Yoshiwara, barrio rojo y cuna de la cultura de Edo
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¿Qué imagen albergan nuestros lectores de Yoshiwara? Seguramente les evoque la idea de un lugar con una animada cultura amorosa que inspiró las pinturas de ukiyo-e de Torii Kiyonaga y Kitagawa Utamaro, donde la música de Edo se desarrolló junto al kabuki, una cuna de la moda, un barrio al que los proxenetas se llevaban a las hijas de las familias pobres, un hervidero de explotación sexual… Ninguna de esas imágenes es equivocada, pero todas son impresiones parciales que se centran en una sola de las facetas del barrio. Comprender bien la esencia de Yoshiwara requiere captar el lugar en su totalidad como un “sistema de sistemas” en que múltiples elementos se entretejen intricadamente.
Las oiran, ‘idols’ para los hombres y líderes de la moda femenina
Yoshiwara fue oficialmente designado como barrio rojo por el Bakufu —al igual que Shimabara, en Kioto, o Shinmachi, en Osaka— en 1618. Inicialmente se ubicó cerca de Nihonbashi, pero en 1657 se trasladó a Asakusa. Aunque el barrio original se llamaba Motoyoshiwara y el nuevo se bautizó como Shin’yoshiwara, ambos suelen designarse conjuntamente como Yoshiwara. El barrio solía acoger burdeles corrientes (girō o yūjoya), casas de té (chaya o hikitejaya) que publicitaban dichos establecimientos entre los clientes y prostíbulos de lujo (ageya) a los que la clientela acomodada llevaba a las mujeres para disfrutar de un rato de ocio. Estos últimos locales desaparecieron a mediados del periodo Edo (1751-1764).
La mayoría de las prostitutas eran chicas de familia pobre que trabajaban para devolver un dinero que sus proxenetas habían pagado a los padres por adelantado. Se asignaba a las jóvenes a los clientes de forma aleatoria, ignorando absurdamente su carácter. Aunque todo esto era cierto, centrarnos exclusivamente en esa realidad solo nos permitiría ver una faceta de Yoshiwara. Dado que los valores y la moral cambian con los tiempos, debemos andar con pies de plomo para no incurrir en terribles errores de juicio cuando intentamos comprender el Yoshiwara del periodo Edo desde el prisma de la actualidad.
Una de las medidas que Tokugawa Ieyasu adoptó al hacerse con el Gobierno de Edo fue la inauguración de Motoyoshiwara (actual zona de Nihonbashiningyōchō, en el distrito de Chūō), una iniciativa en la misma línea que la Asociación de Recreo y Ocio creada por el comandante supremo de las Potencias Aliadas tras la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial(*1). En Edo la población masculina era muchísimo más numerosa que la femenina debido a la cantidad de vasallos de daimyō destinados allí por la política del sankin kōtai (que obligaba a los señores feudales a alternar de residencia anualmente entre el territorio que dominaban y Edo) y la intensa afluencia de hombres que se trasladaban a la capital sin sus familias para trabajar.
Eran pocas las profesiones que las mujeres podían practicar en el periodo Edo, y una de las formas que tenían de ganarse la vida era ejercer de “amantes de pago” o de prostitutas (mekakebōkō o yoshiwarabōkō). Los burdeles grandes disponían de un sistema jerárquico en que las trabajadoras se clasificaban en tres categorías: las kamuro, recién llegadas, las shinzō, aprendices, y las oiran, prostitutas de alto nivel. Las trabajadoras sexuales debían retirarse del sector a los 27 años como norma, tras lo cual podían ser acogidas por familias pudientes de señores feudales o comerciantes.
Cuesta de imaginar qué sentimientos inspiraban las mujeres de compañía de Yoshiwara a los ciudadanos de Edo. Se dice que los cuadros japoneses de prostitutas son las obras del mundo que las representan de una forma más estética. Las pinturas de las oiran despertaban en los hombres el mismo entusiasmo que las idols en las revistas gráficas actuales, mientras que las mujeres se afanaban por imitar sus peinados y atuendos.
Tendencias culturales refinadas que se difundieron desde Yoshiwara
Yoshiwara fue el más emblemático de los barrios rojos japoneses, cuya principal característica es el papel crucial como cunas de la cultura del periodo Edo. La ilustración de abajo representa la influencia cultural de Yoshiwara en distintas disciplinas: kabuki, música cantada, arreglo floral, poesía kyōka, ceremonia del té, moda, pintura ukiyo-e, publicación editorial, festividades, incienso, caligrafía, sumo, etc.
Hasta la Restauración Meiji, los regentes de los grandes burdeles fueron protectores de manifestaciones culturales como la poesía haikai y kyōka, la música cantada o el teatro de marionetas noroma, así como patrocinadores de los actores de kabuki. También ofrecían formación a las prostitutas. Las oiran que atendían a samuráis de altos rangos y comerciantes ricos debían adquirir un nivel elevado en varias disciplinas culturales. Estas profesionales formaban una élite de solo el 2 % de las entre 3.000 y 5.000 prostitutas que se calcula que había en Yoshiwara.
Quisiera exponer un ejemplo de las refinadas interacciones entre las oiran y sus clientes. Sakai Hōitsu (1761-1829), hermano menor del señor del feudo de Himeji, fue un pintor que acogió a la oiran Kagawa de Ōmojiya, en Yoshiwara, y que se dedicaba en cuerpo y alma a la creación artística en la residencia y taller Ugean de Negishi (actual distrito de Taitō). Hōitsu ofrecía el mecenazgo al actor de kabuki Ichikawa Danjūrō VII y, aparte de pintar, también tenía un don para componer haikai y kyōka. El gerente del restaurante Chūshuntei, cerca de Yoshiwara, recopiló en Kandan sūkoku(*2) las ingeniosas conversaciones entre Hōitsu y las prostitutas de lujo. A continuación pueden leer uno de estos intercambios con Ōyodo, oiran del burdel Tsuruya.
Un cliente que frecuentaba la compañía de Ōyodo se enteró de que Hōitsu también visitaba a la joven de vez en cuando y sintió celos de que el pintor pudiera estar manteniendo una relación estrecha con ella. El rumor llegó a oídos de Ōyodo, que escribió “Las lluvias de principios de verano que caen últimamente me traen mala reputación”. La oiran mostró el escrito a Hōitsu, que respondió “Cuando las lluvias de principios de verano enturbian el agua, no dejan ver las carpas aunque las haya”, sugiriendo que entre Ōyodo y él no existía ninguna relación estrecha y que la joven todavía no conocía los secretos del amor. La muchacha añadió “Es duro que esas lluvias me mojen el kimono”, refiriéndose a las falsas acusaciones recibidas (la expresión nureginu, ‘ropa mojada’, significaba ‘sospechas infundadas’). El pintor y la oiran se rieron de la situación brindando con sake en el restaurante de anguila Masuya.
Hōitsu también compuso las letras de las danzas (katōbushi) que se bailaban desde Sakumachō (actual Kanda-Sakumachō) y Uogashi (actual Nihonbashi) en el festival Tenka Matsuri de los santuarios Kanda Myōjin y Sannō Gongen (actual santuario Hie). La música la creó un artista, músico de kabuki y compositor de alto nivel que vivía en Yoshiwara. Este tipo de personajes fueron también los que convirtieron en refinadas nagauta las canciones de trabajo y las canciones cómicas que habían llegado a Edo con los trabajadores trasladados a la capital.
Como hemos visto arriba, Yoshiwara era un lugar de intercambio social y una cuna de la cultura de Edo.
La ordenanza de liberación de todas las geisha y prostitutas, una revolución cultural
La obra Kandan sūkoku habla de Wakamatsuya Tōemon, un regente de burdel que trataba con consideración a las prostitutas en la era Bunka (1804-1818) y Bunsei (1818-1830).
Cada vez que una prostituta salía a Nakanochō (calle principal de Yoshiwara), Tōemon la saludaba y hacía sonar una campanilla. El ritual se repetía incluso cuando la mujer regresaba sin haber captado a ningún cliente. Cuando el administrador de caja informaba de que las ventas habían ascendido a los 3 ryō, el establecimiento cerraba la jornada aunque quedasen trabajadoras disponibles para prestar sus servicios en el harimise (estancia con rejas donde se presentaba a las chicas). Tōemon consideraba que 3 ryō eran suficientes para mantener el negocio a flote y tomaba esta medida para no extenuar a las trabajadoras. La hora límite de cierre eran las 10 de la noche, se alcanzasen o no los mencionados 3 ryō. El vestuario se encargaba a la tienda Okadaya, al precio más bajo posible para que las chicas no tuvieran que endeudarse para costearlos.
Cuando se producían incendios y las prostitutas tenían que refugiarse en el templo Daion-ji, Uemon, el padre de Tōemon, las dejaba entrar en casa y les ofrecía té y agua.
No se aplicaba el castigo físico para someter a las prostitutas rebeldes; si no seguían las órdenes, bastaba con amenazarlas con trasladarlas a otro establecimiento para que enmendasen su conducta. Si sus padres necesitaban dinero, se les prestaba y ellas lo devolvían poco a poco. A veces parte de la deuda contraída de este modo quedaba sin saldarse, ya que el contrato de servicio de las mujeres no se alargaba más allá de lo convenido inicialmente.
Está claro que el trato a las prostitutas dependía del tamaño y la clasificación del establecimiento, y que había donde se las explotaba y se las castigaba a latigazos, pero es igualmente cierto que existían locales como Wakamatsuya, donde los regentes de dos generaciones les brindaban un trato más amable.
La puesta en vigor de la ordenanza de liberación de todas las geishas y prostitutas en 1872 supuso una revolución cultural para Yoshiwara. Ante la abolición de la prostitución pública, la prohibición del tráfico de personas, la limitación de los contratos de servicio y la condonación de las deudas, una veintena de grandes establecimientos tuvieron que cerrar sus puertas para siempre. Se cree que los proxenetas que contrataban a las prostitutas mediante un préstamo inicial iban escasos de capital. Aunque la versión oficial sostiene que Yoshiwara siguió funcionando por la libre voluntad de las prostitutas, se perdieron las severas costumbres q del periodo Edo ya que entraron muchos negocios pequeños y resultó imposible mantener el nivel cultural de antaño. Esto marcó el inicio de la explotación en Yoshiwara, tanto para los clientes como para las trabajadoras.
En el apogeo de la era Meiji, la música que versaba sobre Yoshiwara se abandonó por considerarse inadecuada para la modernización. La Ley Antiprostitución aprobada en 1957 asestó la estocada final a la cultura Edo de Yoshiwara, que fue desapareciendo paulatinamente. Por eso la versión del barrio que permanece en la actualidad es la de un lugar desconocido del que nadie nos ha contado nada, olvidado y repudiado.
El Yoshiwara del periodo Edo ha experimentado una transformación total en estos dos siglos y medio. A partir de la era Meiji, además de las políticas y las condiciones sociales, cambiaron radicalmente el modo de gestión de la prostitución, la posición y el trato de las prostitutas y la vertiente cultural del barrio. Hoy en día solo nos quedan referencias como la película Yoshiwara enjō, que refleja la imagen libertina del lugar a finales del periodo Meiji, mientras que corrientes culturales refinadas como las que disfrutó el pintor Hōitsu o prostíbulos de talante más benévolo como el Wakamatsuya han caído en el olvido. La cultura de Edo, propia de Japón, no puede comprenderse en toda su profundidad sin Yoshiwara. Urge reevaluar globalmente el barrio para poder legar su verdadera esencia a las siguientes generaciones y al resto del mundo.