Tras los pasos de los “cristianos escondidos” en la novela 'Silencio' de Endō Shusaku
Las islas Gotō: la compleja historia de los cristianos de Nozaki y una misteriosa formación rocosa
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Buscaban el paraíso, hallaron el infierno
Los días de buena visibilidad, desde el promontorio en el que se alza el Museo Literario Endō Shūsaku (costa de Sotome, ciudad de Nagasaki) pueden verse algunas de las islas Gotō. Situado a 100 kilómetros de distancia, este archipiélago toma su nombre de las cinco islas principales que lo forman: Nakadōri, Wakamatsu, Naru, Hisaka y Fukue. Tiene otras muchas islas pobladas de menor tamaño, como Ojika o Uku, y multitud de islotes hasta un total de 152 masas de tierra.
La corriente marina cálida de Tsushima bendice el archipiélago con excelentes caladeros de pesca y modera su clima, asegurándole veranos relativamente frescos e inviernos templados.
Su litoral, incluido casi por completo en el Parque Nacional de Saikai, presenta una gran diversidad geomorfológica, con playas naturales y acantilados. En la novela Chinmoku (Silencio), el archipiélago aparece como lugar de nacimiento de Kichijirō, un cristiano cobarde, y como destino del padre Rodrigo, un misionero que llega procedente de la aldea de Tomogi, en Sotome, y permanece seis días en las islas. Algunos de los cristianos que sufren persecución en Tomogi buscan refugio en las zonas montañosas de las islas, pero son finalmente descubiertos y vendidos por Kichijirō a las autoridades.
El cristianismo llegó por primera vez a Gotō en 1566, es decir, 17 años después del desembarco de Francisco de Javier en Kagoshima. Con la construcción en la década de 1570 de una iglesia en la isla de Fukue, la nueva fe fue extendiéndose por el archipiélago.
Tras la rebelión de Shimabara-Amakusa (1637-1638), la represión llegó también a Gotō y las comunidades cristianas sufrieron un duro golpe, pero a finales del siglo XVIII se recuperaron con la llegada masiva de cristianos de Sotome. La comarca de Sotome reunía las condiciones necesarias para que la fe cristiana pudiera sobrevivir en la clandestinidad. Por una parte, quedaba relativamente lejos del escrutinio de la delegación en Nagasaki del Gobierno shogunal, que administraba directamente la ciudad. Por otra, estaba situada en la línea divisoria entre los señoríos de Ōmura y Saga, una línea muy complicada y con muchos exclaves, y sus pobladores se beneficiaban de esa indeterminación administrativa.
Al mismo tiempo, era una comarca de orografía muy accidentada y escasa tierra productiva, que no permitía a su población llevar una vida holgada. El señorío de Ōmura, que atravesaba una difícil situación económica, decidió contener el crecimiento demográfico exigiendo a los campesinos que sacrificasen a sus hijos salvando solo al varón primogénito, un pecado mortal según las enseñanzas cristianas. Justo entonces el vecino señorío de Gotō anunció que aceptaría que una parte de la población del de Ōmura se trasladase al archipiélago para roturar nuevas tierras. En Gotō la industria más importante era la caza de la ballena y no había suficiente población agrícola para surtir de arroz a los balleneros.
El primer grupo de 108 colonos dejó Sotome en 1797. Casi todos eran cristianos ocultos. Luego partieron otros muchos grupos hasta un total de más de 3.000 personas.
Pero lo que les esperaba en Gotō era la persecución por parte de los isleños y la penuria económica. Se les negó el acceso a los terrenos más favorables, permitiéndoseles roturar solamente en las partes montañosas de las islas principales o en las islas más apartadas, donde solo encontraban empinadas laderas que les obligaban a cultivar en estrechas terrazas.
“Todos quieren ir a Gotō, a Gotō, / donde la gente es buena y la tierra acogedora./ ‘¡Que Gotō es un paraíso!’, decía la gente al partir, / ‘¡que Gotō es un infierno, dicen los que allí se fueron!”. Tal es la elocuente letra de una canción que se extendió por las comunidades criptocristianas.
Cristianos simulando ser creyentes sintoístas
Cuatro de los 12 elementos constitutivos de los “Sitios de los cristianos ocultos en las regiones de Nagasaki y Amakusa” incluidos por la Unesco en la lista del patrimonio cultural de la humanidad están en este archipiélago. Todos son aldeas o restos de aldeas fundadas por los cristianos que llegaron de Sotome.
Entre ellos, me sentí especialmente atraído por los restos de las aldeas de la isla de Nozaki. Me propuse ver con mis propios ojos los dos simbólicos lugares de oración de la isla: la antigua iglesia de Nokubi, que se alza solitaria en un despoblado que mira al mar, y Oeishi, una misteriosa formación rocosa proxima al santuario sintoísta de Okinokōjima que podríamos llamar el “Stonehenge japonés”.
La isla de Nozaki está situada a dos kilómetros al este de la de Ojika, en el sector nororiental del archipiélago. Con sus 6,5 kilómetros de norte a sur y sus dos de este a oeste, tiene una extensión de 7,36 kilómetros cuadrados. Administrativamente, pertenece al municipio de Ojika.
Para llegar allí lo más habitual es partir desde el puerto de Sasebo, tomar el ferry (tres horas) o el servicio rápido (hora y media) hasta la isla de Ojika y allí hacer el trasbordo al Hamayū, un barco operado por este municipio.
Nozaki suele ser presentada como una isla deshabitada, lo cual no es totalmente cierto, pues el Centro de Aprendizaje en la Naturaleza de Nozaki, su única instalación de alojamiento, tiene un encargado que vive permanentemente allí, ocupándose también de guiar a los visitantes hasta la antigua iglesia y otros lugares de interés. Es el único habitante de Nozaki que aparece en el censo de población.
Para visitar la isla es necesario contactar primero con la Asociación de Turismo Insular, una entidad sin ánimo de lucro que organiza las excursiones a Nozaki. Así lo hice yo también.
Desde nuestro punto de encuentro en la sala de espera para salidas a islas vecinas del puerto de Ojika, subimos a bordo del Hamayū, que zarpó a las 7:25 de la mañana. Llegamos a Nozaki 35 minutos después, tras haber hecho una breve parada en la isla de Mushima.
Mi guía fue un miembro de la asociación llamado Suenaga Takayuki. Hice todo el recorrido por Nozaki escuchando sus explicaciones. Comenzamos la visita por la antigua residencia del sacerdote del santuario sintoísta de Okinokōjima.
El santuario fue fundado en 704 en el extremo norte de la isla, formando pareja con el de Jinokōjima, en la vecina Ojika, para proteger a los pasajeros de las embajadas diplomáticas y al resto de los viajeros que se dirigían a China desde Japón.
A principios del siglo XIX, dos familias de cristianos de Sotome se establecieron en la isla. Evitando mezclarse con la gente de la aldea de Nozaki, construyeron su propio asentamiento en la zona de Nokubi, donde no había colonos, y comenzaron a visitar el santuario sintoísta y a participar en sus ritos para no despertar sospechas.
Ciervos en la sabana
La otra antigua aldea cristiana de Nozaki está en la zona de Funamori, en el extremo sur de la isla. Su fundación se remonta a alrededor de 1840.
Según se cuenta, durante uno de sus viajes a la comarca de Sotome, el comerciante de Ojika Taguchi Tokuheiji encontró a tres hombres que miraban el mar apesadumbrados. Le dijeron que eran cristianos y que iban a ser ejecutados al día siguiente. Apiadándose de ellos, Taguchi los subió a su barco y los condujo a Ojika. Luego les dio trabajo y los destinó a la zona de Funamori de la isla de Nozaki, entonces despoblada. Hacia 1950, la población de la isla ascendía a más de 650 personas, distribuidas en tres aldeas: Nozaki, Nokubi y Funamori.
Con la fase de crecimiento económico acelerado que vivió Japón, hacer frente a las necesidades económicas dedicándose a la pesca o a la agricultura resultaba cada vez más difícil y los hombres comenzaron a emigrar temporalmente. En la isla no había hospitales ni diversión y esto fue empujando a los jóvenes a abandonarla. El ritmo de abandono fue creciendo hasta que en 1966 quedó desierta la aldea de Funamori. La de Nokubi corrió la misma suerte en 1971, debido a un traslado colectivo.
En la década de 1990 le tocó el turno a la aldea de Nozaki y el proceso de despoblación se completó en 2001 cuando el último habitante de la isla, el sacerdote del santuario sintoísta de Okinokōjima, la dejó.
Dejando atrás el despoblado en dirección al norte, el paisaje se va haciendo más amplio hasta dar paso a una gran extensión de hierbas bajas. La tierra es rojiza y el fuerte viento del mar retuerce los árboles. Cuando comenté que aquello parecía la sabana africana, Suenaga respondió que los ciervos terminan rápidamente con todo lo que encuentran, y que solo sobreviven las hierbas que no les agradan.
El hueco dejado por los humanos ha quedado cubierto por los ciervos, que ahora vagan a sus anchas por la isla en número próximo a las 400 cabezas.
Una iglesia que transmite hondos sentimientos
Llegamos después a la antigua iglesia, que se alza en una colina próxima a lo que fue la aldea de Nokubi. Cuando, en 1873, el Gobierno Meiji suprimió la legislación que prohibía el cristianismo, los cristianos de la isla de Nozaki salieron de la clandestinidad y se bautizaron, reincorporándose así a la Iglesia Católica. La actual iglesia, un sobrio edificio de ladrillo, data de 1908. Sorprende saber que su construcción fue proyectada y costeada por un pequeño grupo de 17 familias de fieles. “Los pobladores, que se dedicaban a la pesca del kibinago (Spratelloides gracilis), hicieron un fondo común para costearla”, explica Suenaga. Los cristianos de la isla, que durante tanto tiempo se habían visto compelidos a ocultar su fe, quisieron exteriorizarla de esta forma, construyendo en su aldea una verdadera iglesia de ladrillo. A fuerza de sacrificio, aquellos pobres pescadores se las arreglaron para reunir una cantidad de dinero equivalente a 200 millones de yenes de nuestros días.
Cuando abandonaron en grupo la aldea, la iglesia, que dejó así de ser su lugar de oración, fue cedida por el arzobispado de Nagasaki al municipio de Ojika, que en 1989 la restauró como parte de su patrimonio cultural. En 2011 fue declarada bien de importancia cultural del Estado.
Suenaga tiene un recuerdo imborrable en relación con esta iglesia. Uno de sus primeros días como guía, vio a una anciana sentada en los primeros escalones de la escalera que sube hasta la iglesia por su parte delantera. Los familiares que la acompañaban le dijeron que la mujer había vivido en la aldea y frecuentado la iglesia, y que aquel día la visitaba después de mucho tiempo. Quería subir y verla una vez más, pero la larga escalinata era demasiado para sus piernas. Suenaga les aconsejó que la condujeran por las escaleras de la parte trasera, cuyo ascenso era más fácil. Siguiendo su consejo, consiguieron llevarla hasta la iglesia.
Unos 30 minutos después,una hija de la anciana se dirigió a Suenaga para decirle lo mucho que representaba para ellos aquella iglesia, que condensaba el profundo sentimiento religioso de sus antepasados. “Le rogamos que siga cuidando de ella”, fueron sus palabras, que acompañó con una respetuosa inclinación de cabeza.
El estado de la iglesia va deteriorándose con el tiempo y los tifones van haciéndole mella. Restaurarla exige grandes esfuerzos humanos y económicos. “Pero nosotros estamos dispuestos a poner todo de nuestra parte para transmitir a la posteridad toda esa carga emocional de los creyentes”, dijo Suenaga en un susurro.
Capricho de la naturaleza o monumento megalítico
En el extremo norte de la isla de Nozaki está el referido santuario sintoísta de Okinokōjima y detrás de él la formación rocosa llamada Oeishi, que en tiempos pasados debió de ser el objeto natural de adoración en torno al cual se creó el santuario.
Se presenta como un descomunal dolmen con una altura de 24 metros, equivalente a un edificio de ocho plantas. Los pilares alcanzan una anchura de cerca de 12 metros y la losa que forma la cubierta tiene cinco metros de longitud, tres de anchura y dos de grosor. Se duda si es una formación natural o un monumento megalítico.
Llegar hasta el lugar desde la aldea de Nozaki supone una caminata de cerca de dos horas y media que entraña no pocos peligros, como caídas ladera abajo y ocasionales encuentros con jabalíes. Por esta razón, el municipio de Ojika establece que todas las visitas deben contar con la compañía de guías locales. Aunque mi visita a la isla la hice a principios de octubre, por desgracia padecimos un calor auténticamente veraniego que me hizo desistir de este exigente ejercicio de senderismo.
Mi interés por Oeishi nació a raíz de un evento organizado por el Gobierno prefectural de Nagasaki en septiembre con ocasión del quinto aniversario de la inclusión de estos sitios en el listado de la Unesco. En dicho evento, bajo el título de “Diario de mi aventura en torno a los cristianos ocultos” el aventurero Takahashi Daisuke (57 años) conferenció sobre su visita al lugar.
Takahashi, nacido en Akita en 1966, comenzó a recorrer los seis continentes siendo universitario. A los 36 años dejó la agencia de publicidad de Tokio en la que había trabajado durante 13, volvió a Akita y se dedicó de lleno a la aventura como freelance. Siguiendo el lema “Monogatari wo tabi suru” (“Recorrer los escenarios de famosos relatos”), viaja en pos de las historias mitológicas y leyendas del mundo e indaga in situ sobre ellas. Takahashi se dio a conocer en el mundo en 2005, al descubrir en una isla del Pacífico frente a la costa de Chile los restos de la cabaña en la que vivió Alexander Selkirk, un corsario cuya historia se cree que sirvió de inspiración a Daniel Defoe para escribir su novela Robinson Crusoe.
“Selkirk no pasó el tiempo en la playa, esperando la llegada de ayuda. Siendo británico, además de náufrago era un intruso en aquellas latitudes y debía evitar a toda costa ser descubierto por los españoles, dado que Inglaterra y España estaban en guerra. Traté de ponerme en la piel de un intruso que se ocultaba y después de 13 años de averiguaciones logré dar con los restos del lugar en el que había vivido”, explicó.
Ponerse en la piel de los cristianos escondidos
En el caso de los cristianos ocultos de Nozaki, Takahashi reparó en que siguieron la estrategia de hacerse pasar por creyentes sintoístas y frecuentar el santuario.
Según la documentación histórica, en tiempos remotos los creyentes sintoístas de la isla tomaron la formación rocosa de Oeishi por un torii o pórtico sintoísta natural. El torii representa el paso de lo profano a lo sagrado, de lo terrenal o lo celestial.
“Entonces, ¿qué veían los cristianos ocultos en aquellas grandes piedras, con qué sentimiento las contemplaban?”, se preguntó Takahashi. Un primer acercamiento a esta cuestión lo obtuvo de una lápida con la inscripción “Tenchi” (“cielo y tierra”, “universo”) y una cruz. La lápida fue hallada en la década de 1970 por una hermana española que estuvo viviendo algún tiempo en la isla, en los restos de la aldea de Funamori. ¿Sería aquel “Tenchi” la primera palabra de “Tenchi hajimari no koto”?
Tenchi hajimari no koto (“Sobre el principio de los tiempos”) es el título de un libro sobre temas bíblicos escrito en japonés en tiempos de la prohibición, que fue manejado, leído y copiado en secreto por los cristianos ocultos de Nagasaki. El descubrimiento de la lápida condujo a Takahashi a esta conclusión: “Posiblemente, para ellos, Oeishi era el paso entre este mundo y el Paraíso, un lugar que les hacía sentir que el Paraíso les esperaba allí, al otro lado”.
Es una mera suposición de Takahashi. Pero hay que tener en cuenta que aquellos cristianos ocultos “eran japoneses como nosotros, que creían en la existencia de innumerables dioses”.
“Recorriendo las aldeas cristianas”, dice Takahashi, encontramos a menudo letras ilegibles. “Yo continúo escribiendo mi diario de aventuras todavía, y me gustaría que todos los que visitan estos lugares contemplasen los restos históricos tratando de ponerse en la piel de aquellos cristianos ocultos”.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: La antigua iglesia de Nokubi, un edificio de ladrillo que se alza mirando hacia el mar en una pequeña elevación de la parte central de la isla de Nozaki. Las piedras que la rodean fueron en otros tiempos muros de contención de terrazas agrícolas construidas en la ladera. Las viviendas y otras construcciones de antaño han quedado reducidas ahora a pedazos de madera dispersados por el campo. Fotografía: Amano Hisaki)
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