El monte Fuji, patrimonio mundial y centro científico puntero
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Inō Tadataka y los extranjeros del periodo Meiji
El monte Fuji, con su hermosa silueta simétrica, venerada como símbolo de fe desde la antigüedad, es patrimonio de la humanidad. Además de constituir un icono espiritual para los japoneses y un emblema de Japón para el resto del mundo, el célebre volcán es también un centro de investigación puntera que viene desempeñando un papel crucial en la ciencia que mejora nuestras vidas.
Los orígenes del uso científico del Fuji se remontan al periodo Edo. Inō Tadataka dedicó diecisiete años de su vida, desde el 1800, a medir todo el archipiélago nipón para elaborar un atlas completo. Crear mapas precisos no es posible midiendo solo distancias horizontales, sino que implica calcular por poligonación, hallando longitudes a partir del ángulo entre el punto de partida y el punto de destino. Inō tomó el pico del Fuji como punto de referencia para estos cálculos, tal y como demuestran las líneas del mapa que parten del monte en distintas direcciones en forma de rayos. El cartógrafo estimó la altura del Fuji en 3.927 metros, una medición con solo un 4 % de error.
Rutherford Alcock, primer cónsul británico destinado a Japón en tiempos del fin del Gobierno del shogún, se convirtió en el extranjero pionero en escalar hasta la cima del monte Fuji en 1860. Los datos de temperatura y otros elementos que registró en su expedición fueron las primeras observaciones meteorológicas efectuadas en el volcán. Después de la Restauración Meiji, el físico estadounidense Thomas Mendenhall, uno de los asesores extranjeros invitados por el Gobierno para impulsar la modernización de Japón, ascendió al Fuji con cinco discípulos japoneses. Las mediciones de la gravedad, con péndulo, y del magnetismo terrestre que efectuó en aquel verano de 1880 se consideran el origen de la predicción de las erupciones volcánicas en Japón, ya que los elementos medidos se alteran en función del estado y la posición del magma dentro de los volcanes.
El meteorólogo alemán Erwin Knipping, que se dedicó abnegadamente a confeccionar mapas del tiempo diarios y a iniciar su impresión y distribución, subió a lo más alto del Fuji para llevar a cabo sus mediciones en 1887. Liderados por los asesores extranjeros invitados, los japoneses también empezaron a participar en las expediciones veraniegas al volcán con fines científicos.
Nonaka Itaru y Nonaka Chiyoko, el matrimonio que arriesgó la vida por la observación meteorológica
Para predecir los fenómenos meteorológicos con precisión, es imprescindible mantener una observación continua. En Japón, el científico Nonaka Itaru arriesgó su vida persiguiendo ese reto. Itaru abandonó sus estudios en la Daigaku Yobimon (actual Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Tokio) y, en el verano de 1885, con el apoyo logístico y técnico del meteorólogo del Observatorio Central (actual Agencia Meteorológica de Japón) Wada Yūji, construyó con fondos propios una cabaña de unos 20 metros cuadrados en el punto más alto del pico Kengamine para realizar mediciones meteorológicas durante el invierno. Se trasladó solo al monte en octubre del mismo año.
Chiyoko, la esposa de Itaru, temiendo que su marido no resistiría las observaciones en lo alto del volcán, que debían registrarse día y noche, cada dos horas, empezó a entrenarse en secreto para escalar. Dejó a su hija de dos años en casa de sus padres y se presentó en la cabaña sin avisar, medio mes después de que Itaru se instalase. Aunque al principio él se empeñó en mandarla de vuelta, Chiyoko logró convencerlo y empezó a asistirlo en su trabajo. Las observaciones constantes en la cima de un monte constituyeron un proyecto pionero en el mundo, en un tiempo en que la diferencia entre nivel de la meteorología en Japón y en Occidente era abismal.
El invierno en la cima del Fuji, sin embargo, resultó ser increíblemente riguroso. Cuando unos colaboradores acudieron a facilitarles ayuda a principios de diciembre, las temperaturas rondaban los 20 grados bajo cero y el matrimonio, afectado de mal de altura y deficiencias nutritivas, se hallaba al borde de la muerte. Aun así, no fue hasta el 22 de diciembre que los colaboradores lograron, a la fuerza, hacer bajar del monte a los meteorólogos, que se empeñaban en seguir con sus observaciones. Seguramente para la pareja fue una gran decepción tener que abandonar la labor empezada casi tres meses atrás sin terminar el invierno entero, pero su intento, pionero en el mundo, causó furor en todo Japón.
La primera torre de observación de tifones del mundo
El príncipe Yamashina Kikumaro, miembro de la familia imperial y de la marina japonesa, se interesó también por la meteorología. En 1902 fundó, con fondos personales, el Observatorio Yamashina en el monte Tsukuba, que más tarde se convertiría en el Observatorio Central del monte Tsukuba y actualmente se conoce como la Estación Meteorológica del Santuario del Monte Tsukuba y del Centro de Ciencias Computacionales de la Universidad de Tsukuba.
Satō Jun’ichi, que dirigió el observatorio del monte Tsukuba durante veinte años, erigió el observatorio meteorológico del Fuji (apodado “la cabaña de Satō”) en 1927, con el apoyo de Suzuki Seiji, chófer del príncipe Yamashina. Satō estuvo alrededor de un mes —entre enero y febrero de 1930— realizando observaciones en el volcán, ayudado por el porteador Kaji Fusakichi. Habían pasado 35 años desde que el matrimonio Nonaka casi perdiera la vida intentando la hazaña de pasar el invierno en la cima. Satō también experimentó auténticas penurias durante su estancia, sufriendo resbalones, beriberi y congelación. Su pasión y sus resultados obtuvieron reconocimiento y, en 1932, completó el ansiado objetivo de reunir las mediciones de un año entero en el Observatorio Central de Meteorología del Monte Fuji. Al principio solo se presupuestaron las observaciones de un año, en conmemoración del Año Geofísico Internacional, pero al terminar los investigadores jóvenes del equipo solicitaron a su superior prolongar el proyecto “aunque fuera sin cobrar”. La entrega que demostraron aquellos científicos dio su fruto, y la entidad Mitsui Hō’onkai facilitó una cantidad considerable de fondos que permitieron seguir adelante con la empresa.
Ante los esfuerzos de los investigadores, el Ministerio de Educación decidió financiar sus gastos regularmente a partir de 1935. En 1936 la entidad recibió el nombre oficial de Observatorio Central de Meteorología del Monte Fuji. El Observatorio pasó una época muy turbulenta con los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y la muerte de algunos trabajadores, hasta que en 1950 se le asignó el nombre que ha permanecido en la memoria de muchos: Estación Meteorológica del Monte Fuji.
El Fuji también ha desempeñado el rol de “fortaleza” para la observación de los tifones. Tras el supertifón de la bahía de Ise de 1959, que se cobró la vida de más de cinco mil personas, decidieron instalar un radar en la cima del monte para detectar con antelación los tifones que pudieran acercarse al archipiélago. Las obras se iniciaron en junio de 1963 y, a pesar de que hubo que librar una durísima batalla contra los elementos, con dificultades como el mal de altura y las tormentas eléctricas, lograron completarse en octubre de 1964. Tanto la altitud de la instalación como la distancia de detección, que permitía observar tifones a 800 kilómetros, fueron los primeros del mundo durante muchos años. Además de una mayor precisión de las observaciones, el avance en las técnicas de previsión, las medidas de prevención y la transmisión de la información contribuyeron a reducir drásticamente la cifra de víctimas de los tifones en Japón.
Del plan de desmantelamiento al reaprovechamiento para la investigación
Desde el lanzamiento del Himawari en 1977, la observación de los tifones se dejó en manos de los satélites meteorológicos. El radar de la cima del monte Fuji dejó de funcionar en 1999, y su cúpula blanca se desmanteló en 2001.
Con el tiempo, la recopilación de datos meteorológicos pasó a efectuarse con satélites artificiales y radares terrestres. En octubre de 2004 la Estación Meteorológica del Monte Fuji puso fin a 72 años de historia como observatorio habitado, y desde entonces funciona con un sistema automatizado de observación meteorológica regional (AMEDAS).
Cuando la estación meteorológica se quedó sin personal, se sopesó la opción de desmantelarla y dejar el espacio libre, pero investigadores concienciados del valor de la observación en la cima de la montaña fundaron la Asociación para el Uso Productivo de la Estación Meteorológica del Monte Fuji y empezaron a alquilar sus instalaciones para actividades científicas en 2007. Así fue como se decidió conservar la estación, pero con condiciones muy exigentes: la asociación debía hacerse cargo de todo el mantenimiento, incluida la electricidad, y solo se permitía utilizar las instalaciones para actividades educativas y científicas durante dos meses en verano.
La Asociación para el Uso Productivo de la Estación Meteorológica del Monte Fuji busca a investigadores interesados en emplear su equipamiento y organiza estancias de observación todos los veranos desde 2007. En 2019, la decimotercera temporada, se sumaron 42 temas de investigación y el número total de investigadores que habían pasado por la estación en estas expediciones estivales superó las 5.000 personas. Además de equipos investigadores universitarios y organismos científicos nacionales, pueden acceder a las instalaciones usuarios de otros perfiles, como empresas, entidades privadas y científicos independientes.
Como su nombre sugiere, la Asociación para el Uso Productivo de la Estación Meteorológica del Monte Fuji se creó con el objetivo de facilitar el aprovechamiento de la infraestructura de la antigua estación meteorológica (actualmente convertida en el Observatorio Meteorológico Regional Especial del Monte Fuji). Gracias a esta entidad, el observatorio es un lugar singular que funciona como una agrupación de científicos de distintas disciplinas en que se desarrolla investigación básica, investigación aplicada y actividades educativas.
Superando las dificultades financieras para captar datos valiosos
Los datos de observación de gases de efecto invernadero que recopila el Instituto Nacional de Estudios Medioambientales se consideran una información valiosa a nivel mundial. La cima del monte Fuji se halla en la troposfera libre (una capa de la atmósfera a más de 1.500 metros de altura en que no existe fricción con el suelo), por lo que desempeña el papel de torre de observación de la contaminación del aire del planeta. Gracias a su posición, expuesta a los vientos del oeste, resulta perfecta para captar las condiciones de la atmósfera en otras zonas de Asia Oriental que están en pleno crecimiento económico, y ha permitido analizar la influencia de factores como la contaminación ambiental acumulada durante tantos años en China y la quema de bosques en Indonesia. Aunque existe la posibilidad de adquirir datos mediante aviones, no hay mejor método que la observación desde un punto fijo para realizar un seguimiento continuo de los cambios. El mantenimiento de las baterías y los paneles solares que se lleva a cabo durante las estancias de verano posibilita la obtención estable de datos de observación durante todo el año, a pesar de que el observatorio esté deshabitado durante muchos meses.
Por otro lado, las investigaciones están contribuyendo a afrontar problemas medioambientales como la lluvia ácida y las partículas en suspensión (PM 2,5). Los grupos de investigadores que participan pertenecen a disciplinas muy variadas, como la medicina y el entrenamiento en altura, las tormentas eléctricas y la radiación cósmica, la astronomía y las telecomunicaciones.
A pesar de que el observatorio se sitúa en la misma cumbre del Fuji —un monte que es patrimonio mundial—, de que lo utilizan investigadores de organismos nacionales y de que sirve para desarrollar actividades científicas de gran valor, los alrededor de 45 millones de yenes que cuesta su operación deben cubrirse mediante tasas de uso, donativos y becas de investigación competitivas, sin contar con ningún tipo de subvención pública. La recaudación de fondos es una lucha constante y, por más que se reciban contribuciones de buena fe de un gran número de personas y que los investigadores asuman sus propios gastos, las finanzas del observatorio están en la cuerda floja.
Teniendo en cuenta la labor desplegada hasta la fecha por tantos investigadores, que han reconocido el valor científico del monte Fuji y, movidos por su pasión por mejorar el mundo, han dado lo mejor de sí para desvelar nuevos hallazgos, no podemos dejar que el observatorio desaparezca. Por eso quiero difundir, a cuantas más personas mejor, los encomiables esfuerzos que siguen realizando esas personas, que trabajan desde lo alto del volcán para solucionar problemas que aquejan a nuestro planeta.
Fotografía del encabezado: El Observatorio Meteorológico Regional Especial del Monte Fuji (antigua Estación Meteorológica del Monte Fuji), en la cima del emblemático volcán japonés. (Imagen cedida por el autor del artículo.)