Ryūkyū: una originalidad nacida de la fusión
Cultura- English
- 日本語
- 简体字
- 繁體字
- Français
- Español
- العربية
- Русский
Las llamadas en Japón “islas del suroeste” alojaron, durante 450 años, un Estado independiente. Se trata del reino de Ryūkyū, cuyo centro político se situó en la isla de Okinawa. Desde que, en la segunda mitad del siglo XIV, este pequeño reino insular estableciera con el imperio Ming (China) una relación tributaria a cambio de su reconocimiento, Ryūkyū prosperó hasta convertirse en uno de los principales emporios comerciales de esta región del mundo, desplegando actividades de intermediación en el comercio de muchos productos típicos de los diferentes países del Este y Sudeste Asiático. En la famosa campana Bankoku Shinryō (“Puente entre las Naciones”), facturada en 1458 por orden de Shō Taikyū (1415-1460), sexto rey de la primera dinastía Shō de Ryūkyū, hallamos una inscripción que compara el reino con la mítica isla de Pénglái, que aparece en viejas leyendas chinas, y refiere el papel que desempeñaba transmitiendo el importante patrimonio cultural de Corea y manteniendo una relación igualmente cordial con China y con Japón. Con sus barcos, leemos en la inscripción, Ryūkyū hacía de “puente entre las naciones” y a sus costas llegaban valiosos objetos de todo el mundo conocido en la época. La inscripción da una vívida imagen de la prosperidad que reportaba aquel comercio internacional al pequeño reino insular. Su crecimiento como potencia mercantil propició un amplio intercambio personal, material e informativo, y este ambiente fue un importante factor en la formación de la cultura de Ryūkyū.
Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVI comenzaron a explotarse las minas de plata de Iwami (Japón) y el metal fluyó hacia Asia en grandes cantidades. Esto marcó una nueva época para el comercio, que pasó a manos privadas, conduciendo al comercio de intermediación practicado por Ryūkyū a una rápida decadencia. En 1609 el ejército del clan Shimazu, señores del feudo de Satsuma (actual prefectura de Kagoshima) invadió Ryūkyū. Aunque pudo mantener su relación con China, a partir de este momento el reino quedó integrado en el régimen sogunal japonés. El lugar que ocupaba la actividad mercantil pasó a ocuparlo la productiva, siendo los principales productos de exportación el azúcar de caña y la cúrcuma. Esta reconversión dio paso a una nueva sociedad en el pequeño reino, que logró subsistir entre los dos gigantes, China y Japón, hasta 1879.
Fusión cultural e intelectual
Lo que da carácter a la cultura de Ryūkyū es la combinación de elementos culturales del más variado origen. Por ejemplo, en ciertos documentos para nombramientos oficiales expedidos por el monarca en el siglo XVI vemos, junto a un texto escrito en el silabario japonés hiragana, una datación propia de la China Ming, con sellos reales estampados a ambos lados en la parte superior, lo que recuerda vivamente al uso chino o coreano, que debió de servirles de modelo. Curiosamente, los japoneses de aquella época no utilizaban el silabario hiragana para ese uso, prefiriendo en los documentos públicos el llamado estilo wayō-kanbun (texto en letras chinas, pero adaptado a la gramática japonesa). Este elocuente detalle revela que en Ryūkyū los documentos se hacían siguiendo criterios muy propios, que no coinciden totalmente ni con los de China ni con los de Japón.
También en el terreno religioso se produjo esa mezcla. Entre las creencias japonesas tuvieron gran aceptación las enraizadas en el santuario de Kumano, como se ve en la gran penetración que tuvieron los tira (japonés: tera), lugares donde se veneraban las piedras sagradas vinculadas con Bijuru (pronunciación local de Binzuru, nombre que recibe en Japón Pindola Bharadvaja, uno de los Discípulos Mayores de Buda), o los gungin (japonés: gongen, “encarnación”). Los tira son lugares de oración (uganju) que no pueden identificarse completamente con los templos budistas, como parecería indicar su etimología. En cuanto a los cultos propiamente budistas, adquirió gran popularidad el de Kannon, bodhisattva de la misericordia, pero aquí también se produjo fusión, pues esta figura acabó identificándose con la diosa china Mazu. Y en cuanto a la creencia vernácula en las noro (sacerdotistas que se ocupaban de los servicios religiosos), vuelve a aparecer el sincretismo, ya que Benzaiten, una de las diosas de la tradición budista, fue venerada como patrona o guardiana de la kikoe-oogimi o sacerdotisa principal.
Todos estos elementos están íntimamente vinculados a creencias vernáculas como la existencia de otro mundo, las piedras sagradas o sobrenaturales, la superioridad femenina en la comunicación con los espíritus, etc. Por ejemplo, entre las creencias de Kumano está la de la existencia de la Tierra Pura de Fudaraku, muy similar a la creencia en la tierra ultramarina de Niraikanai, propia de Okinawa. Y el culto a personajes femeninos como Kannon, Benzaiten o Mazu está influido por la idea de la divinidad de la mujer (onarigami), prevalente en esta zona en la antigüedad. Un interesante ejemplo es el de la leyenda sobre los orígenes de Futima Gonge (Futenma Gongen), en la que pueden encontrarse elementos de antiguas narraciones ligadas al culto a Mazu. Se aprecia aquí también esa tendencia sincrética a recoger elementos de la cultura y del pensamiento de otras tierras llegados a la isla con el comercio.
El bagaje cultural, más valorado que el manejo de las armas
En la nueva época que se abrió con la invasión del reino por el clan Shimazu se trató de dar un sentido diferente a la cultura de Ryūkyū. Según el Haneji Shioki, una colección de comunicados emitidos por el regente Haneji Chōshū (1617-1676), en la segunda mitad del siglo XVII, entre las disciplinas que no podían faltar en la educación de todo miembro de la clase guerrera estaban la caligrafía, la poesía, la ceremonia del té, el rikka (variedad de ikebana), la música y la cocina, entre otras artes. A diferencia de Japón, donde se enseñaba a los jóvenes samuráis el manejo de las armas, en Ryūkyū se daba preferencia a su formación como hombres de cultura.
Las destrezas artísticas y las diferentes formas de artesanía fueron desarrollándose en torno a las clases superiores de la sociedad, cuyo centro estaba en el castillo de Shuri. Pero todas estas artes no quedaban al libre albedrío de los particulares, sino que eran controladas e incluso gestionadas por el reino. La clase guerrera de Shuri era depositaria de las formas artísticas clásicas y los bailarines eran todos funcionarios de sexo masculino. El teatro musical tradicional kumiodori, registrado en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO, nació como una forma de agasajar y dar la bienvenida a la delegación china llegada en 1719 para dar su visto bueno a la entronización del nuevo rey y se escenificó por primera vez en el propio castillo de Shuri.
Para agasajar debidamente a los invitados distinguidos se estableció el Odori-bugyō, órgano responsable de organizar y dirigir las obras escénicas y musicales, que fue asumido en primer lugar por Tamagusuku Chōkun (1684-1734). Fue en esta época cuando comenzó a desarrollarse el kumiodori, que con el tiempo se convirtió en el arte escénica más representativa de Ryūkyū. El kumiodori es un teatro musical que combina música, ademanes, guion y baile, y que reúne elementos extraídos de formas teatrales japonesas como el nō, el kyōgen o el kabuki, así como de la ópera china de Min. Así pues, también en las representaciones teatrales se ensayaron diversas mezclas culturales.
Inteligente uso del soft power para obtener un puesto en el concierto internacional
Como ceremonia para sellar la sumisión de Ryūkyū al régimen sogunal, periódicamente una embajada del reino junto al señor feudal de Satsuma visitaba al shogun en el castillo de Edo, costumbre llamada Edodachi o Edonobori. La comitiva incluía a muchos actores y bailarines profesionales que mostraban al shogun y a los daimios las artes de Ryūkyū. Entre todos ellos, fueron especialmente celebrados y gozaron de una popularidad similar a la de los modernos ídolos juveniles los integrantes del grupo Gakudōji, vástagos de las mejores familias de Shuri elegidos por la belleza de sus facciones, que hicieron representaciones en Edo y en otros muchos lugares de Japón.
Las embajadas a Edo dieron ocasión también a un rico intercambio entre intelectuales de Ryūkyū y de Japón.
Tei Junsoku (1663-1735), conocido también como Nago Seijin (“el santo de Nago”), intimó con el polifacético Arai Hakuseki (1657-1725) y con el kanpaku (regente) Konoe Iehiro (1667-1739), e incluso dejó el poema Butsugairōki, basado en su estancia en la mansión de Konoe, que se conserva en el archivo de Kioto Yōmei Bunko. Además, el Rikuyuengi, uno de los libros moralizantes de origen chino que se utilizaban en las terakoya o escuelas populares, fue introducido en Japón por Tei, que había estudiado en aquel país. El libro fue ofrecido al shogun y sus copias se difundieron por todo el país. Puede decirse, por tanto, que Ryūkyū tuvo un importante papel en la formación de la conciencia moral japonesa de la época.
Las bellas artes y la artesanía tuvieron una importancia comparable a la de las artes escénicas en la estrategia exterior de Ryūkyū. Las vasijas lacadas, que se cuentan entre las formas artesanales más características, se facturaron bajo la dirección de otro órgano administrativo especializado, el Kaizuri-bugyōsho, y fueron utilizadas como obsequios institucionales. Algunas de ellas, decoradas con la técnica mitsudae, pueden verse en el Museo de Arte Tokugawa, y otras, con incrustaciones de nácar, en el antiguo Palacio Imperial chino, sito en la Ciudad Prohibida de Pekín. Tampoco estas obras fueron creadas libremente por los artesanos, pues respondían a diseños y dimensiones establecidos por el Kaizuri-bugyōsho, a los que tenían que someterse los talleres privados que recibían los encargos. Los lacados encajaron muy bien con las condiciones naturales de Ryūkyū y a lo largo de todo el periodo de pervivencia del reino se produjeron obras de gran calidad.
Un tipismo paisajístico inspirado en el feng-shui
Durante la época en que Ryūkyū estuvo sometido al feudo de Satsuma, se potenciaron en su interior los elementos que lo ligaban más directamente a China. El confucianismo fue adoptado como ideología de Estado y se introdujo el pensamiento tradicional chino, una de cuyas manifestaciones es el pensamiento geomántico feng-shui. En el siglo XVIII el trazado de muchos núcleos de población rurales fue reformado siguiendo las ideas del feng-shui y fue así como se crearon muchos de los paisajes que hoy se identifican como más típicamente okinawenses, como las aldeas de planta cuadriculada y las fincas rodeadas de hileras de fukugi (Garcinia subelliptica). Los shīsā (figuras de animales mitológicos) y los sekikantō, piedras colocadas en cruces y bifurcaciones de caminos para espantar los malos espíritus, así como los característicos panteones familiares kamekōbaka, cuya forma recuerda al caparazón de una tortuga, fueron creados siguiendo modelos propios de las regiones meridionales de China y se popularizaron durante este periodo.
También la ubicación y funciones del castillo de Shuri fueron interpretadas desde el pensamiento del feng-shui, siguiendo el cual se diseñó la ciudad que se extiende a sus pies. En el feng-shui de Okinawa el concepto clave es hōgo (amparo, protección) y basándose en él se utilizaron hileras de árboles a modo de barreras para crear espacios donde atesorar el espíritu del qi (japonés: ki). También en la zona de colinas que rodea el castillo de Shuri se dispusieron hileras de árboles e hicieron otros arreglos para beneficiarse de dicha fuerza invisible.
Difusión cultural: de lo cortesano a lo plebeyo
Con la extinción del reino de Ryūkyū en 1879, toda la cultura que se había gestado en los ambientes cortesanos de Shuri pasó a los estratos inferiores de la sociedad, dispersándose por las islas. La antigua clase guerrera perdió su estatus y sus ocupaciones, pero subsistió dedicándose a actividades creativas teatrales y musicales para recreo de las masas. El kumiodori también llegó a las capas populares, incluso a los habitantes de las pequeñas islas, donde cobró tintes locales y se perpetuó. Hoy en día Okinawa es conocida como “la Isla de las Artes” y sin duda la historia del antiguo reino tiene mucho que ver con ello. Con la extinción del reino los artesanos de la laca perdieron a su principal cliente, pero siguieron adelante con su trabajo, adaptando sus creaciones a las necesidades de las clases populares.
La Guerra del Pacífico, que en 1945 tuvo en Okinawa uno de sus episodios más sangrientos, segó la vida de gran parte de la población y destruyó casi completamente el rico patrimonio cultural acumulado a lo largo de los siglos. Importantes edificios como el castillo de Shuri fueron reducidos a cenizas y puede decirse que la cultura okinawense de posguerra tuvo que partir de cero. Quienes quisieron resucitar los sones de los sanshin tuvieron que utilizar las latas de conservas del ejército norteamericano para fabricar estos instrumentos de tres cuerdas, y para hacer los vestidos estampados bingata tuvieron que traerse de otras provincias de Japón patrones que habían escapado a la destrucción de la guerra, e incluso se utilizaron los casquillos de los proyectiles como boquillas para los noribukuro (utensilio similar a la manga de pastelero utilizado para extender la cola con la que se marca el diseño del estampado). Gracias al esfuerzo de quienes sobrevivieron a la hecatombe ha sido posible resucitar elementos culturales que ahora florecen una vez más. Por tanto, cuando hablamos de la cultura de Ryūkyū-Okinawa no debemos pensar en una vaga pervivencia histórica, sino en una pertinaz voluntad de supervivencia en lucha con las mayores adversidades.
Fotografía del encabezado: edificio central del castillo de Shuri, símbolo de la cultura de Ryūkyū. Su nombre oficial es Momourasoe Udun. Es una construcción muy particular, pues combina el estilo palaciego chino con un tejadillo curvo karahafu típicamente japonés. El edificio, reconstruido en 1992, se diseñó sobre los planos conservados desde la remodelación de 1715, pero quedó totalmente destruido por un incendio en octubre de 2019. (Fotografía: Jiji Press)