
Tesoros nacionales vivientes: el esmero llevado al extremo
Kiritake Kanjūrō, un titiritero del ‘bunraku’ que respira con sus personajes
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El secreto es respirar al unísono
Aquel día, en el Teatro Nacional de Bunraku de Osaka, considerado la meca del teatro de títeres bunraku, se representaba la versión completa de la obra Kanadehon Chūshingura, uno de los tres grandes clásicos de esta arte escénica nacida en el periodo Edo (1603-1868).
Esta obra, una dramatización de un suceso real protagonizado por un grupo de samuráis sin señor de Akō, recoge toda la sangre vertida y todo el dolor que se ocultan bajo una heroica historia de venganza por honor.
Kiritake Kanjūrō manejaba el títere que representa a Hayano Kanpei, un malhadado personaje sumido en la tragedia, que primero sufre el oprobio de no haber estado junto a su señor cuando más lo necesitaba y luego, exiliado en la aldea natal de su esposa, donde se emplea como cazador, termina suicidándose, creyendo erróneamente haber matado a su suegro por accidente.
En escena, el títere manejado por Kanjūrō parece cobrar vida y expresa magníficamente la profunda tristeza que impregna el corazón del desventurado Kanpei. Al trabajo de Kanjūrō se suman armoniosamente los otros dos elementos del ningyō jōruri bunraku: la narración a cargo del tayū y la música del shamisen, instrumento musical de tres cuerdas, creando una atmósfera rebosante de emociones.
El trágico malentendido se desvela cuando Kanpei ya se ha clavado la espada en el vientre, pero sus últimos instantes son de felicidad, pues vive lo suficiente para poder demostrar la lealtad que profesaba a su finado señor rubricando con su sangre el renpanjō, documento por medio del cual los samuráis juramentados que se disponían a vengar la muerte de aquel expresaban su solidaridad y determinación. Llegado a este punto de la historia, se corta el hilo de vida que alentaba en este títere. Y, súbitamente, este deja de ser un vivaz personaje para convertirse en un objeto inerte.
“Siempre tengo en mente que hay que respirar al compás del personaje. Si este contiene el aliento, lo contengo yo también, y si se sobresalta, yo me sobresalto con él. Por otra parte, un guerrero y una dama no respiran de la misma forma. Si no respiras como el personaje, nunca conseguirás que el títere lo represente”.
Cuando está en comunión con su títere, es la forma de respirar de Kanjūrō lo que insufla vida al títere y lo que se la quita.
“A mí me gustan mucho los personajes del estilo de Kanpei, que llamamos teoi (“heridos”). Sufren por una herida que llevan, pero no acaban de morir. En la representación, son 15 o 20 minutos de agonía en los que cada palabra, cada movimiento, pesan dolorosamente. Su respiración va cambiando, no es la misma cuando acaban de recibir la herida y cuando la muerte está ya próxima. Entonces, los hombros suben y bajan, sin poder ahondar por eso la respiración, que cada vez es más débil. Cuando se trata de conseguir representar de la mejor manera todos esos pequeños detalles, profundizar más y más en el personaje siempre compensa”.
Cada títere es movido por tres personas. El omozukai se encarga de la cabeza y de la mano derecha; el hidarizukai, de la mano izquierda, con la que recibe y entrega cosas, y el ashizukai se hace cargo de las piernas. La destreza con la que esta tríada sincroniza sus movimientos permite expresar todo tipo de emociones y estados mentales. Cada giro de la cara, cada temblor de los dedos causa una fuerte impresión en el espectador.
Kiritake Kanjūrō con el títere que representa a Hayano Kanpei.
“Lo que confiere al bunraku un carácter tan especial entre todas las variedades de teatro de títeres o marionetas que hay en el mundo, que no son pocas, es esa técnica con la que tres personas accionan un único títere. En cada representación los miembros de esa tríada cambian y siempre deben compenetrarse, pese a las diferencias en cuanto a talento o a experiencia. Si esto es posible, es gracias a las señales que hace el omozukai. Durante toda la representación el omozukai envía esas señales, que los otros dos deben interpretar correctamente para conseguir una perfecta compenetración. Eso es lo que hace posible esos movimientos tan característicos de los títeres del bunraku”.
Como ayudante después de las clases
Llegar a ser un omozukai en el mundo del bunraku no es nada fácil. Se dice que, para desempeñar cabalmente esa función, primero hay que acumular 10 años de experiencia como ashizukai y luego otros 15 como hidarizukai. Kanjūrō hizo sus pinitos cuando cursaba el primer curso de la educación secundaria (12-13 años).
“Mi padre, también titiritero, me dijo un día: ‘Andamos faltos de ayuda, ¿por qué no echas una mano?’. Al terminar las clases en la escuela me fui al teatro y allí, sin ningún entrenamiento ni preparación previa, me hizo subir al escenario y sostener las piernas del muñeco. Físicamente, yo no estaba preparado para ese trabajo y se me hizo durísimo. Al principio no le encontré ningún interés”.
Pese a ello, Kanjūrō continuó ayudando en el escenario.
No por herencia, sino por capacidad
“Como realmente andaban faltos de gente, cuando iba a ayudar notaba que todos me trataban muy bien. Conforme iba yendo a las funciones, le fui cogiendo el gusto a eso de mover las piernas de un muñeco como si tuviera vida, y empecé a pensar que ese trabajo incluso podría llegar a dárseme bien. En el último curso de la secundaria, cuando tenía 14 años, viendo también que me había apartado de los estudios y no iba a pasar al bachillerato, le dije a mi padre seriamente que quería dedicarme a aquello”.
Pero en el bunraku, a diferencia de lo que ocurre en otras artes tradicionales, los papeles no se transmiten hereditariamente, sino por competencia o capacidad. Lo duro comienza una vez que estás dentro.
“El oficio del titiriteo es difícil transmitirlo oralmente. Por mucho que preguntes a los más veteranos o a tus maestros, no consigues que te enseñen nada. Igual, te dicen: ‘¡no te compliques y muévelo con más brío!’, cosas por el estilo. Así que la única manera es ver cómo lo hacen los demás, imitar e ir acumulando experiencia con los errores. Se empieza siendo ashizukai y los primeros pasos son increíblemente duros. En las escenas en que el títere está sentado, todo el rato tienes que estar con las piernas flexionadas y el cuello inclinado hacia atrás. Días y más días de aguantar y aguantar, nada más”.
Pero se dice que, una vez que accedes a los arcanos del oficio, ya no puedes echarte atrás.
“El ashizukai trabaja en contacto físico con el omozukai, que es siempre un gran veterano al que respetas, y es como contemplar un espectáculo desde una tribuna de honor. Cuando ves que el veterano, o el maestro, ha hecho algo magistral, que te ha encantado, tratas de robarle esa técnica, y el que más aprende en esos casos es el ashizukai. Porque el ashizukai está en una posición que le permite, mientas mueve las piernas del títere, empaparse del arte de su maestro. Cuando, como ashizukai, empecé a ver todo lo interesante que tiene este oficio y a divertirme, ya no pude dejarlo. Ahora ya puedo decir con plena confianza que no hay nadie al que le guste esto tanto como a mí”.
Las posibilidades de una técnica única
El maestro de Kanjūrō ha sido Yoshida Minosuke III, reconocido como tesoro nacional viviente en 1994. Fue su propio padre, Kiritake Kanjūrō II, que en 1982 había recibido ese mismo reconocimiento, quien le recomendó que se hiciera su discípulo. Y eso es lo que hizo. En su libro Ichi-nichi ni hito-moji manabeba (“Si cada día aprendes una letra…”, editorial Kominike Shuppan), Kanjūrō consigna algunos de sus recuerdos de aquella época.
Como titiritero, mi maestro era único: en el momento en que tomaba el títere en sus manos, parecía convertirse él mismo en un títere. Pero eso no estaba a mi alcance. Si me hubiera forzado a mí mismo a hacerlo de esa misma manera, ya hace mucho que estaría acabado. Poco después de entrar en su escuela, me dijo: “Como lo hago yo, tú no vas a poder hacerlo nunca. Si quieres, puedo enseñarte a hacerlo, pero no te va a servir. Lo que tienes que hacer es encontrar tu propia manera”. También por aquella enseñanza le estoy muy agradecido.
En 2021, después de haber recorrido su propio camino tal como le aconsejó su maestro, Kanjūrō fue reconocido como tesoro nacional viviente. Accedía así al mismo rango que ostentaban tanto su padre como su maestro. En el escrito de justificación, la Agencia de Asuntos Culturales valoraba en Kanjūrō el elevado nivel de su interpretación de las técnicas del manejo tradicional de los títeres del ningyō jōruri bunraku, y el talento que ha demostrado en un amplio abanico que incluye personajes femeninos y masculinos.
“Después de casi sesenta años en esto, técnicamente ya no siento aquella inseguridad. Pero sigo teniendo la sensación de que todavía puedo hacer algo más, de que la técnica de la tríada encierra otras muchas posibilidades. Aunque sé perfectamente que lo clásico es siempre soberbio y que no es fácil hacer algo que pueda superarlo, las ganas de afrontar nuevos retos no me abandonan”.
Kanjūrō ha probado a escribir sus propias obras y está tratando también de hacer colaboraciones o fusiones con otros géneros artísticos. Últimamente ha dirigido también experimentos muy novedosos, en los que tramoyas y decorados han sido sustituidos por animaciones. En septiembre de 2024 completó una exitosa gira de actuaciones que lo llevó a cinco ciudades estadounidenses.
“Las artes escénicas son posibles porque hay alguien que las ve, y en el caso del bunraku no puede decirse que hoy en día tengamos un público demasiado amplio. Es un problema muy serio. Lo primero es conseguir que la gente vaya a ver el bunraku. Cuando lo vean, estoy seguro de que lo encontrarán fascinante. Tenemos que hacer, al mismo tiempo, un esfuerzo por difundirlo, porque somos responsables de hacer que este arte pase a la siguiente generación. Hay muchas cosas que hacer”.
Kiritake Kanjūrō durante una actuación en la sección Gekū del santuario sintoísta de Ise (marzo de 2017). En sus manos, el títere del personaje llamado Kitsune Tadanobu, de la obra Yoshitsune Senbonzakura. (Fotografía: Kitchen Minoru)
Reportaje y texto: Sugihara Yuka, redacción de Power News
Fotografías: Mizuno Hiroshi
(Traducido al español del original en japonés.)