La Embajada Iwakura: un viaje en busca de un futuro para Japón

Historia Cultura

En 1871, cuando el triunfo de la Restauración Meiji acababa apenas de dar forma a un nuevo Estado japonés, los líderes políticos de este movimiento, acompañados por una pléyade de funcionarios y jóvenes estudiantes, partieron en un viaje a ultramar cuyo objetivo era sentar las bases del nuevo Estado. La Embajada Iwakura permitió a sus más de 100 integrantes hacerse una clara idea de por dónde iban los tiros en el mundo de la época.

Figuras decisivas a su vuelta a Japón

El viaje fue como una concentración de estudios. El grupo se reunió casi diariamente para aprender los unos de los otros y toda esa experiencia y esos conocimientos compartidos fructificaron, a su regreso a Japón, en forma de decisiones políticas perfectamente adaptadas a la realidad. La columna vertebral de esas nuevas políticas fue el redescubrimiento de la máxima wakon-yōsai (aferrarse, como japoneses, al espíritu japonés, pero aceptando al mismo tiempo los conocimientos y técnicas occidentales), una idea que había sido preconizada ya desde los últimos años del shogunato por adelantados a su tiempo como Sakuma Shōzan (1811-1864) o Yokoi Shōnan (1809-1869), que supuso también redescubrir la importancia de otras dos ideas: fukoku kyōhei (enriquecer el país, reforzar el ejército) y shokusan kōgyō (aumentar la producción, fomentar la industria). Fue un gran mérito de los integrantes de este equipo haber corroborado que estas eran condiciones sine qua non para la supervivencia de Japón como Estado independiente.

Tras su regreso, los principales miembros de la embajada se las arreglaron para pararles los pies a quienes, dentro del nuevo Gobierno que entretanto había seguido funcionando, comenzaban a defender la idea de ocupar militarmente la península de Corea. Impidiéndolo, dieron un golpe de timón que permitió concentrar todas las fuerzas en los asuntos políticos internos. Evitaron también caer en cualquier radicalismo, haciendo saber claramente que seguirían una línea de apertura gradual. Fue Ōkubo quien, con un estilo autocrático de dictadura desarrollista, lideró el nuevo Gobierno. Después de la muerte de Kido y Ōkubo, el liderazgo pasó a manos de Itō Hirobumi, quien asumió la tarea de promulgar una Constitución genuinamente japonesa. En la nueva Constitución, la función que en los países occidentales desarrollaba el cristianismo pasa a ser desempeñada por el Emperador, que se constituye en nuevo centro motor. En esta decisión influyeron poderosamente las recomendaciones hechas en París por el estadístico Maurice Block (1816-1901), que valoró altamente el sistema imperial japonés, y en Viena por el economista y sociólogo Lorenz von Stein (1815-1890), quien juzgó razonable diseñar una Constitución basada en la tradición del país.

Líderes de la modernización

El principal objetivo del Estado Meiji fue preservar la independencia del país y una forma concreta de alcanzar dicha independencia era obtener una revisión de los tratados desiguales que había firmado Japón con ciertos países en los últimos años del shogunato. Para ello, ante todo era necesario modernizar Japón en todos los campos, desarrollando tecnológicamente su industria, dotándolo de una legislación moderna, etc. En la puesta en práctica de estos planes tuvieron un papel fundamental, siempre bajo la supervisión de Ōkubo, Itō y otros líderes, los jóvenes que habían partido al extranjero para continuar allí sus estudios. Pero avanzar en la occidentalización no significó que se olvidaran de mantener vivas las costumbres del Japón tradicional.

Entre los jóvenes formados en el extranjero que contribuyeron al aumento de la producción y al desarrollo industrial están el empresario Dan Takuma (1858-1932), que modernizó la minería del carbón, y el ingeniero Ōshima Takatō (1826-1901), que dio impulso a la extracción moderna del oro, la plata y el cobre. En el campo de la diplomacia destacaron Hayashi Tadasu (1850-1913), embajador en el Reino Unido cuando se firmó la alianza con este país, Kaneko Kentarō (1853-1942), que tuvo un importante papel en las conversaciones de paz subsiguientes a la Guerra Ruso-Japonesa, y Makino Nobuaki (1861-1949), que representó a Japón como embajador plenipotenciario en la Conferencia de Versalles. En la política interior destacaron Yasuba Yasukazu (1835-1899), que fue gobernador de varias prefecturas, y Tanaka Mitsuaki (1843-1939), que ejerció como ministro de la Casa Imperial. En la educación, Tanaka Fujimaro (1845-1909), que impulsó la implementación de las sucesivas leyes educativas, Yamada Akiyoshi (1844-1892), fundador de la Escuela de Derecho de Japón (futura Universidad Nihon), Niijima Jō (1843-1890), fundador de la Universidad Dōshisha, y la influyente educadora Tsuda Umeko (1864-1929), que estableció un instituto femenino de inglés que con el tiempo se convertiría en la Universidad Tsuda. En el periodismo, podríamos citar a Fukuchi Gen’ichirō (1841-1906), fundador del periódico Tōkyō Nichinichi Shimbun. En la atención médica, a Nagayo Sensai (1838-1902), que difundió por Japón la importancia de la higiene, entre otros.

Citaremos también a Inoue Kowashi (1844-1895), cuya implicación en la redacción de la Constitución Imperial, eje del nuevo Estado japonés, y en la del Edicto Imperial sobre la Educación fue de capital importancia. Finalmente, no podemos olvidar la figura de Kume Kunitake (1839-1931), que tomó buena nota de todo lo ocurrido durante este atípico periplo en su Beiō kairan jikki (“Relación de hechos acaecidos durante el viaje por América y Europa”), publicado en cinco volúmenes, una obra que resulta una magnífica prueba del alto nivel intelectual y educativo que tenían los japoneses de la época. Ha sido traducido también al inglés y hoy en día se considera una de las mejores muestras de la literatura documental de experiencias personales para conocer la civilización occidental.

Una generación que miró con desconfianza la dominación por la fuerza

Durante los primeros años de la era Meiji, esta primera generación de modernizadores de Japón quedó asombrada por los adelantos y comodidades que ofrecía la civilización occidental y se esforzó por obtenerlos y asimilarlos. Pero la insaciable persecución del beneficio no fue una idea que pudiese calar profundamente en sus corazones, ya que difería de los valores de control de los apetitos y autosuficiencia propios de Oriente y hacía necesaria la dominación por la fuerza, y no mediante un gobierno legítimo y virtuoso, como propugnaba la filosofía oriental. Desafortunadamente, sobre la siguiente generación ese tipo de pensamiento occidental ejerció una fuerte influencia. Y si bien la consecuencia fue que Japón se internase en la senda del militarismo, después de la Guerra hubo una violenta reacción contra él y el país abrazó el pacifismo de la nueva Constitución, convirtiéndose la no beligerancia en precepto y directriz básica del Estado.

Japón ha creado su propia civilización, la “civilización del wa (armonía)”, mediante la fusión de los dos grandes ejes culturales del mundo (el chino, con sus 5.000 años de historia, y el occidental, que se erige sobre la base de Grecia y Roma) con su propio pensamiento tradicional de respeto a la naturaleza encarnado en el sintoísmo. Hoy en día, cuando la occidentalización se abre camino en todos los rincones del mundo, Japón continúa respetando a su Emperador y acogiendo el espíritu de la concordia. Esto es lo que aspiraba a conseguir aquella generación fundacional de la era Meiji y en ello precisamente está la razón de ser del Japón de este siglo XXI marcado por la globalización.

Fotografía del encabezado: miembros principales de la Embajada Iwakura. De izquierda a derecha, Kido Takayoshi, Yamaguchi Naoyoshi, Iwakura Tomomi, Itō Hirobumi y Ōkubo Toshimichi. Fotografía tomada en San Francisco. (Colección del Archivo Prefectural de Yamaguchi)

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