El cólera y la prevención de las enfermedades infecciosas en Japón
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La propagación del cólera llegó con la apertura
En Japón hubo una gran epidemia de viruela en el siglo VI, que rebrotó varias veces y alcanzó una gran extensión con el paso del tiempo, y se experimentaron también epidemias de sarampión. Sin embargo, el país no se vio afectado por ninguna pandemia infecciosa, como las que han causado la peste o la fiebre amarilla, hasta el siglo XIX. La primera plaga en azotar este país insular del extremo oriente fue el cólera, que llegó en los últimos años del periodo Edo (1603-1868).
El cólera era una enfermedad endémica de la cuenca del río Ganges que se fue extendiendo por todo el mundo en la primera mitad del siglo XIX, cuando los británicos, que ejercían su dominio colonial sobre la India, desplegaron su actividad comercial en Asia. Produce fuertes diarreas y vómitos, llevando a la muerte a muchos enfermos por deshidratación. En Japón, el primer brote fue detectado en 1822. Se cree que el mal penetró desde China, a través de Okinawa (Ryūkyū) y de la isla de Kyūshū. De allí pasó a Honshū, isla principal del archipiélago, haciendo grandes estragos en su mitad occidental, tras lo cual, a través de la ruta comercial Tōkaidō, avanzó hacia el este, pero sin llegar hasta Edo (actual Tokio).
El flagelo del cólera llegó a esta urbe, que con más de un millón de habitantes era ya una de las más populosas del mundo, en 1858. El contagio tuvo su foco en el buque Mississippi, que formaba parte de la escuadra comandada por el comodoro de la marina estadounidense Matthew C. Perry. El Mississippi ancló en el puerto de Nagasaki, próximo a Edo, después de hacer una escala en China. Se dio a conocer que algunos miembros de su tripulación habían contraído la enfermedad. Ese año Japón firmó cinco de los llamados “tratados desiguales” con otros tantos países, entre ellos el Tratado de Amistad y Comercio entre Estados Unidos y Japón. Fue una época de gran incertidumbre para los japoneses, pues estos tratados ponían fin a un largo periodo histórico de aislamiento nacional. Es fácil imaginar el pánico que produjo, en estas circunstancias, la propagación del terrible mal.
Se conservan diversos registros de la mortandad que produjo el cólera. Unos nos hablan de cerca de 100.000 muertes, mientras que otros elevan la cifra a las 280.000 e incluso a las 300.000. Entre los fallecidos se encontraba el gran maestro grabador de ukiyoe (“imágenes del mundo flotante”) Utagawa Hiroshige. El cólera siguió propagándose a bordo de los barcos de cabotaje, principales vehículos comerciales de la época, y llegó a los puertos de Tōhoku (norte de la isla de Honshū) y otras regiones del país. En Edo el pico de muertes se registró en el citado año de 1858, pero en otras muchas regiones no se alcanzó hasta un año después.
La tercera gran epidemia se produjo en 1862. De ella se dice que fue la que más muertes causó, aunque de la anterior tenemos un mejor conocimiento por haberse cobrado muchas víctimas en Edo, donde vivían muchos intelectuales y artistas.
Korori, palabra de tétricas resonancias en el periodo Edo
En documentos históricos de Edo y Nagasaki datados en aquellos fatídicos años de 1858 y 1862 aparece ya el término médico korera (cólera). Pero este no era todavía de uso general y cada región llamaba el mal a su manera. En Nagasaki, por ejemplo, fue conocido como tonkororin, pero también se usaron otros nombres, como teppō, kenkyū o mikkakorori. Finalmente, el nombre que más arraigó fue korori, que transmite la idea de derrumbarse o morir súbitamente. Es curioso que sus dos primeras sílabas coincidan con las del coronavirus.
La palabra korori fue escrita utilizando diversos kanji (letras de origen chino, ideogramas). En 1858 el escritor y periodista Kanagaki Robun editó una publicación titulada Ansei korori ryūkōki (“Registro de la propagación del cólera en la era Ansei”), en la que vemos el término representado con las letras correspondientes al zorro y al tanuki (especie de tejón japonés), que en la imaginería popular eran bestias que, poseídas por espíritus malignos, engañaban al ser humano y lo llevaban a la perdición. En otras páginas, korori se escribe con los signos del tigre y el lobo, al que se suma el más previsible de la diarrea. Estas dos fieras de legendaria rapidez expresaban muy bien la gran velocidad de propagación del mal. En la guía de tratamiento del cólera escrita en 1858 por Ogata Kōan, uno de los más célebres intelectuales de la escuela Rangaku (literalmente, “estudios holandeses”, incluía diferentes ramas de la medicina, la física y otras ciencias occidentales), vemos otra vez a los dos depredadores encerrados en el término que aparece en su título. Más tarde, cuando arraigó el término médico korera, fue escrito también con el ideograma del tigre, paradigma de la ferocidad, siendo sustituido el lobo por otra letra.
El grabado a color de 1886 Korera taiji (“Exterminando el cólera”), representa muy bien el terror que sembró en el pueblo japonés la enfermedad, vista como un fantástico animal mitad tigre mitad lobo, pero dotado de los aparatosos atributos masculinos del tanuki. Tenemos, pues, reunidas en una única figura tres de las bestias que aparecen en los ideogramas.
Una enfermedad que inculcó a los japoneses la importancia de la higiene
Hasta la expansión del cólera por el país, en Japón no se había tomado ninguna medida propiamente médica para luchar contra el contagio. El budismo ofrecía viejos conjuros y ritos, en los portales o accesos se colocaban letreros disuasorios, la gente se encerraba en las viviendas y se trataba de espantar el mal percutiendo tambores o tañendo campanas. Ante la relativa efectividad que demostraban tener los tratamientos propugnados por el citado Ogata Kōan o por el médico holandés radicado en Nagasaki J. L. C. Pompe van Meerdervoort, en 1862 el bakufu o Gobierno shogunal ordenó a su oficina de investigación, traducción y publicación de obras occidentales que publicase el Ekidoku yobōsetsu, que compendiaba en japonés un tratado de higiene escrito por el científico, también holandés, George François de Bruijn (Bruyn) Kops. El compendio promueve medidas profilácticas como mantener limpios el cuerpo y la ropa, renovar el aire de las habitaciones, hacer ejercicio y tener una alimentación equilibrada.
Entrada ya la era Meiji (1868-1912), la mortífera enfermedad siguió cebándose con la población japonesa, causando, por ejemplo, más de 100.000 muertes en 1879 y otras tantas en 1886. En esta época existía ya un mejor conocimiento del cólera (su facilidad de transmisión a través del agua, etcétera) y se difundieron medidas más concretas. A los consejos profilácticos del Ekidoku yobōsetsu se unieron otros muchos, como no depender excesivamente de los pozos para el agua potable durante el verano, cuando la bacteria es más activa, evitar el aire viciado de las habitaciones cerradas ventilándolas correctamente, o no comer alimentos crudos o en mal estado, entre otros.
En la notificación oficial Korerabyō yobō kokoroesho (“Conocimientos sobre la prevención del cólera”), emitido en 1877 por el entonces ministro del Interior Ōkubo Toshimichi, se promueve la desinfección con fenol y la limpieza de retretes y alcantarillas como medidas preventivas. En su Artículo 13, se insta a evacuar los hogares donde se hayan producido infecciones, manteniendo en ellos solamente a los pacientes y sus cuidadores, y prohibiendo las idas y venidas del resto.
Se dice que las enfermedades infecciosas son la madre de la sanidad pública y es indudable que también en Japón el cólera elevó rápidamente la conciencia de la gente sobre la necesidad de mantener la higiene. La epidemia causada actualmente por el nuevo coronavirus tiene características propias y tanto los sistemas de salud como el entorno social distan mucho de los de aquella época. Pero por lo que respecta a medidas de prevención, los puntos en común siguen siendo, lógicamente, muchos.
En aquellos años finales de la época de los shogunes y primeros de la era Meiji, desorientados muchas veces por rumores infundados, los japoneses se afanaron, sin embargo, por mantenerse limpios, ventilar los interiores y abstenerse de salir innecesariamente, aguantando estoicamente hasta que el mal remitiera. Lo que se nos pide a los ciudadanos en esta nueva era en la que no nos falta información ni material profiláctico es que sepamos “temer correctamente” el peligro y tomar las medidas apropiadas.
Fotografía del encabezado: grabado titulado “Exterminando el cólera” (colección del Archivo Metropolitano de Tokio, número de solicitud お 114).