Jōmon: una cultura prehistórica de gran complejidad
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Llamamos genéricamente cultura Jōmon a un conjunto de núcleos culturales formados por pueblos dedicados principalmente a la caza, la recolección, la pesca y el cultivo, que aprovecharon diversas especies vegetales y animales, y utilizaron instrumentos de tierra y de piedra, dando origen a los primeros asentamientos estables en el archipiélago japonés. Se estima que su inicio podría remontarse a los tiempos en que aparecen las primeras vasijas de barro, las más antiguas de las cuales datan de hace 16.500 años, y que su fin llegó con la introducción del cultivo del arroz en campos inundados, técnica que tiene en Japón una antigüedad de entre 2.400 y 3.000 años. Este amplio periodo de la historia japonesa se llama periodo Jōmon.
Pueblos cazadores-recolectores que vivieron en una sociedad compleja
Durante el periodo Jōmon se utilizaban instrumentos de piedra pulida, por lo que podría hablarse ya de era Neolítica, pero no existían la agricultura ni la ganadería y este rasgo lo diferencia del Neolítico de Europa y de Asia Occidental. En todo caso, las gentes del periodo Jōmon tenían avanzadas técnicas de fabricación de vasijas de tierra, mantenían asentamientos estables a lo largo de todas las estaciones del año y llegaron a formar grandes aldeas, que en algunos casos tenían varias decenas de viviendas. Disponían también de técnicas constructivas de alto nivel que les permitían hacer edificaciones de gran altura valiéndose de pilares que podían superar el metro de diámetro. Entre las especies vegetales que cultivaban o cuyo crecimiento controlaban provechosamente estaban el castaño, el árbol de la laca (Toxicodendron vernicifluum) y varios tipos de legumbres (soja, judías rojas). Gracias a ellas, desarrollaron el lacado, la cestería y otras muchas artes en las que alcanzaron un nivel técnico extraordinario.
Además, se servían de perros para la caza y daban sepultura a sus muertos. Su cultura espiritual era considerablemente compleja, tal como queda reflejado en los círculos de piedras, restos de lugares ceremoniales, figuras de arcilla y sekibō (rodillos o bastones de piedra pulida relacionadas con sus ritos o ceremonias), y como puede deducirse de sus enterramientos y ajuares funerarios, llegaron a formar sociedades estratificadas y complejas. Es, por tanto, incorrecto tomar a las gentes de este periodo como un pueblo de cazadores-recolectores del tipo más simple. Habría que entenderlas como un pueblo de cazadores-recolectores que, en muy diversos aspectos, desde sus formas de vida y trabajo a su estructura social o a su cultura espiritual, alcanzó un elevado nivel de complejidad. En realidad, apenas pueden encontrarse otros ejemplos en el mundo de culturas que, estando todavía en una fase de economía de subsistencia alimentaria, alcanzasen un desarrollo tan singular. La cultura Jōmon, aun careciendo de agricultura y ganadería, puede considerarse perfectamente equiparable a cualquier otra cultura prehistórica surgida en otras latitudes como fruto de la llamada revolución neolítica. En ese sentido, sería una cultura realmente única, de la cual Japón puede enorgullecerse ante el mundo.
Ciclo vital y regeneración en las vasijas de barro Jōmon
Este periodo nos ha legado las llamadas vasijas Jōmon, que son lo primero que aflora a la mente de muchos japoneses al oír la palabra Jōmon. Por cierto, el nombre de Jōmon es la traducción del inglés “cord marked pottery” (“cerámica con huellas o marcas de cuerdas”), que fue como el zoólogo norteamericano Edward Sylvester Morse (1838-1925) describió las vasijas prehistóricas que encontró en los kaizuka o cúmulos de conchas de Ōmori (Tokio), que él mismo descubrió e investigó.
La cronología de las vasijas de tierra Jōmon varía considerablemente de unas regiones a otras, pero especialmente entre las vasijas extraídas en el este de Japón que datan del periodo medio, es decir, de hace unos 5.000 años, hay muchas que, a pesar de ser de uso diario, presentan un extraordinario preciosismo decorativo. Algunas muestran formas flamígeras; otras tienen bordes similares a la cresta de una corona real, y las hay también con diseños en espiral o remolino. Existen también las llamadas vasijas de estilo Kamegaoka, de paredes finas y elaboradas con gran precisión, típicas de la parte nororiental del archipiélago, que datan del periodo Jōmon tardío (hace unos 3.000 años). Para esta época, se fabricaban ya vasijas de diversos tipos, destinándose las de fábrica más tosca a la cocción de alimentos y otros usos cotidianos, y las más finas a ritos y ceremonias.
Las vasijas de tierra Jōmon no solo se utilizaron para cocer alimentos. Sirvieron también de ataúd a los neonatos muertos. Entre ellas, las hay de tema natalicio, que muestran en su borde superior el rostro de una madre y a media altura el de un feto o bebé representado en el momento de salir del seno materno. Considerando esto, se cree que las gentes de este periodo atribuyeron a estas vasijas un papel femenino y las utilizaron para enterrar a los muertos recién nacidos con el deseo de que volvieran a la vida. Se infiere de esto que en la cultura Jōmon había ya una visión de la vida y de la muerte, que giraba en torno a una idea de regeneración o ciclo.
Figuras para invocar la fertilidad de la tierra
Pero los objetos que mejor exponen el pensamiento Jōmon son las figurillas o estatuillas de barro. Estas figuras, que desde su época inicial tenían forma de mujer, van representando con mayor frecuencia cada vez mujeres embarazadas o parturientas. Se cree que esto se hacía con la intención de aprovechar la fuerza generadora de vida del sexo femenino en las prácticas mágicas. Esta magia que se sirve de la fuerza dadora de vida fue aplicada tanto a la curación de enfermedades y lesiones como en las plegarias por la fertilidad de la tierra.
Parece ser que en aquel periodo la gente comía cualquier cosa que pudiera obtenerse de la naturaleza, pero tenía una marcada preferencia por los frutos secos (nueces, bellotas, etc), por la carne de ciervos, jabalíes y otras bestias del campo, y por pescados como el besugo, la lubina o el salmón, especies hacia las que se creó una fuerte dependencia. Los alimentos que reunían los transformaban de muchas maneras y los conservaban de forma que pudieran disponer de ellos a lo largo de todo el año. No sufrían, pues, la precariedad de vivir al día consumiendo rápidamente lo obtenido, sino que hacían un consumo planificado partiendo de una perspectiva anual. Sin embargo, pese a este carácter planificado de su alimentación, podía ocurrirles también que debido a las irregularidades del tiempo atmosférico y a otros factores no fueran capaces de encontrar suficientes alimentos en el entorno de sus aldeas. Las gentes del periodo Jōmon, al tiempo que se esforzaban de muchas formas para aprovisionarse de alimentos, pedían también por la fertilidad de la tierra por medio de las figurillas, a las que atribuían el poder de generar vida.
Poblados integrados en una gran red
Las gentes del periodo Jōmon establecieron rutas comerciales en áreas muy extensas para intercambiar recursos minerales escasos y valiosos, como el jade, el ámbar, la obsidiana o el asfalto. Debió de haber un rico intercambio, que incluía también productos obtenidos en la costa, como moluscos y pescados desecados, o la sal marina, que eran transportados hasta las tierras de interior. También se comerciaba con puntas de flecha, cabezas de hacha pulidas y otros útiles de piedra, y con adornos corporales como brazaletes de conchas o pendientes de barro, así como con objetos lacados. Se cree que este comercio solo fue posible gracias a una avanzada red de comunicaciones entre los poblados.
La sociedad del periodo Jōmon estaba, pues, sustentada, en esta red de comunicaciones entre los poblados, para cuya ampliación y mantenimiento se utilizaban ciertas instituciones sociales como el matrimonio exogámico. En los emparejamientos, los cónyuges procedían cada uno de un grupo diferente, de forma que la unión implicaba, de alguna forma, un vínculo entre los dos poblados de origen. Estableciendo estos lazos personales entre miembros de grupos o poblados diferentes, las gentes de Jōmon fueron creando una red territorial que les servía para sus intercambios de materiales y recursos humanos. En algunos casos, como en el de la región más meridional de Hokkaidō, hubo zonas que mostraron algún grado de estratificación social, pues en ellas los bienes de mayor prestigio, como el jade, el ámbar o los ornamentos corporales lacados se concentraban en ciertos individuos o familias, una nueva prueba de la complejidad que alcanzó la sociedad Jōmon.
Los japoneses modernos son Jōmon en un 12 %
El Homo sapiens arribó por primera vez a lo que hoy es el archipiélago japonés en el paleolítico, hace ahora 38.000 años. Cabe pensar que posteriormente hubo muchas otras oleadas humanas que siguieron rutas como la septentrional (costas continentales - isla de Sajalin - Hokkaidō), la occidental (continente chino, península coreana, parte norte de la isla de Kyūshū) o meridional, a través del rosario de islas del suroeste. Básicamente, las gentes de Jōmon son los descendientes de grupos humanos llegados en el paleolítico. Se ha demostrado que aproximadamente el 12 % de los genes de los japoneses modernos coinciden con los de las gentes de Jōmon y las investigaciones en el campo de la antropología física apuntan también a que los Jōmon están entre los antepasados directos de los japoneses.
Además, muchas técnicas utilizadas por las gentes de Jōmon para aprovisionarse de alimentos, aprovechar las especies animales y vegetales y crear objetos artesanales siguieron utilizándose incluso después de que se introdujese desde el continente la producción de alimentos basada en el regadío y el cultivo en campo inundado hace ahora unos 3.000 años (esa era se llama en Japón periodo Yayoi), y una parte de ellas continúa formando parte de la cultura tradicional japonesa. Puede decirse, por tanto, que la cultura Jōmon forma el sustrato de la cultura japonesa y que las gentes de Jōmon son el origen del pueblo japonés de nuestros días.
Fotografía del encabezado: conjunto de vasijas de formas flamígeras y de corona halladas en el yacimiento arqueológico de Sasayama, en la ciudad de Tōkamachi (prefectura de Niigata). Declaradas tesoro nacional. (Fotografía cortesía del Museo Municipal de Tōkamachi)