Los bancos de alimentos en Japón, un puente entre el desperdicio y la pobreza
Crece la demanda en los bancos de alimentos: colas de estudiantes y personas mayores que viven solas
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Un problema cuyo alcance real no se ve
Los bancos de alimentos mantienen un vínculo muy estrecho con los Gobiernos locales e intercambian con ellos información sobre las personas con pocos recursos que necesitan comida. De los datos que reciben de parte de las administraciones y organismos de ayuda, los que más preocupan a Fujita Makoto, secretario general de Food Bank Kanagawa (distrito de Kanazawa, Yokohama), son los que incumben a las personas de la tercera edad que viven solas.
En el caso de los trabajadores autónomos, que solo pueden cotizar en el seguro nacional de pensiones, ambos cónyuges tienen derecho a cobrar la pensión básica de vejez a partir de los 65 años, pero, como apunta Nakajima Kunio, investigador sénior de NLI Research Institute: “Si el marido fallece, la viuda se queda solo con una pensión básica de vejez. La pensión básica para la familia superviviente solo se concede cuando hay hijos de hasta 18 años, por lo que muy pocos hogares de personas mayores la reciben”. Los hogares de personas mayores en los que la esposa cobra la pensión para la familia superviviente al enviudar son casi exclusivamente aquellos en los que el marido trabajó como asalariado y cotizó en el seguro de pensiones corporativo.
Según datos del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar, en 2021 el importe medio por persona que percibían los beneficiarios de la pensión básica de vejez era de 56.479 yenes. Como dicha cantidad no permite subsistir a menos que se disponga de una vivienda en propiedad o ciertos ahorros, se puede combinar con el cobro de la ayuda a la subsistencia (seikatsu hogo).
Según Fujita Makoto, de Food Bank Kanagawa, hay quien rechaza la ayuda a la subsistencia y quien no sabe cómo solicitarla. Muchas personas no admiten sus dificultades económicas y aseguran que “todo va bien” aunque les visite un asistente social en su domicilio. “Hay personas mayores que cobran pensión y que llevan un nivel de vida inferior al que ofrece la ayuda a la supervivencia. No llegamos a ver el alcance real del problema”, explica el secretario general del banco.
Se teme que el problema de las bajas pensiones afectará también al futuro de la llamada generación perdida (que actualmente tiene entre 40 y 50 años), ya que, si antes eran principalmente los profesionales autónomos quienes solo podían cotizar en el seguro nacional de pensiones, ahora también hay muchas personas que entraron en el mercado laboral en la era glacial del empleo y se hallan en la misma tesitura porque solo han trabajado a tiempo parcial o con contrato irregular.
Ni hervir arroz
Las familias monoparentales también pasan penurias para llegar a fin de mes. En un alto porcentaje de hogares encabezados por mujeres, estas tienen trabajos irregulares y sufren el doble embate de la pandemia: la disminución de los ingresos y la subida de los precios. Según el censo nacional del año 2020, en Japón hay 5 millones de hogares monoparentales, un 9 % del total.
Al preguntarle por las actividades que llevan a cabo en el banco de alimentos, Fujita expone una realidad difícil de asimilar: “Hay cierto porcentaje de familias monoparentales que no pueden consumir arroz, aunque les proporcionemos los granos; no tienen cómo hervirlo porque les han cortado la luz y el gas. Con la subida de los precios de los suministros, ahora probablemente haya más gente en esta situación”. Como las empresas y los Gobiernos locales renuevan sus provisiones de emergencia ante desastres cada pocos años, el banco aprovecha para pedirles el arroz hervido liofilizado (al que solo hay que añadir agua para consumirlo) del que iban a deshacerse para dárselo a quienes lo necesitan.
La entidad de apoyo a familias monoparentales Ofukuwake no Kai, de Seya, Yokohama, recibe alimentos de Food Bank Kanagawa. Una de las mujeres que acudió al reparto de comida de finales de marzo dejó de trabajar hace dos años por problemas de salud y está en proceso de tratamiento. Casi no le quedan ahorros. Se mantiene a duras penas entre el trabajo por horas de su hijo mayor, que estudia con una beca gratuita en la universidad(*1), y varias ayudas públicas.
Cuando la mujer vio que no le llegaba el dinero para alimentar a dos hijos en edad de crecimiento, conoció la asociación por internet y ahora la utiliza dos o tres veces al mes. La subida actual de los precios es un pesado lastre para su economía y se ve obligada a renunciar a ciertos alimentos porque son demasiado caros. Ante el aumento del precio de los suministros, el pasado invierno ella y sus chicos tuvieron que conformarse con compartir el kotatsu (mesa baja con brasero eléctrico) como único recurso para combatir el frío en casa.
Ante las dificultades que les imponen el recorte de los salarios y la subida de los precios, muchas madres solteras comparten una queja: “Las ayudas públicas para hogares monoparentales se dan hasta que los hijos cumplen 18 años. Después se acaban de golpe”. El hijo menor de la mujer que mencionábamos arriba estudia segundo de bachillerato y le falta poco para cumplir la edad en la que dejará de percibir el subsidio para la manutención infantil y el descuento del 50 % en los gastos médicos. “No sé cómo nos las apañaremos”, lamenta la mujer. Es un problema de vida o muerte para una persona convaleciente como ella.
Más gasto en educación y menos trabajo por horas: recortes en alimentación
En los últimos años viene surgiendo una nueva clase de personas en situación de pobreza: los estudiantes de provincias que viven solos en las grandes ciudades. No pueden pedir a sus padres que paguen al completo el elevado coste de su educación porque son conscientes de la economía familiar, pero han visto disminuir los ingresos del trabajo por horas con la pandemia, por lo que solo les queda recortar en gastos de alimentación.
Desde que estalló la pandemia de la COVID-19 en 2020, la ciudad de Sagamihara organiza un reparto de comida mensual en el que ofrece alimentos que le suministra Food Bank Kanagawa a los estudiantes que viven en la ciudad. En marzo, a pesar de ser un mes en que la mayoría de los estudiantes regresan a su lugar de origen, acudieron 90.
Una universitaria de segundo curso procedente de la prefectura de Nagano empezó a acudir al reparto el año pasado, después de que le redujeran el trabajo por horas en establecimientos de restauración. Evitó endeudarse solicitando becas a devolver y a sus padres solo les pide prestado el precio de la matrícula. “Gano menos trabajando por horas, pero ahorro para ir devolviendo el dinero poco a poco. No quiero ser una carga para los míos”. Aunque tenga flexibilidad para saldar la deuda con sus padres, prefiere empezar a devolverla de inmediato por consideración con la economía familiar. Se trata de una decisión meditada.
En el reparto no solo se distribuyen alimentos facilitados por el banco, sino también arroz y verduras (patatas, zanahorias, etc.) de agricultores de la zona y panes dulces de panadería. Es un apoyo conjunto por parte de la comunidad local. Los estudiantes observan bien los productos y meten los que necesitan en bolsas. Otra chica que admite que al principio se resistía a la idea de recibir ayuda se ha convertido en usuaria asidua que ya ha acudido al reparto en más de diez ocasiones.
Un universitario que cursa el tercer año y vive por su cuenta se vio en apuros cuando la cadena de sushi en cinta giratoria donde trabajaba empezó a reducir horarios y cancelarle turnos con la pandemia: “No me llegaban los ingresos, así que tuve que empezar a recortar en gasto de comida”. Al no poder reducir costes fijos como el alquiler, los suministros o los materiales escolares, ahora come por menos de 10.000 yenes al mes. El día que lo entrevistamos eligió arroz, platos precocinados y latas. Aunque solo se lleva una bolsa de comida al mes, asegura que le supone una gran diferencia. En el primer curso tuvo que estudiar en línea por culpa de la COVID-19 y luego le tocó lidiar con la escasez de trabajo por horas. La pasada primavera empezó el cuarto y último curso: “No tengo la sensación de hacer vida de universitario. Y el año que viene ya se me acaba”.
La redistribución y el banco de alimentos: dos elementos que van juntos
Después de la era del crecimiento económico acelerado de la posguerra y de la burbuja económica de los 80, se dijo que Japón se había convertido en una sociedad donde “todos eran de clase media” (ichiokusōchūryū) y parecía que ya nadie tenía problemas para ganarse el pan. Sin embargo, en pleno siglo XXI, esta imagen ideal se está resquebrajando. Satō Junko, profesora titular de la Universidad Bukkyō y especialista en investigación sobre los bancos de alimentos, dice: “El número de personas con problemas para procurarse el sustento aumentó a partir de 1995, cuando empezó a proliferar el empleo irregular. No se tomaron medidas para mejorar los recursos de las personas con bajos ingresos o salarios y, con la aparición de factores externos como la pandemia y la subida de los precios de estos años, las familias monoparentales encabezadas por mujeres y las personas mayores con pensiones exiguas han pasado a tener una situación financiera aún más ahogada. Solo una parte de la población tiene acceso a ese ‘nivel mínimo de vida saludable y cultural’ que el artículo 25 de la Constitución define como un derecho de todos los ciudadanos de Japón”.
Las dificultades para llenar la despensa guardan una estrecha relación con las desigualdades económicas. “El problema es que los sistemas de redistribución no funcionan bien”, señala Satō. La profesora sostiene que el Estado es el responsable de garantizar la alimentación de las familias con pocos recursos mediante medidas como las ayudas económicas: “El subsidio para la manutención infantil que se ofrece a las familias monoparentales de mujeres con hijos, por ejemplo, es un método de redistribución extremadamente efectivo. Representa un gran apoyo para las madres que a duras penas pueden mantener a la familia con trabajos a tiempo parcial. Tenemos que replantearnos los límites de ingresos y los aumentos de las prestaciones”.
Satō pone de relieve la función de los bancos de alimentos y otros organismos de ayuda, no solo como simples sistemas de distribución de alimentos, sino por la flexibilidad y minuciosidad con la que abordan las distintas necesidades de cada persona: “Hubo un caso en que un matrimonio de ancianos que no se alimentaban porque sufrían demencia y los encontraron deshidratados. No basta con que el Estado dé dinero; es importante considerar la situación de los usuarios para suministrarles comida, asesorarles si tienen algún problema y ponerlos en contacto con los organismos pertinentes”.
La mayoría de las entidades que prestan ayuda financian sus actividades por su cuenta. La profesora defiende que el Gobierno debe invertir en serio en la formación de personal y la instalación de infraestructuras como almacenes y neveras para los bancos de alimentos.
(Traducido al español del original en japonés. Fotografía del encabezado: Estudiantes mirando los alimentos en el reparto que organiza la ciudad de Sagamihara. Fotografía del autor)
(*1) ^ Existen dos tipos de beca: las gratuitas, que son a fondo perdido, y las de tipo préstamo, que hay que devolverlas. Las gratuitas suelen otorgarse a hogares que están exentos de pagar el impuesto de residencia o similares y solo se conceden si se cumplen ciertos requisitos como tener un expediente académico excelente. Las de tipo préstamo pueden ser con o sin intereses.