Grandes figuras de la historia de Japón
La obra que el escritor Mishima Yukio completó con su suicidio
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25 de noviembre de 1970. El escritor Mishima Yukio (1925-1970) entrega a su editor el manuscrito del episodio final de su tetralogía Hōjō no umi (El mar de la fertilidad), y ese mismo día realiza un llamamiento a las Fuerzas de Autodefensa para que se alcen en armas. Acto seguido, en una sala de la guarnición de Ichigaya de la sección de tierra de las FFAA, en Tokio, se suicidó cometiendo seppuku (suicidio ritual con una espada corta) con la ayuda de un compañero, quien realizó las labores de kaishaku, la persona que remata al suicida con una espada. Es decir, que Mishima completó su obra y su propia vida al mismo tiempo. Este incidente tuvo un gran impacto en el público, e incluso tras medio siglo su significado se sigue discutiendo por todo el mundo. Resulta sorprendente, sin embargo, que se sepa tan poco sobre las circunstancias concretas que llevaron a la muerte de Mishima. ¿Cuándo decidió morir? ¿Qué relación existía entre esa decisión y su obra literaria?
Desde sus primeros trabajos Mishima habló repetidamente sobre la muerte. Su novela Misaki nite no monogatari (Una historia en el cabo, 1946), que escribió cuando tenía veinte años, con el final de la guerra, en agosto de 1945, narra la historia de un chico perdido en una zona montañosa junto al mar que se topa con el suicidio de una pareja de gran hermosura; se trata de una novela corta que invita a reflexionar sobre la muerte. En 1966 Mishima publicó Yūkoku (Patriotismo), novela en la que describe a un teniente del ejército y su esposa, quienes sufren cuando él se ve obligado a disparar sobre su mejor amigo y su pelotón, por haber participado en el famoso Incidente del 26 de febrero (un intento de golpe de Estado, en 1936); el propio Mishima adaptó la historia al cine en 1966 y dio vida al teniente, quien termina por suicidarse cometiendo seppuku. En 1968 el escritor fundó un grupo paramilitar llamado Tatenokai (La sociedad del escudo) con un número de estudiantes, grupo que finalmente participaría en el famoso asalto a la guarnición de Ichigaya, Tokio, de la Fuerza Terrestre de Autodefensa de Japón; parece haber pruebas de que los miembros de Tatenokai vivían preparados para entregar su vida en cualquier momento.
Describir, actuar y prepararse para la muerte son actos, no obstante, completamente diferentes de la muerte real. Incluso en enero de 1970, el año en que murió, Mishima decía que deseaba escribir una novela histórica sobre el poeta Fujiwara no Teika (1162-1241), cuando terminara Hōjō no umi. En ese momento aún no había decidido morir en noviembre. Teika no había sido afortunado en la política pese a su conexión con el famoso Fujiwara Michinaga (966-1027), pero en los círculos literarios el poeta era venerado casi como un dios, y se sospecha que Mishima ansiaba también convertirse en una figura así. Y sin embargo Mishima terminó por abandonar la idea de escribir esa novela. ¿Cuáles serían sus motivos para hacerlo?
Su última obra, una pista en el misterio del suicidio
Hōjō no umi es una saga en cuatro partes en la que el protagonista de cada volumen se va reencarnando. El primer volumen, Haru no yuki (Nieve de primavera, 1967), es una historia de amor entre dos jóvenes de la aristocracia, en la era Taishō. Matsugae Kiyoaki mantiene una relación con Ayakura Satoko -prometida a un miembro de la familia imperial-, como resultado de la cual la joven queda embarazada; pese a que Satoko aborta y se convierte en monja, Kiyoaki enferma y muere, sin poder verla otra vez.
Kiyoaki se reencarna en Iinuma Isao, el protagonista del segundo volumen de la serie: Honba (Caballos desbocados, 1968), entrega en la que se habla de los movimientos nacionalistas y el terrorismo de principios de la era Shōwa; Isao asesina a un magnate del mundo financiero y termina por suicidarse.
En el tercer volumen, Akatsuki no tera (El templo del alba, 1970), el abogado de cierta edad Honda Shigekuni, que fuera amigo íntimo de Kiyoaki -el protagonista del primer volumen-, persigue a la princesa tailandesa Ying Chan, reencarnación de Isao, en todo tipo de excéntricas aventuras. Una relación tan retorcida no puede dar buen fruto, y la princesa termina por morir en su tierra natal, mientras que el propio Shigekuni la sobrevive. Mishima terminó el manuscrito de este volumen el 20 de febrero de 1970 y se lo entregó a su editor.
Posteriormente el escritor se tomó un descanso de dos meses de la serialización de las novelas, pero en ese tiempo también se dedicó a idear posibles tramas del que sería el cuarto y último volumen de la serie. Una de ellas seguiría a Shigekuni, ya anciano, que en su búsqueda de un alma reencarnada que proviene del tercer volumen va conociendo a diversos candidatos; sin embargo todos resultan ser falsos, hasta que por fin logra dar con el reencarnado verdadero, con lo que puede por fin conseguir una muerte feliz. Mishima ideó también una confrontación entre Shigekuni y uno de los falsos reencarnados, aunque el abogado logra alcanzar esa muerte feliz que ansiaba cuando por fin encuentra a quien buscaba realmente. En sus cuadernos de composición Mishima estimaba que, de seguir adelante con esa trama, habría tardado hasta un año y cuatro meses en completarla, y en ese caso la novela no habría quedado terminada hasta julio de 1971. Está claro que en ese momento Mishima tampoco tenía intención de morir en noviembre de ese año.
Quienes hayan leído el cuarto volumen, Tennin gosui (La decadencia de un ángel, 1971), quizá se hayan sorprendido: los planes descritos en los párrafos anteriores son diametralmente opuestos del final de Tennin gosui que se publicó. En la novela, Shigekuni adopta a un chico llamado Yasunaga Tooru, creyendo que se trata de la nueva reencarnación de su amigo; tras darse cuenta de que se trata de un impostor, Shigekuni visita a Satoko, ahora abadesa de un convento. Satoko niega conocer a nadie llamado Matsugae Kiyoaki, y duda de que haya existido nunca tal persona, y de que esa sucesión de reencarnaciones se haya producido realmente. Shigekuni, aterrado ante la idea de que su propia existencia esté desapareciendo poco a poco, se deja guiar al interior de los jardines del templo, donde resuena el canto de las cigarras, y se da cuenta de que “Por no tener ningún recuerdo he llegado a un sitio en el que no hay nada”. Para él, en ese punto, perder la memoria equivale a perder la vida. Así termina la saga.
Integrar las novelas y el suicidio en una obra final
Según sus cuadernos, no fue hasta marzo o abril de 1970 que Mishima abandonó sus conceptos iniciales sobre Tennin gosui. Además, los registros del juicio de su caso dejan claro que fue también por esa época cuando comenzó a formar planes concretos sobre lo que llevaría a cabo en Ichigaya. Es decir: Mishima decidió morir en el mismo momento en que el final de la última novela pasó de tener un final feliz a terminar como una tragedia.
¿Qué significa esto? En los sesenta, en esa época en que Japón logró un gran crecimiento económico, Mishima trabajó en varias películas y como modelo para revistas fotográficas, actividades que parecía disfrutar. Pero quizá solo se tratara de una apariencia. A medida que Japón iba orientándose hacia una sociedad más popular sus valores también se hacían más uniformes, y pese a que parecía aumentar la libertad, todos parecían poseer los mismos sentimientos hacia sus vidas. Mishima se sentía agobiado. Como novelista tampoco logró críticas al nivel de las que recibió Kinkakuji (El pabellón de oro, 1956) con sus novelas posteriores, Kyōko no ie (La casa de Kyōko, 1959) o Utage no ato (Tras el banquete, 1960). El tono oscuro de Akatsuki no tera, en la que un Shigekuni envejecido repite un error tras otro, o los falsos reencarnados del cuarto volumen del plan inicial de Mishima son un reflejo perfecto de la realidad de los tiempos, así como del dolor que sentía Mishima por vivir en ellos.
Sin embargo, la idea de que Shigekuni podría morir felizmente tras encontrar a la verdadera reencarnación de su amigo muestra que Mishima aún creía en la idea de una redención. Si eso es cierto, quizá el cambio del final significa que el escritor había abandonado esa posibilidad. Habría considerado que el cuarto volumen de Hōjō no umi no debería tener reparos en mostrar una realidad horrible, en lugar de presentar una visión de salvación que no resulta posible. ¿Qué lo llevó a tomar esa decisión? Hacerse esta pregunta equivale a preguntarse el porqué de su muerte; son tantos los aspectos a considerar en este asunto que no podemos hablar de todos, pero sí me gustaría tratar un hecho histórico que a menudo se suele pasar por alto.
Hablo del hecho de que el 15 de marzo de 1970 abriera sus puertas en Osaka la Exposición Mundial de Japón. La exposición, al igual que las Olimpiadas de 1964, era un momento álgido del periodo de recuperación económica del Japón de posguerra. Para Mishima, no obstante, se trataba de simple vanidad. Japón debía deshacerse de aquella falsa visión de una “sociedad brillante”. Se trata de uno de los temas principales de Tennin gosui la consciencia sobre el mismo problema conforma el origen del hecho mismo de recordar la muerte. Terminar la obra y morir se convirtieron para Mishima en un mismo proyecto.
Prever el Japón del siglo XXI
En 1970, cuando Mishima murió, Japón se hallaba aún en medio del milagro económico, y los lectores de esa época que no dudaban de esa “visión brillante” no trataron de entender la urgente concienciación del problema, que Mishima predicaba. Para ellos, su suicidio fue un anacronismo incomprensible, y no podían ver el final nihilista de Tennin gosui como nada más que la creatividad ya agotada del escritor. Medio siglo después, el medio ambiente que nos rodea ha cambiado de manera drástica. Japón ha sufrido todo tipo de desastres, como el ataque de Aum Shinrikyō con gas sarín, el Gran Terremoto del Este de Japón y el accidente de la central nuclear de Fukushima, o el nuevo coronavirus. Debido a esta sucesión de calamidades hay quien ha empezado a sospechar que el periodo de rápido crecimiento y recuperación económica, e incluso remontándose más en la Historia el mismo proceso de modernización de Japón no eran más que estructuras de una ilusión. Si consideramos el siglo XXI en esos términos, quizá Tennin gosui fue una obra premonitoria. O al menos esa es la impresión que me da.
Fue el escritor estadounidense Kurt Vonnegut (1922-2007) quien comparó a los artistas con el “canario en la mina”. Los mineros, se dice, solían llevar un canario en un cesto cuando bajaban a las minas: si el aire del subsuelo se enrarecía, el malestar del canario avisaba a los humanos antes de que sintieran síntomas. Los grandes escritores cumplen la función de comprender el espíritu de la época antes que ninguna otra persona, y alzar la alarma al resto de la sociedad. Hace medio siglo los lectores se mostraron indiferentes al mensaje que Mishima les legó con su muerte, pero quienes vivimos en este momento presente, frustrados por el vacío que nos produce el no tener a dónde dirigir nuestros pasos, quizá podamos comprender directamente lo que Mishima trataba de decir.
(Artículo traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: el escritor Mishima Yukio, en rebelión junto a otros cuatro miembros de Tatenokai, realiza su famoso discurso desde un balcón de la guarnición de Ichigaya (Tokio) de las Fuerzas de Autodefensa de Japón. Fotografía del 25 de noviembre de 1970 – Jiji Press)