La Embajada Iwakura: un viaje en busca de un futuro para Japón

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Izumi Saburō [Perfil]

En 1871, cuando el triunfo de la Restauración Meiji acababa apenas de dar forma a un nuevo Estado japonés, los líderes políticos de este movimiento, acompañados por una pléyade de funcionarios y jóvenes estudiantes, partieron en un viaje a ultramar cuyo objetivo era sentar las bases del nuevo Estado. La Embajada Iwakura permitió a sus más de 100 integrantes hacerse una clara idea de por dónde iban los tiros en el mundo de la época.

Luces y sombras de la civilización occidental

La misión, conformada por un núcleo central y una serie de equipos organizados por cada ministerio, era un cuerpo exploratorio con objetivos de estudio perfectamente definidos de antemano. Llevó a cabo investigaciones serias y concienzudas, visitando 12 países y 120 ciudades y pueblos, y pasando exhaustiva revista transversalmente a los principales campos en que se manifestaba la civilización occidental, desde la política y la administración del Estado hasta la cultura y el ocio, pasando por el ejército, la diplomacia, la economía, la industria, la educación, la religión o los transportes y comunicaciones. En todos estos países fueron recibidos por soberanos, jefes de ejecutivos, máximos responsables de grandes empresas y científicos de primera fila, esforzándose siempre sus integrantes por comprender y captar la realidad de la civilización occidental.

La misión partió del puerto de Yokohama el 23 de diciembre de 1871 y regresó a Japón el 13 de septiembre de 1873.
La misión partió del puerto de Yokohama el 23 de diciembre de 1871 y regresó a Japón el 13 de septiembre de 1873.

Los integrantes de la embajada observaron desapasionadamente las potencias occidentales para descubrir dónde se hallaba el secreto de aquella prosperidad tan evidente. Y comprendieron que esa prosperidad era el resultado de la interacción de avances técnicos, industria y comercio, pero también fruto de la seria y perseverante aplicación al trabajo de aquellos pueblos. Pusieron especial interés en el Reino Unido, cuyas regiones recorrieron para inspeccionar exhaustivamente el ferrocarril, las comunicaciones y otras muchas instalaciones, desde las de la minería del carbón o la industria siderúrgica hasta las plantas de fabricación de diversos tipos de maquinaria o de producción de cerveza o galletas. Pudieron así tomarle el pulso a la revolución industrial que estaba ocurriendo en aquel país. Y supieron también que aquellos progresos no se remontaban en la historia más allá de 40 o 50 años.

Vieron, pues, toda la luz de la civilización occidental, pero también sus sombras. En Londres, que entonces se encontraba en la cúspide de su prosperidad, había suburbios donde se hacinaban los desposeídos. No dejaron estos barrios de recibir la visita de los japoneses. Delitos como los fraudes o los atracos estaban a la orden del día, y también de ellos tuvieron cumplida noticia. La florida París, cima de la cultura y de la civilización, vivía uno de los periodos más trágicos de su historia, pues acababa de caer a los pies de Alemania y de experimentar una sangrienta derrota de la Comuna. Y en Berlín escucharon del mismísimo canciller Bismarck un relato de cómo su país había sufrido en carne propia el principio de la ley del más fuerte. A su regreso en barco, visitaron también varios países árabes y asiáticos, donde vieron con sus propios ojos sórdidos burdeles, revueltas de nativos en Sumatra, compraventa de opio en Hong Kong y otras muchas situaciones que les permitieron sentir vivamente la mísera condición a la que habían caído los países dominados por las grandes potencias.

Aprendieron también de una forma muy real las diferencias entre los sistemas políticos de los países. Estados Unidos era un país de territorio inmenso, historia muy corta y ambiente social muy diferente al japonés. Rusia, gobernado por una monarquía absoluta, era el país más atrasado de los que visitaron, mientras que Bélgica, Holanda y Suiza resultaban comparativamente demasiado pequeños. En el grupo cundió la idea de que, como se había previsto, el Reino Unido debía ser el modelo, pero que por el momento lo más adecuado era imitar los modos y sistemas alemanes. Comprendieron en qué fase de desarrollo civilizador se encontraba Japón en el contexto mundial y que sería posible alcanzar a las potencias en algunos decenios, pero, sabiendo al mismo tiempo que dicha apertura no ocurriría de la noche a la mañana, adoptaron una actitud gradualista de avance paulatino y seguro.

El descubrimiento que más conmoción les causó fue saber que el principal sostén espiritual de la civilización occidental era el cristianismo. Advirtieron que esta religión era fundamento de la ética de las personas y base de su diligencia. La gran cuestión era, entonces, encontrar en Japón algo que pudiera hacer la función del cristianismo.

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Escritor de no-ficción. Graduado por la Facultad de Economía de la Universidad de Hitotsubashi. Nacido en 1935, a partir de 1976 dedicó ocho años a investigar la Embajada Iwakura. En 1996 estableció el grupo Beiōa Kairan no Kai (“Sociedad de la Embajada Iwakura”), a través del cual ha organizado círculos de lectura e investigación del registro sobre la citada embajada dejado por uno de sus integrantes, Kume Kunitake. Entre sus principales obras cabe citar Iwakura Shisetsudan: Hokori-takaki otoko-tachi no monogatari (“La Embajada Iwakura: un relato de hombres orgullosos”; Shōdensha, 2019), Itō Hirobumi no seinen jidai: Ōbei taiken kara nani wo mananda ka (“La época juvenil de Itō Hirobumi: ¿Qué aprendió de su experiencia en Europa y América?”; ídem), Seinen Shibusawa Eiichi no Ōshū taiken (“Experiencia europea del joven Shibusawa Eiichi”; ídem), o Iwakura Shisetsudan to iu bōken (“La aventura de la Embajada Iwakura”; Bungei Shunjū, 2004).

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