El acoso y el abandono escolares: cuestionando un sistema educativo basado en la homogeneidad

Educación

La uniformidad que persigue el sistema educativo convierte el colegio en un lugar asfixiante para muchos niños. El filósofo y pedagogo Tomano Ittoku defiende que hay que reestructurar la educación japonesa para aprovechar la diversidad de los estudiantes.

El acoso y el abandono escolares van en aumento

El sistema educativo japonés se enfrenta a una situación de crisis. Según una encuesta realizada por el Ministerio de Educación, Cultura, Deportes, Ciencia y Tecnología, en 2019 se registraron 543.933 casos de acoso escolar entre centros de primaria, secundaria, bachillerato y educación especial, un 31 % más que el año fiscal anterior. El abandono escolar, las conductas violentas y los suicidios también presentan una tendencia al alza.

Una encuesta sobre el abandono escolar en la educación secundaria (niños de entre 12 y 15 años) que llevó a cabo la cadena NHK, también en 2019, reveló que, además de 110.000 casos de abandono escolar según la definición estricta del término, había 330.000 niños con “tendencia al abandono escolar” (que asistían al colegio solo una parte de su horario, por ejemplo), sumando un total de 440.000 casos. Eso significa que uno de cada ocho menores en edad de recibir la educación secundaria obligatoria no siguen una escolarización normal: una situación muy preocupante.

Los motivos más comunes que los encuestados adujeron para el abandono o la tendencia al abandono escolar fueron los siguientes:

“No me gusta el ambiente general de la clase.” (44 %)

“Tengo problemas en los estudios.” (36 %)

“Tengo problemas en las relaciones amistosas.” (29 %)

“Tengo problemas en las relaciones con los profesores.” (23 %)

“He sufrido acoso escolar.” (21 %)

“No me adapto a las reglas y la normativa escolares.” (21 %)

El abandono escolar actual se caracteriza por no estar provocado por una sola causa, sino por una combinación de factores. Esa naturaleza compuesta lo convierte en un problema extremadamente difícil de comprender, tanto en su esencia como en el modo de abordarlo.

Los efectos adversos de un sistema de producción en cadena

La esencia del problema es bien simple, en realidad: la educación convencional que hemos aceptado sin cuestionarla durante generaciones ya no da para más. Me refiero al sistema escolar en que todos estudian lo mismo, al mismo ritmo, con el mismo método, dentro de unas divisiones por cursos muy uniformes, aprendiendo una serie de preguntas y respuestas prefabricadas por asignaturas.

Ese sistema educativo, que recuerda a la producción en cadena, se “inventó” en la Inglaterra del siglo XIX y terminó difundiéndose por todo el mundo, incluido Japón. Fue precisamente en aquella era cuando floreció el industrialismo de la producción en masa. Se pensaba que aplicando el sistema de producción en masa a la educación, podría elevarse el nivel educativo de la ciudadanía rápidamente. Y podemos afirmar que, en cierto sentido, la idea resultó un éxito.

Sin embargo, aquel sistema es la raíz de un conjunto de problemas que aquejan a las escuelas hoy en día, como por ejemplo el de los estudiantes “descolgados”. Al estudiar “todos lo mismo, al mismo ritmo”, cuando un alumno se encalla una vez, pierde el hilo de las lecciones y ya no puede seguir el compás de sus compañeros. Como consecuencia, al niño le angustia ir a la escuela. También existe el problema inverso, el de los estudiantes que no se adaptan porque van demasiado adelantados. A pesar de que ya han asimilado todo el contenido académico de sobra, no se les permite avanzar porque el sistema busca que progresen “igual que todos”. Eso hace que pierdan el interés en las clases y el gusto por ir a la escuela. El fenómeno de los niños descolgados y los adelantados no es tanto una cuestión de capacidad académica individual como un problema estructural derivado del sistema educativo vigente.

La composición de las clases, notablemente homogénea dada la cercanía de edad de los alumnos, potencia la presión de grupo y tiende a crear un ambiente opresivo en que todos se ven forzados a seguir la corriente. Se trata de un tipo de entorno que, en muchos casos, propicia el acoso escolar. El sistema de agrupar a los niños por cursos según su edad, que ahora damos por supuesto, también es algo que se originó en el siglo XIX al aplicar el sistema de producción en masa a la educación.

Un entorno educativo que no se adapta a la creciente diversidad de la población estudiantil

En contraste con el sistema escolar actual, que parte de la uniformidad, el alumnado que puebla los colegios no es para nada homogéneo. Uno de cada siete niños, por ejemplo, vive en situación de pobreza, un factor que, como bien sabemos actualmente, guarda una estrecha relación con la disparidad en el nivel académico.

Aparte del problema de la desigualdad económica, nos consta que el número de niños con discapacidades del desarrollo ha crecido en los últimos años. Un estudio del Ministerio de Educación, Cultura, Deportes, Ciencia y Tecnología —algo antiguo porque se llevó a cabo en 2012— indicaba que la proporción de niños de primaria con posibles discapacidades del desarrollo ascendía al 6,5 %, lo que equivale a dos o tres niños por clase. Por lo tanto, el alumnado japonés presenta una amplísima diversidad, tanto de nivel económico y académico, como de idiosincrasia individual. Aunque, en principio, la escuela debería dar un giro hacia un sistema capaz de atender debidamente la pluralidad de los estudiantes, parece que no son pocos los centros que están creando un entorno aún más uniforme que hasta la fecha.

Un ejemplo de esa tendencia a promover la homogeneidad del sistema escolar es el establecimiento de reglas detalladas. Aunque es cierto que antaño la escuela estaba plagada de normas estrictas, el código de los centros educativos de hoy se caracteriza por estar meticulosamente segmentado: “Prohibido llevar cola de caballo”, “Prohibido llevar la nuca descubierta”, “La ropa interior debe ser de color blanco”, “Los calcetines deben tener X centímetros de caña”, “La falda debe llegar hasta X centímetros por debajo de las rodillas”, “Solo pueden traerse los artículos indicados aquí”, “No se permite abanicarse la cara aunque haga calor”, “Prohibido llevar bufanda”… Muchas escuelas incluso siguen vulnerando impunemente los derechos humanos al exigir a los alumnos que no tienen el pelo negro un certificado para demostrar que no lo llevan teñido.

Hay un gran número de escuelas que estipulan con detalle hasta la forma de estar en clase, englobando las normas al respecto bajo la etiqueta de disciplina escolar. En algunos casos se llega a fijar incluso qué tipo de material de escritura puede llevarse y en qué lugar del pupitre ha de colocarse. También el modo de tomar apuntes, la forma de levantar la mano y las fórmulas para intervenir en clase pueden verse minuciosamente regulados.

No solo los estudiantes son objeto de un control pormenorizado. Los profesores también se ven a menudo sujetos a unos estándares docentes, dictados por la dirección y el consejo escolares, que determinan que han de adherirse a un mismo formato a la hora de impartir las lecciones. En las escuelas se insiste cada vez más en que tanto alumnos como profesores sean “todos iguales”. Con razón el abandono escolar va en aumento.

Existe una serie de factores que influyen en la forma de proceder de las escuelas japonesas. Para empezar, tras el sistema de hacer “todos lo mismo, al mismo ritmo” se halla la imposibilidad de atender a la pluralidad de los alumnos. Con lo atareado que anda el profesorado japonés —el más ocupado del mundo—, los maestros solo alcanzan a desarrollar todas sus funciones si imponen la homogeneidad sobre la heterogeneidad del alumnado. No obstante, lo cierto es que ese sistema solo engendra un círculo vicioso que lastra aún más el trabajo de los docentes. Piensen, si no, en el esfuerzo que requiere someter a todos los estudiantes de una clase a un sinfín de detalladas reglas y estándares.

La reforma estructural de la educación pública

Por otro lado, quisiera apuntar que muchos responsables educativos de todo Japón ya están trabajando en pos de una reforma estructural de la educación pública para atajar los problemas que plagan el sistema actual. Las iniciativas para transformar la uniforme educación nipona se extienden progresivamente a nivel nacional, regional, escolar y privado. Yo mismo soy uno de los responsables de la fundación y la gestión de Karuizawa Kazegoshi Gakuen, un centro educativo inaugurado en abril de 2020 en que niños de prescolar, primaria y secundaria aprenden juntos.

Una de las visiones que promovemos con nuestra iniciativa es la que yo llamo “la fusión del aprendizaje individualizado, colaborativo y por proyectos”. El objetivo es sustituir el “todos hacen lo mismo, al mismo ritmo” por una formación que prioriza el aprendizaje individual apoyándose en una colaboración flexible.

Con el aprendizaje individualizado, los niños pueden recibir apoyo y ayudar a los demás cuando es necesario, progresando a su propio ritmo. Uno de los cambios que implica este sistema es la eliminación de la división de cursos por edades, marcadamente uniforme, para recurrir a un enfoque comunitario, agrupando a estudiantes de distintas edades. Conviene brindar a los menores la oportunidad de aprender mezclándose con compañeros de distintos ciclos educativos: prescolar, primaria, secundaria y bachillerato. No se trata de imponer la homogeneidad sobre la diversidad, sino de crear un entorno en que se incluya, reconozca y aproveche la variedad.

Cualquiera que haya presenciado el aprendizaje compartido entre estudiantes de distintas edades se habrá percatado de que, en ese contexto, los niños de cursos superiores adoptan un gesto más maduro de lo habitual y los más pequeños se sienten reconfortados ante la amabilidad con que les enseñan los mayores. La diversidad es precisamente lo que facilita que se cree un entorno de apoyo mutuo en la escuela.

El currículum académico no debe limitarse al estudio de una serie de preguntas y respuestas predefinidas, sino que debe centrarse en el aprendizaje mediante la exploración. No se trata de que los niños memoricen lo que se les dice tal como se les dice. El aprendizaje ha de basarse en una variada serie de proyectos que permitan a los alumnos sumergirse en el estudio planteando sus propias dudas, empleando sus propios métodos y hallando sus propias respuestas. Pueden formarse equipos con miembros de distintas edades o, según el caso, incluso de distintas generaciones. Es así como los niños comprenderán mucho mejor qué sentido tiene aprender.

La reestructuración de la educación pública es un hecho que sin duda tendrá lugar y que es necesario que ocurra. La visión y la hoja de ruta para ese proceso no deben depender solo de las autoridades escolares, sino que han de elaborarse estableciendo un diálogo al nivel de la ciudadanía. La actual crisis provocada por el nuevo coronavirus nos obliga a reformar radicalmente el modelo de la educación escolar japonesa. Aunque en estos momentos las escuelas se ven sumidas en una gran confusión, espero que aprovechemos esta oportunidad para seguir profundizando en el debate sobre la reforma estructural de la educación pública.

Fotografía del encabezado: PIXTA.

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