El legado recuperado de Kaneko Misuzu
Kaneko Misuzu: Un canto a la diversidad
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Aceptable tal como eres
WATASHI TO KOTORI TO SUZU TO
Watashi ga ryōte wo hirogete mo,
o-sora wa chittomo tobenai ga,
toberu kotori wa watashi no yō ni,
jibeta wo hayaku wa hashirenai.Watashi ga karada wo yusutte mo,
kirei na oto wa denai kedo,
ano naru suzu wa watashi no yō ni,
takusan na uta wa shiranai yo.Suzu to, kotori to, sore kara watashi,
minna chigatte, minna ii.
YO, EL PÁJARO Y LA CAMPANA
Por más que extienda mis brazos,
nunca podré volar por el cielo.
Y el pájaro que vuela no podrá correr
rápido por la tierra, como yo.
Por más que me balancee
no se producirá un bello sonido.
Y la campana que suena,
no podrá saber tantas canciones como yo.
La campana, el pájaro y yo,
todos diferentes, todos buenos.
(Traducción de Yumi Hoshino y María José Ferrada publicada en El alma de las flores. Antología poética bilingüe, Satori Ediciones, 2019.)
Es uno de los dōyō (poemas con aire de cancioncilla infantil) más emblemáticos de Kaneko Misuzu. A todos nos alegra que nos digan que somos buenos, pese a ser diferentes. Y ella nos dice que somos aceptables tal como somos. Todos los seres que habitan la Tierra han sido capaces de nacer precisamente porque son diferentes, y es esa diferencia con el resto lo que le permite existir a cada uno. Nos da un “sobresaliente” solo por haber nacido.
Una mirada como la de Misuzu no es posible desde posturas antropocéntricas o egoístas.
La parte más importante de este poema es el penúltimo verso. El título dice “Yo, el pájaro y la campana”, pero este verso invierte el orden: “La campana, el pájaro y yo”. Es solo al colocarnos por detrás del prójimo, al dejar de ponernos por delante, cuando nace en nosotros esa mirada de aceptación hacia toda la diversidad del mundo.
Pero hay otro punto importante en este poema, y es que solo recoge imposibilidades (de volar por el cielo, de correr rápido, de producir bellos sonidos) y desconocimientos (de canciones).
Aunque cuando nacemos no sabemos hacer prácticamente nada y lo desconocemos todo, conforme vamos aprendiendo desarrollamos la tendencia a discriminar a quienes han quedado por detrás de nosotros. Misuzu nos recuerda que nuestro encuentro con lo posible o cognoscible parte de una situación inicial de imposibilidad o desconocimiento, nos transmite que todos tenemos nuestro propio tiempo y nuestra propia capacidad, y que somos existencias magníficas e incomparables.
Aunque no puedes verlas, están ahí
HOSHI TO TANPOPO
Aoi o-sora no soko fukaku,
umi no koishi no sono yō ni,
yoru ga kuru made shizunde´ru,
hiru no o-hoshi wa me ni mienu.Mienu keredomo aru n´da yo,
mienu mono de mo aru n´da yo.Chitte sugareta tanpopo no,
kawara no suki ni, dāmatte,
haru no kuru made kakurete ´ru,
tsuyoi sono ne wa me ni mienu.Mienu keredomo aru n´da yo,
mienu mono de mo aru n´da yo.
ESTRELLAS Y DIENTES DE LEÓN
En la profundidad del cielo azul,
como guijarros en el mar,
sumergidas, hasta que llega la oscuridad,
están las estrellas, invisibles a la luz del día.
Aunque no puedes verlas, están ahí.
Incluso las cosas que no se ven, están ahí.
Dientes de león marchitos, ya sin pétalos,
escondidos en las grietas de los azulejos,
esperan en silencio la llegada de la primavera
y sus raíces fuertes no se ven.
Aunque no puedes verlas, están ahí.
Incluso las cosas que no se ven, están ahí.
(Traducción de Yumi Hoshino y María José Ferrada publicada en El alma de las flores. Antología poética bilingüe, Satori Ediciones, 2019.)
“Aunque no puedes verlas, están ahí. / Incluso las cosas que no se ven, están ahí”.
Misuzu nos recuerda a todos, proclives como somos a aferrarnos a lo visible, la existencia de las cosas que no se ven. Hace algo parecido en el poema “Tairyō” (“Gran Captura”, véase la primera entrega de esta serie), donde equipara la tristeza de las sardinas que pueblan las profundidades marinas con el duelo de unos funerales masivos humanos.
Nuestro entorno, además de alojar cosas, está repleto de ese aire que no se deja ver. Y es ese aire lo que nos permite vivir. Aquí lo importante es el problema de nuestra falta de imaginación, de nuestra falta de sensibilidad, que nos llevan a olvidarnos, o a no darnos cuenta, de la existencia de las estrellas durante el día o las raíces del diente de león bajo la tierra, de que si algo no se ve no es porque no exista.
Y al percatarnos de eso, nos dan ganas de relacionarnos de una forma más justa con todas esas cosas que a veces nos sorprenden, pero que son las que nos hacen ser lo que somos.
18 años después de que Misuzu nos recordase la existencia de lo invisible, Saint-Exupéry decía en El principito que lo esencial es invisible. El ser humano lanza estas certeras miradas en todo momento y lugar.
Lo importante no se ve
TSUMOTTA YUKI
Ue no yuki
samukaro na.
Tsumetai tsuki ga sashite ite.Shita no yuki
omokaro na.
Nanbyaku-nin mo nosete ite.Naka no yuki
samishikaro na.
Sora mo jibeta mo mienaide.
CAPAS DE NIEVE
La nieve que está encima
debe de sentir frío,
la luz de la luna, helada, la atraviesa.
La nieve que está debajo
debe de sentir el peso
de cientos de personas sobre ella.
La nieve que está en medio
debe de sentirse sola,
sin cielo, sin tierra
que mirar.
(Traducción de Yumi Hoshino y María José Ferrada publicada en El alma de las flores. Antología poética bilingüe, Satori Ediciones, 2019.)
Al leer “Capas de nieve”, es sobrecogedor comprobar como Misuzu no ve la nieve como simple nieve, sino que se detiene a cantarla en cada uno de sus tres estratos, superior, medio e inferior. La primera y la última podemos imaginarlas, pero yo creo que en esa nieve “que está en medio” nadie había reparado hasta el momento.
Siempre que leo este poema me acuerdo de las palabras de un alcalde local de Hokkaidō que salió a recibir al grupo del que yo formaba parte durante una visita que hicimos para disfrutar del espectáculo de la banquisa o hielos flotantes. El alcalde nos recitó de memoria “Capas de Nieve”.
“La nieve que está en medio”, recitaba con rostro sonriente, “/debe de sentirse sola, / sin cielo, sin tierra / que mirar”. Cuando llegó al final su gesto se transformó y, visiblemente turbado nos dijo, derramó algunas lágrimas: “Yo ya tengo más de 70 años y en mi vida he visto muchas nevadas, pero nunca me había parado a pensar en la nieve del medio. Y me da vergüenza haber llegado a esta edad sin haber sabido mirar lo realmente importante”. Y continuó derramando grandes lágrimas.
En aquel instante me sentí obligado a preguntarme si también yo, como aquel alcalde, había sabido interiorizar los poemas de Misuzu y hacer examen de conciencia, si no había dejado pasar mi vida sin mirar de frente a lo realmente importante.
En los dōyō de Misuzu siempre puede descubrirse esa interrogante, esa pregunta dirigida personal e inconfundiblemente a cada uno de sus lectores.
(Los originales son los que aparecen en la edición Kaneko Misuzu dōyō zenshū de JULA Publishing Bureau. Las traducciones al español son de Yumi Hoshino y María José Ferrada, en El alma de las flores, antología poética bilingüe, Satori Ediciones, 2019. Las fotografías son cortesía de la Asociación para la Preservación del Legado de Kaneko Misuzu. Ilustración: moeko)