Japón durante la pandemia: la experiencia de un trabajador con compañeros infectados
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Enviado a casa después de haberse reunido con un infectado
Han pasado dos semanas desde que mi empresa me pidiera que trabajase desde casa. A principios de abril, un compañero de trabajo quedó infectado de la COVID-19. Más tarde se descubrió que otras personas que trabajaban muy cerca de mí habían corrido la misma suerte. Para evitar que pudiéramos extender el contagio dentro y fuera de la empresa, se nos pidió a todos los empleados que sospechábamos haber contraído la enfermedad que nos quedásemos en nuestra casa y siguiésemos laborando desde allí, pese a que la naturaleza de nuestro trabajo hace muy difícil cumplir así todas nuestras funciones.
Fue estando ya en esta situación cuando empezó a manifestarse una fiebre leve, algo por encima de los 37 grados. Aunque no tenía otros síntomas, sentía que el teletrabajo me dejaba agotado y el antipirético que me recetaron en la clínica a la que acudí como externo no me hacía efecto.
Con el compañero al que diagnosticaron en primer lugar había tenido una reunión de trabajo de unos 20 minutos días antes. Como luego mantuve contactos directos con otros compañeros a los que también fueron detectando el virus en fechas posteriores, creía inocentemente que me harían la prueba PCR enseguida. Para mi sorpresa, resultó que tener una simple fiebrecilla no me cualificaba para el test. Me dijeron que me pusiera a la cola, porque otros enfermos con síntomas más graves tenían prioridad.
Localizar un hospital antes de que los síntomas se agraven
Mientras ocurría todo esto, me puse a pensar en lo duro que habría sido si los síntomas se hubieran manifestado desconociendo totalmente la ruta de contagio. Yo sabía que en mi lugar de trabajo había habido varios contagios y la propia empresa era consciente de la importancia de poner nuestra salud en observación, por lo que estableció la obligatoriedad de informar diariamente sobre nuestro estado y a veces nos llamaba para interesarse por nosotros. Además, los confinados en casa manteníamos comunicación entre nosotros y nos animábamos mutuamente. Es decir, que teníamos la seguridad de que, ante una situación realmente crítica, no estaríamos solos ni desasistidos.
Supongo que quienes, aun sospechando por sus síntomas que están infectados pero desconociendo dónde o cómo ha sido se ven obligados a confinarse “voluntariamente”, deben de estar sufriendo mucho sin saber qué decisiones tomar en un ambiente de aislamiento, ansiedad y miedo. Hay algo que quisiera decirles, por si sirve para aliviar su sufrimiento, y es que mientras sean capaces de valerse por sí mismos, deben adelantarse a los hechos y buscar un hospital donde, en un momento dado, puedan atenderlos enseguida.
A las personas que sospechan que pueden estar contagiadas se les pide que llamen por teléfono al centro de salud de su área de residencia que funciona como ventanilla de consulta para los retornados del extranjero y para quienes han tenido contacto con infectados. Estos centros presentan a los interesados algunos centros de salud. Sin embargo, solo los más afortunados consiguen que se les haga la prueba. En realidad, muchos quedan ya excluidos de entrada, pues para servirse de estos centros de consulta se establece como requisito haber sufrido una fiebre superior a los 37,5 grados durante cuatro días consecutivos. Yo mismo, aunque en los picos alcanzaba los 38 grados, por lo general oscilaba entre los 37 y los 37.5, de modo que no cumplía el requisito.
Lo más aconsejable es consultar al médico de cabecera (de familia). En los casos en que podamos recibir alguna atención como externos, conviene contactar con dicho médico lo antes posible. Aun en los casos en que no nos ofrezcan tratamiento directo, es muy posible que nos deriven a otros centros médicos de las cercanías. A quienes no tengan médico de cabecera, les recomiendo que comprueben qué hospitales hay en su zona que estén atendiendo como externos a personas con síntomas y que pregunten directamente. Cuando suba la fiebre y la sensación de cansancio se intensifique, la desgana les dificultará incluso una simple búsqueda de información en Internet. Si se hace la comprobación de antemano, resultará más fácil tomar decisiones cuando los síntomas se hayan agravado.
Nadie responde al teléfono y no se aceptan pacientes de urgencia: terroríficos fines de semana
Hay que tener especial cuidado con los fines de semana. A mí me ocurrió que un sábado la fiebre me subió hasta cerca de los 38 grados. La clínica a la que solía ir estaba cerrada, así que, sin otro remedio, llamé a uno de los referidos centros que atienden consultas locales. El centro está instalado dentro de los servicios médicos de la Seguridad Social, en Tokio, donde, tal como vemos a menudo en la televisión, el número de infectados aumentó rápidamente y los servicios públicos de salud, que disponen de un personal muy limitado, se mostraron desbordados. Llamé varias veces pero, como era de esperar, la línea estaba continuamente ocupada. Llamé después a un hospital cuyos servicios de urgencias habían atendido a un compañero de trabajo infectado, pero me respondieron que en fines de semana no se atendían las urgencias.
Ya a la desesperada, probé a llamar el servicio de atención telefónica organizado por el Gobierno metropolitano de Tokio. Me dijeron que ellos no hacían coordinaciones ni con instituciones de salud ni con los servicios médicos de la Seguridad Social, y se me permitieron aconsejarme que buscase yo mismo en Internet algún hospital con servicios de urgencias que pudiera atenderme. Esta respuesta me dejó desolado. ¿Para qué demonios han organizado, entonces, ese servicio de consulta?
En vista de esto, desistí de encontrar un hospital. Aunque bastante angustiado, el resto del fin de semana lo pasé acurrucado en la cama, olvidándome del resto. En días laborales supongo que la atención en la Seguridad Social será algo más ágil, pero también he oído de una persona que ya no sabía adónde acudir, pues le habían negado la atención en una clínica que solo después de dos días de insistir había logrado que le presentasen.
Se habla de no colapsar los servicios médicos y a eso no hay nada que objetar, pero lo que se está haciendo aquí y ahora con el nuevo coronavirus es dejar para más tarde a todos los pacientes que no muestren síntomas especialmente graves. Se oye hablar de una ínfima minoría de afortunados que han conseguido que les hicieran la prueba, pero en la mayor parte de los casos, si no se puede acreditar haber estado en contacto directo con infectados, no te la hacen. Al menos en lo que a mí respecta, pese a haber mantenido durante un buen rato una reunión con un infectado, no conseguí que me incluyesen entre las personas con un “contacto cercano” y quedé excluido de la prueba. Y muchos de mis compañeros han estado en la misma situación.
Considerando mis síntomas, creo que hay razones suficientes para sospechar que esté infectado, así que cuando tengo que ir a la clínica renuncio al transporte público y voy caminando, tambaleándome. Algún día que me sentía francamente mal fui en taxi, pero lo hice llevando guantes y dos mascarillas superpuestas. Durante el trayecto mantuve la ventana abierta y la cara dirigida hacia fuera. A la hora de pagar, lo hice con tarjeta de prepago. Es decir, que tomé todas las precauciones del caso para que en el interior del vehículo no quedasen virus que pudieran infectar al conductor o al siguiente cliente. También me daba miedo que la basura de mi casa pudiera ser foco de contagio. Temía que la bolsa se abriese y el operario que la recogiera quedase expuesto al virus, así que usaba un doble envoltorio, doblando las mascarillas usadas y metiéndolas en otra bolsa, que precintaba con mucho cuidado.
Y aunque la deseada prueba dio negativo…
Siguieron pasando los días sin que la medicación consiguiera bajarme la fiebre hasta que, por fin, gracias a la intercesión del médico que me atendía en la clínica, en la Seguridad Social se prestaron a hacerme la prueba PCR. Habían pasado 10 días desde que comencé a tener síntomas. El resultado fue negativo, pero sigo sin saber a ciencia cierta si aquella insistente febrícula estuvo causada por un simple resfriado o lo que ocurrió fue, más bien, que tuve suerte y me quité de encima el virus guardando reposo. Incluso después de haberle comunicado el resultado, mi empresa mantuvo una postura de gran prudencia y me pidió que continuase en mi casa durante algún tiempo más.
Entre las personas que no han conseguido que se les haga el test, cabe pensar que haya muchas contagiadas que continúen llevando una vida normal, especialmente las que no tienen síntomas, contribuyendo así a que el contagio siga expandiéndose. En este país nuestro donde tan difícil es tener una idea del alcance del contagio, cada vez da más miedo salir a la calle. Desde mi casa, rezo por que las aguas vuelvan a su cauce cuanto antes.
Fotografía del encabezado: PIXTA.