Tras los pasos de los “cristianos escondidos” en la novela 'Silencio' de Endō Shusaku
Tras la sombra del padre Rodrigo: el santuario de Karematsu, lugar sagrado de los “cristianos escondidos”
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Una vívida sensación de acercamiento a los personajes
El lector de Chinmoku (Silencio) descubrirá pronto que esta novela es pródiga en descripciones de la naturaleza. En su primera mitad, por ejemplo, encontramos las de la montañosa comarca de Sotome, en Nagasaki, que es el punto al que Rodrigo ha llegado clandestinamente desde el extranjero en busca de su amado maestro, el también sacerdote Ferreira, que se encuentra en paradero desconocido. Entre ellas, abundan las de ambientes lluviosos, lo que a buen seguro contribuye a transmitir el estado mental del protagonista.
Y el mar. El mar es una presencia recurrente en las escenas en que Rodrigo especula sobre el “silencio de Dios”.
Visitar los lugares donde ocurrieron los hechos en los que se basa la novela que uno se propone escribir es una actitud que encontramos en Endō como en muchos otros novelistas. Pero en Chinmoku, Endō la lleva al extremo. Es algo que puede comprobarse leyendo sus ensayos sobre el tema.
En Chinmoku no koe (“Las voces del silencio”), Endō reconoce su predilección por la descripción naturalística y la necesidad que siente de experimentar lo mismo que experimentaron sus personajes, cosas como las montañas, ríos y mares que vieron, o como los sonidos del viento que oyeron. Estas experiencias son para él decisivas a la hora de afrontar con seguridad una obra. No va al lugar para recoger hechos, pues los hechos ya los ha investigado antes y están todos en su cabeza. “Lo que voy buscando es el olor del aire que respiraron mis personajes, los sonidos del viento que llegaron a sus oídos, el brillo del sol que llegó a sus ojos… y los paisajes”.
En vista de ello y a fin de poner también mi corazón en comunión con todas las cosas que vio Rodrigo, visité el área de Shimokurosaki, hoy integrada en la ciudad de Nagasaki, donde se halla el santuario sintoísta de Karematsu, del que se dice que inspiró a Endō el paraje en el que se esconde Rodrigo poco después de haber llegado a la aldea de Tomogi. Estudiando en el mapa la ruta que debía seguir desde la estación de ferrocarril de Nagasaki, vi que el santuario no estaba demasiado lejos de la parada de autobús de Nagatahama, sexta antes de la que se usa para llegar al Museo Literario Endō Shūsaku. Pero al echar a andar una vez apeado del autobús, me arrepentí de no haber dejado en el hotel la cámara fotográfica réflex, los libros y otros materiales que llenaban mi mochila. Tenía frente a mí una subida interminable. Sin aliento y sudoroso, traté de darme ánimos pensando que llegar hasta el escondrijo de los “cristianos escondidos” no podía ser menos duro y que en la época de Rodrigo lo habría sido 100 veces más. Tras unos 25 minutos de ascenso parando de trecho en trecho, vi el letrero que indicaba la entrada al santuario de Karematsu.
Culto cristiano en un santuario sintoísta
¿Pero por qué un santuario sintoísta se convierte en la novela en el escondrijo de los cristianos? Hay que entender que se trata de un santuario dedicado a un creyente cristiano. Hay algunos otros en el país, muy pocos, entre ellos el Kuwahime Daimyōjin, dentro del santuario de Fuchi (ciudad de Nagasaki) o el Otaane Daimyōjin, en la isla de Izu Ōshima, perteneciente a la prefectura de Tokio.
Este paraje ha sido conocido desde antiguo como escenario del martirio sufrido por el legendario misionero que recibió el nombre de San Jiwan. Según la tradición, San Jiwan (equivalente al español San Juan) fue un franciscano español que en 1609 llegó al puerto de Nagasaki en un galeón. Cuando, cinco años después, el shōgun Hidetada, segundo de la dinastía Tokugawa, emitió un edicto de expulsión de los cristianos de todo el país, San Jiwan buscó refugio en estas montañas de Kurosaki, desde las que continuó liderando la comunidad cristiana local mientras llevaba una vida itinerante.
En Chinmoku, Endō nos habla de miembros de una comunidad cristiana que traían a Rodrigo boniatos secos y agua, y que asistían a la misa que él celebraba. Probablemente, se inspiró en anécdotas de la vida de San Jiwan.
Ya en el periodo Meiji (1868-1912), los cristianos construyeron un hokora (pequeña capilla sintoísta) sobre la tumba del sacerdote, a quien se lo dedicaron. Este fue el origen del santuario de Karematsu.
Hasta 1873, cuando el Gobierno Meiji derogó formalmente la legislación anticristiana, los católicos y sus descendientes se veían obligados a comportarse públicamente como creyentes budistas o sintoístas y a camuflar de esta forma sus lugares sagrados.
En las proximidades del camino que conduce al edificio del santuario, semiocultas bajo la hojarasca, están las tumbas de piedras planas de los cristianos que vivieron en aquellos difíciles tiempos. Cuando morían y eran enterrados, sobre las losas se colocaban piedrecillas formando una cruz. Recitados los rezos fúnebres, se retiraban las piedrecillas de modo que nadie pudiera decir que era la tumba de un cristiano.
Un sacerdote muy querido por los lugareños
Esta vez cuesta abajo, me dirigí a la iglesia de Kurosaki, a un kilómetro del santuario. Este templo quedó finalmente excluido de los sitios designados patrimonio mundial por la UNESCO, pero tiene una clara relación con nuestra novela, pues Endō la visitó y decidió hacer de esta comarca el escenario de su narración después de escuchar de su párroco historias sobre la comunidad criptocristiana.
En los alrededores del Museo Literario Endō Shūsaku encontramos un gran número de sitios históricos, pequeños museos y otros lugares que, como el santuario de Karematsu o la iglesia de Kurosaki, transmiten el legado cristiano de esta comarca. En la aldea de Shitsu, próxima a la de Kurosaki, tenemos la iglesia, el antiguo Shitsu Kyūjoin (“Centro de Asistencia de Shitsu”), el Museo del Padre De Rotz, el Museo Histórico y Etnográfico de Sotome, el cementerio cristiano de Nomichi y la lápida de Chinmoku, en honor de la novela de Endō. Y en la vecina Ōno, otra iglesia más. Estas dos poblaciones sí figuran entre los sitios designados.
El sacerdote De Rotz es el eje que vertebra todo este conjunto.
Su nombre completo fue Marc Marie de Rotz. Como predicador de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París, llegó a Japón en 1868, siéndole confiada la misión de Shitsu, que entonces era un barrio del municipio de Kurosaki. Al tiempo que predicaba, dedicó grandes esfuerzos y su patrimonio a asistir a la población más pobre de la comarca, en la que llevó a cabo muchos proyectos para promover el bienestar social. De Rotz fue, entre otras cosas, el introductor de la pasta de sémola en Japón, pues estableció una fábrica de macarrones y la operó junto a los lugareños. En el restaurante de la instalación turística Yūhigaoka-Sotome, junto al Museo Literario Endō Shūsaku, pueden degustarse estos macarrones, gruesos y consistentes.
Todos diferentes, todos unidos
Cuando han transcurrido cinco años de la designación de la UNESCO, en contraste con la animación de las partes centrales de Nagasaki, donde la iglesia de Ōura y otras atracciones reciben grandes masas de turistas nacionales y extranjeros, en esta área de Sotome reina la tranquilidad. Sería deseable que más gente se acercase a conocerla, pero para eso habría que empezar por mejorar sus accesos. Un autobús de línea recorre las aldeas, y los lugares históricos no están demasiado distantes entre sí, pero solo hay un servicio cada hora. Resultaría muy práctico tener además otro autobús que hiciera el recorrido completo entre los sitios históricos, pero… La ventaja que ofrecen estos lugares siempre lejos de la saturación turística es que permiten al visitante disfrutar a sus anchas y acercarse a sus pobladores.
Caminando por la zona, el visitante suele recibir el saludo de los lugareños. Cuando salí de la iglesia de Kurosaki y volví a ascender por las colinas tomando fotografías, mi mirada se encontró con la de un hombre que trabajaba en su huerta. Le dije que venía de Tokio para conocer los sitios del Patrimonio Mundial y él me respondió que después de graduarse del bachillerato y antes de tomar las riendas de la hacienda familiar, había trabajado en Tokio durante cerca de 10 años. Y añadió jocosamente que, gracias a aquella larga estancia, había llegado a “dominar” el habla de la capital. Después de charlar un rato sobre los productos típicos de la tierra, como el yūkō, un cítrico, y los fideos de la variedad sōmen (finos, blancos y hechos de trigo) bautizados Dorosama sōmen en honor al padre De Rotz, nos pusimos a hablar sobre el santuario de Karematsu. Me informó de que junto a él había un cementerio común en el que católicos, “cristianos escondidos” y budistas participan juntos en una fiesta anual celebrada en otoño, algo de lo que yo no había tenido noticia hasta entonces.
De regreso en el santuario de Karematsu, comprobé que, efectivamente, bajando por un sendero se llegaba pronto a un cementerio relativamente nuevo en el que se veían tumbas de estilo budista y cristiano junto a otras que tenían aspecto taoísta. Consultando la prensa local y otras fuentes, supe que las honras fúnebres conjuntas del mes de noviembre habían comenzado a celebrarse en 2000 con carácter privado.
Con la mencionada derogación de la legislación anticristiana en 1873, se produjo una triple división entre los cristianos de la zona de Kurosaki, que habían continuado con sus ritos cristianos en la clandestinidad. Unos abrazaron definitivamente el budismo, siendo registrados como creyentes en el templo de Tenpukuji, situado en Kashiyama (Nagasaki); otros fueron bautizados y se integraron plenamente en la comunidad católica de la iglesia de Kurosaki, y un tercer grupo decidió seguir siendo fiel a sus tradiciones, dando continuidad abiertamente a sus ritos cristianos locales sin adscribirse al templo ni a la iglesia. Estos son llamados ahora kakure-kirishitan. Resulta irónico que fuera precisamente la libertad religiosa lo que crease división y hasta enfrentamientos en esta comunidad.
Para superarlos, los tres grupos decidieron en 2000 dar inicio a las honras fúnebres conjuntas del santuario de Karematsu, con la intención de enviar al mundo un mensaje de unidad dentro de la diversidad.
En un contexto mundial marcado por las disensiones, es significativo que esta tierra sagrada de los antiguos “cristianos escondidos” iniciara así una nueva andadura como escenario de una verdadera “fusión religiosa”.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: edificio del santuario sintoísta de Karematsu, en un solitario paraje montañoso de Shimokurosaki, dentro del término municipal de Nagasaki. Pese a ser nominalmente un santuario sintoísta, los cristianos de la comarca de Sotome rindieron culto aquí a la figura semilegendaria del misionero católico San Jiwan. Fotografía: Amano Hisaki)
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