Tesoros nacionales vivientes: el esmero llevado al extremo
Ōsumi Yukie, una artista en el masculino mundo de los metales
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Inmortalizar lo efímero
“En realidad, los metales no son duros. Son blandos. Cuando los trabajas para hacer vasijas, los metales como la plata se van calentando en tus manos, como si se fundieran contigo, y van adoptando las formas que deseas”.
Yo pensaba, desde luego, que los metales eran duros. Pero las obras de Ōsumi Yukie, pese a su suntuosidad, muestran una peculiar blandura. Exactamente como ella dice.
Esta obra, por ejemplo, ¿no ofrece precisamente ese aspecto? Es un florero hecho en plata, cobre y shakudō (aleación de cobre con un pequeño porcentaje de oro). Bautizado Akai umi (“Mar rojo”), sugiere un mar teñido por el arrebol vespertino.
“Será porque pasé mi infancia en una zona rural de la prefectura de Shizuoka, pero me llaman mucho la atención las cosas de la naturaleza. Me gusta mucho inmortalizar en vasijas motivos tan fluctuantes como las olas, el viento o las nubes. Los metales, tan duraderos y resistentes, están en las antípodas del carácter efímero de los fenómenos naturales. Por eso, son materiales ideales para hacer de lo fluctuante algo permanente”.
Las obras de Ōsumi combinan dos técnicas básicas: el tankin, por el que se hacen vasijas batiendo un metal con martillo de madera o metálico, y el chōkin, por el que el metal se labra a cincel. El proceso de creación es muy complejo.
Un material que se hace
En el caso del florero de plata repujada “Zuiun” (“Nube auspiciosa”), el primer paso del proceso fue calentar a soplete una plancha de plata y depositarla sobre una base cóncava de madera, un lecho de arena y otros elementos, para ir batiéndola pacientemente con martillo de madera o metálico dándole forma de plato. Cuando la forma estuvo conseguida, se continuó batiendo con martillo de madera para darle esa forma ahuecada similar a una nube. El siguiente paso fue marcar en la superficie el patrón de diseño para la decoración incisa, en la que usa un martillo muy fino para dejar intactas las crestas o aristas. Seguidamente, se utilizó un cincel, golpeándolo con un pequeño martillo, para hacer pequeñas incisiones en vertical, horizontal y diagonal. En ellas se pone un pan de plomo y se va incrustando con un cincel de sauce, retirando el material sobrante y completando la incrustación con martillo metálico. Es la técnica llamada nunome zōgan.
“Para completar una pieza se necesitan entre tres meses y medio año. Tiene su parte dura, pero los metales son materiales que responden con gran sensibilidad a la fuerza que se les aplica, materiales que ‘se hacen eco’ de los golpes. Si lo comparamos con la cerámica, esta se consigue mediante la cocción y su acabado depende en gran medida de la fuerza del fuego. Frente a esto, en la metalistería el resultado final suele ser según lo previsto, ya que ninguna fase del proceso se confía a la naturaleza. En cuanto a la forma final, para que resulte bello al metal se le exige que esté trabajado con esmero y que no presente imperfecciones. Esta peculiaridad del metal encaja muy bien con mi carácter y creo que esa es una de las razones por las que he continuado adelante con este trabajo durante tantos años”.
Ōsumi decidió dedicarse a trabajar los metales en sus años de universidad. Atraída por el mundo del arte y de la belleza ingresó en la Universidad de las Artes de Tokio. Aunque su intención original era estudiar la historia del arte, pronto se dio cuenta de que estaba rodeada de creadores, de gente que pintaba y esculpía. A ella le había gustado desde pequeña hacer cosas con las manos y muy pronto se decidió a probar suerte en algún campo.
“Cuando era niña, la clase de manualidades era la que más ilusión me hacía. En casa, solía hacer muñecos con chiyogami (hojas de papel estampado con diversos diseños para trabajos manuales) y los donaba a un jardín de infancia. Así que tampoco es tan extraño que siendo ya universitaria me sintiera atraída por la creación artística”.
Fusión de las enseñanzas de sus tres maestros
Al arte prefirió la artesanía, que conjuga la belleza con la practicidad. Pero para saber qué campo de la artesanía era el más indicado para ella, pensó que primero debía familiarizarse en alguna medida con las técnicas prácticas y con los materiales. Por eso, se inició en la cerámica, el tintado, el lacado y otras artes. Como la rigidez del programa universitario le impedía hacerlo como parte de su currículo, buscó su camino fuera de la universidad.
“Trabajar los metales es una actividad físicamente exigente, un mundo principalmente masculino que en aquella época estaba casi cerrado a las mujeres. Pero la arcilla resultó ser un material blando e imprevisible, la laca me parecía muy agresiva para la piel y así fui descartando campos hasta que al final solo me quedaron los metales. Bueno, una razón más seria que esa fue mi atracción hacia los metales. Esa sensación de dignidad que transmiten, especialmente ese color y ese brillo tan profundo y elegante que tienen el oro y la plata, ejercieron sobre mí un influjo irresistible”.
Por lo que respecta a la adquisición de técnicas, comenzó haciendo accesorios en el aula de tallado de un alumno más veterano de su universidad. Y tras graduarse, gracias a sus contactos logró ser aceptada como discípula de Katsura Moriyuki, número uno indiscutible en accesorios metálicos como los obidome, broches para adornar el obi o faja del kimono. Conforme iba descubriendo los secretos del arte, vio que no solo le gustaba el repujado de los accesorios decorativos adheridos a vasijas, sino que quería también probar a hacer dichas vasijas.
Para conseguirlo, por presentación de Katsura entró como aprendiz en el taller de Sekiya Shirō, que en 1977 había sido declarado “tesoro nacional viviente” en el tankin (martillado). Con él aprendió la técnica de fabricación de las vasijas tsuchimeji, que llevan en su superficie relieves repujados. Después, se sintió atraída por la referida técnica del nunome zōgan, en la que se tallan en las superficies metálicas relieves, dándoles una textura similar a la de un tejido. No satisfecha con ello, pasó a aprender más tarde de Kashima Ikkoku, declarado “tesoro nacional viviente” en 1979 en el campo del chōkin (cincelado).
“Hago mis vasijas sobre la base de las técnicas chōkin en las que me inició mi maestro Katsura, utilizando también la técnica de tankin que aprendí del maestro Sekiya en las vasijas tsuchimeji, y las labro al estilo nunome zōgan que me enseñó el maestro Kashima. Grosso modo, mi estilo artístico se formó fusionando las técnicas de mis maestros. He sido muy afortunada de tener a estos maestros”.
Una dedicación no exclusiva
Así fue como Ōsumi aprendió y depuró su técnica. Pero, como hemos dicho, la metalistería es un mundo dominado por los hombres y un mercado en el que la demanda no abunda. Enseguida comprendió que no le sería posible mantenerse trabajando solamente en este campo.
Sin embargo, en aquella época en que lo normal era que las mujeres se casasen y dedicasen a las tareas domésticas, en sus propias palabras, ella estaba dispuesta a vivir de algo, aunque no supiera muy bien qué era ese algo, así que siguió perfeccionado las técnicas adquiridas mientras se empleaba en diversos trabajos.
Inmediatamente después de su graduación en la universidad comenzó a trabajar como profesora de arte a tiempo parcial. En cosa de un año, era examinadora de la Oficina de Patentes de Japón, donde se encargó de inspeccionar las solicitudes de patente para nuevos diseños industriales. Pero tampoco aquí duró más de un año, pues halló que el ambiente de trabajo no era de su agrado. Entonces, durante algún tiempo, tuvo varios trabajos ocasionales en el campo del diseño. Terminado ese periodo, volvió a la Universidad de las Artes de Tokio, donde estuvo ocho años como profesora ayudante, tras lo cual pasó a la Universidad Kasei de Tokio como profesora titular. Fue a los 41 años cuando, por primera vez, obtuvo un puesto fijo.
“Estuve en la Universidad Kasei de Tokio hasta cinco años antes de la jubilación, en un momento en que mi madre había pasado ya de los 90 años y necesitaba ayuda. En la universidad, establecimos la sección de Expresión Plástica, de la que fui nombrada directora, y abrimos la asignatura de Metalistería, logrando integrar esta disciplina en el programa de estudios. Aun así, no dejé nunca mi actividad creativa y seguí exponiendo mis obras. Estaba horriblemente ocupada. Resistí porque era joven”.
De esta forma, Ōsumi consiguió depurar al máximo sus técnicas artesanales. Y fue en 2015, a los 69 años, cuando le llegó el máximo reconocimiento y fue declarada “portadora de patrimonio cultural intangible de importancia”, es decir, “tesoro nacional viviente” en tankin. En la justificación de tal reconocimiento, la gubernamental Agencia de Asuntos Culturales de Japón afirmó que Ōsumi había conseguido “establecer un estilo artístico muy personal, con un fuerte sentido moderno, que le permite producir vasijas en las que fluctuantes crestas se alían con el peculiar colorido de los metales para resaltar la belleza de unas formas ricas en volumen”. Ōsumi se convirtió así en la primera mujer que obtenía ese reconocimiento en el campo de la metalistería.
“La decisión me sorprendió, pues era algo que no había previsto en absoluto. Pero como mujer, no siento particularmente ninguna presión. Sucedió así, y punto. En mi trabajo, sigo sintiendo que tengo que corregir muchas cosas. Pero quizás en estos últimos… 10 años, tengo la sensación de que los metales me hablan, me dicen cosas como que ya no quieren doblarse más, y desde que me ocurre eso mi trabajo me resulta todavía más entretenido. Ahora mi interés se centra en esas formas que llegan espontáneamente, mientras yo dialogo con los materiales”.
Homo faber
Al entrar en contacto con objetos tan sofisticados, uno acaba pensando que el monozukuri (fabricación artesanal de objetos) es algo muy especial. Ōsumi puntualiza: “Igual que los pájaros hacen sus nidos, el hombre es un animal que fabrica cosas. Y creo que lo característico del hombre es una capacidad innata para tratar de hacer conscientemente cosas bellas. Vivimos en una época en que podemos comprar cualquier cosa, aparentemente rica, pero a mí me parece muy insustancial esta vida en la que nos hemos acostumbrado a beber té en botella de plástico y ya no lo hacemos en tetera. El problema es que, pese a que crear cosas es parte de la esencia humana, nos hemos olvidado de eso. Yo vengo haciendo estas cosas simplemente porque me gusta hacerlas, pero si además consiguiera, como efecto complementario, que viendo las cosas que hacemos los artesanos y usándolas la gente se diera cuenta de ese hecho, sería para mí miel sobre hojuelas. Y creo que esa es precisamente la fuerza que encierra la artesanía”.
Entrevista y texto: Sugihara Yuka, redacción de Power News.
Fotografías de la entrevistada: Yokozeki Kazuhiro.
Fotografía del encabezado: Kawakami Teruaki.
(Traducido al español del original en japonés.)