‘Gomiyashiki’: vivir entre la basura
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El auge de Kondo Marie, que siguió al del danshari (una filosofía de desapego con los objetos) son ejemplos del movimiento minimalista que preconiza la alegría que se experimenta al reducir al máximo las posesiones materiales. Además de los amantes del orden y la organización, sin embargo, en Japón hay también personas incapaces de deshacerse de las cosas que, más que verse colmadas de objetos, viven directamente entre basura. Esas personas conservan en sus casas platos con restos de comida y bandejas de fideos instantáneos sin lavar durante años, y acumulan montañas de botellas de plástico y latas a medio beber. Los hay que tienen tanta basura amontonada que no pueden abrir la puerta del baño y terminan haciendo sus necesidades en botellas. La empresa que gestiono, Mago no Te, se especializa en la limpieza de ese tipo de viviendas y se encarga de más de 850 casos al año.
El encuentro que marcó el rumbo de la empresa
Me marché a Tokio casi huyendo, en 2008, después de que la empresa de transportes que gestionaba en Osaka quebrase. Me puse a hacer de manitas para empezar a ganarme la vida; no con grandes ideales de ser útil al mundo o rescatar a personas necesitadas, sino dispuesto a aceptar cualquier encargo. Fue el encuentro con cierta clienta lo que me llevó a especializarme en la limpieza de viviendas llenas de basura.
Un día una estudiante de una reputada universidad tokiota me encargó la limpieza de su apartamento. Lo que vi cuando entré para hacerle el presupuesto me hizo retroceder inconscientemente. Una capa de más de un metro de basura cubría el suelo de la pequeña vivienda, desde la entrada hasta el fondo. La inquilina vivía sin electricidad ni gas, en un espacio hediondo e infestado de mosquitas, con una linterna como única fuente de iluminación. Aunque por aquel entonces ya había recibido encargos de desechar objetos innecesarios y limpiar casas, era la primera vez que me hallaba ante un auténtico gomiyashiki, la vivienda de una persona con síndrome de Diógenes.
Mi clienta era una estudiante que vivía de sus padres y solo contaba con algunas decenas de miles de yenes. Yo no hacía ni un año que había empezado a trabajar en Tokio, así que no tenía la holgura suficiente para andar ayudando a la gente. Con todo, al pensar en esa veinteañera que vivía rodeada de basura, me resultaba imposible negarme a aceptar su encargo. Al final acordamos que me pagaría a plazos la parte del presupuesto que no podía asumir en aquel momento. Como entonces no tenía ni el know-how ni el personal adecuado para limpiar viviendas en ese estado, mi mujer, mi hijo y yo nos deslomamos para completar el trabajo.
Cuando leí el mensaje de agradecimiento que me mandó la clienta al terminar, me alegré por fin de haber aceptado aquel encargo: “Me habían rechazado muchas empresas. Contacté con usted pensando que aquel iba a ser mi último intento y que, si también me decía que no, no tendría otra opción que matarme”. Esas palabras hicieron que me decidiera a perfeccionar mis capacidades y especializarme en aquel tipo de servicio en exclusiva.
Ancianos incapaces de tirar trastos viejos
Como todo el mundo siente que tiene que guardar las apariencias aunque sea un poco, los que reciben amigos en casa o invitan al novio a quedarse a dormir no tienen la casa hecha un desastre. Luego están aquellos a los que no se les da bien comunicarse con los demás y se abandonan porque, de todos modos, no van a acoger a ningún invitado.
Una pequeña proporción de nuestros clientes son personas con un alto nivel de estudios e ingresos y una posición social respetable. Muchos son enfermeros; la mayoría trabajan en urgencias o cuidados intensivos de grandes hospitales, por lo que se enfrentan diariamente a situaciones de vida o muerte. Son personas muy diligentes y con aptitudes comunicativas en el trabajo que en casa viven enterradas en basura. Su situación es demasiado grave para tildarlos simplemente de vagos. Es posible que su conducta sea un mecanismo inconsciente para intentar mantener el equilibrio ante situaciones de emergencia extremas.
Llega un punto en que a las personas en cuestión se les disparan las alarmas y nos llaman para pedir que les limpiemos la vivienda. La mayoría dicen recordar el acontecimiento que desencadenó la situación, pero no el proceso de acumulación de la basura. El hecho de que escalen una montaña de desechos, anden por casa casi a ras de techo y duerman encima de la basura nos da una idea de cuál es su estado mental.
A los mayores de setenta años, que sufrieron carestía material en el pasado, tirar cosas les resulta sumamente doloroso. Van guardando colchones de hace décadas, ropa vieja y utensilios de cocina obsoletos con la idea de que tal vez los usen algún día, hasta que la acumulación se hace imposible de gestionar.
La experiencia me ha enseñado que, aunque sepan que nunca han de usar todo aquello que guardan, no es necesario obligar a los ancianos a deshacerse de sus pertenencias mientras conserven la higiene y el espacio necesario para circular dentro de la vivienda. Por decirlo sin delicadeza, ya habrá tiempo de tirarlo todo cuando mueran. Es algo que también aprendí gracias a una clienta.
Esta otra clienta era una profesora universitaria en la cuarentena que solía vivir sola pero tuvo que trasladarse a un apartamento más grande para vivir con sus padres, ya mayores. Los dos ancianos habían tenido una librería de viejo y eran grandes amantes de los libros. Tras cerrar el negocio alquilaron un apartamento para guardar los ejemplares que les quedaban.
Dispuesta a acoger una cantidad ingente de libros en el traslado, la hija convirtió en almacén dos de las habitaciones del apartamento de tres dormitorios que había alquilado. “Los amigos se les mueren uno tras otro, cada vez tienen menos movilidad física y van perdiendo la memoria. No quiero que, con todas las pérdidas que sufren a diario, tengan que perder además algo tan importante para ellos”.
Como profesional de la limpieza, comprendí que, por más que dominemos la técnica del orden, nuestro trabajo no se limita a deshacernos de las cosas.
La soledad de las ciudades promueve el síndrome de Diógenes
Como en las ciudades la inmensa mayoría de las personas vive en apartamentos, los encargos de limpieza de gomiyashiki corresponden principalmente a ese tipo de viviendas. A pesar de vivir pared con pared con los vecinos, nadie suele darse cuenta de lo que pasa en el apartamento contiguo. La gente no sabe ni cómo se llaman los vecinos ni si entran o salen de sus casas.
Aunque los vecinos se quejen de olores insoportables a los administradores del edificio, la ley impide actuar de forma inmediata. Mientras se consideran las medidas a adoptar, va pasando el tiempo y la situación empeora. Cuando recibimos un encargo y nos ponemos a sacar montañas de cosas de un apartamento, los vecinos del edificio actúan como si el tema no fuera con ellos. Es como estar en una isla desierta, a pesar de que no paran de pasar personas.
Antes había vecinas entrometidas que increpaban al inquilino para que sacase la basura y le preguntaban por la causa del mal olor, llegando incluso a abrir la puerta para comprobar qué pasaba dentro de su vivienda. En la actualidad, en cambio, todos procuran no relacionarse con nadie para evitar problemas. Puede que la disolución del vínculo entre las personas sea uno de los factores que se hallan tras la aparición del síndrome de Diógenes.
Un paraguas ha de costar al menos 15.000 yenes
Otro de los factores que influyen en la proliferación del síndrome de Diógenes es la popularización de los productos de bajo precio a raíz de la deflación que se desarrolló durante los treinta años de la era Heisei (1989-2019). Con la irrupción de las tiendas de todo a 100 yenes, la moda rápida y el comercio electrónico, con su feroz competencia de precios, nos hemos acostumbrado a comprar productos baratos de usar y tirar. Hay muchas personas que solo adquieren artículos de bajo coste a pesar de gozar de unos ingresos elevados.
Hace algunos años, de la vivienda de uno de nuestros clientes salió una montaña de paraguas de 300 yenes, varios cientos de corbatas baratas y un montón de relojes de marca falsos. Le dije al interesado “Tienes que comprar paraguas de al menos 15.000 yenes, trajes de 50.000 y relojes de marca auténticos. Ten el valor de sustituir tus posesiones por otras más caras”.
Los paraguas de 300 yenes son tan baratos que se nos olvidan en el paragüero del restaurante y los compramos en las tiendas de conveniencia sin pensarlo ni un segundo. Cuando uno tiene un paraguas de 15.000 yenes, en cambio, no le apetece usar otro de plástico y va con cuidado de no olvidárselo por ahí. Un reloj que cuesta un millón de yenes no lo dejamos en cualquier sitio de la casa hasta perderlo de vista, sino que lo cuidamos para que nos dure toda la vida.
En el transcurso de un año, aquel cliente fue sustituyendo los objetos baratos por otros más caros, cambiando al mismo tiempo de estilo y filosofía de vida. Además encontró un buen trabajo con un sueldo mejor que el anterior.
A veces pienso que sin las tiendas de conveniencia, las tiendas de todo a 100 yenes y el comercio electrónico, el negocio de la limpieza de gomiyashiki no se sostendría. Comprar cosas baratas de usar y tirar nos abarata como personas.
El orden sirve para enderezar la vida
Algunos de nuestros clientes nos encargan la limpieza de sus casas porque han de trasladarse repentinamente por trabajo o porque tienen que recibir una inspección del gas. Sin embargo, las motivaciones externas no sirven para poner fin al problema; el síndrome de Diógenes no se supera a menos que el afectado decida tomar medidas por iniciativa propia.
Además, no vale que la empresa de limpieza se encargue de vaciar la vivienda en media jornada, mientras el inquilino está fuera. En nuestra empresa la norma es que el cliente participe en la tarea. Asistir al proceso de ir limpiando la vivienda que estaba repleta de basura es como retroceder en el tiempo transcurrido en ese espacio. Con ello pretendemos evitar que el cliente vuelva a caer en sus viejos hábitos a los pocos meses.
Trabajar entre gusanos y hedores, a veces cubiertos de excrementos durante toda la jornada, no es tarea fácil. La mayoría de las personas a las que contratamos no aguantan ni tres días. Con todo, a veces nuestro trabajo nos permite cambiar la vida de alguien, como sucedió con aquella universitaria que estaba al borde del suicidio cuando accedimos a limpiarle la casa. Nuestra recompensa es tomar parte en los dramas humanos. Sin ello el trabajo no sería más que un sacrificio. El orden sirve para enderezar la vida de las personas. Estoy seguro de ello.
Fotografía del encabezado: El antes y el después de la limpieza de una vivienda con basura acumulada. (Fotografía: Mago no Te)
Reportaje y edición: Equipo editorial de Nippon.com.