Tras los pasos de los “cristianos escondidos” en la novela 'Silencio' de Endō Shusaku
El misterio de Chijiwa Miguel: 20 años de indagaciones en el enterramiento de Ikiriki
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Continuación del artículo anterior: El misterio de Chijiwa Miguel: el viaje de la Embajada Tenshō de Nagasaki a Roma
En busca del dueño de la “tumba de Miguel”
Ōishi llegó al convencimiento de que lo que los vecinos del área habían considerado durante muchas generaciones “lápida de Genba” (Chijiwa Genba, hijo de Miguel), presidía en realidad la tumba de Miguel y su esposa. Estamos en Yamagawauchi, una zona montañosa que perteneció al extinto municipio de Ikiriki, y que actualmente forma parte de la ciudad de Isahaya, en la prefectura de Nagasaki.
Se basaba, para empezar, en la inscripción de la lápida de piedra. En el anverso de la lápida pueden verse dos nombres póstumos budistas. Uno de ellos corresponde a un hombre; el otro, a una mujer. Junto a estos nombres, cuya lectura correcta se desconoce, aparecen dos fechas de fallecimiento: día 12 y día 14 del duodécimo mes del noveno año de la era Kan’ei. Todo indica que se trata del enterramiento de un matrimonio.
En el reverso aparece el nombre de Chijiwa Genba, quien, según la documentación del señorío de Ōmura, fue el cuarto hijo de Seizaemon, nombre que adoptó Chijiwa Miguel cuando pasó a trabajar como funcionario de dicho señorío. Si aceptamos que la fecha del anverso, correspondiente a 1633 del calendario occidental, es la del fallecimiento de Genba, debió de morir cuando estaba en la primera mitad de la veintena o muy poco después. No parece lógico pensar que los dos miembros del matrimonio fallecieran, uno inmediatamente después del otro, a tan tempranas edades. Resulta más natural pensar que Genba fue quien elevó la lápida, de ahí que inscribiera su nombre, en memoria de “cierto matrimonio”.
La cuestión era, entonces, quiénes eran aquellos esposos. Después de examinar cuidadosamente todos los personajes del entorno de Genba, Ōishi llegó a la conclusión, por eliminación del resto de posibilidades, de que tenía que tratarse de Miguel y su esposa, es decir, de los padres de Genba.
Por supuesto, era una conclusión obtenida exclusivamente de fuentes documentales. Si es que podían obtenerse nuevas pistas sobre la identidad de los enterrados y sobre la vida de Miguel a su regreso a Japón, rodeada de un halo de misterio, tales pistas solo podían estar en un lugar: bajo aquella lápida.
Para poder hacer una investigación en regla, lo primero era obtener la autorización del propietario del terreno.
Ya que, como se ha dicho, el terreno estaba comprendido entonces en el municipio de Tarami, consultaron con su alcalde, quien le reveló, tras la pertinente consulta en el catastro, que el propietario de la parcela en cuestión era alguien llamado Asada Kinzaburō. De ciertos ideogramas característicos que aparecían en la inscripción, Ōishi creyó ver la señal de que la lápida podía ser relacionada con alguno de los templos de la secta budista Nichiren. Por elucidar esta relación se desplazó hasta Kinkaitonemachi, dentro del término municipal de Nagasaki, donde está el templo de Jishōji.
El Jishōji fue erigido en 1658 por los Asada, que ejercieron como administradores del castillo del señorío de Ōmura. Allí, entre las tablillas mortuorias de las sucesivas generaciones de Asada, Ōishi encontró los dos nombres póstumos grabados en la lápida de Ikiriki. Luego Ōishi visitó el panteón familiar de los Asada, en la ciudad de Ōmura, donde descubrió el nombre de Asada Kinzaburō.
A juzgar por el árbol genealógico de los Asada que se conserva en el citado templo, la hija mayor de Chijiwa Genba se casó con un miembro de la familia.
Con esto quedaba probado que los Asada, administradores de Ōmura, estuvieron directamente implicados en el enterramiento de Ikiriki, y que esa relación se mantuvo después de la Restauración Meiji, en la segunda mitad del siglo XIX.
Asada Kinzaburō trasladó su residencia a Tokio en 1887 y murió ese mismo año. Por suerte, un descendiente de los Ōmura conocido de Ōishi había tenido trato con Kinzaburō y guardaba una postal recibida de él en la que constaba su número de teléfono. Llamando a ese número, Ōishi se enteró de que el descendiente de decimoséptima generación de los Asada vivía en Kawasaki. Había localizado, de este modo, a los descendientes directos de los Asada, propietarios del terreno de Ikiriki.
Poner luz en la oscuridad
Al enterarse, por medio de Ōishi, de que era descendiente directo de Chijiwa Miguel, Asada Masahiko se quedó asombrado. De la Embajada a Europa de los Jóvenes de la Era Tenshō recordaba vagamente haber aprendido algo en la escuela, pero ni siquiera sabía que uno de ellos se llamase Miguel.
Durante la visita que Asada hizo a Ikiriki, Ōishi le informó cumplidamente de todos los detalles que se conocen sobre la vida de Miguel.
Lo más misterioso del caso era que, junto a los nombres póstumos encontrados en las tablillas del templo Jishōji, no figurasen los nombres que aquellos personajes usaron en vida. Solo se decía: “Sin nombre”. La razón que llevó a ocultar dichos nombres, por supuesto, se desconoce. Pero Asada, como cabeza de la decimoséptima generación del linaje, se sentía llamado a poner luz en la oscuridad.
En la comunidad local de Ikiriki las noticias de que la tumba iba a ser excavada habían creado también muchas expectativas. Después de descubrirse la lápida de Ikiriki, en el barrio de Chijiwa de la ciudad de Unzen, lugar natal de Miguel, se había creado la Sociedad de Estudios sobre Chijiwa Miguel. Y en Tarami, donde se ubica Ikiriki, se había empezado a estudiar también la figura histórica de Miguel mediante la creación de la Sociedad de Amigos de la Historia de Tarami.
Cargando con los costes de la investigación
Ōishi y Asada entraron entonces en una larga espera, confiando en que la administración local tomaría algún tipo de iniciativa. En la rueda de prensa en que se anunció el descubrimiento de la tumba de Miguel, el municipio de Tarami aseguró que estaba dispuesto a iniciar las excavaciones. Pero en 2005, un año después del descubrimiento, Tarami desapareció como tal municipio, quedando integrado en la ciudad de Isahaya. Esta circunstancia devolvió el proyecto de excavación a su punto inicial. En 2009, después de consultar a Ōishi, Asada comenzó a hacer los preparativos de la excavación, aunque tuvo que darle la forma de una investigación privada dentro de una operación de mantenimiento de enterramientos y bajo la supervisión del ayuntamiento.
Primero tuvo que hacer ante el registro el cambio de titularidad de la tierra, que estaba a nombre de su bisabuelo Kinzaburō. Habiendo fallecido hacía 120 años, entre Asada y él había más de 10 miembros de la familia con prioridad en la herencia y hubo que hablar con todos ellos respetando siempre ese orden sucesorio, lo que requirió cerca de un año. Después tuvo que plantearse otros problemas prácticos, como el costo que supondrían las obras, el tiempo que costaría hacerlas y cómo reunir el personal necesario. A sus cincuenta y pocos años, Asada estaba muy ocupado con su trabajo. Aprovechando al máximo las vacaciones que le concedía su empresa, vivió aquel año a caballo entre Kawasaki y Nagasaki.
Especial importancia tenía el problema de cuándo comenzar las excavaciones. Los alrededores de la tumba estaban ocupados por huertos de mandarinos, que es el producto agrícola más destacado de Ikiriki, y había que pensar también en la cosecha del arroz, que ocupaba la mano de obra local. Esto limitaba el periodo posible para las excavaciones a los meses de agosto y septiembre, durante el descanso de las labores agrícolas. Lo que fue muy satisfactorio fue comprobar que los de Ikiriki estaban dispuestos a trabajar como voluntarios.
Como responsable de la investigación se invitó al profesor de la Universidad de Beppu y director del Instituto del Patrimonio Cultural Tanaka Yūsuke. La coordinación general de las obras la hizo Ōishi. Así, en septiembre de 2014 fue posible dar inicio a los trabajos. Habían pasado 10 años desde el descubrimiento.
La ingenua idea de que todo podría hacerse de una vez
“Al principio, pensé que sería posible hacerlo todo de una vez. Había que cavar frente a la lápida y empezarían a salir los huesos. Y si salía un rosario, sería prueba de que el enterrado era católico”, recuerda Asada.
Pero no bien comenzaron las excavaciones, toparon con un sillar de gran grosor. No era algo que pudiera tratarse manualmente. Una semana después, habían desistido del intento.
Pero no quedaron con las manos vacías. Sabían ahora que aquella lápida de piedra apenas pulimentada situada entre las hierbas silvestres de una olvidada colina descansaba sobre grandes sillares. “Esto solo puede ser la tumba de algún poderoso personaje”, se dijo Ōishi.
Probó a utilizar un radar de penetración terrestre, que reveló lo que parecía ser un sarcófago para cadáveres en posición sentada. Este método permitía seguir adelante sin romper la cimentación.
La segunda fase se llevó a cabo en septiembre de 2016. Esta vez, por debajo de la grava, apareció una capa de piedras que resultó tener un grosor de más de 50 centímetros. De continuar la excavación hacia abajo, se habría puesto en peligro la estabilidad de la lápida. Otra vez, las labores quedaron interrumpidas.
Unos lugareños muy comprometidos
Asada se sentía en deuda con todas las personas que habían colaborado en la excavación desinteresadamente. “Siento deciros”, les confesó, “que un simple empleado como yo no puede permitirse afrontar los costes por más tiempo. Me apena deciros que tengo que poner fin a las excavaciones”. La reacción fue unánime. Todos los que habían ayudado en las dos fases estaban admirados de que un personaje tan importante descansase junto al lugar donde ellos vivían. Y le mostraron su disposición a seguir colaborando.
Un mes más tarde, bajo la iniciativa del ex vicegobernador de Nagasaki Tateishi Satoru, oriundo de Tarami, se creó el Comité Ejecutivo para la Excavación de la Tumba de Chijiwa Miguel. El comité comenzó a recoger fondos.
Pruebas de fe y un cuerpo que se resiste a aparecer
La tercera fase, iniciada en septiembre de 2017, trajo resultados de mucho mayor calibre que los obtenidos en las dos fases anteriores. Retiradas la lápida y la cimentación por medio de una grúa, se descubrió una losa de piedra a modo de tapa. Retirada también esta, comprobaron que bajo ella había un hueco, y en el hueco abalorios y fragmentos de vidrio como ajuar funerario. Se oyeron gritos de satisfacción.
Junto a estos objetos, además de un fémur y otros restos óseos, se descubrió también parte de una dentadura. Un estudio realizado por la Universidad de Nagasaki reveló que eran los restos de una mujer. La esposa de Miguel.
Pero el otro cuerpo no aparecía. Dado que había dos nombres póstumos grabados en la lápida, sería ilógico que no aparecieran los restos de dos personas. Miguel tenía que estar por alguna parte. Desgraciadamente, el plazo previsto para esta fase había concluido.
Habían salido restos cristianos. Si su esposa era católica, era muy probable que Miguel hubiera muerto también siendo católico. Asada propuso a los miembros del comité iniciar una cuarta fase.
Pero en la tercera fase sus miembros habían conseguido donaciones por un valor superior a los 7.000.000 de yenes y, además, habían “sudado la camiseta” como voluntarios en las excavaciones. Que volvieran a hacerlo era demasiado pedir.
Asada lo vio claro. Una vez más, debía ser él quien tomara la iniciativa.
La cuarta fase se preveía de mayor envergadura aún que la tercera. La superficie excavada debía ser el doble que la anterior. Asada había renunciado definitivamente a su trabajo después de haber retrasado el momento de su jubilación y estaba concentrado en las excavaciones, y eso significaba que ya no podía depender solo de sus propios fondos para seguir adelante. Fue entonces cuando la empresa de medición de parcelas con la que habían trabajado en la tercera fase propuso convocar una microfinanciación colectiva (crowdfunding) y abrir un sitio web oficial ad hoc, añadiendo que ella misma se encargaría de hacerlo. Simultáneamente, se organizaron conferencias en muchos lugares y se solicitó a los asistentes que colaborasen económicamente.
Por estas vías se consiguieron en total 10 millones de yenes y en agosto de 2021 fue posible dar inicio, una vez pasada la pandemia del coronavirus, a la cuarta fase de excavaciones. Por supuesto, todos los colaboradores de la tercera fase continuaron prestando su apoyo.
Como era de prever, apareció un segundo cuerpo, correspondiente a un varón adulto.
Tras muchas deliberaciones en el seno de la Comisión de Orientación de las Excavaciones en la tumba de Chijiwa Miguel, formada por expertos, su presidente, el profesor de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Waseda Tanigawa Akio, quien había presidido anteriormente la Sociedad de Arqueología de Japón, presentó un informe según el cual se juzgaba fuera de toda duda que los enterrados en aquella tumba eran Miguel y su esposa.
Basándose en las conclusiones de la Comisión de Orientación, Ōishi y Asada trabajaron durante dos años elaborando un gran número de informes y análisis que han ido presentando en marzo de este año a los Gobiernos locales correspondientes. El 18 de mayo de este año, organizaron una reunión informativa final en el Museo de Arte e Historia de Isahaya, a la que invitaron a todas las personas que habían colaborado en las excavaciones. Fue la coronación de 20 años de trabajos.
Miguel o la búsqueda de la universalidad en la religión
Y bien. ¿Abandonó o no abandonó Miguel la fe católica?
Asada comenta sobre su postura al respecto: “Yo he decidido no inmiscuirse en esa discusión. Diga lo que diga, es posible que la gente acabe interpretándolo como una opinión parcial de un descendiente de Miguel, y en todo caso prefiero dejar ese asunto en manos de los expertos”.
“Por supuesto”, continúa, “para mí sería una gran alegría que se restituyera el honor de Miguel. Pero una alegría todavía mayor a esa es haber visto que los vecinos se implicaban en las labores de excavación como si fuera algo propio. Esto es algo de lo que me enteré después, pero este grado de implicación es muy poco común en las excavaciones privadas”.
Ōishi, por su parte, dice que la íntima convicción de que Miguel no fue un apóstata es lo que lo ha sostenido durante estos 20 años.
“Que dejó la Compañía de Jesús es un hecho. Pero que abjurase del cristianismo y se integrase en la secta budista Nichiren, eso solo lo dicen los misioneros en su correspondencia. Las excavaciones que hemos realizado acreditan casi con total seguridad que no abjuró de su fe. Yo creo que Miguel, desde su tumba, se alegra de que se le haya restituido su honor”.
Al iniciar sus estudios sobre lápidas, Ōishi hizo entrevistas a los fieles católicos de Chijiwa, aldea natal de Miguel. No puede olvidar lo que le dijo un anciano que, tiempo atrás, había estado trabajando en Hirado. Allí, un compañero de trabajo le dijo: “¿O sea que eres de Chijiwa? ¡Entonces eres de donde el ‘Oninko’!”.
“Oninko” (ogrillo) era una forma de referirse a Miguel. Le pareció sorprendente que su fama se hubiera transmitido con aquel apelativo tan deshonroso. Pero al mismo tiempo, pensó que en círculos cristianos japoneses debió de haber alguna poderosa razón para hacer a Miguel blanco de tales ataques.
En la segunda mitad del siglo XVI, durante sus actividades de proselitismo en Japón, la compañía de Jesús incurrió repetidamente en comportamientos reprobables, como la destrucción de templos budistas y santuarios sintoístas. Además, pesaba sobre ella la sospecha de que planeaba destruir el Gran Santuario de Ise y de que hacía la vista gorda a que los mercaderes portugueses embarcasen a japoneses para venderlos en el extranjero como esclavos. Este cúmulo de sospechas fueron el contexto en el que el hombre fuerte del Japón de la época, Hideyoshi, emitió su edicto de expulsión de los misioneros.
“Miguel conocía esta faceta negativa de la Compañía de Jesús. Yo creo que, como persona pura que era, debió de sentirse defraudado y desesperado, y que fueron esos sentimientos los que le llevaron finalmente a dejar la Compañía, a sabiendas de que sería blanco de ataques”.
La afirmación de la Compañía de Jesús de que Miguel se convirtió al budismo de la secta Nichiren para ser empleado por el señorío de Ōmura tampoco es acorde con los hechos históricos, pues fue precisamente entonces cuando el número de cristianos en el señorío de Ōmura alcanzó su máximo histórico. Tal vez, el señor feudal Ōmura Yoshiaki, que era primo de Miguel, lo acogió sabiendo que era cristiano con la ilusión de crear en sus dominios un “reino cristiano”. Y viendo lo espléndido de su sepultura, parece la de alguien que vivió sin cargo de conciencia, desde luego no encaja con esa fama que le pusieron de “mala hierba que nunca muere”, ni parece que su vida tras su regreso a Japón fuera la de uno de esos traidores que vagan por los caminos sin tener dónde caerse muertos”.
Se dice que, cuando partió hacia Europa, dijo que se sentía habitante y ciudadano del mundo.
“En su pensamiento siempre estuvo la idea de ser ‘ciudadano del mundo’. Por eso, siempre otorgó la mayor consideración a la universalidad de la religión y comprendió la importancia de la inculturación, por lo que valoró también la tradición y la cultura de Japón. Esa es la conclusión a la que he llegado”, concluye Ōishi.
Imagen del encabezado: un momento de la excursión a la tumba de Chijiwa Miguel y su esposa del 23 de marzo de 2024. Organizada por el Museo de la Historia y la Cultura de Nagasaki, contó con participantes de la prefectura de Nagasaki y de otras prefecturas, que atendieron con sumo interés las explicaciones de Ōishi Kazuhisa. (Fotografía de Amano Hisaki)
(Traducido al español del original en japonés.)