
Tesoros nacionales vivientes: el esmero llevado al extremo
Murose Kazumi: un enamorado de la laca que extrae nuevos brillos a la tradición
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Un año no es nada en el arte del lacado
“La artesanía de la laca es la luz hecha decoración. El lustre del intenso negro de la laca y la brillantez del oro son los elementos perfectos para reproducir un resplandor”.
Esta artesanía, en la que el líquido que se extrae del árbol de la laca (urushi no ki) se utiliza para proteger o decorar boles de madera, ha sido una de las más importantes de la tradición cultural del país, abarcando desde las más finas obras de arte hasta los más modestos objetos caseros de uso cotidiano. Para hacer sus obras, Murose Kazumi se sirve de la compleja técnica del togidashi makie, en la que se espolvorea oro para formar figuras sobre la laca.
El fubako (caja escritorio) Tenkei, que combina el makie con las incrustaciones de nácar. Fue presentado en la 70.ª edición de la Nihon Dentō Kōgeiten (Exposición de Artesanía Tradicional de Japón). (Fotografía cortesía de la Asociación de Kōgei de Japón)
Una de las creaciones de Murose es el fubako o caja escritorio bautizado Tenkei (“Gracia del Cielo”), finalizada en 2023. Sobre la superficie de laca pulida como un espejo, polvos de oro de diferentes tonalidades, formas y texturas van formando capas superpuestas, dando una gran sensación de tridimensionalidad.
“He representado una escena de ardillas jugueteando alrededor de vides que fructifican generosamente al calor del sol. Quería expresar el poder de la luz solar, que ampara las vidas de animales y plantas, y todos los dones y beneficios que los humanos recibimos del sol”.
Su elaboración requiere mucho tiempo. Primero, la caja de madera que sirve de base se refuerza con un paño de lino. Luego se le da la primera capa de laca, que debe secarse completamente para ser pulimentada. Se le aplica entonces la segunda capa, y así sucesivamente. Solo entonces comienza el proceso de decoración. En Tenkei, las hojas de la vid y los rayos del sol se dibujaron primero con laca; luego, se espolvoreó sobre esas partes polvo de oro, percutiendo con el dedo el instrumento llamado funzutsu. A ello se superpuso una nueva capa de laca, que fue raspada con carboncillo para extraer de nuevo los motivos dibujados. Las ardillas y los granos de uva se hicieron de nácar. Los fragmentos de concha deben ser cortados y pegados cuidadosamente. El acabado consiste en un nuevo pulido con la barrita de carbón.
Espolvoreado del oro con funzutsu.
“Un año pasa enseguida mientras vas superponiendo las capas de laca sobre la base. El proceso de decorado, en el caso de un objeto como el Tenkei (con una superficie próxima a una hoja tamaño A4 y algo más de 10 centímetros de altura), puede llevarte otro año, y si a eso le sumas lo que te cuesta trazar la idea, se te van tres o cuatro años en el trabajo. Los objetos lacados van endureciéndose y fortaleciéndose con el tiempo, ganan también en transparencia, y si se conservan bien pueden durar quinientos años. En este trabajo los ciclos son muy largos y te sientes trasladado a un eje temporal diferente del habitual”.
Transmisión no verbal
El padre de Murose Kazumi, Shunji, fue un artesano lacador. Tenía su taller en un rincón de la casa familiar. Para su hijo, el taller era su lugar de recreo.
“Tenía 7 u 8 años y me entró el capricho de tener una maqueta de plástico de una lancha motora. En cuanto se lo dije a mi padre, hizo un armazón de tablas, lo forró con una cartulina gruesa dándole forma de barco y lo barnizó con aceite de anacardo, que hace las veces de la laca. El resultado no fue precisamente una “lancha motora”, más bien parecía alguna embarcación tradicional japonesa, pero yo me lo pasé muy bien jugando con ella en la bañera y desde entonces me interesé por los trabajos manuales. Ahora que lo pienso, aquello fue una forma de enseñarme manualidades no mediante la palabra, sino en la práctica”.
Grandes artistas del lacado como Rokkaku Daijō, quien luego fue profesor de esa disciplina en la Universidad de las Artes de Tokio, o Masumura Mashiki, quien en 1978 fue reconocido como “portador de patrimonio intangible de importancia”, es decir, como tesoro nacional viviente, por su aportación en el campo del kyūshitsu (lacado antiguo), visitaban a su padre a menudo. En este ambiente, su interés por la laca solo podía aumentar. Fue a los 14 años cuando, por primera vez de forma espontánea, pidió a su padre que le permitiera ayudarle en su trabajo, conociendo así el placer de la creación.
“Crecí viendo trabajar a mi padre y a mí me gustaba hacer cosas, así que desde el principio pensé en dedicarme al lacado. Pero no era una época en la que se pudiera vivir de eso. Cuando le preguntaba a mi padre, lo único que decía era que ese trabajo no daba para comer. Y cuando consultaba a los profesores de mi instituto de bachillerato sobre mi vocación, todos se oponían, diciendo que toda esa tradición era cosa del pasado y estaba acabada. Ya sabía a lo que me enfrentaba, pero decidí, de todos modos, asistir a la defunción de este arte”.
Cuando ingresó en la Universidad de las Artes de Tokio, visitó a Matsuda Gonroku (tesoro nacional viviente en el campo del makie desde 1955) que había sido maestro de su padre, para informarle del paso que había dado.
“No puedo olvidar los nervios que pasé. Por mi edad, podía ser su nieto, pero se estuvo medio día conmigo, hablándome con cariño del arte del lacado. Desde entonces, para mí el maestro Matsuda es mi ideal de persona”.
Matsuda no le habló de cómo se fabricaban esos objetos. Le habló de la disposición de ánimo necesaria, de la filosofía de esa forma de arte.
“Entre las cosas que me enseñó fue la máxima de ‘aprende de las personas, aprende de las cosas, aprende de la naturaleza’. Las personas son los maestros, los compañeros mayores y todos los que van por delante. Las cosas son las obras del pasado y las técnicas que nos han legado quienes nos preceden. La naturaleza son la laca y el resto de los productos de origen animal y vegetal, y la energía. De todos ellos hay que aprender. Cuando pienso en lo que quiero expresar a través del lacado, tengo muy en cuenta esa máxima”.
Sobre la fabricación en sí y sus técnicas, aprendió los fundamentos con su padre. Luego, en el posgrado, amplió mucho su campo expresivo con el profesor Taguchi Yoshikuni (tesoro nacional viviente en el makie desde 1989).
“La técnica no puede enseñarse, es algo que vas asimilando a través de los errores, como una experiencia propia. En realidad, los errores que has cometido son tu patrimonio”.
La tradición como acumulación de innovaciones
Pero no era nada fácil sobrevivir como artesano lacador, ni siquiera con una dedicación completa.
“Cuando empecé a conseguir cierto número de compradores para mis obras, rondaba ya los 50 años. Hasta entonces no fui capaz de mantener con este trabajo. Tenía que dedicar los días a restaurar obras de arte y a enseñar mi oficio, reservando las noches para la labor creativa. Aun así, me sentía satisfecho de estar haciendo lo que me gustaba”.
Pero esta realidad le permitió a Murose aprender mucho de la labor de conservación de los bienes culturales. Al frente de un equipo de 18 investigadores y técnicos, se encargó de hacer una réplica de la cajita denominada Ume Makie Tebako (“Cofrecillo” o “Joyero de los Ciruelos en Flor”) , del periodo Kamakura (1185-1333), declarada tesoro nacional.
“Hasta entonces, no me permitía dudar de que las superficies doradas del makie había que hacerlas de forma que el color quedase perfectamente uniforme, pero gracias a ese encargo me di cuenta de que en el makie del periodo Kamakura se aprovechaba el carácter de cada partícula de oro. Me di cuenta entonces de que en el arte todas las formas expresivas son posibles y esto me liberó”.
La réplica solo estuvo finalizada en 1998, tres años después de haberse puesto en marcha el proyecto. Murose tenía 48 años. A raíz de esta experiencia, comenzó a raspar él mismo los bloques de oro, para extraer de ellos partículas intencionadamente diversas en cuanto a forma y granulado, para tratar de dar sensación de volumen a sus obras.
Saikō (“Luces de color”), una cajita en forma de prisma octogonal redondeado con makie e incrustaciones de nácar, que presentó en el año 2000, a los 50 años, plasma el nuevo estilo que adoptó Murose y consiguió el Premio Gobernador de Tokio en la Nihon Dentō Kōgeiten (Exposición de Artesanía Tradicional de Japón).
Saikō, caja octogonal con makie e incrustaciones de nácar, presentada en la 47 edición de la Nihon Dentō Kōgeiten (Exposición de Artesanía Tradicional de Japón). (Fotografía Cortesía de la Asociación de Kōgei de Japón)
En la cultura del makie, que tiene más de 1.200 años de antigüedad, el negro y el dorado siempre han sido los colores dominantes. Sobre la base de esa tradición, en mi obra Saikō utilicé nácar y kanshitsuko (polvo de laca seca) para dar colorido y dispuse partículas de oro de formas variadas en capas superpuestas para tratar de dar sensación de profundidad”.
“Tenemos la idea de que en la artesanía tradicional se conservan las técnicas y la estética heredada del pasado sin variaciones, pero, aunque las técnicas básicas no cambien, tanto los materiales como la expresión artística va evolucionando. Yo creo que, por decirlo de algún modo, la tradición es una sucesión de innovaciones. Por eso, para mí, esta obra en la que conseguí una expresión que hasta entonces no había conseguido, tiene un significado muy especial”.
En 2008, Murose fue designado portador de patrimonio cultural intangible de importancia en el campo del makie. En la justificación de la distinción otorgada, se valoraba especialmente la capacidad con la que Murose sumaba a las técnicas tradicionales ideas propias, para conseguir así un rico colorido. “Sus obras”, dice el texto hecho público por la Agencia de Asuntos Culturales en 2008, “se caracterizan por la belleza de su diseño y composición, que les da un toque de modernidad, y por su dignidad y estilo”.
El arte nos enriquece a todos
Murose ha dedicado también muchos esfuerzos a difundir la cultura del lacado. En 2007 presentó algunas de sus obras en una exposición del Museo Británico. En aquella ocasión, dio una conferencia e hizo una demostración. A raíz de esa experiencia, tomó Londres como base de difusión de la cultura del lacado. En el Museo Victoria y Alberto, ha dirigido estudios sobre la artesanía de la laca y enseñado técnicas de reparación durante más de 20 años.
Además, a fin de difundir el conocimiento de la laca entre los menores japoneses, todos los años organiza un taller infantil en Japón. La idea surgió con ocasión del Gran Terremoto del Este de Japón de marzo de 2011 y, comenzando en 2012, se mantiene hasta el presente.
“Lo que uno mismo puede hacer es muy limitado. Pero pensé que, si conseguía difundir lo maravilloso que es el lacado y la artesanía en general, la cultura de la laca tendría continuidad una vez que yo ya no esté aquí. Por eso, creo que una de las cosas que tengo que hacer es ayudar a la transmisión de la cultura de Japón”.
Entre la labor creativa y la difusión de la cultura, Murose no para un momento. ¿Pero de dónde saca tanta energía?
“Si no fuese por la laca, seguramente no habría llegado hasta aquí. La laca es realmente increíble. Para empezar, me gustaría que la gente tomara una auténtica vasija lacada en sus manos, que sintiera ese tacto tan rico y al mismo tiempo tan ligero que tienen, es una sensación táctil tan maravillosa que ablanda el ánimo. El arte nos enriquece espiritualmente. Creo firmemente que ganándole nuevos adeptos estamos contribuyendo a hacer nuestras vidas más fecundas”.
Reportaje y texto: Sugihara Yuka, redacción de Power News.
Fotografías: Mori Masatoshi
(Traducido al español del original en japonés.)
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