Los japoneses y el cristianismo: ¿por qué esa indiferencia hacia la fe?
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Lo que interesa a los japoneses es un cristianismo sin evangelios
Como es de sobra conocido, el cristianismo es la religión que cuenta con más creyentes en el mundo. Su número se calcula en unos 2.400 millones, lo que equivale a un 32 % de la población mundial. Sin embargo, en Japón los cristianos son una minoría ínfima. Frente a Corea del Sur, país vecino, donde representan cerca del 29 %, en Japón solo son el 0,8 % de la población. Dicho de otro modo, más del 99 % de los japoneses no creen en esta religión.
¿Quiere esto decir que los japoneses sienten aversión por el cristianismo? De ningún modo. Muy al contrario, puede decirse que en su vida cotidiana sienten una gran cercanía hacia muchos de sus aspectos culturales. Los niños conocen, por supuesto, el nombre de Jesucristo, y en las escuelas se aprende sobre temas culturales e históricos de la mano de personajes como Martín Lutero, Dostoievski o la Madre Teresa. De adultos, los japoneses muestran interés por el arte y la música cristiana, y durante sus viajes por el extranjero visitan de buena gana las iglesias y catedrales de sus lugares de destino. La Navidad, como “evento”, ha arraigado en la población, independientemente del sexo y la edad, y muchas parejas se casan por alguno de los ritos cristianos aunque no sean creyentes. La cultura cristiana, en conjunto, goza de una imagen positiva.
Pese a todo lo dicho, el hecho es que la inmensa mayoría de los japoneses son indiferentes a la “fe cristiana”. No es que se muestren críticos frente a ella tras haber conocido su pensamiento o su doctrina, sino que, simplemente, no les interesa. En el país hay muchos centros educativos que fueron fundados por misioneros y por creyentes. Según un estudio, si incluimos los de todos los niveles, desde el jardín de infancia a la universidad, uno de cada 10 japoneses se matricula alguna vez en su vida en un centro educativo cristiano o de inspiración cristiana. Pero esto no contribuye a aumentar el número de creyentes. Por confesiones, cerca del 60 % son protestantes y cerca del 40 % católicos, pero quienes no pertenecen a ninguno de esos dos grupos, por lo general, ni saben explicar las diferencias que hay entre ellos ni muestran especial interés en dicho asunto. Lo que interesa a los japoneses es un cristianismo sin evangelios.
Misioneros involucrados en actividades comerciales y planes militares
La transmisión del cristianismo a Japón se produjo en 1549, cuando Francisco de Javier (1506-1552) y los suyos llegaron a Kagoshima. Comenzó entonces la evangelización del país. Aquellos primeros misioneros consiguieron que algunos japoneses se hicieran creyentes y su número comenzó a aumentar con gran rapidez hasta que, apenas 60 años después, el cristianismo fue prohibido. Esta política de prohibición se prolongó unos 260 años durante los cuales los cristianos fueron perseguidos con la máxima dureza, mediante la tortura y las ejecuciones. Hay diversas razones por las que el cristianismo se prohibió y reprimió entre el siglo XVII y la segunda mitad del XIX, pero quizás la principal fuera que había dejado de ser una fe religiosa más para convertirse en algo que amenazaba con sacudir la sociedad y la política japonesas.
La Compañía de Jesús, que durante la segunda mitad del siglo XVI fue la principal impulsora de la evangelización, tomó parte activa en el comercio entre Japón y los entonces llamados “bárbaros del sur” (nanban), para así realizar su labor de forma más efectiva y sostener y ampliar las comunidades cristianas en el país. Su implicación en las actividades económicas reportó beneficios a algunos señores feudales o daimios, pero no solo en el campo económico, pues abarcó también el suministro de material bélico. Los misioneros no fueron solo hombres de fe, sino que tuvieron un gran influjo en asuntos económicos y militares, por lo que, desde el punto de vista político, su presencia no podía ignorarse.
Por otra parte, entre los misioneros que llegaron a Japón durante el siglo XVI, hubo algunos que consideraron seriamente llamar a los ejércitos españoles o portugueses para poner Japón bajo su dominio militar. En la práctica, tales planes eran irrealizables, pero en aquella época la idea de defender la iglesia y la actividad de los misioneros mediante las armas estaba considerablemente extendida. No es de extrañar que los estadistas japoneses de la época sintieran desconfianza y hasta alarma hacia los cristianos.
Hay que pensar que los misioneros eran extremadamente intolerantes hacia la cultura religiosa que encontraron en Japón, como se ve en el hecho de que considerasen el budismo una forma de idolatría ideada por el demonio. Estaban convencidos de que el cristianismo era la única religión verdadera, que el resto de las religiones estaban equivocadas y eran malignas. Algunos misioneros instigaron a los creyentes japoneses a incendiar templos budistas y se destruyó un gran número de imágenes budistas que los bonzos habían tratado de proteger escondiéndolas en cuevas. Dan testimonio de estos hechos las cartas dejadas por los propios misioneros.
Viendo la película que hizo el director norteamericano Martin Scorsese sobre la novela Chinmoku (Silencio) de Endō Shūsaku (1923-1996), se podría tener la impresión de que los cristianos perseguidos eran víctimas en estado puro. Pero no hay que pensar que el cristianismo de la época fue finalmente eliminado pese a que lo que pretendía era coexistir con el resto de las religiones. En nuestro siglo XXI, pensamos que las diversas religiones deben respetarse mutuamente y convivir amistosamente unas con otras, pero en aquellas lejanas épocas ese pensamiento era todavía extremadamente raro.
Lo que se buscaba era una enseñanza que ayudase a Japón a desarrollarse
En la segunda mitad del siglo XIX se levantó la prohibición y fue posible de nuevo misionar en Japón. En esa ocasión, muchos de los predicadores eran protestantes. Sin embargo, en el Japón de la época, que pugnaba por modernizarse mientras modificaba radicalmente su régimen político, lo que esperaba la gente de los misioneros era, ante todo, que le transmitieran conocimientos sobre el extranjero y que le enseñasen sus lenguas. Y, como los propios misioneros pensaron que los saberes académicos y la enseñanza de lenguas podrían servirles de base para su labor evangelizadora, las necesidades de ambas partes coincidieron. Pero, en cualquier caso, para aquellos japoneses tan preocupados por occidentalizarse rápidamente, el cristianismo no fue más que un instrumento para conseguir abrir el país y desarrollarlo y siempre fue considerado una cultura occidental, es decir, ajena.
Antiguamente, el nombre que recibían los cristianos en Japón fue kirishitan, derivado de la correspondiente palabra portuguesa. A finales del siglo XIX, en cambio, su religión comenzó a llamarse kirisutokyō, como traducción del inglés Christianity. De esa misma época son otros neologismo como kyōkai (church), senkyō (mission) o junkyōsha (martyr). El equivalente a la palabra inglesa religion (shūkyō) también comenzó a difundirse a partir de aquella época. Todos estos nuevos términos contienen el formante kyō, que significa enseñanza, y ese es el matiz que se les quiso conferir. El detalle es suficientemente elocuente para hacernos ver qué es lo que buscaban los japoneses de las edades moderna y contemporánea en esta y en el resto de las religiones.
Entre los intelectuales japoneses de la época, algunos entendieron que los países occidentales se estaban desarrollando y trataban de elevar la moral de la población mediante el cristianismo y, por esta razón, preconizaron su introducción en Japón como una fórmula eficaz para alcanzar ese mismo desarrollo. Ōkuma Shigenobu (1838-1922), fundador de una de las universidades más prestigiosas de Japón, la de Waseda, valoró altamente el cristianismo como método de moralización, pero en el fondo solo contempló esta religión como un conjunto de historias o fábulas curiosas, es decir, como una forma de ficción. Lo que pedían los japoneses de la época era una enseñanza realista que les permitiera abrirse y desarrollarse. Existió, pues, una fuerte tendencia a utilizar el cristianismo contemplándolo desde puntos de vista muy concretos, como la moral o la educación.
Pero la relación de los japoneses con el cristianismo es, en realidad, muy corta todavía. Como se ha dicho más arriba, fue prohibida apenas 60 años después de que la Compañía de Jesús la introdujera en Japón en 1549, tras lo cual la fe fue duramente reprimida durante cerca de 260 años. A partir de la segunda mitad del siglo XIX llegaron a Japón también misioneros protestantes y de la iglesia ortodoxa rusa, pero el cristianismo volvió a ser perseguido como “religión de Occidente” por efecto primero de la Guerra Ruso-Japonesa y, después, de la Segunda Guerra Mundial. No fue sino hasta 1947 cuando, gracias a la nueva Constitución promulgada después de dicha contienda, se garantizó a los japoneses una verdadera libertad de credo religioso. Como se ve, el periodo durante el cual el pueblo japonés ha estado en contacto con el cristianismo no se extiende más allá del siglo y medio. Quizás tengamos que esperar todavía un poco hasta que los japoneses comiencen a pensar en él con serenidad.
Fotografía del encabezado: una boda en una iglesia cristiana (maayannmaayann/PIXTA)