Tras los pasos de los “cristianos escondidos” en la novela 'Silencio' de Endō Shusaku
Los ‘kakure-kirishitan’ de Ikitsuki y Hirado, un ejemplo de perseverancia y coexistencia
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Una isla de ballenas y de cristianos escondidos
A las 6:30 de la mañana tomé un autobús de autopista frente a la estación de ferrocarril de Nagasaki que me llevó hasta la terminal de Sasebo. Allí, cambié al autobús de línea con destino a la isla de Hirado, y en la parada Hirado Sanbashi, a un segundo autobús de línea con el que llegué a otra isla próxima, la de Ikitsuki. Me apeé en el parque que se extiende a los pies del gran puente de Ikitsuki. Estos viajes en pequeñas líneas locales le hacen sentirse a uno protagonista de alguno de esos programas en que famosos de la televisión visitan zonas rurales. En todo caso, una salida temprana asegura poder llegar al Museo de Ikitsuki – Shima no Yakata un poco antes del mediodía.
Recibe al visitante, frente a la entrada del museo, una representación artística de una ballena, pero lo verdaderamente impresionante viene una vez entramos en el museo, porque del techo de su salón principal cuelgan dos grandes esqueletos completos de estos mamíferos marinos. Bajo las osamentas, un gran diorama expone una escena de la forma tradicional de cazar el cetáceo.
Estamos, efectivamente, en zona ballenera. De hecho, en otros tiempos esta actividad fue la principal industria de la isla y, como tal, tuvo sus implicaciones también en la historia de las comunidades criptocristianas o kakure-kirishitan.
La captura tradicional de la ballena y la fe de los kakure-kirishitan son los dos grandes temas del museo y ambos quedan explicados de forma muy pedagógica mediante maquetas e imágenes hábilmente dispuestas.
Nakazono Shigeo, director del museo, hizo una breve exposición de la historia de las islas. “Esta región de Hirado tiene mucha historia”, explicó, “pues desde que se estableció la ruta marítima entre Hakata y Ningbo (China), lo que ocurrió entre finales de la Edad Antigua y principios de la Edad Media, Hirado tuvo un importante papel como puerto intermedio y fue por aquí por donde entraron a Japón muchos elementos religiosos y culturales del continente. El nombre de la isla de Ikitsuki aparece por primera vez en un documento escrito en la parte del libro histórico Shoku Nihon Kōki (869) en la que se narra cómo, en 839, regresó la última misión diplomática enviada por Japón a la China de la dinastía Tang”.
Una palabra con muchas grafías
Nakazono es un experto en los kakure-kirishitan que lleva 30 años entrevistando a las familias de la isla. Me parece la persona más indicada para plantearle una pequeña duda que tenía desde hacía tiempo. Cuando escribimos esa palabra en japonés, hay una gran variabilidad en la escritura, pues a veces se utilizan los ideogramas, otras veces el silabario hiragana y otras el katakana, existiendo además diversas combinaciones. Pero, ¿cambia el significado según la grafía utilizada?
Llamamos senpuku kirishitan (criptocristianos) a las personas que conservaron su fe cristiana durante la época de la prohibición, inscribiéndose en templos o santuarios para hacerse pasar por fieles budistas o sintoístas ante las autoridades. La prohibición se levantó en 1873, ya en la era Meiji. Se conviene en llamar simplemente “católicos” a los que, a partir de ese momento, se bautizaron y reintegraron a la Iglesia católica, y kakure-kirishitan a quienes prefirieron aferrarse a la forma de religiosidad heredada de sus antepasados. Pero, por alguna razón, no se ha llegado a un acuerdo sobre la forma de escribir esta palabra.
“En Ikitsuki, los creyentes no tienen una forma específica de referirse a su propia fe. Por ejemplo, cuando se trata de distinguirla de la fe de los actuales católicos, a veces a estos les llaman shin-kirishitan (“cristianos nuevos”), reservándose para sí mismos el apelativo de kyū-kirishitan o furu-kirishitan (ambos, “cristianos viejos”). Entre los estudiosos del tema, unos escriben la palabra kakure de una forma y otros de otra, según el matiz que quieran darle. Escribiéndola con ideogramas, el énfasis se pone en la naturaleza secreta o clandestina de la fe. Cuando se usa el silabario katakana, se resalta el hecho de que hoy en día ya no hace falta esconderse. Personalmente, yo uso el silabario hiragana, que es una solución ecléctica o intermedia”.
La música occidental más antigua de Japón
Asisto a una demostración de recitado de orashio, nombre tradicional de las oraciones de los kakure-kirishitan. Aquí, el secreto de la fe se ha mantenido en cada aldea y actualmente las orashio siguen recitándose en Ichibu, Sakaime, Motofure y Yamada. Hoy tenemos tres participantes en la aldea de Ichibu.
Las orashio se entonan en muchas ocasiones: fiestas anuales, matrimonios, funerales, ritos ligados a la agricultura, etcétera. Hunden sus raíces en las oraciones en portugués y en latín que se recitaron en las comunidades cristianas japonesas durante el siglo XVI.
La sesión llamada hitotoori dura unos 30 minutos. Es una serie de unas 30 orashio, que se recitan de memoria. Durante el hitotoori, los participantes hacen varios gestos: juntan las palmas de las manos en actitud orante, se persignan… Las tres últimas orashio, tituladas Raodate (Laudate), Najō, y Gururiyōza (Gloriosa), son del tipo uta-orashio u oraciones cantadas, y tienen su propia melodía. Las uta-orashio no se encuentran en ninguna otra comunidad kirishitan fuera de Ikitsuki y se consideran la muestra más antigua de música occidental en Japón.
“Esta Gururiyōza es, en su origen, una oración que se rezaba en España o Portugal en el siglo XVI. Más tarde penetró en la península ibérica otro estilo de Gloriosa, de origen italiano, y el estilo antiguo cayó en desuso. Pero en Ikitsuki se ha conservado de esta manera”, explica Nakazono.
Un estudio del musicólogo Minagawa Tatsuo estableció la identidad de texto y melodía entre esta Gururiyōza, que se conserva en la aldea de Ichibu, y la primera estrofa de un himno en latín del que en España se conserva una partitura datada en 1553. A continuación, la letra conservada en Ichibu y la estrofa original:
Gururiyōza:
“Gururiyōza dōmino,
ikisensa sundera shīdera
Kiteya kiyanbegurūride,
radasude sākura wōberi.
O gloriosa Domina:
“O gloriosa Domina,
excelsa super sidera,
qui te creavit, provide,
lactasti sacro ubere”.
(“Oh, Gloriosa Señora, excelsa sobre las estrellas, que amamantaste a Quien sabiamente te creó”. Traducción ofrecida en su página web por la fundación Cari Filii)
“Estas orashio no son traducciones al japonés del texto latino y por tanto en su escritura no se utilizan ideogramas, y esto ha llevado a algunos estudiosos a decir que son deformaciones, que no reflejan su significado religioso original. Pero las orashio nunca se utilizaron para transmitir la doctrina. Se entonaban para hacer llegar a Dios el sentir de los creyentes y por eso lo realmente importante es si reproducen sin errores la letra original”, sostiene Nakazono.
Las orashio de la isla de Ikitsuki siguen reproduciendo hoy en día de una forma aproximada las mismas palabras de las oraciones que llegaron a Japón. Las oraciones actualmente recitadas en Japón por los católicos, en cambio, han sufrido una transformación mucho más profunda.
Coexistencia con el budismo y el sintoísmo
Sobre la fe de los kakure-kirishitan, se han dicho y se han escrito cosas como que fue transformándose o deformándose desde el momento en que las autoridades japonesas prohibieron el cristianismo y los sacerdotes extranjeros abandonaron el país. Esta “teoría de la transformación durante la era de la prohibición” tiene un buen ejemplo en el Nihon shūkyō jiten (“Diccionario de las religiones de Japón”), una obra de Murakami Shigeyoshi publicada por la editorial Kōdansha en 1988. Según este diccionario, con la prohibición, las comunidades cristianas de Japón quedaron totalmente separadas de la Iglesia y desprovistas de su orientación espiritual, por lo que se vieron obligadas a transmitir la doctrina y la liturgia en una situación de aislamiento durante un largo periodo de tiempo. Por eso, con el paso del tiempo estas comunidades fueron apartándose de la doctrina y de la liturgia católicas originales, ahondando el sincretismo con su antigua religión.
Sin embargo, como muestra claramente el caso de la Gururiyōza, muchos contenidos que entre los católicos han ido transformándose, entre los kakure-kirishitan se han conservado a ultranza. Y Nakazono sostiene que esa tendencia a conservar las formas originales no solo se da en las orashio, sino también en otros aspectos de la vida, como los ritos agrícolas.
“En contra de la creencia generalizada, cuando los misioneros desaparecieron, los creyentes ya no supieron cómo ir cambiando las cosas y lo único que pudieron hacer fue dar continuidad a las formas heredadas con la mayor fidelidad posible. De hecho, es lo que dicen los líderes de las comunidades”, explica.
En las casas de los kakure-kirishitan de Ikitsuki se conservan objetos religiosos muy variados. Tienen pinturas y bordados colgantes, que son las plasmaciones más importantes de la fe propia de estas comunidades, pero también figuras del maestro budista Kūkai, popularmente conocido como Kōbō Daishi, altares budistas heredados de los antepasados, representaciones de los dioses sintoístas locales, etcétera. No es que su fe sea una mezcolanza de diversas religiones, sino que ha coexistido con el budismo y con el sintoísmo.
Koteda Yasutsune, que a mediados del siglo XVI era señor feudal de Ikitsuki y la costa oeste de Hirado, acordó con el misionero jesuita portugués Gaspar Vilela forzar a toda la población de sus dominios a convertirse al cristianismo. Los templos budistas fueron convertidos en iglesias cristianas y las imágenes que había en ellos fueron quemadas. Era la forma de actuar de una religión monoteísta, el catolicismo, que no consentía la existencia de otras religiones.
Por el contrario, durante la época de la prohibición, los aldeanos de Ikitsuki hicieron posible la coexistencia de cristianismo, budismo y sintoísmo, y cultivaron la fe en cada uno de ellos.
Durante la época de la prohibición, las autoridades japonesas extremaron las medidas represivas contra el cristianismo en los dominios de los daimios que se habían convertido a esta religión. Las islas de Hirado e Ikitsuki, sin embargo, pertenecían al clan Matsura, que ya había tomado algunas medidas represivas por propia iniciativa mucho antes de que el bakufu (Gobierno shogunal) promulgarse la prohibición. Paradójicamente, esta circunstancia tuvo el efecto de que el bakufu no ejerciera sobre esta parte de Japón una vigilancia tan estricta como en otras. Además, en Ikitsuki y Hirado había una historia de tolerancia hacia otras culturas y religiones. Esto permitió a los cristianos ejercer su religión más abiertamente que en otras comarcas cercanas, como la costa de Sotome o las islas Gotō. Ese peculiar carácter suele citarse entre las causas de que, cuando se levantó la prohibición, la mayoría de estas comunidades no sintiera la necesidad de reintegrarse al catolicismo “oficial”.
Al oír todas estas explicaciones sobre la supuesta “transformación” experimentada por el cristianismo en el seno de estas comunidades clandestinas, sentí una verdadera “transformación” en mi forma de ver el asunto.
En su novela Chinmoku (Silencio), Endō Shūsaku llama “débiles” a los cristianos que renegaron de su fe. Pero no parece que el problema pueda expresarse en términos tan simples. Quizás sea igualmente excesivo calificarlos de “fuertes”, pero, en todo caso, por la forma en que supieron persistir con flexibilidad y tolerancia, no parece que el primer adjetivo sea adecuado.
Transmitir las orashio a la posteridad
Las islas de Ikitsuki y Hirado son depositarias de un valioso patrimonio religioso del que las orashio no son más que una manifestación. Pero sobre el futuro de la fe de los kakure-kirishitan se ciernen negros nubarrones. Y esto, en una época en que, a raíz de la inclusión de los “Sitios relacionados con los cristianos ocultos en las regiones de Nagasaki y Amakusa” en el listado del patrimonio cultural de la humanidad de la UNESCO, el interés por estos temas dentro y fuera de nuestras fronteras no hace más que crecer.
“Tras el levantamiento de la prohibición”, comenta Nakazono, “en Ikitsuki casi todos los kakure-kirishitan continuaron con su forma de religiosidad, sin reincorporarse a la Iglesia católica. En 1954, algo menos del 90 % de los cerca de 11.000 habitantes de la isla se consideraban creyentes. Pero en 2017 su número había descendido hasta los 300 y hoy en día deben de ser ya menos de 200”.
“En Ichibu”, explica con tristeza Tanimoto Masatsugu, recitador de orashio nacido en 1956, “solo quedamos cuatro recitadores. Tres tienen más de 70 años, yo soy el más joven a los 67. Hemos tratado de conseguir continuadores, pero por mucho que buscamos no encontramos aspirantes. Prácticamente, las orashio ya solo se recitan en los funerales de la gente mayor y otros ritos budistas por los difuntos, lo que solo ocurre algunas pocas veces al año”.
Durante sus años de escolar, cuando la gente se reunía para celebrar el Año Nuevo o para los ritos agrícolas, había muchos adultos que sabían recitar las orashio.
“Recuerdo que de pequeño me bautizaron, pero esa forma de bautizo desapareció también hace unos 30 años. En las reuniones de recitado, las mujeres están muy atareadas porque tienen que preparar las comidas y hacer otros preparativos, pero ahora las mujeres también se van a trabajar fuera de casa y…”, reconoce.
En esta situación, este año Nakazono ha comenzado a digitalizar su colección de vídeos, cerca de 400 cintas tomadas desde 1995.
“La fe de los kakure-kirishitan esté tal vez destinada a extinguirse. Pero, aunque sea ya solo como un asunto cultural, a mí me gustaría dejar registro de esa fe y transmitirla a la posteridad para todo el mundo. Ese es el principal objetivo con el que se construyó este museo”, añade.
Katarina, un centro para la transmisión del patrimonio cultural
En la costa oeste de Hirado, la más próxima a Ikitsuki, hay un lugar que últimamente está atrayendo el interés de los turistas japoneses y extranjeros. Es la aldea de Kasuga, incluida en el patrimonio de la UNESCO. En esta aldea se practicaba desde antes de la introducción del cristianismo el culto al monte Yasumandake, y durante la época de la prohibición, sus habitantes mantuvieron su fe católica conjugándola con el culto a esta “montaña sagrada”.
Como, tras levantarse la prohibición, los kakure-kirishitan de Kasuga persistieron en su fe y no se reincorporaron a la Iglesia católica, en la aldea no hay iglesia.
Aunque las manifestaciones organizadas de fe desaparecieron de Kasuga con los últimos ritos celebrados en 1998, en abril de 2018 abrió sus puertas el Centro Informativo Katarina. Su nombre es una derivación del sustantivo kataribe, equivalente a “narrador” o “cuentacuentos”. Son los propios habitantes de la aldea los que, por turnos, van contando viejas historias a los visitantes, a los que agasajan con té, dulces y encurtidos tradicionales.
En la instalación hay una cámara instantánea con la que los visitantes pueden tomar fotos de los kataribe o de sí mismos, y colgarlas en un tablero o llevárselas de recuerdo. Un detalle muy “analógico” en esta época de lo digital.
El nombre de Katarina transmite simultáneamente la idea de “relacionarse mediante la narración” y de “sumarse a la actividad”, en el dialecto local. Es una palabra que transmite de una forma simple el compromiso de los habitantes de Kasuga de dar a conocer al mundo una cultura religiosa desarrollada a lo largo de muchas generaciones. (Continúa)
Fotografía del encabezado: Paisaje de terrazas agrícolas en Kasuga, una de las aldeas incluidas en el patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco. Gracias al esfuerzo de la población local, Kasuga ha conservado muchos de los elementos que estaban presentes en la época de la evangelización y en la posterior de represión del cristianismo. (Fotografía: PIXTA)
(Traducido al español del original en japonés.)
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