‘Hanami’: ¿Cómo surgió la costumbre de contemplar los cerezos en flor en Japón?
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La contemplación de los cerezos en flor —hanami en japonés— es un elemento de la cultura nipona que fascina a un gran número de personas de todo el mundo. Esta fascinación es tal que muchos turistas de otros países deciden viajar a Japón en primavera para disfrutar de la floración. Uno se pregunta cómo el hanami llegó a formar parte de la cultura nacional. Para responder esta pregunta, es necesario conocer el trasfondo histórico de esta costumbre, así como las diferentes especies autóctonas de cerezos.
El anuncio de que ha llegado la primavera
El sakura es un árbol de hoja caduca y ancha que pertenece al Cerasus, un subgénero de la familia de las rosáceas, y que crece principalmente en las zonas templadas del hemisferio norte; hay un centenar de especies. El tipo más conocido es el cerezo silvestre (C. avium), que se da en todo el mundo, pero lo cierto es que muchos de estos árboles se concentran en Asia Oriental. Por otra parte, hay quienes piensan que el sakura pertenece al género Prunus, en el que se incluyen especies como el ciruelo europeo (Prunus domestica); sin embargo, ambos se diferencian claramente en su forma; los estudios de filogenética molecular —en los que se analiza el ADN— que se han llevado a cabo recientemente validan esa división, de ahí que, en este texto, lo clasifiquemos como Cerasus.
En Japón, en concreto, hay diez variedades; dos de ellas —yamazakura (C. jamasakura) y edohigan (C. itosakura) anuncian la llegada de la primavera desde la Edad de Piedra, cuando los primeros seres humanos comenzaron a vivir en el archipiélago nipón. El primero crece, principalmente, en las regiones central y occidental; ya en la antigüedad había muchos de estos en las colinas habitadas. Además, florecen antes que otros árboles, de ahí que destaquen en las montañas al comienzo de la primavera. Por ejemplo, en el monte Yoshino (Nara), donde se contemplan los yamazakura desde hace más de mil años, si bien este no es el único lugar.
Por el contrario, los cerezos de la variedad edohigan apenas crecen en las montañas. Sin embargo, florecen más pronto que los yamazakura. Además, son árboles gigantes: miden 30 metros de altura y tienen un tronco de más de dos metros de diámetro, de ahí que muchos turistas vayan a verlos. Aunque sus frutos no son comestibles, es posible que, ya en la Edad de Piedra, la gente disfrutara contemplando sus flores de color rosa claro, un tono vivo que les confiere una belleza especial.
De celebración de la nobleza a costumbre del pueblo
Se cree que los orígenes del hanami en Japón se remontan al siglo VIII (período Nara); concretamente, a las fiestas, con motivo del Día de las Niñas —Momo no Sekku, el 3 de marzo según el antiguo calendario lunisolar (en el gregoriano, a comienzos de abril)—, en las que se componían poemas a la vera de un arroyo mientras se contemplaban las flores y se bebía sake en unas copas que se dejaban flotar en el agua; eran toda una muestra de refinamiento y simbolizaban el paso a la siguiente estación. Estas celebraciones anuales, importadas de China, tenían lugar en los jardines de la corte y de la nobleza, donde había árboles traídos del país vecino: albaricoque japonés (P. mume) y melocotoneros o durazneros (P. persica); esto es, en aquella época, no se contemplaban los cerezos aún.
En la era Heian (siglos VIII-XII), Japón hizo introspección respecto a los elementos propios de la cultura nacional; consecuentemente, se empezaron a contemplar los cerezos en primavera. Estos árboles abundaban en los campos y las montañas del país, y los pétalos de sus flores se parecían a los del albaricoque japonés, por lo que es posible que este fuera el motivo por el cual acabaron sustituyendo a las flores procedentes de China. Aunque se perdió la costumbre anual de las fiestas a la vera de un arroyo, se conservó la de contemplar las flores en los jardines tradicionales: además de los albaricoques japoneses y los melocotoneros o durazneros, se incluyeron en esta costumbre los cerezos yamazakura y edohigan. No obstante, cabe señalar que el hanami de los jardines y el de los campos y las montañas eran diferentes.
En el período Edo (siglos XVII-XIX), además de los jardines, en las grandes ciudades se habilitaron espacios amplios donde poder contemplar las flores; por ejemplo, en los parques Asukayama y Gotenyama, obra del sogún Tokugawa Yoshimune, se plantaron cientos de yamazakura y se permitió el acceso a las clases populares. Allí se empezaron a hacer las animadas fiestas bajo los cerezos en las que la multitud se reunía para beber sake y degustar la comida que se habían llevado. Así pues, puede decirse que la costumbre actual del hanami proviene de esa mezcla de las celebraciones de la nobleza para contemplar las flores en primavera y de los picnics de las clases populares.
Las postrimerías del período Edo y el nacimiento de los cerezos perfectos
En el período Edo, los cerezos pensados específicamente para los jardines tradicionales se convirtieron en una variedad cultivada. Este gran avance lo motivó, en gran medida, que, además de yamazakura y edohigan, se plantaran ōshima zakura (C. speciosa), una variedad propia de las islas de Izu (región de Kantō) cuya existencia se desconocía durante la era Heian. Sin embargo, a partir de la era Kamakura (siglos XII-XIV), cuando se estableció el gobierno militar en Kantō, se cultivaron más cerezos de este tipo. Los árboles son relativamente pequeños, pero dan unas flores de gran tamaño. Además, no es raro que se produzcan mutaciones espontáneas como los pétalos múltiples; son una variedad ideal para el cultivo en jardines.
En el período Edo se desarrolló toda una cultura de la jardinería específica de la época, de ahí que se cultivara una amplia variedad de plantas, entre ellas los crisantemos (Aster) y las azaleas (Rhododendron). Los cerezos no fueron una excepción: a partir del ōshima zakura, surgieron variedades de pétalo múltiple que siguen gustando mucho a día de hoy, como el fugenzō (C. Sato-zakura Grupo ‘Albo-rosea’) y el ukon (C. Sato-sakura Grupo ‘Grandiflora’). Los cerezos somei-yoshino (C. ×yedoensis ‘Somei-yoshino’) también datan de este período.
Los cerezos somei-yoshino son originarios de la antigua localidad de Somei, de donde comenzaron a salir en el siglo XIX, a finales del período Edo; en aquel entonces, se los conocía como cerezos de Yoshino (yoshinozakura). En esa época, la altura de estos árboles superaba los diez metros y sus flores eran de pétalo simple. Se los consideraba yamazakura y se cree que se los llamaba yoshino en referencia a la zona famosa por su cultivo. Aunque no se tiene constancia escrita de cómo surgieron, los estudios genéticos han revelado que su madre es la variedad edohigan y su padre, el ōshima zakura. Al igual que el primero, las hojas no se abren en la época de florecimiento y tiene unas flores de color rosa pálido muy bonitas. Del segundo ha heredado el gran tamaño de las flores y su rápido crecimiento. Así pues, es una variedad que reúne lo mejor de ambas, de ahí que, durante el período Edo, se la considerara perfecta y gustara tanto a la gente.
A partir de la era Meiji (1868-1912), época en la que Japón se modernizó, se plantaron cerezos en los espacios públicos de todo el país: parques, escuelas, calles... El objetivo era aprovechar la amplitud de estos lugares para llenarlos de verdor. La denominación “somei-yoshino” se empezó a utilizar en 1900, cuando esta variedad ya estaba presente en muchos lugares, y tiene su explicación en que estos cerezos son diferentes de los yamazakura que abundan en el monte Yoshino, de ahí que se decidiera agregar el nombre de la localidad donde se plantaron por primera vez. De hecho, a día de hoy, hay países en los que se sigue utilizando la denominación “cerezos de Yoshino”, cuando en realidad esta debería hacer referencia a los yamazakura. Cuando Edo pasó a llamarse Tokio, esta variedad se hizo famosa en todo el país, de ahí que “cerezos de Tokio” sea la denominación internacional más apropiada.
Los cerezos somei-yoshino eran la especie perfecta para el hanami que comenzó en Edo. Tardan unos diez años en hacerse grandes y se puede aumentar la cantidad de ejemplares gracias a los injertos, de ahí que sea fácil crear un espacio donde la gente pueda admirar la belleza de estos árboles. Además, los somei-yoshino que se injertan son idénticos; consecuentemente, todos tienen las mismas flores del mismo color, y estas se abren a la vez. Al ser árboles de gran tamaño, se crea un amplio espacio alrededor de su tronco, donde mucha gente se puede sentar a comer y beber. Por este motivo, se plantaron muchos por todo el país: así fue como en otros lugares de Japón comenzaron a imitar a las clases populares de Edo, que disfrutaban de un picnic bajo los cerezos. La existencia de la variedad somei-yoshino hizo posible que todo el mundo disfrutara de ese elemento cultural llamado “hanami”.
Muchas más variedades que la somei-yoshino
A día de hoy, existen diferentes formas de disfrutar de los cerezos en flor, además de los picnics concurridos; por ejemplo, se puede contemplar las flores en silencio o dar un paseo por el campo o la montaña. Por otra parte, hay que señalar la existencia de variedades autóctonas como el ōyama zakura (C. sargentii), en la gélida Hokkaidō; el kanhi zakura (C. campanulata), en la cálida Okinawa, y el kumano zakura (C. kumanoensis), descubierta recientemente en la zona meridional de la península de Kii.
Huelga decir que, entre las variedades cultivadas, los cerezos somei-yoshino no son los únicos que destacan; hay multitud de especies: los cerezos llorones shidarezakura (C. itosakura ‘Pendula’), los kawazu zakura (C. ×kanzakura ‘Kawazu-zakura’) y los taihaku (C. Sato-zakura Grupo ‘Taihaku’) son tan solo algunos ejemplos.
Conocer las múltiples variedades de cerezos que existen en Japón, así como la historia del aprecio que les tiene el pueblo nipón, nos dará la oportunidad de disfrutar del hanami de una forma diferente.
Todas las imágenes, a excepción de la del encabezado, son del autor.
Imagen del encabezado: cerezos del parque de Ueno (Aflo)
(Traducción al español del original en japonés)