las culturas aristocrática y la guerrera, con lo que floreció la cultura de Kitayama. Como muestra, está el Pabellón de Oro del templo Rokuonji, famoso por su hermoso reflejo en el estanque que tiene frente a él. En esta construcción ecléctica se mezclan el shinden-zukuri, estilo residencial tradicional, y el novedoso estilo de los templos budistas zen, que acababa de llegar de China a Japón.
Por su parte, la cultura de Higashiyama, fundada por el octavo shogun Ashikaga Yoshimasa, tiene como representante el Pabellón de Plata del templo Jishōji. En su jardín, con un estanque al centro, se encuentra el pabellón Tōgudō y otras edificaciones de estilo residencial shoin-zukuri. En las afueras de Kioto también sobreviven otros ejemplos de estas culturas, como el templo Manju-in, el palacio Katsura y el palacio Shugakuin, que encierran la esencia de la arquitectura estilo sukiya-zukuri.
Los habitantes de Kioto llamaban Rakuchū (“dentro de la ciudad”) a la zona céntrica, que fue reconstruida como una ciudad amurallada principalmente bajo las órdenes de Hideyoshi, en un guiño a la ciudad china de Luoyang (pronunciado “Rakuyō” en japonés), que habían tomado como modelo para la creación de Heian-kyō. En cambio, los campos y montañas que están en la periferia fueron nombrados como Rakugai (fuera de la ciudad). Al unir ambas denominaciones, Rakuchū-Rakugai, se comprende la totalidad geográfica de Kioto, es decir, la zona urbana donde se agrupan las viviendas estilo machiya, y su frondosa campiña.
Sin importar la época, los antiguos habitantes de Kioto supieron adaptar a su gusto las culturas que venían del exterior y convertirlas en algo característicamente japonés. La mezcla de diversas culturas y su sincretismo dio origen a algo novedoso, que, con el paso del tiempo, se integró en la cultura tradicional de Kioto. Rakuchū-Rakugai es, entonces, un espacio físico y temporal que engloba la historia y cultura de cada época. (Continúa en la segunda entrega)
Fotografía del encabezado: una pintura aérea de Rakuchū-Rakugai con los lugares famosos de la ciudad de Kioto y sus alrededores en el periodo Muromachi. (Afuro)